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Presentación del libro "La profecía de Darwin" de Javier Villacís

Villacís enlaza el sentido geopolítico al sentido biográfico del personaje esencial de la historia ecuatoriana, Velasco Ibarra

Fuentes: Rebelión

Hace 20 años asomó en Editorial El Conejo un joven flaco y azorado para recordarnos que le habíamos mandado un comentario elogioso de su novela corta La llave del universo.

Me contó que era ingeniero, nada menos que graduado, hacía poco, en el prestigioso instituto Zamorano de Costa Rica, pero que amaba la literatura y quería ser un escritor. Yo había leído su novela y ahora me enteraba de su profesión. Parecía, entonces, un chico de quince años —tenía cinco más—, entre tímido y audaz, algo elegante, pero tan perdido en el mundo como todos los que apenas comienzan a escribir.

Le dije que, a pesar de su buena escritura, era mejor que siguiera con su carrera de ingeniero porque su título le garantizaba un porvenir más seguro, sin duda, si lo sabría yo.

Diez años después, el querido y admirado Edgar Allan García, otro esmeraldeño, lo trajo de nuevo a la Editorial. Ahora Javier Villacís tenía una fulgurante vida profesional con grandes triunfos y había escrito una voluminosa novela de ciencia ficción, Unvral, que empezaba a circular con una bella edición y muy buenos comentarios. En verdad, comprendí que Javier era uno de esos raros seres que no pueden refrenar su talento en ninguno de los caminos que incursionen.

Otros diez años después, hoy mismo, Javier Villacís nos presenta La profecía de Darwin, una extraordinaria novela polisémica. Recordemos que la palabra polisemia denota varios sentidos. Claro que toda escritura es polisémica. Se presta a interpretaciones diversas. La Biblia, la palabra de Dios, es leída por católicos y protestantes de manera diversa.

Pero hay textos que son deliberadamente polisémicos y en los cuales, los autores muestran su voluntad expresa de dotar de varios niveles de comprensión a sus obras. Umberto Eco, en El nombre de la rosa, hace una novela que es, a un tiempo, policial, histórica, teológica, filosófica, coyuntural también, si miramos la fecha en que ocurre la acción narrada: 1348, un momento especial en el que hay dos papados: el del Vaticano y el de Aviñón, y en el que, al término de la Edad Media, se avizora el Renacimiento, con toda su carga racional y humanista.

Javier Villacís, acomete una empresa similar. Su novela, La profecía de Darwin, comporta algunos niveles de comprensión. Los dos principales: el geopolítico que describe los grandes cambios que se operan, a nivel planetario, en el siglo XX, con la Revolución Rusa, la Primera Guerra Mundial y el ascenso imparable del nazismo que, a partir de 1939 se expande por toda Europa y amenaza con tomarse hasta los últimos lugares del planeta, con Latinoamérica especialmente incluida. Un escenario arduo que provocará la Segunda Guerra Mundial.

EL otro nivel, es biográfico: explica los antecedentes, formación cultural y política, ascenso y hegemonía de una figura emblemática de nuestra historia: el doctor José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente del Ecuador.

Escribir con menos de cuatro o cinco sentidos no tiene sentido, decía Sartre. Javier Villacís enlaza, de una manera tan certera, el sentido geopolítico al sentido biográfico de este personaje esencial de nuestra historia, que hasta podríamos hablar de que su novela es una biografía geopolítica del doctor Velasco Ibarra.

O decir también que no hay política que no sea, a la vez, geopolítica. Lo cual es cierto para las grandes potencias, y más cierto aún para los pequeños y postergados países de la periferia del mundo.

¿Qué es una profecía? ¿En qué se parecen las profecías bíblicas, y las de los textos sagrados como el Corán y la Torá, y las profecías esotéricas como las de Nostradamus y Rasputín? ¿O las proto científicas como las de los rosacruces y las llamadas, en estos tiempos: conspirativas?

Pues, en que se cumplirán, hipotéticamente, en el futuro; en todo caso, que se cumplen en la promesa de cumplirse. Pero su parecido mayor radica en que se convierten en poderosos sustentos espirituales para la gente que cree en ellas. En las multitudes que las profesan.

Como, por lo demás, pasa con toda creencia: como los mitos, las religiones y, hoy, las ideologías: son ciertas para quienes creen en ellas. La profecía de Darwin dice que, al final de la evolución de las especies, habrá una gran mutación de lo puramente material en algo superior, es decir, para el teólogo que también era el sabio inglés: se produciría una mutación espiritual.

Esa es la misión metafísica de don Alejandrino Velasco y de su hijo José María, ambos imbuidos de una intensa vida idealista, diríamos específicamente intelectual, que los convertía en escalones de ese largo proceso evolutivo que ya dejaba ver la necesidad suprema de una redención superior de la especie humana.

Tal la fuente principal que —al menos en la novela—, reforzó el idealismo radical de José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente del Ecuador y defenestrado cuatro veces sin que nadie lo defendiera en sus caídas.

Porque uno era el pensador, el orador fogoso que, con su pasión intelectual, hechizaba multitudes — que apenas si lo comprendían— y otro, el gobernante concreto, desastroso, que nunca pudo sobrevivir a la política real porque, simplemente, no la entendió nunca, excepto como ejercicio electoral.

Pues, a este Quijote moderno, adusto, austero hasta el ascetismo, le pasó, casi literalmente, como al original, que del mucho leer y del poco comer… en fin. No fueron vanos los epítetos que le adjudicaron: el loco, el profeta, el apóstol.

Entre tanto, entre los años treinta y cuarenta del siglo XX, pasaban cosas extraordinarias: Hitler, victorioso, se había tomado Europa, y el prestigio y el poder alemán llegaban hasta los últimos rincones del mundo, al Ecuador, por cierto.

Javier Villacís nos recuerda que, en nuestro país, el 90% de las industrias de entonces, eran alemanas y había instituciones emblemáticas como el Colegio Alemán, la Casa Humboldt, el Club Social Alemán, amén de las claras simpatías que algunos de los prohombres de la política nacional tenían con la ideología nazi: verbigracia: el eterno canciller Julio Tobar Donoso y el banquero Alberto Acosta Soberón −cuñado de José María−, entre tantos otros.  A la sazón, en pleno ascenso hitleriano, era difícil distinguir entre lo alemán y lo nazi.

El trastrocamiento de la percepción aquella, —es decir y con razón: de los nazis como villanos— solo sobrevendría, como suele ocurrir, después que ocurren las grandes caídas, en este caso: del hundimiento de Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial.

Entre tanto, en ese momento histórico trastornado, era apenas lógico que se produjeran los contactos de los nazis con gobernantes latinoamericanos, con Velasco Ibarra también.

La gran novela de Javier Villacís se adentra, valerosa y cierta, en muchos de los episodios oscuros que la historia oficial ha ocultado hasta hoy. Es extraordinaria la investigación que emprende el autor al respecto de esos años aciagos.

Y hay que destacar la correspondencia puntual de la historia narrada y la historia real. El material propiamente literario de La profecía de Darwin, no se permite la ficción sino en los hechos que no están suficientemente documentados. Pero cuya verdad se puede deducir.

Sabemos que al relato literario no importa el qué, sino el cómo se lo cuenta.

Y es entonces cuando aparece el don supremo de Javier Villacís como narrador. Con sabiduría y paciencia arrastra al lector, en una cronología implacable, con anticipaciones y flashbacks, con intrigas y suspenso, por los meandros de su novela. Tantas constataciones terribles: la más importante, el entramado geopolítico que hubo en la derrota del 41, cuando Ecuador perdió la mitad de su territorio, con las implicaciones que antes denunciara Jaime Galarza Zavala en su Festín del petróleo.

Y este don literario, se muestra en todo su esplendor, en el dibujo y construcción de sus fascinantes personajes, sobre todo de tres: don Alejandrino Velasco, ingeniero y místico, el padre; el hijo: José María, y su extraordinaria esposa: doña Corina del Parral, poetisa, pianista y dueña de poderes adivinatorios.

La historia del amor de José María y Corina ya es legendaria y dio pie a la gran novela de Raúl Vallejo, El perpetuo exiliado, ganadora nada menos que del Premio de la Real Academia de la lengua de Madrid.

La profecía de Darwin va por ese camino. Al momento de terminar de leerla ya sabemos que viene a insertarse en el gran momento que vive hoy la literatura ecuatoriana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.