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¿99% vs. 1%? Un debate sobre cómo combatir la desigualdad

Fuentes: La izquierda diario

En este artículo debatimos con el libro ¿99% vs 1%? Por qué la obsesión por los ricos no sirve para combatir la desigualdad de Mariana Heredia, editado por Siglo XXI. Realizamos un recorrido sobre la composición de las «elites» en Argentina y nos preguntamos cómo combatir la desigualdad que vivimos en medio de la crisis actual.

En esta nueva publicación de Editorial Siglo XXI, Mariana Heredia nos trae un interesante debate que sintetiza en el subtítulo de su libro: «¿Por qué la obsesión por los ricos no combate la desigualdad?».

La gata y la luna - el 99% contra el 1%? por qué la obsesión por los ricos  no sirve para combatir la desigualdad Mariana Herrera De un lado, un puñado  de

En sus palabras: «Este trabajo nació de la inquietud por la creciente distancia entre impotencia práctica y vehemencia retórica que se observa en muchos discursos políticos y académicos a la hora de comprender y revertir la degradación de la equidad social» [14] [1]. En la mirada de la socióloga, reducir el problema de la desigualdad al «1%», tiene «el riesgo de circunscribir el problema a la (in)decencia de las clases más altas». El punto para ella no es sólo señalar responsables, y exigirles generosidad, sino «qué hacer cuando eso no alcanza».

Especialista en sociología de las clases dominantes, o en lo que ella llama «elites», concepto sobre el que volveremos más adelante, su libro es parte de una investigación más amplia acerca de la composición de esas élites en nuestro país, y cómo fueron cambiando a lo largo de la historia.

La autora sostiene que una lectura superficial sobre las clases dominantes y cómo se han transformado, conlleva un límite para pensar los mecanismos de su dominación, y por ende, cómo combatirlos. Por su parte, propone el concepto «élite», que “se ha ido afirmando a la hora de designar a las minorías que concentran riqueza y controlan los principales resortes de poder» [16].

A su vez, el problema de lo que ella llama una “obsesión” por estos sectores, se combina con una profunda desconfianza de la movilización popular como vía para transformar la realidad: «Cuando las multitudes se dispersan y se arrían las banderas, el balance es menos heroico y positivo» [18]. Por ende, el punto no sería la lucha del 99%, sino que el Estado tenga la capacidad de hacer participar a las elites en proyectos «democráticos» que «incluyan a las minorías».

En está reseña queremos señalar algunos elementos que nos parecen interesantes de su desarrollo, así como polemizar con otros que nos parecen problemáticos, sobre todo, en lo que hace a la propuesta de la autora acerca de cómo combatir la desigualdad.

¿Qué son las élites?

Las «elites», como las denomina la autora, son un conjunto de actores que intervienen en la situación económica, política y social del país. En sus palabras: “Tres suelen ser los criterios empleados para observar a las élites: la magnitud y la composición de sus recursos, el tipo de posiciones que ocupan y la influencia que ejercen” [22]. Si bien señala que estos criterios tienden a solaparse, ya que recursos, posiciones e influencia están estrechamente interrelacionados, plantea que el estudio de sus particularidades, en el sentido de cómo funcionan concretamente esos distintos resortes del poder, hace a una comprensión más profunda acerca de las desigualdades. Es por esto que va a dividir a las elites en tres grupos: las económicas, ligadas a los recursos, las sociales ligadas a las posiciones, y las políticas, ligadas a la influencia.

Hay que destacar que el uso de está noción no es ingenuo, sino que implica desmarcarse del concepto de clase. Heredia plantea: «Es cierto que estos términos provienen de tradiciones distintas. La clase alta enraíza en la tradición marxista y se refiere a quienes acumulan las mayores riquezas. La élite remonta a los escritos de Maquiavelo y remite a quienes concentran los resortes del poder»[36]. Aquí hay un problema importante, y es que la tradición marxista no pone el eje en la “riqueza”, sino en la propiedad de los medios de producción por parte de los capitalistas. A su vez, este es el “resorte de poder” que en última instancia le permite a las clases dominantes incidir en la vida social y política, aunque esto no se reduzca a este factor, como veremos más adelante.

Los términos clase y élite no son necesariamente dicotómicos. Vale señalar la existencia de marxistas como Gramsci y Poulantzas que le han otorgado una importante atención a estas problemáticas, por medio de conceptos como el de hegemonía. Pero en el enfoque de la autora se borra el problema de la propiedad de los medios de producción, y por ende se niega el de clase. Esto se observa en su análisis de lo que denomina “elites económicas” en nuestro país, pero sobre todo, se va a expresar en el modo en que plantea cómo se puede combatir la desigualdad sin poner en discusión este factor.

Los hombres del poder

En el primer capítulo se propone desarrollar cuáles son las élites económicas en Argentina. Para la autora estas se definen, siguiendo los criterios que mencionamos anteriormente, en función de la “magnitud y composición de sus recursos”. Desde aquí, va a separar a los “Hombres del poder” en el país en tres sectores diferentes.

El recorrido empieza con la “clase alta tradicional”, que se formó con la apropiación de la tierra, excluyendo de la misma a los pueblos originarios. Heredia señala cierto declive de este sector, ya que nunca logró construir una representación política propia. A su vez, en la posguerra el lugar subordinado de la Argentina en la división internacional del trabajo mostró sus límites, ya que los países centrales redujeron la demanda de importaciones, y tomaron políticas proteccionistas que afectaron a economías como la nuestra. Si bien juega un rol central en la economía de una nación dependiente como la nuestra, ya que las exportaciones son las que permiten el ingreso de divisas, y esto le da cierto poder de “veto” sobre la política, es innegable que no juega el rol que tuvo antaño.

Con el desarrollo del mercado interno y la retracción del campo, destaca el surgimiento de la “burguesía nacional”. Sobre este sector la autora recupera dos interpretaciones. Por un lado, la del peronismo y el desarrollismo, donde la burguesía nacional aparecía llamada a cumplir una “misión histórica: liderar una modernización orientada por la planificación estatal y opuesta a la oligarquía” [48], en pos de un desarrollo nacional que garantizara la soberanía frente al imperialismo. Por otro lado, recupera posturas de izquierda, como la de Milcíades Peña, que señalan que en los países dependientes la burguesía “nacional” se vincula al imperialismo “desde los dientes de leche”, y que por lo tanto no se podía depositar esperanzas de desarrollo en la misma.

Para la primera postura la autora señala varios límites. Más allá de las esperanzas del peronismo, este sector fue eminentemente anti peronista, y la ilusión de una alianza del mismo con los trabajadores se desvanece viendo su apoyo y participación en la dictadura, que según la autora implicaba más “la voluntad de disciplinar a los trabajadores que en el deseo de incentivar un capitalismo más competitivo” [51]. Además, Heredia dice: “Más allá de estas ilusiones, la dictadura primero y Menem después fragilizaron las bases sobre las que se habían asentado las esperanzas depositadas en ella (…). Si se consideran las cincuenta empresas de la cúpula, se produjo un proceso de extranjerización que elevó la participación de las firmas trasnacionales del 38% al 70%” [52]. Para 2019, señala que 300 de las 500 grandes empresas del país contaban con participación extranjera, y representaban el 60% de la generación de puestos de trabajo asalariados, el 75% del valor bruto de la producción, y el 85% de las exportaciones e importaciones. Así, señala el rol ineludible del capital extranjero en el país, que le da un peso considerable “en la toma de decisiones sobre cuestiones cruciales vinculadas a la inversión, el empleo y el crecimiento” [55], y la participación minoritaria de la burguesía nacional, que anula toda ilusión en la misma.

¿Quiénes son los ricos?

Por último, la autora plantea cómo con el neoliberalismo se populariza la noción de “ricos” para referirse a las élites económicas “globalizadas”. Este sería el “1%”, que distintos movimientos plantearon que debería ser el objetivo del 99% restante. Partiendo en Argentina del ejemplo de Galperin, dueño de Mercado Libre, un “unicornio tecnológico” cuyas acciones cotizan en un 91% en la bolsa de Nueva York, y que emplea poca mano de obra, va a plantear que este término puede ser útil para referir a un nuevo tipo de empresario.

Sin embargo, señala algunos problemas de la noción. Por un lado, la misma se circunscribe al cálculo de la riqueza de tales individuos, difícil de medir a escala nacional, ya que estos son especialistas en ocultarla en paraísos fiscales, o directamente la deslocalización del capital evita que pueda definirse una “casa matriz”. La profundización de la internalización y financiarización del capital relativizan que hablar de ciertos ricos permita señalar con claridad a los dueños del capital, que ya no se concentran solo en individuos, sino por ejemplo en sociedades anónimas. También plantea que es problemático ya que desdibuja el hecho de que no todos los ricos ganan por igual, y que en sí mismo, definir quiénes son los ricos nos dice poco sobre las formas en que acumulan capital, y cómo esto influye en la desigualdad.

Los dueños de los resortes

Como decíamos anteriormente, borrar el problema de la propiedad de los medios de producción tiene consecuencias. Si bien es importante estudiar las diferencias dentro de los sectores dominantes, ya que no son un bloque homogéneo y sus intereses son muchas veces contradictorios, estos tres sectores comparten el ser propietarios de los principales medios de producción del país, ya sea la tierra, las fábricas, los puertos, servicios, bancos, o emprendimientos “tecnológicos”. Estos son los resortes del poder económico que son la base estructural de la desigualdad, entre aquellos que lo tienen todo, y los que no tienen nada más allá de su fuerza de trabajo. Sin poner esto en cuestión, el “combate contra la desigualdad” es una ilusión, como veremos más adelante discutiendo con las conclusiones del libro.

Los dilemas de una economía dependiente

Ya en el capítulo dos, acerca del capital, su infraestructura y los mecanismos de acumulación, Heredia desarrolla como la expansión del capital extranjero implica un límite al desarrollo nacional, ya que es un mecanismo de saqueo de la burguesía imperialista, que se lleva las utilidades fuera del país. Pero la autora va a señalar otro problema, “ya que el sistema-mundo capitalista fue consolidando espacios centrales y periféricos que entablan entre sí un intercambio desigual” [78]. [2]

Heredia plantea un problema sobre el rol de Argentina como proveedor de materias primas en la división internacional del trabajo . Los precios de estos productos dependen de flujos y reflujos en el mercado internacional que no dominamos, y al ser la principal entrada de divisas, lleva a un desbalance entre importaciones y exportaciones que se traduce en la “restricción externa”, es decir, la falta de divisas para acceder al mercado internacional. A su vez, va a decir que en las economías dependientes, los máximos márgenes de ganancia no provienen de los sectores que emplean mayor mano de obra, lo que lleva paulatinamente a un aumento de la desocupación estructural, con amplios sectores que dependen de la asistencia estatal para sobrevivir. También destaca el problema de las finanzas. Las promesas de “lluvia de inversiones” terminan en mecanismos de saqueo como la fuga de capitales, o el endeudamiento externo, cuyo caso paradigmático es el del FMI, que sufrimos en la actualidad. No hay que olvidar el extractivismo, otra opción de los gobiernos de la región para la exportación. Pero en todos los casos, los beneficiados son los dueños de los resortes, que privatizan las ganancias, y socializan las pérdidas.

De posiciones e influencia

Un señalamiento importante de Heredia es que los resortes de poder no pueden limitarse al plano económico, sin bien este es indispensable para entender a las élites de conjunto. En el capítulo tres y cuatro va a estudiar a las élites sociales y los lugares privilegiados que ocupan, y a las élites económicas y su capacidad de tomar decisiones que afectan al conjunto de la sociedad.

Sobre las primeras, retomando a Bourdieu, plantea que si bien se parte de una base material, para las élites sociales “jugaban a su favor los resortes institucionales y subjetivos” [124], una trama de beneficios, contactos, estilos de vida, que le permiten garantizar un bienestar diferenciado. A su vez, los mismos le permiten a estas minorías acceder a todo tipo de posiciones económicas, políticas, estatales, educativas, simbólicas, que les permiten tener una influencia superior respecto a las mayorías.

Sobre las élites políticas, señala que su particularidad reside en el tipo de influencia que tienen, ligada a las decisiones: “La decisión está en el corazón mismo de la definición política y de su capacidad para intervenir en la vida de las mayorías” [171]. Aunque no lo diga de está manera, se refiere a las decisiones estatales. Va a plantear “que ciertas preocupaciones alcancen estado público no es suficiente (…) es necesario que el Estado aparezca como parte de la solución” [174]. Así, para las élites políticas y los partidos, lo central es la lucha por acceder a los “resortes del gobierno”, es decir, al Estado. Pero…

¿Qué Estado?

En las conclusiones Heredia desarrolla cuál es su propuesta para combatir la desigualdad, asignándole al Estado un rol central, aunque en ningún momento se detiene a conceptualizar qué es ese Estado. Desde el marxismo definimos que este tiene un carácter de clase, es decir, no hay Estado a secas, sino Estado capitalista. Esto afecta la infraestructura de ese Estado, para pensar quienes pueden acceder al mismo (las elites que tienen recursos, posiciones e influencia, según los términos de la autora), y a la forma en la que funcionan sus resortes de poder. La misma autora habla de cómo la Constitución argentina brinda al presidente potestades monárquicas, o de la justicia, que escapa a cualquier mínimo control popular.

Así es claro que el Estado capitalista no es un órgano “neutral”, cuyas decisiones dependen únicamente de la fuerza política que lo dirija, sino que tiene el rol de preservar el poder de las élites. Vale aclarar que no dedica atención al problema de la represión, exceptuando momentos como la dictadura, siendo que es una función estatal muy presente en los últimos años, no sólo en los casos donde hay gobiernos totalitarios. A su vez, retomando a Gramsci, podemos decir que el Estado no se restringe solamente a las fuerzas armadas y a las decisiones gubernamentales. Su fórmula del Estado como “coerción más consenso” y la noción de hegemonía justamente son útiles para pensar cómo las élites construyen activamente esos consensos, mediante la educación, los medios de comunicación, la cultura y la ideología, y la estatización, por ejemplo, de los sindicatos.

Pero no es solo que el Estado, en el que deposita esperanzas, sea de clase y busque preservar a las élites, sino que sus propios desarrollos sobre la desigualdad muestran el rol activo que ha tenido en su profundización. Sin ir más lejos, la ofensiva neoliberal, los mecanismos de saqueo como las finanzas y el endeudamiento, el extractivismo, la reproducción de la situación privilegiada de las élites y su poder político, son indisociables del rol que el Estado ha jugado a lo largo de la historia. En la actualidad esto se expresa claramente con los condicionamientos que implican el pacto con el FMI, donde el imperialismo tiene injerencia directa sobre las decisiones locales, que desde ya benefician a los grupos concentrados y al capital extranjero. Si bien es válido el planteo de Heredia de que hay que estudiar las distintas formas en la que se han desarrollado estos procesos, el olvido de la cuestión del Estado capitalista, así como antes desarrollamos el de clase, tiene consecuencias profundas para pensar el combate contra la desigualdad.

Los límites de la obsesión

Ya en las conclusiones, la autora plantea que «ese contraste (el 99% contra el 1%) bien puede convertirse en un antagonismo, en una oposición que movilice a las mayorías y contribuya a la construcción de una sociedad más justa» [202]. Para ella está lógica parte de una esperanza en la «capacidad del pueblo de amedrentar a los poderosos y cambiar la historia». El problema que señala es que «a diferencia del vínculo cotidiano y visible que enlazaba a campesinos y latifundistas, a trabajadores y burgueses, los ligamentos que articulan y oponen a las mayorías y la élite enriquecida resultan más sinuosos», y que por lo tanto, más allá de «movilizar sensibilidades», no es útil para pensar respuestas prácticas.

Sobre esto, además, la noción del “99%” y el “1%” parte de una simplificación. En realidad, como señala Mercatante, la clase dominante “que concentra y gerencia los principales medios de producción” constituye alrededor del 1% de la población en el país, pero se apoya en la clase media alta o pequeño burguesía, “el 15 % de la población constituido por los patrones medianos y pequeños, directivos de nivel medio y jefes de oficina”. Sobre la clase obrera y los sectores populares, aunque es la inmensa mayoría, un porcentaje más acertado se ubica arriba del 80%. [3]

Volviendo a lo que Heredia considera una “obsesión”, señala algunos ejemplos. Primero, lo que llama “límites de la progresividad tributaria”, refiriéndose a iniciativas como el impuesto a las grandes fortunas. Plantea que estas políticas afectan a aquellos ricos que declaran sus ganancias, y que entonces contribuyen a que estos apelen a los mecanismos de evasión para “zafar”. Sobre las élites políticas, todo su desarrollo la lleva a la conclusión de que “la obsesión por la presidencia y sus elites está al menos desactualizada” [200], ya que sus decisiones estarían condicionadas por los “poderes económicos y sociales que conquistaron mayor autonomía, capacidad de veto y elusión de controles”.

En el final, profundiza en los límites de lo que denomina la «puja distributiva». En su visión, esta sería el conflicto clásico entre obreros y patrones, centrado en la lucha por aumentos salariales. Si bien reconoce la enorme transferencia de ingresos que se da en la actualidad desde el trabajo hacia el capital, sostiene que más allá de los aumentos de precios y los ataques a las condiciones laborales de los empresarios, la desigualdad se produce en gran medida por mecanismos que no son solo potestad de los patrones, por ejemplo el carácter dependiente del imperialismo de nuestra economía, y mecanismos de saqueo como el endeudamiento. El punto para ella además es que esta puja no afecta ni a las clases dominantes ni a las dominadas de conjunto. Por ejemplo, deja fuera a los bancos, al sector financiero o al «campo». Pero tampoco contempla a muchos del “99%” que no son trabajadores ocupados formales, y que por lo tanto, no tienen la capacidad de incidir en un conflicto sindical.

¿Qué obsesión?

Hay una serie de problemas en los señalamientos de Heredia. Para empezar, hablar de una “obsesión” por los ricos en Argentina es por lo menos exagerado. A excepción de la izquierda, los ricos y su riqueza no son una preocupación de las fuerzas políticas mayoritarias, ya sean del PRO o del peronismo, y menos la posibilidad de afectarlos. No olvidemos que Cristina Kirchner varias veces ha reivindicado como durante su gestión los empresarios “se la llevaban en pala”. Además, la idea de que hay una “obsesión por los ricos”, cuando ellos no serian el problema, es parte de los propios discursos de la élite capitalista, a cargo de personajes nefastos como Milei, con los que intentan quitarse toda responsabilidad por las penurias de las mayorías, mostrarse como pobres víctimas, o como parte de la solución de las catástrofes que generan. Desde ya, la autora no habla desde este lugar, pero tampoco dedica atención a este problema.

Por el problema de los impuestos, que los ricos evaden es una realidad. Naturalizarla como la única realidad posible es una opción de la autora. Que las decisiones políticas no se den en el vacío, sino condicionadas, no le quita responsabilidad a los actores que ocupan resortes claves para influir en la vida de millones. Y si bien algunos de los límites que señala sobre la puja distributiva son válidos, ya que por ese medio no puede resolverse la desigualdad estructural, los trabajadores del neumático y los residentes demostraron que se pueden ganar peleas salariales, que son importantes puntos de apoyo para enfrentar la degradación de las condiciones de vida. Además, en ningún momento la autora clarifica cuál sería el sector que deposita esas esperanzas desmedidas en la lucha sindical, por lo que no es claro contra quién está discutiendo.

¿Una convivencia más democrática?

“La política democrática es también la construcción de ideas e instituciones superadoras”, y “hay que empezar por reconstruir las bases de una convivencia menos polar y mercantilizada” [216] son las propuestas de Heredia.

Luego del desarrollo sobre la composición y el rol de las elites, y las formas en que acumulan capital a costa de las mayorías, una defensa de la democracia en dos párrafos de un libro de doscientas páginas deja mucho que desear. Todo el desarrollo lleva a pensar que manteniendo los “resortes del poder” no hay ninguna posibilidad de mejora.

Efectivamente, el libro se dedica centralmente a desarrollar como funcionan estos resortes del poder, pero no a plantear una salida. Pero además, no se pregunta por los fundamentos estructurales de la desigualdad en el capitalismo. Como puede leerse en otra nota publicada en Armas de la Crítica, acerca de una charla de Chipi Castillo en el marco de los talleres de marxismo que venimos impulsando desde la Juventud del PTS en todo el país, “la desigualdad de la sociedad, para Marx, se explica por la explotación de clase (…) existe una gran masa de trabajadores que no poseen nada, y que sólo tienen la capacidad de vender su fuerza de trabajo. La juventud que labura en bares o casas de comida, a veces consigue el sueldo de su día vendiendo dos pintas o una docena de empanadas, todo el resto que vendan durante la jornada, es la ganancia que se queda el dueño del lugar”. Para profundizar, pueden ver la charla y leer la nota aquí. Pero el punto es que en la medida en que haya explotación, y por lo tanto capitalismo, no hay posibilidades de una “convivencia menos polar” entre quienes explotan y quienes son explotados.

Como intentamos demostrar, naturalizando este sistema, la propiedad privada, la existencia de élites privilegiadas, y el poder del Estado capitalista, no hay combate posible contra la desigualdad. Desde este punto, habiendo analizado por qué la autora plantea que la “obsesión” no sirve, queremos exponer brevemente por qué para nosotros la única forma de combatirla realmente es poniendo en cuestión este orden, que no es ni eterno ni natural.

Obsesión no… Organización

La primera cuestión si definimos que no puede combatirse la desigualdad sin poner en cuestión a las elites y al Estado capitalista, es preguntarnos quién podría combatirla. Como decíamos anteriormente la noción del “99%” no permite responder está pregunta con claridad. En nuestra opinión, siguiendo a Mercatante, el sujeto que puede dar está pelea es “la clase trabajadora (que hoy suma 17 millones considerando sólo la Población Económicamente Activa), sus familias y junto a la pequeña burguesía pobre que constituye una aliada natural, representan casi ocho de cada diez habitantes del país”.

Así como el marxismo no define a los capitalistas por su riqueza, tampoco define a la clase trabajadora por su pobreza, sino por el lugar que ocupa en la producción, es decir, los resortes del poder de los que hemos estado hablando. Las fábricas, el transporte, los servicios, puertos, bancos, medios de comunicación, instituciones educativas, etc. Esto le da la posibilidad objetiva, no solo de parar la producción, sino de hacerse cargo de la misma. Este es el único fundamento por el que puede pensarse la posibilidad de combatir la desigualdad, poniendo estos resortes en función de otros intereses.

Por ejemplo, nacionalizando y unificando todas las entidades bancarias en un único gran banco nacional, bajo el control estricto de sus trabajadores, para evitar las maniobras de las clases dominantes, como la evasión. Así también con las empresas que manejan las exportaciones e importaciones, hiper concentradas y extranjerizadas, se podría imponer el monopolio estatal del comercio exterior, para evitar que las utilidades se vayan del país, y para que sean los trabajadores quienes decidan que se vende y que se compra. O tomando y poniendo a producir toda fábrica que cierre y despedida, reconvirtiendo su producción en función de las necesidades sociales, siguiendo ejemplos como el de Zanon o Madygraf. Así también, imponiendo el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados sin afectar el salario, para unir las demandas del sector formal e informal.

Esto desde ya depende del grado de organización independiente de las variables capitalistas que pueda desarrollar la clase obrera, que en nuestra perspectiva, implica la existencia de un fuerte partido revolucionario, con un programa anticapitalista, para que las crisis no la paguen los de siempre, y de una estrategia para vencer, que implica avanzar en la perspectiva de un verdadero gobierno de los trabajadores y los sectores populares. Esto se desarrolla en detalle en estas notas.

Para terminar, lo que sí queremos dejar planteado, es que el punto para combatir la desigualdad claramente no es “obsesionarnos” por los “ricos”. Sino organizarnos para terminar con un sistema estructuralmente desigual. Organizarnos por un sistema superior, donde los resortes del poder no estén en manos de una pequeña minoría, sino que sean las mayorías las que se hagan cargo de sus propios destinos. Que en nuestra perspectiva, implica la pelea por el socialismo.

Notas:

[1] Heredia, Mariana, ¿El 99% contra el 1%? Por qué la obsesión por los ricos no sirve para combatir la desigualdad, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2022.). Desde aquí, las referencias al libro estarán señaladas entre corchetes con el número de la página a la que correspondan al final de cada cita.


[2] Para una visión crítica sobre las teorías del sistema-mundo y la periferia, ver Esteban Mercatante, «¿Semiperiferias? ¿Subimperialismos? Debates sobre el imperialismo hoy», Ideas de Izquierda, disponible en: https://www.laizquierdadiario.com/Semiperiferias-Subimperialismos-Debates-sobre-el-imperialismo-hoy


[3] Esteban Mercatante, «De 2001 a hoy: ¿cómo hacemos para que la historia no se repita?», Ideas de Izquierda, disponible en: https://www.laizquierdadiario.com/De-2001-a-hoy-como-hacemos-para-que-la-historia-no-se-repita

Fuente: https://www.izquierdadiario.es/99-vs-1-Un-debate-sobre-como-combatir-la-desigualdad