Escribía Paul Sweezy en 1970: «La economía ortodoxa considera que el sistema social existente está dado como formando parte del orden natural de las cosas. Dentro de este marco busca determinar cuáles son las armonías de intereses entre los individuos, los grupos, las clases y las naciones, investiga las tendencias hacia el equilibrio y supone […]
Escribía Paul Sweezy en 1970: «La economía ortodoxa considera que el sistema social existente está dado como formando parte del orden natural de las cosas. Dentro de este marco busca determinar cuáles son las armonías de intereses entre los individuos, los grupos, las clases y las naciones, investiga las tendencias hacia el equilibrio y supone que los cambios son graduales y constructivos« [1].
La economía ortodoxa, escribe más adelante Sweezy, no refleja la realidad, sino más bien sirve como racionalización apologética de ella. Según Sweezy, la economía ortodoxa, a diferencia de la economía política clásica, que se daba por misión comprender el modus operandi del sistema socioeconómico, se presenta como una ciencia social. El problema es que esta última no pretende entender un determinando aspecto de la realidad, sino más bien inventar formas y medios de manipular las instituciones y las variables existentes para alcanzar resultados que por una razón u otra se consideran deseables. El problema es que el sistema socioeconómico, el mundo social en general, esta construido sobre intereses contradictorios de individuos, clases y Estados y sufre transformaciones y crisis más o menos regularmente. De ninguna manera es armonioso ni evoluciona gradualmente, sin sobresaltos, como se puede dar cuenta el observador menos atento. Y sobre todo quienes sufren en carne propia las consecuencias de esas crisis y sobresaltos.
Los economistas ortodoxos, al desconocer estas características, despojan de todo carácter científico a sus teorías y postulados. El recorrido para una aproximación científica al sistema socioeconómico es el que realizó Marx, quien partiendo de los trabajos de los economistas clásicos que describieron el sistema económico ya imperante, el capitalismo, puso de relieve su carácter contradictorio, la existencia de clases irreductiblemente antagónicas y su naturaleza temporal. Por eso El Capital no es un tratado de economía política sino una crítica de la economía política, como bien figura en el título de la obra.
John Kenneth Galbraith, que nunca fue «distinguido» con el así llamado premio Nóbel de Economía, en un texto publicado en castellano en Crítica de la ciencia económica, (Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1972) con el título La economía como un sistema de creencias (original en inglés publicado en 1970 en la American Economic Review con el título Economics as a System of Belief comenzaba escribiendo: «Un cargo reiterativo y no exento de razón que desde hace un siglo se le hace a la economía ha sido su empleo, no como ciencia, sino como fe protectora». Y más explícitamente se refería en su libro «Un viaje por la economía de nuestro tiempo» a «la tendencia de la economía y de otras ciencias sociales, a adaptarse a las necesidades y a la mentalidad de los miembros ricos de la comunidad…».
Marx se refirió ampliamente a esta cuestión en el Capítulo II de la Miseria de la filosofía (La metafísica de la economía política https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/005.html ) y también en el Epílogo de la segunda edición (1873) de El Capital, donde escribe: «…La burguesía, en Francia e Inglaterra, había conquistado el poder político. Desde ese momento la lucha de clases, tanto en lo práctico como en lo teórico, revistió formas cada vez más acentuadas y amenazadoras. Las campanas tocaron a muerto por la economía burguesa científica. Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba útil o perjudicial, cómodo o incómodo, de si contravenía o no las ordenanzas policiales. Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada, y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios».
Stiglitz, muy solicitado en tribunas académicas y políticas y celebrado por los «progresistas» de todo el mundo, recibió en 2001, junto con Akerlof y Spence, el Premio «Nóbel» de Economía (en realidad premio financiado por el Banco de Suecia) por su contribución a la teoría de la asimetría de la información, que sostiene que las fallas del mercado capitalista no se deben a la inexistencia de una competencia «pura y perfecta» («la mano invisible del mercado») sino que es el resultado de una información asimétrica e imperfecta que, dice, podría «tener profundos efectos en la forma en la que se comporta la economía». [2]
En la misma línea de pensamiento, Stiglitz también formuló con Shapiro la teoría del salario de eficiencia, y explica la existencia del desempleo por las deficiencias en la estructura informativa del empleo (http://links.jstor.org/sici?sici=0002-828).
Entre otras cosas, Stiglitz y Shapiro sostienen que la productividad está principalmente determinada por el nivel del salario del trabajador (el empleador tiende a pagar un salario más elevado a fin de incentivar al trabajador a ser más productivo: salario de eficiencia). Si bien es cierto que un salario más elevado motiva al trabajador no hay que ser muy experto para saber que no es el salario el que determina la productividad sino a la inversa: la productividad (bienes o servicios producidos por hora trabajada) es uno de los determinantes del nivel del salario: por eso un ingeniero que produce más valor por hora trabajada que un trabajador manual sin calificación gana más que este último.
En los hechos la gente trabaja más y gana menos. De manera general, la productividad ha aumentado enormemente en los últimos decenios, como consecuencia del progreso técnico y del aumento de la intensidad en el trabajo y de la jornada laboral y sin embargo los salarios reales no han seguido -ni aproximadamente- el mismo ritmo de crecimiento. Esto vale también para los cuadros profesionales, cuyos salarios se mantienen congelados y sus condiciones de trabajo no cesan de deteriorarse.
No hace falta haber recibido el premio «Nobel» del Banco de Suecia para darse cuenta que no es la asimetría de la información o la información imperfecta la causa de los males del sistema capitalista (entre ellos el desempleo). Las víctimas del sistema saben -o deberían saber- que las verdaderas causas son la concentración en pocas manos (gran capital y capital financiero parasitario) de las riquezas producidas por el trabajo humano.
Con el aumento de la productividad el desempleo tiende a aumentar y no a disminuir por la sencilla razón que menos trabajadores activos pueden producir más bienes y servicios. Es la política que prefiere el gran capital para aumentar su tasa de beneficio y mantener una alta tasa de desocupación que presiona a la baja el salario real de los trabajadores activos.
Pero más allá de la lógica capitalista, el aumento de la productividad debería traducirse en la reducción de la jornada laboral y en el aumento del tiempo libre dedicado a la plena realización del ser humano, como escribió Marx en los Grundrisse (1857).
Una prueba de la ineficacia de las teorías y de los métodos de Stiglitz para analizar la economía real es un informe que elaboró en 2002, encomendado por los grupos financieros Fannie Mae y Freddie Mac, donde afirmó que la actividad de dichos grupos, que garantizaban los préstamos hipotecarios concedidos por los Bancos a clientes poco solventes, no implicaban prácticamente ningún riesgo para el sistema bancario. Según Stiglitz el riesgo era del orden de entre uno sobre medio millón y uno sobre tres millones. [3]
Contra las «previsiones» de Stiglitz, basadas en modelos matemáticos, las políticas de Fannie Mae y Freddie Mac contribuyeron en buena medida a desencadenar la crisis financiera que dura hasta hoy.
Joseph Stiglitz, en un artículo que publicó el diario Clarín de Buenos Aires el 21 de junio de 2015 (Por una ley para la deuda soberana), escribe:
«Los países a veces tienen que reestructurar sus deudas. De lo contrario, la estabilidad económica y política de un país puede verse amenazada. Pero, en ausencia de un régimen regulatorio internacional para resolver los defaults soberanos, el mundo paga un precio más alto del que debería para tales reestructuraciones». Y después sigue con otras consideraciones que el lector honestamente preocupado por los problemas socioeconómicos actuales (pero un poco desprevenido) no puede menos que suscribir.
Pero Stiglitz elude lo más importante: antes de renegociar o reestructurar una deuda hay que proceder a auditarla para establecer qué parte es legítima y que parte no. Por ejemplo si no se ha incrementado con intereses usuarios, con intereses sobre los intereses (anatocismo) y si su mismo origen no es el resultado de operaciones fraudulentas (deudas simuladas, contraídas por particulares que después asume el Estado) o contraídas por gobiernos autoritarios o dictatoriales para gastos improductivos y/o suntuarios o que va a parar total o parcialmente a las cuentas particulares en paraísos fiscales de los funcionarios de turno, etc. Esto es, elude la cuestión esencial: el mecanismo perverso del capital financiero dominante que hace de la deuda un círculo vicioso que no cesa nunca y que permite a ese capital absorber de manera improductiva, parasitaria y permanente una buena parte del producto del trabajo de los pueblos de todo el mundo. Esta sería una de las formas de «acumulación por desposesión» de que habla David Harvey. Mediante las políticas de austeridad, para las cuales no hay alternativa según las elites políticas, los funcionarios y los economistas al servicio de las clases dominantes [4].
(La nota precedente es un fragmento del Capítulo II (Las teorías económicas justificantes del orden capitalista vigente) de nuestro libro El papel desempeñado por las ideas y culturas dominantes en la preservación del orden vigente . Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015. Publicado en Colombia en 2017 con el título El colapso del progresismo y el desvarío de las izquierdas. La Carreta Editores, Medellín).
Notas:
[1] Sweezy, Paul, Toward a Critique of Economics; Monthly Review enero 1970. En castellano: en Crítica de la ciencia económica, Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1972.
[2] Escribe Stiglitz: «(…) Durante doscientos años los economistas utilizaron modelos económicos simples que asumían que la información es perfecta, por ejemplo, que todos los participantes tienen el mismo transparente conocimiento de los factores relevantes. Ellos sabían que la información no era perfecta, pero tenían la esperanza de que un mundo con moderadas imperfecciones en la información sería semejante a un mundo con información perfecta. Nosotros mostramos que esa noción estaba mal fundamentada: incluso las pequeñas imperfecciones en la información podrían tener profundos efectos en la forma en la que se comporta la economía. El Comité del Premio Nobel citó nuestro trabajo acerca de la ‘asimetría de la información’, un aspecto de las imperfecciones causadas por el hecho de que distintas personas en un mismo mercado saben distintas cosas. Por ejemplo: el vendedor de un auto puede saber más sobre su auto que el comprador; quien compra un seguro puede saber más sobre sus posibilidades de tener un accidente (tales como la forma en la que maneja) que quien vende el seguro; un trabajador quizá sepa más acerca de sus habilidades que un patrón potencial; la persona que pide prestado tal vez sepa más sobre sus posibilidades de pagar un préstamo que quien otorga el crédito. Pero las asimetrías de la información son sólo una faceta acerca de las imperfecciones de la información, y todas ellas -incluso cuando son pequeñas- pueden tener fuertes consecuencias».Véase: http://www.project-syndicate.org/commentary/asymmetries-of-information-and-economic-policy/spanish
[3] Como las cifras de nivel de riesgo que proporciona Stiglitz son dignas de un autor de ciencia ficción, para despejar dudas citamos el texto original de Stiglitz en la Conclusión de su Informe: This analysis shows that, based on historical data, the probability of a shock as severe as embodied in the riskbased capital standard is substantially less than one in 500,000 -and may be smaller than one in three millions. Given the low probability of the stress test shock occurring, and assuming that Fannie Mae and Freddie Mac hold sufficient capital to withstand that shock, the exposure of the government to the risk that the GSEs will become insolvent appears quite low». (Implications of the New Fannie Mae and Freddie Mac Risk-based Capital Standard. Joseph E. Stiglitz, Jonathan M. Orszag and Peter R. Orszag).
[4] En 1996 la OCDE publicó en el Cahier de Politique Economique nº 13 un trabajo de unas 40 páginas de Christian Morrisson -que fue Jefe de División en esa Organización de 1984 a 1994- titulado La faisabilité politique de l’ajustement (La factibilidad política del ajuste), donde se examinan las mejores estrategias para aplicar las políticas de ajuste con el menor costo político (terapia de shock o gradualismo) en función de distintos factores políticos y sociales. http://www.oecd.org/fr/dev/1919068.pdf
En 2003 Beatriz Stolowicz escribió: «En 1991 el BM deja claro que la opción de velocidad entre gradualismo y terapia de shock (un lapso concentrado no mayor de dos años) depende del grado de legitimidad de los gobiernos: gradualismo para baja legitimidad, shocks para alta. Aconsejan que si los que se oponen a las reformas poseen mucha fuerza organizada, es conveniente tomarlos por sorpresa con reformas veloces antes que reaccionen; si hay posibilidades de ganar para las reformas a los opositores potenciales entre los perdedores previsibles, tal vez el gradualismo permita hacer mejor la labor de convencimiento, aliviándolos con transferencias temporales que les ayuden a pasar por la transición, y le dé a los gobiernos tiempo para descubrir quiénes son esos potenciales opositores. También el gradualismo podría darles tiempo a los gobiernos para enfrentar obstáculos administrativos y de inexistencia de las instituciones requeridas; y podría ser también útil para el sector privado para darle tiempo para la relocalización de los capitales y del trabajo, etcétera. Y se aclara que hacer el ajuste a lo largo del tiempo no significa que la introducción de las reformas sea en sí misma gradual (ID91, pp.116-117). Aunque no lo expresen, son idénticas las consideraciones que llevan al BM a recomendar el gradualismo a la luz del nuevo momento político, en la segunda mitad de los noventa «.Stolowicz: América Latina: estrategias dominantes ante la crisis (2003).Artículo publicado en el libro de Naum Minsburg (Coord.), Los guardianes del dinero. Las políticas del FMI en Argentina, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2003. También en Revista Espacio Crítico núm. 1, Bogotá, segundo semestre de 2004. En internet: http://148.206.107.15/biblioteca_digital/capitulos/392-5351ric.pdf
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