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La caldera planetaria

Fuentes: Rebelión

El planeta se ha transformado en una enorme caldera donde se cocina un guiso para pocos y en la que sin orden ni proporción se mezclan los más insólitos e imprevistos ingredientes creados por el ser humano: divisas y otros muy diversos derivados financieros tales como SWAPS, acuerdos a futuro (forward) OTCs (operaciones «over de […]

El planeta se ha transformado en una enorme caldera donde se cocina un guiso para pocos y en la que sin orden ni proporción se mezclan los más insólitos e imprevistos ingredientes creados por el ser humano: divisas y otros muy diversos derivados financieros tales como SWAPS, acuerdos a futuro (forward) OTCs (operaciones «over de counter»), CDS (Credit Default Swaps, o permutas de incumplimiento crediticio), los CFD, los contratos de futuros, los bonos estatales, los fondos de inversión y las opciones, calificados todos como armas de destrucción masiva, instrumentos en suma puramente especulativos y en permanente ebullición que según el premio nobel de economía Maurice Allais han convertido al mundo en un «enorme casino» destinado a sustentar la «pleonexia» como llamaban los griegos al insaciable apetito de riquezas que Platón calificó como verdadera «enfermedad moral», generando un potaje en permanente ebullición al servicio de un reducidísimo núcleo de seres humanos.

Es lógico en consecuencia preguntarse, ¿cómo es posible mantener incandescente tanto tiempo el fuego de esa caldera? Y sin embargo no lo hace difícil la ficticia construcción de ese ámbito específico que algunos han llamado Moneyland, país sin territorio en el que opera un acotado grupo de grandes financistas internacionales sin patria y sin ley, servidores y transmisores del llamado ROC (Riqueza Obscena Concentrada) un virus para el que hasta ahora no se han encontrado antídotos.

Pero lo más grave no es solo que se mantenga ese fuego incandescente alimentado por el mismísimo Satanás ni que se siga cocinando ese siniestro potaje que alimenta a unos pocos seres vivos, sino que cada vez con mayor frecuencia saltan chispas que incendian campos y forestas y están provocando hasta en las grandes urbes, violentas reacciones con graves consecuencias para sus patrimonios y el de la vida humana.

Pruebas al canto nos muestran que en lugares tan dispersos como El Líbano, Egipto, Ecuador, Honduras, Haití, Chile y ayer mismo Bolivia los incendios tienden a incrementarse porque es de allí donde se extrae el combustible que les proporcionan sus recursos naturales y es en ellos en los que las chispas generan cada vez más frecuentemente las reacciones de quienes son los miembros más afectados de la comunidad planetaria.

Como apunta Marcelo Colussi «hay hambre, bronca, frustración, profundo malestar; hay desencanto y desilusión. Es por eso por lo que la gente, enardecida, se manifiesta, aún a riesgo de su vida». Y es por eso mismo que en la medida en que se mantenga esa estructura de poder apoyada y sostenida por gobiernos que traicionan las aspiraciones de sus votantes, que se someten a los dictados de los poderosos, claramente identificados por las revistas Forbes y Fortune y que se sienten enfermizamente atraídos por el mundo virtual de las finanzas olvidando rápidamente que es al pueblo a quien deben su acceso a ese poder que a poco de andar terminan sometiendo vilmente al bíblico dios Mamón.

Seguirán esparciéndose muchas chispas todavía en la medida en que no se logre apagar ese fuego maligno atacando las profundas y verdaderas causas de su aparición o se obtenga de otro modo la cocción de un producto más genuino y abundante que alcance y se distribuya más equitativamente sobre toda la faz de la tierra. De otro modo nos exponemos a que la caldera levante presión y el planeta estalle en miles y miles de pedazos, inexorablemente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.