Ya en su temprana obra ¿Qué hacer? Lenin explicaba la evidente influencia de las clases pudientes sobre las multitudes por los siglos que acumulaban en una propaganda, si bien mendaz, cincelada con delectación de experimentado artista -¿viejo zorro?-. Luego el concepto gramsciano de «hegemonía» develaba hasta qué punto habían (han) logrado consenso al dirigir, induciendo […]
Ya en su temprana obra ¿Qué hacer? Lenin explicaba la evidente influencia de las clases pudientes sobre las multitudes por los siglos que acumulaban en una propaganda, si bien mendaz, cincelada con delectación de experimentado artista -¿viejo zorro?-. Luego el concepto gramsciano de «hegemonía» develaba hasta qué punto habían (han) logrado consenso al dirigir, induciendo a parte de las víctimas a no tomarse por tales, y hasta a pensar que habitan el mejor de los mundos, o el único posible. Lo cierto es que la actualidad puede haber sobrepasado los juicios de los genios mencionados. Hoy día sufrimos situaciones como determinada derechización a la hora del voto electoral en los cuatro puntos cardinales, en medio de una inusitada avalancha de imputaciones malsanas, «falsos positivos», fake news, contra el sistema que estaría en condiciones de sustituir al capitalismo…
Sin embargo, como asevera Fernando Buen Abad Domínguez en la digital Rebelión, «bastaría con escuchar el odio que inyecta la burguesía a sus denuestos contra el socialismo para deducir que algo muy bueno para los seres humanos implica terminar con la jerarquía de los opresores para ir a un sistema socialista capaz de erradicar el interés del capital sobre los seres humanos y erradicar todo el fardo individualista, racista, excluyente y opresor que nos ha amargado la existencia durante demasiado tiempo. Poner a la sociedad como prioridad mayor para la sociedad misma, ha sido una lucha cuya vigencia es cada día mayor según se ven los estragos ecológicos y humanísticos que el capitalismo ha venido causando a lo largo de su historia. La realidad se encarga de reiterar la vigencia del socialismo».
La misma que crece mientras los acusadores ensayan tono de sepultureros -aquí entran sus «loros amaestrados»: los grandes medios de prensa, heraldos de la sinrazón-, empeñados en dar por cadáver a la tríada de socialismo (que es), comunismo (que podría ser) y marxismo (que no ha fallado, porque los mayúsculos errores no van a su cuenta, sino a la de quienes se separaron de sus justas comprensión y práctica). Cuánto dinero erogado y esfuerzo dispensado en la búsqueda y la utilización de publicistas, académicos y mercenarios para convencernos del descalabro de un ente económico, político y cultural que no ha contado con tiempo de desarrollo -su rival demoró centurias en desplegarse-, «para decirlo alegóricamente», ni del diez por ciento. Y en contraste, pues nos pintan un estado de cosas triunfador en forma ejemplar y rotunda.
Atinada aquí una interrogante señera del no menos señero Fidel Castro: «Hablan sobre el fracaso del socialismo, pero ¿dónde está el éxito del capitalismo en África, Asia y América Latina?»
Buen Abad no escatima pasión al responder tácitamente la pregunta del líder de talla universal. «Mientras el capitalismo es, según sus resultados macabros, una pesadilla generalizada que cada día empuja al planeta y a los seres humanos a un colapso tapizado por guerras, terrorismo, caos e inestabilidad de todo tipo, las riquezas naturales y laborales se concentran en unas cuantas manos. Unas pocas familias y empresas controlan la mayor parte de las actividades económicas de todo el mundo. La especie humana vive bajo una pauperización galopante mientras la monopolización registra records insalubres para toda forma de vida; mientras las diferencias entre ricos y pobres aumentan sin escrúpulos, sin pudor e impunemente. Se multiplica la inseguridad para los desposeídos y se reprimen las manifestaciones del malestar. Las evidencias son tan ofensivas como numerosas».
El lamento de sus «gurús»
Además, cómo parlotear sobre la victoria de una entidad enfrentada a descomunal peligro, según reconoce, por ejemplo, Raghuram Rajan, quien vaticinó la última crisis global, de acuerdo con un despacho de BBC Mundo, sitio digital que, tal vez sin proponérselo, nos ayuda a abrir los ojos al trasmitirnos que, conforme al ex alto funcionario del Fondo Monetario Internacional, se «ha dejado de proveer a las masas», y, «cuando eso sucede, las masas se rebelan contra el capitalismo». Y no lo prevé cualquiera, insistamos. En 2005, el hombre advirtió de que los complejos productos financieros habían creado lo que llamó una «mayor probabilidad de un colapso catastrófico». Desasosiego desatendido por la élite hasta que, dos años después, la hecatombe vino a refrendar sus cavilaciones.
Mas las pruebas no acaban aquí. Recientemente, el socorrido Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, hizo llover sobre mojado: «Pienso que el capitalismo está bajo una seria amenaza porque ha dejado de satisfacer las necesidades de muchos, [por lo que podrían ocurrir] muchas revueltas contra el capitalismo».
Ahora, del olmo ninguna pera. No esperemos soluciones o ahondamientos parecidos o equivalentes a los del Prometeo de Tréveris, Marx, y su alter ego, Engels… Rajan discurre que, si acaso, entre los defectos del objeto de análisis se halla, a secas, la precariedad creciente de la enseñanza, y obvia olímpicamente la estructura que la engendra y reproduce.
«Si realmente quieres tener éxito, necesitas una buena educación», y, desafortunadamente, las mismas comunidades afectadas por la globalización del comercio y de la información tienden a ser comunidades con sus escuelas en mal estado, donde hay un aumento de la delincuencia, aumento de las enfermedades sociales y no pueden preparar a sus miembros para la economía global».
Empero, no nos apresuremos a condenar. Intentemos apropiarnos de verdades y medias verdades en un vistazo integral. Porque, lógico, cada quien calibra el entorno según sus propios condicionamientos. Para el experto -y comulguemos con que si no la raíz, esto supone una vigorosa rama del asunto-, una muestra palpable de sus asertos la constituye EE.UU., cuya sociedad de austera se transformó en despilfarradora, y no brinda igualdad de ventajas, ergo: «las personas están cayendo en una situación mucho peor», al extremo del desmoronamiento, como en el contexto planetario.
Claro, en su opinión la coyuntura no resulta insalvable. Lo que se precisa es «un equilibrio; hay que mejorar las oportunidades», pues -y aquí aparece la cola hirsuta de sofismas y prejuicios- lo contrario son «los regímenes totalitarios», que emergen «cuando se socializan todos los medios de producción». (Como recordaremos, el marxismo rechaza la estatización a ultranza, idea que sus creadores criticaron a Lasalle, y cuya negación la encontramos hoy en puntos tales China, Vietnam, Cuba, que aprovechan la complementariedad de propiedades, verbigracia, para destrabar las fuerzas productivas y hacerse sostenibles en el tiempo.)
Considera el «profeta» que la democracia -el filósofo italiano Antonio Gramsci la juzgaba detenida a las puertas de las fábricas- representa un importantísimo papel en el proceso de renovación del capitalismo. «Esa es la [causa] por la cual la democracia de mercado libre era un sistema equilibrado, pero necesitamos recuperar ese equilibrio otra vez», recalca el hogaño profesor en la Universidad de Chicago. Catedrático que no teme solo la «irregularidad» apuntada como espada de Damocles sobre la formación. Apostilla que un informe de S&P Global Ratings sugiere la presencia de posibilidades de que vuelva a acaecer otra recesión crediticia, debido al incremento del 50 por ciento de la deuda en el orbe desde 2008.
El texto comenta que de esa fecha al presente el débito de los gobiernos ha aumentado 77 por ciento; el corporativo, 51. Y aunque algunos estiman poco probable un panorama tan grave como el último crack, Rajan aconseja que la única manera de evitarlo es estar siempre preocupado por él. Preocupación que introduce el alerta acerca de «la enorme cantidad de acomodo o relajación monetaria que ha habido desde la crisis global y la cantidad de liquidez que se ha vertido en los mercados». En otras palabras, tasas de interés muy bajas y una perniciosa impresión. La de «dinero fácil. Y lo que pasa cuando uno recibe dinero fácil es que se malacostumbra», alega, para añadir: «Se tiene más apalancamiento económico. Apalancamiento que depende del dinero fácil para la refinanciación. Y, al final, eso se acaba cuando se acaba el dinero fácil».
Entresaquemos, asimismo, de las lucubraciones de Rajan que «llega un punto en el que tenemos que decir ‘hay que normalizar las cosas’. Porque si no normalizamos, el sistema se reajusta a un estado donde se vuelve vulnerable a los cambios en las condiciones financieras».
Afirmación con que concuerdan incluso miríadas de los que contribuyen al enseñoramiento del régimen explayado. Y si ellos tiemblan, ¿por qué, entonces, no seguir apostando -a contrapelo de la aún latiente aunque menguada hegemonía- por lo raigalmente diferente? Por eso que Fernando Buen Abad Domínguez conceptuaba como «vigente socialismo, el que permite transformar impulsado por las potencias sociales unidas en igualdad. Un socialismo irreductible por burocracia alguna y sin totalitarismo de Estado. Un socialismo capaz de trastrocar el orden de la realidad para desterrar definitivamente las clases sociales y toda forma de opresión. Un socialismo no utópico. Un socialismo científico. Es decir, sin dogmas. Ese que Marx explicó en su Manifiesto».
Aquel que, en encendidos renglones, el articulista demuestra como exigencia objetiva y subjetiva de modificación, «que no podrá ser ahogada por los ´escuderos de la burguesía´ que difunden pesimismo pueril e individualismo, irracionalismo […] y consumismo. La vigencia del socialismo no podrá ser eclipsada por los desesperanzados ni los nihilistas padres del catastrofismo de ocasión.»
No yerra tampoco el observador al aseverar que quizá no sepamos, por el momento, cómo devendrá el futuro, mas sí sabemos cómo no deseamos que resulte. «Y eso implica y exige luchar, organizados, por ello».
Nada más imperioso, ¿no?
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