En esta nota actualizamos análisis que hemos presentado en notas anteriores sobre la economía global. La idea central es que se ha mantenido el crecimiento débil, al que hacíamos referencia años atrás. En este respecto recuerdo que en una nota de julio de 2014 ( aquí , y siguientes; también aquí ) decíamos que desde […]
En esta nota actualizamos análisis que hemos presentado en notas anteriores sobre la economía global. La idea central es que se ha mantenido el crecimiento débil, al que hacíamos referencia años atrás. En este respecto recuerdo que en una nota de julio de 2014 ( aquí , y siguientes; también aquí ) decíamos que desde el final de la crisis de 2007-9 la coyuntura no era de depresión, o recesión, pero tampoco de fuerte crecimiento. Las economías de la zona del euro y Japón continuaban estancadas; el crecimiento era débil en Estados Unidos y Canadá; y relativamente importante en los países atrasados.
Agregábamos que todo indicaba que la economía mundial se encaminaba hacia un largo período de crecimiento débil, o semi-estancamiento . En paralelo, había mucha liquidez que alimentaba el crédito y la especulación. Una situación que Marx llamó «plétora del capital», y que la literatura económica mainstream registró como «exceso mundial de ahorro». Con bajas tasas de interés y mucho cash , y a pesar de mejoras en la rentabilidad -entre otras razones por aumento de la plusvalía relativa, véase más abajo- la inversión permanecía débil. Así, en lugar de ampliar su capacidad productiva, las empresas preferían recomprar sus acciones o involucrarse en fusiones y adquisiciones, en un contexto de crecimiento del crédito y las deudas, y falta de dinamismo de la producción.
También planteamos que el crecimiento débil de largo plazo era consecuencia de la crisis estructural de 2007-9. Esto es, una crisis de sobreacumulación de capital que se combina y potencia con la crisis financiera. Son crisis precedidas por períodos de intensa acumulación, crecimiento del crédito, especulación y subas de los precios de los activos, que impulsan la sobreacumulación y la especulación. Pero esa dinámica impulsa la inversión en capital constante por trabajador, la sobreacumulación y sobreinversión, con la consecuencia de presiones bajistas en los precios y caída de la rentabilidad. Agregábamos que estas crisis podían marcar cambios bajistas de la tendencia de largo plazo en el crecimiento ; combinado con estancamiento o caídas en zonas o países importantes por su peso económico, como ocurrió en la zona del euro y Japón.
Situación en 2019
Actualizando entonces el anterior análisis, lo más destacado es que no se alteró la dinámica poscrisis descripta. Para 2019 el FMI pronostica un crecimiento global de la economía del 3,2% ( World Economic Outlook , julio 2019). Prevé que EEUU crezca 2,6%; la zona del euro 1,3% (1,9% en 2020); Gran Bretaña 1,3%; y Japón 0,9% (0,4% en 2020). En China el crecimiento esperado en 2019 es 6,2% (6% en 2020) y en India 7% (7,2% en 2020). América Latina 0,6% en 2019. El informe destaca que la inversión y la demanda de bienes de consumo durables, como automóviles, han permanecido débiles en las economías avanzadas y de mercados emergentes. La baja inversión en maquinaria y equipos afecta a la industria manufacturera global. Las tensiones comerciales entre China y EEUU, la posibilidad de un Brexit sin acuerdo, socavan aún más la confianza de los capitales y la inversión.
La OCDE ( Economic Outlook , 2019, Issue 1) plantea que el crecimiento global se desaceleró a fines de 2018 y se está estableciendo a un nivel más bajo. A igual que el FMI, prevé un crecimiento global de 3,2% en 2019, y 3,4% en 2020. Sostiene que el crecimiento es «frágil», y puede revertirse si se exacerba la guerra comercial. También subraya la debilidad de la acumulación de capital: el crecimiento de la inversión de las empresas, en las economías avanzadas, sería de solo 1% anual en 2019 y 2020, contra 3,5% anual en 2017 y 2018. El crecimiento del comercio se desaceleró de forma importante. Por otra parte China es una fuente de preocupación, fundamentalmente porque continúa aumentando la deuda corporativa no financiera.
El Banco Mundial, a su vez, estima que el crecimiento del producto global en 2019 será 2,6% («The Global Economy: Heightened Tensions, Subdued Growth», 4/06/2019). Considera que la inversión se mantendrá por debajo de los promedios de largo plazo; y que estamos ante la mayor caída del crecimiento del comercio global desde la crisis financiera.
Salarios y productividad, una brecha en aumento
Junto al crecimiento débil se registra una tendencia a un menor crecimiento de los salarios. Según la Organización Internacional del Trabajo (ILO en inglés), el crecimiento del salario real en términos globales (136 economías) en 2017 no solo fue menor que en 2016, sino también fue el menor crecimiento desde 2008. Mientras que en 2016 creció 2,4%, en 2017 aumentó solo 1,8%. Si se excluye China, el crecimiento fue 1,8% en 2016 y 1,1% en 2017. En los países adelantados del G-20 el aumento de los salarios pasó del 1,6% en 2015 al 0,4% en 2017. En EEUU la tasa de incremento bajó del 2,2% en 2015 al 0,7% en 2016 y 2017 (ILO, «Global Wage Report 2018/19: What lies behind gender gaps»).
Esta caída en el crecimiento de los salarios reales se combina con una productividad que se incrementa a mayor ritmo. Siempre según el informe de la OIT citado, en el período 1999-2017, y en los 52 países llamados de altos ingresos, en promedio la productividad del trabajo creció más rápidamente (en total, 17%) que los salarios reales (13%). Esta disociación entre salarios y productividad explica por qué las participaciones del salario en el ingreso en muchos países están por debajo de las de inicios de los 1990. En este último respecto, según la OCDE, en el período 1990 a 2009 la participación de la remuneración del trabajo en el producto nacional declinó en 26 de 30 países avanzados para los cuales se dispone de datos. La mediana de la participación de los salarios en el ingreso nacional cayó del 66,1% al 61,7%.. Otro estudio, también de la OCDE, encontró que la participación de los salarios en las economías del G-20 disminuyeron 0,3% por año entre 1980 y finales de los 2000. En el caso de los países en desarrollo y economías emergentes, la evidencia es más ambigua y mixta. Sin embargo, la OIT encontró que la caída en la participación del ingreso en muchos países atrasados (en vías de desarrollo y emergentes) es aún más pronunciada que en los países desarrollados. En líneas generales, la caída de la participación de los salarios en el ingreso tendió a frenarse, o a revertirse levemente, en lo más profundo de la crisis financiera, pero comenzó a caer de nuevo a partir de 2009 («The Labour Share in G20 Economies», OECD, febrero 2015).
En términos marxistas, la caída de la participación de los salarios en el ingreso significa aumento de la tasa de plusvalía. Esto es, los incrementos de la productividad abaratan el valor de la fuerza de trabajo (la productividad aumenta a un mayor ritmo que el salario promedio), y habilitan a que una mayor porción del valor agregado vaya a parar a los bolsillos de los capitalistas. Un factor que contrarresta la tendencia a la caída, debida al aumento de la inversión de capital constante por obrero, de la tasa de ganancia.
Creciente desigualdad de ingresos y riqueza
Lo planteado en el apartado anterior conecta con la creciente desigualdad de ingresos y riquezas, tendencia que se registra desde hace unas cuatro décadas, y ha sido destacada por diversas organizaciones e incluso por representantes del establishment. En este respecto, David Lipton, director gerente interino del FMI, observaba – en un discurso pronunciado el 16/07/2019- que desde 1980 el l 0,1% más rico de la población mundial ha concentrado prácticamente los mismos beneficios económicos que recibe el 50% más pobre (véase https://www.imf.org/es/News/Articles/2019/07/12/sp071619-the-future-of-bretton-woods ).
En el mismo sentido, Oxfam International sostiene que en 2018 las fortunas de los 2200 billonarios (aquellos con patrimonios de 1000 millones de dólares, o más) aumentaron 12% -900 mil millones en el año, o sea, 2.5 mil millones por día- en tanto 3800 millones de personas, que constituyen la mitad más pobre de la humanidad, vieron caer su riqueza un 11% ( https://www.oxfam.org/en/pressroom/pressreleases/2019-01-18/billionaire-fortunes-grew-25-billion-day-last-year-poorest-saw ). El World Inequality Report 2018 también registra que desde 1980 la desigualdad de ingresos aumentó rápidamente en Norte América, China, India y Rusia, y ha crecido moderadamente en Europa. En Rusia la desigualdad aumentó bruscamente, en China fue más moderada y relativamente gradual en India. En Europa Occidental y Estados Unidos, en 1980 el 1% de la población con mayores ingresos obtenía el 10% del ingreso. En 2016 en Europa Occidental el 1% más rico obtenía el 12% del ingreso, y en Estados Unidos el 20%. En Medio Oriente, África Subsahariana y Brasil la desigualdad de ingresos se ha mantenido relativamente estable, pero a niveles muy elevados. A nivel global, desde 1980 el 1% más rico de la población mundial capturó el doble del crecimiento del ingreso que el 50% más pobre (véase https://wir2018.wid.world/files/download/wir2018-full-report-english.pdf )..
De nuevo, se trata de gigantescas masas de plusvalía que en buena parte ha ido a alimentar el crédito y la valorización ficticia de activos financieros. Por eso la débil acumulación global ha ido de la mano de un mar creciente de deudas; una cuestión que tratamos en la segunda parte de la nota.
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