Hablar sobre Venezuela en estos momentos es aclarar una realidad político-económica que se interpreta oficialmente desde dos discursos hegemónicos, tratando de nuestro lado al menos, de construir una visión autónoma (que algunos llamarán clasista o emancipatoria) cuyo fin no es hacer «justicia» entre estos dos, sino mandarlos «para el carajo», nada fácil por cierto cuando […]
Hablar sobre Venezuela en estos momentos es aclarar una realidad político-económica que se interpreta oficialmente desde dos discursos hegemónicos, tratando de nuestro lado al menos, de construir una visión autónoma (que algunos llamarán clasista o emancipatoria) cuyo fin no es hacer «justicia» entre estos dos, sino mandarlos «para el carajo», nada fácil por cierto cuando se trata sostener una posición revolucionaria.
Se dice por el lado de una derecha descaradamente neoliberal y proyanky, que el gobierno de Nicolás Maduro ha terminado de llevar todo el andamiaje «populista» sobre el cual se levanta desde sus inicios la política chavista, hasta sus últimas consecuencias, ya perdidas casi todas las reservas de divisas producto de la renta. Una política económica dedicada a reforzar el aparato de Estado clientelar, a contraponerse a las leyes del mercado, el control de la moneda, en contra de la iniciativa empresarial, expropiador de la propiedad privada, desalentador de toda forma de inversión privada nacional e internacional, además de ser profundamente ineficiente y corrupto, iba a traer como consecuencia, el quiebre del aparato económico tanto privado como público, la fuga de capitales y un Estado cada vez mas endeudado, fiscalmente deficitario, dependiente de la renta petrolera. La inflación creciente, el desabastecimiento, el dólar negro, los problemas terribles del contrabando de gasolina y cualquier cantidad de bienes de primera necesidad (lo que llaman el «bachaqueo»), principalmente al mercado colombiano, no son mas que la última barrera de auxilio para una economía que dentro del espacio nacional no tiene ningún futuro, y el ejemplo perfecto de que toda forma de «populismo socializante» a la final no hace otra cosa que empobrecer más a la sociedad y destruir su economía. Venezuela, con una situación social efectivamente en declive luego de largos años de mejora de todos sus índices (pobreza, empleo, alimentación, salario, etc) sería un ejemplo perfecto de esta ecuación infalible según ellos.
Vamos ahora con el gobierno. En este caso es mucho mas difícil hacer una síntesis ya que el discurso es mucho más borroso, ideológico y tiende a ser más una defensa política frente a una situación económica que la podemos calificar de desastrosa. El gobierno, siguiendo las líneas de la situación ya vivida en el año 2002 (conspiración abierta y de masas de la oligarquía), y tratando como nunca de hacer una comparación de la situación vivida en Chile año 73, habla de la «guerra económica». Es decir, la «oligarquía» y sus aliados económicos externos e internos, estarían llevando adelante una guerra económica con finalidades políticas de tumbar el gobierno, incrementando el desabastecimiento través del acaparamiento y la formación de mafias contrabandistas (una situación que se acerca al 50% de los productos básicos) y una inflación (alrededor del 70% el año pasado y con la posibilidad de que cruce las tres cifras este año) producto de la especulación que tiene como referencia el «dólar negro» (mientras el dólar oficial tiene un valor de 6.30 por dólar y el mercado controlado para los importadores de 10 y 50 Bs, el «dolar negro» ya rondea los 200 Bs). Esto además se une a una campaña «imperialista» en función de bajar el precio de la deuda venezolana, lo que crea el éxodo de acreedores e inversionistas, dejando a Venezuela sin piso para futuros créditos, en un momento donde han prácticamente desaparecido las reservas líquidas de divisas. Esto es como decirle al zamuro que es culpable de comerse la carne que le pusiste frente al pico, pero en fin. Frente a esta «guerra económica» el gobierno hace propaganda incansable de la compensación que intenta a través de los mercados regulados directamente por el Estado (Mercal, Pdval, Abastos Bicentenarios), y subidas muy tímidas para el tamaño de la inflación del sueldo mínimo, además de hacer alarde permanente de la política ya tradicional del chavismo, de expansión del gasto público en educación, salud, misiones sociales, etc. Una realidad frente a otra la de la guerra económica y el heroísmo de la «revolución» que distribuye la riqueza en favor del pueblo, de esta manera sigue polarizando la situación política a su favor, o por lo menos ese es el objetivo.
Una como otra son «explicaciones» de una realidad donde cada actor utiliza los términos aparentemente técnicos para interpretar una realidad de manera que convenga a su interés politico: el regreso de la derecha al poder por un lado, la conservación del mismo en nombre de la revolución por el otro. El problema de estas dos interpretaciones, una acusatoria-ofensiva y la otra acusatoria-defensiva, son precisamente eso: acusaciones hacia el enemigo político y aparentemente de clase según el gobierno, con las cuales se resolvería la comprensión de una realidad, fundamental además para la conservación de un capital político y en el caso de la derecha aumentarlo.
Ahora vamos realmente a la situación: visto desde el punto de vista de las clases desposeídas, lo que vemos es de nuevo una subida del pobreza producto de la desvalorización del salario y en general de la moneda que se tiene en los bosillos. Vemos gentes haciendo colas interminables para conseguir productos necesarios (papel de baño, jabón de lavar, pañales, shampoo, harina de maíz, azúcar, café) mientras otros se consiguen a precios exorbitantes: carne, pollo, pescado, etc. Con suerte se consiguen baratos en los mercados de Estado, y «vuelan» por la necesidad o por trampas del revendedor tanto de la calle como en la frontera. Situación que se complejiza por los nivel de violencia social que se acrecienta en la misma medida que crece la ausencia. Y mientras tanto una pequeña porción de burgueses, banqueros, y economía mafiosa de todo tipo, aumentan todos los días sus cuotas de ganancia, acrecentando la desigualdad social.
El que vive esta situación que es el 80% del pueblo venezolano, recibe a su vez las interpretaciones hegemónicas de la misma, donde por mucho tiempo ganaba la interpretación oficial de gobierno en la medida en que la crisis no era palpable, pero a estos niveles es la derecha quien consigue mayores saldos. La interpretación popular si buscamos una síntesis se centra mayoritariamente en la corrupción («se robaron los reales», «estos viven como reyes y nosotros pelando», «aquí no se produce nada»), la especulación de los ricos que a la final son los que se llevan todo, y la ineficiencia de la burocracia.
En el momento de hoy esto se dice con mucha rabia y mucha verdad, porque efectivamente mas allá de la «guerras económicas» y los problemas de la violación de los mercados, este es un país desfalcado. Lo que ni una ni otra interpretación dejan en claro es que sobretodo en los últimos cinco años, ya con la crisis capitalista mundial encima, el modelo de capitalismo de Estado (la corporación burocrática que terminó siendo el gobierno y su modelo de desarrollo) que en le caso de una economía rentista tendría como consecuencia una crecida gigantesca del gasto público sin contrapartida en la producción y cada vez mas dependiente de la renta petrolera, a la final iba a generar una expansión de la burguesía y de los grupos de saqueo de la renta dentro del propio Estado aliados a sus «enemigos» de la burguesía tradicional.
El problema por tanto es como ha cambiado la correlación de fuerzas en los últimos años en favor de sectores apropiadores de la riqueza pública y el trabajo social, y en contra de una masa esperanzada en los cambios revolucionarios que han sido planteados. El bloqueo a la liberación de espacios de producción, distribución, uso del gasto público, directamente en manos de obreros, campesinos, pescadores, comunidades, etc, ha traído como consecuencia una debacle económica que va a la par de la pérdida de fuerza del mensaje revolucionario. El tratar de sustituir el mercado por el control de Estado es tecnicamente una estupidez en una sociedad como la nuestra o cualquiera (ya Engels lo dijo muy claro), pero no es ni el mercado ni el Estado donde está la solución, sino en la capacidad productiva y autogobernante del conjunto de comunidades y clases trabajadoras, y ver como ellas mismas van deshaciendo monopolios y demás explotadores con el apoyo del Estado. La cosa fue el revés se llamó a una población a apoyar al Estado y el gobierno, dándole instrumentos marginales de autogobierno, mientras este desastre crecía lentamente hasta aparecer por completo, particularmente después de la muerte de Chávez.
¿Políticamente que nos podemos esperar?. La baja abrupta de los precios petroleros agrava todas las tendencias negativas que se manifestaron en estos dos últimos años. La situación económica obviamente se va a agravar mientras el gobierno trata de remendar la situación con toques laterales en favor del mercado (liberación de una parte del mercado de cambio, subida del precio de la gasolina), sin meterse a fondo con nada, dependiendo cada vez mas de los dólares que los amigos chinos u otros puedan venir en salvación. Lo cierto es que por lógica esto le da gran chance a la oposición de ganar las elecciones parlamentarias y de allí comenzar el proceso de transición hasta sacar a Maduro por las buenas o por las malas y tomar el gobierno apoyado por los EEUU. Pero esta lógica en situación de una esperanza revolucionaria creada masivamente no es tan fácil. El gobierno puede perder la mayoría votante o no pero la revolución es otra cosa mucho mas compleja donde muchas cosas más allá de los mecanismo de la democracia burguesa pueden pasar; los pueblos de nuestramérica no pierden su potencia subversiva que en todo momento respira, y aquí sigue respirando hondo.