Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa
Crisis profunda, incertidumbre profunda y pelea de facciones. Si alguien llega de afuera, y precisa de un retrato rápido o una definición de Brasil en este momento, esas pocas palabras son las precisas.
Pero siempre es posible profundizar el razonamiento con nuevas evaluaciones, hasta repasando ideas ya manejadas.
Una novedad, tal vez, es el hecho de que los oficialistas y petistas de primera hora, que creían o fingían creer en el «corazón valiente» de Dilma en la última corrida electoral, están cada vez más sin piso para negar lo que se puede estar insinuando como el derrite de la «hegemonía lulista».
Una hegemonía que buscó atender a los pobres y aplacar la base de la sociedad, en tanto la economía internacional crecía y reinvertía parte de sus enormes lucros en Brasil. Esa hegemonía se basó, en uno de los extremos, en el copamiento del Estado por la burocracia y dirigentes petistas; en el otro extremo, ella prosperó a partir de la pasividad de las masas populares, atraídas por una agenda asistencialista y por políticas públicas de redistribución del ingreso.
Fin da la farra con los recursos abundantes que venía más allá del mar, fin de las posibilidades de conciliación de clases. No hay más, por tanto, ocultar el grado de rendición que alcanzó un «gobierno de los trabajadores», cuando la corrupción en una de la mayores empresas públicas salta a los ojos; cuando algunos de los grandes formuladores braman para al país que la presidente no tiene más que hacer o se vende a Levy (ministro de Hacienda, que prioriza una política económica recesiva de ajuste fiscal y cortes de derechos sociales), o cayó en el más absoluto inmovilismo, cuando, además, el PMDB da golpes diarios en el actual gobierno, informados triunfalmente en los medios corporativos, amenazando a la presidenta Dilma con el corte de casi la mitad del número de ministerios, con los cuales el PMDB ha sido uno de los mayores agraciados.
De hecho, estos son reveses que no constituyen sorpresa para quién observó con alguna dosis de realismo las contradicciones impresas en el modelo de desarrollo de los últimos 12 años, con un gobierno que se equilibra entre dos puntas inconciliables. Pero persisten todavía notables y sorprendentes en la coyuntura, donde se desnudan las trampas del pacto de desarrollo de los gobiernos petistas, ya incorporadas por miembros del propio gobierno. Llega a ser increíble la persistencia de un clima de «nosotros contra ellos» o de «ellos contra nosotros». Duelo alimentado por gobierno y oposición indistintamente, cargado mucho del inconsciente colectivo.
De allí la gran trampa en que está metida la nación, trampa que Correio da Cidadania intenta desmontar con sus notas e editoriales a cada cambio de coyuntura. Las manifestaciones gubernamentales que comenzaron el día 13 de marzo, y las opositoras desde el día 15 de marzo, y la repercusión que pasaron a tener, son bastante simbólicas del espíritu que toma en cuenta del país: personalización del mal, palabras de efecto, jerga primitiva, rellenan mentes y comentarios personales y mediáticos, dejando remotas chances de entender estructuralmente las reales causas de tamaño descontrol económico, político, social e institucional.
La crisis del petismo/lulismo, con la consecuente reorganización de la sociedad brasilera, apunta, sin dudas, para el escenario actual de crisis política e institucional, pero también para un cambio de calidad en la lucha política. Un reposicionamiento y eventual unificación de la izquierda progresista está en el orden del día. Así como ya está en curso una reorganización de sectores expresivos de la población a la derecha, que corre paralelamente a la unificación de sectores dominantes, con vistas a humillar a la presidenta.
Sangrarla hasta el fin, someterla al proceso de impeachment o inducir su renuncia están en el horizonte de esos sectores, y no hay posibilidad de prever lo que está por delante, lo que mucho dependerá del grado de desaceleración económica.
No se pierda de vista, en tanto, que, de un lado de la cuadra histórica, está la derecha escrachada, conservadora, fascista y golpista, que fue el día 15 de marzo (más no solamente ella), que jamás practicó la moralidad en la instituciones públicas, ni con la ética de la representación política. De otro lado, por su vez, está un partido que juntamente con la CUT, organizó las manifestaciones del día 13 de marzo y, justamente por denominarse «de los Trabajadores», practicó una de las mayores imposturas históricas para un partido que nació progresista al lado de los trabajadores y a la izquierda del espectro político: usurpó la bandera de la derecha, corrompió el sistema de representación política, fragilizó en buena parte a la izquierda y desestabilizó el país.
Si el primer grupo no estuviese también perdido con el fin de la posibilidad de reciclar el neoliberalismo a partir de la hegemonía lulista, ciertamente optaría por el «golpe democrático», al final, para tocar el programa del PMDB, mejor sería un cuadro del propio partido. En cuanto al segundo grupo ¿qué propone desde el día 13, a no ser gritos de guerra en defensa de Petrobras y palabras etéreas por una reforma política que ni de lejos va a herir lo esencial de las estructuras de poder?
¿Qué cuestionan ambos bloques del ajuste fiscal que irá a eliminar derechos sociales, a aumentar el desempleo en una parte sustancial de la clase trabajadora y que, probablemente engrosará los clamores del clase media? Absolutamente nada.
Brasil está hoy delante de una pelea de facciones. No tocan lo que es primordial. Y no tienen, ninguna de ellas, ni la misma condición moral para hablar la una de la otra.