¿Qué ideas regirán el mundo de los próximos años? Medio siglo atrás, cuando leudaban las grandes movilizaciones obrero-estudiantiles con epicentro en Francia, México y Argentina -con Vietnam como símbolo de resistencia antimperialista- algunas voces aisladas comenzaron a insistir en una noción a contramano de aquel formidable auge social: confusión y fragilidad teórica primaban en el […]
¿Qué ideas regirán el mundo de los próximos años? Medio siglo atrás, cuando leudaban las grandes movilizaciones obrero-estudiantiles con epicentro en Francia, México y Argentina -con Vietnam como símbolo de resistencia antimperialista- algunas voces aisladas comenzaron a insistir en una noción a contramano de aquel formidable auge social: confusión y fragilidad teórica primaban en el sustento ideológico de quienes protagonizaban aquellas batallas desde posiciones dirigentes.
No era evidente. No fue motivo de preocupación dominante. En América Latina pretender revalidar la teoría -es decir, afilar las armas conceptuales con aval científico- podía ser confundido con indecisión para la acción. Europa aceleraba por su propio camino: fuga hacia abstracciones con formulaciones impenetrables, de un reformismo dominante durante el medio siglo anterior, o de un dogmatismo ampuloso y vacío.
Hubo excepciones, desde luego. Notorias o apenas visibles. Hoy casi nadie las recuerda o reivindica. Eso basta para deducir su gravitación política.
Después vino el gran cataclismo, inesperado para el grueso de las vanguardias de entonces: la Unión Soviética se disolvió en el aire. Y fue el sálvese quien pueda. El idealismo, la metafísica, se impusieron al materialismo y la dialéctica. Se adueñaron de casi todos los espacios.
Aquellos países de vanguardia de los 1960 (Francia, México, Argentina) marchan hoy avergonzados a la retaguardia. Vietnam y Cuba ya no son reconocidos con la misma unanimidad. Si antes la retórica y el dogmatismo debilitaban el corpus teórico amasado en siglos de luchas sociales, después el pragmatismo sin ancla ni amarras vendría a completar la tarea de demolición. Como opuesto simétrico reapareció un izquierdismo desenfrenado, más aun que aquél denominado por Lenin como enfermedad infantil del comunismo.
Pero la lucha de clases no cesa por ausencia de comprensión teórica. Al contrario: se complejiza más y exige un esfuerzo mayor de estudio y elaboración para recuperar un curso racional. Mientras tanto, el retroceso ideológico señorea.
El papel de Venezuela
Desde hace años explico el fenómeno de la Revolución Bolivariana por un factor ausente en otros países políticamente más avanzados durante el siglo XX: Hugo Chávez tuvo un punto donde clavar los talones para detener la descontrolada marcha atrás: Simón Bolívar, su acción y su ideario (Venezuela en Revolución, Capital Intelectual, 2008).
Era volver muy atrás. A otra realidad socioeconómica mundial. A otro basamento ideológico. Pero bastó tener ese punto de apoyo para hacer posible la retomada de la marcha histórica.
En la historia Chávez ocupará ese lugar de privilegio: detuvo el retroceso y reinició un impetuoso avance que cambió los parámetros políticos de la región e impactó en todo el mundo. Su búsqueda lo llevó a replantear el antimperialismo y concluir en la insoslayable necesidad de abolir el capitalismo. Resignificó e hizo palpable el internacionalismo. En suma, el comandante Chávez sentó nuevas y sólidas bases para que los pueblos del mundo den la gran batalla que tienen por delante ahora, cuando el capitalismo sufre su crisis más grave; su irreversible agonía y el consecuente riesgo de aniquilación para la humanidad.
Pero esa magna tarea está inconclusa. Los gobiernos del Alba, la dirección revolucionaria político-militar de Venezuela, cargan la responsabilidad de hacerla avanzar y producir un salto cualitativo.
Porque la racionalidad teórica es condición necesaria para dar continuidad a la lucha revolucionaria. Se puede conocer la teoría y no ser revolucionario. Se puede ser revolucionario y no conocer la teoría. Pero sin conocer el mecanismo económico y social del sistema a abatir, sin la teoría científica de la lucha de clases, no se puede ser victorioso en una revolución socialista.
Socialdemocracia y socialcristianismo están aunados en una batalla mortal contra la revolución y, como arma mayor, cuentan con su capacidad para confundir ideológicamente no sólo a las grandes masas, sino a franjas significativas de la vanguardia, precisamente mediante la manipulación ideológica y la tergiversación teórica. El idealismo filosófico es una daga mortal apuntada al corazón de los esfuerzos revolucionarios. Como complemento perfecto, el desconocimiento teórico, por ejemplo, de la gravitación omnipresente de la teoría del valor, es un potente veneno para obnubilar la conciencia.
Venezuela ha llegado a un punto donde la transición demanda sin atenuantes un instrumental teórico adecuado, cuyas columnas están en el legado marxista: leyes del sistema capitalista; papel de las clases; Estado; Partido; planificación… En diferente grado y en cuadros diferentes, ocurre lo mismo en los restantes países del Alba. La victoria en la cumbre de las Américas agudiza esa necesidad y la hace más perentoria. No hay tiempo para perder. Como queda dicho, Washington retrocede para afirmarse y saltar.
Deberían florecer revistas teóricas en el hemisferio y apelar a contribuciones de los cinco continentes. Estudio profundo, elaboración a partir de la realidad concreta, debate franco. Y asunción hasta las últimas consecuencias de que la Revolución es una cosa seria. Que demanda de modo inapelable la exclusión de hablistas, irresponsables y exhibicionistas, tan abundantes hoy en la crítica a la Revolución Bolivariana y sus dirigentes.
Las ideas que regirán el mundo de los próximos años provendrán del resultado de una batalla decisiva entre la irracionalidad destructiva del capitalismo decrépito y la racionalidad científica de la Revolución. Y ésta tendrá sus raíces en la asunción latinoamericana del legado histórico e internacional, en pensamiento y acción anticapitalista, frente a la coyuntura actual.