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La suspensión de la visita de los cuatro ex presidentes, ¿qué pasó ahí?

Fuentes: Rebelión

La decisión de Felipe González de «postergar» su visita Venezuela ha suscitado muy pocos comentarios políticos en nuestro país. Es como si toda la atención se hubiera concentrado en un evento a fin de cuentas secundario y exento de novedad y sorpresas, las primarias de la oposición. Bien, eso es natural, porque estamos en un […]

La decisión de Felipe González de «postergar» su visita Venezuela ha suscitado muy pocos comentarios políticos en nuestro país. Es como si toda la atención se hubiera concentrado en un evento a fin de cuentas secundario y exento de novedad y sorpresas, las primarias de la oposición. Bien, eso es natural, porque estamos en un año electoral y se avecinan unas elecciones de trascendental importancia.

Al menos ha podido esperarse de los más interesados en esa visita alguna acción que estuviera un poco más en correspondencia con la alharaca que se había armado en torno a la venida a Venezuela de los cuatro ex presidentes neoliberales, Felipe González, Fernando Henrique Cardoso, Andrés Pastrana y Ricardo Lagos. Alguna declaración, y acaso una rueda de prensa con Lilian Tintori, Mitzi Capriles y los abogados. Que se diera alguna explicación, aunque -como se sabe- la ultraderecha venezolana no es muy dada a andar explicando sus barrabasadas.

González presentó como excusa el hecho de la suspensión de la vista que estaba prevista en el juicio al terrorista Leopoldo López. Ya antes, los otros tres habían aducido razones de agenda, lo cual es harto extraño ¿Acaso no habían incluido en su agenda, con suficiente antelación, un viaje que supuestamente era tan importante, ya que se refería a un tema que puso a firmar a 23 ex presidentes un documento que se presentó ante la mismísima Cumbre de las Américas? Es ingenuo aceptar que se trató de problemas de «agenda». Esos políticos veteranos no suelen dar puntada sin dedal, cuentan con consultores, andan siempre en una pomada política, se comunican entre sí y con otros. El papelón en el que han dejado mal parada a la ultraderecha radical venezolana es producto de una decisión política, sin ninguna duda.

Por otro lado, nos preguntamos si la excusa de González es aceptable. Al fin y al cabo, su frustrada presencia en nuestro país era motivada más por una acción política que por una formalidad legal. Se puede pensar que la «banda de los cuatro» ha podido venir, de todas formas, ya que supuestamente todo estaba preparado para ello, y hacer una declaración pública de apoyo a los políticos presos. O, para no pedir tanto, han podido suscribir un documento conjunto reiterando su solidaridad con tales políticos presos y reafirmando su compromiso con la «libertad» y los «derechos humanos». Pero nada, no vinieron y ya estuvo. Y los de aquí haciendo mutis por el foro, contrastando con la gran expectativa y la diatriba política que habían promovido con el apoyo de la canalla mediática. Primero levantaron esa polvareda y después hicieron un incompresible voto de silencio.

De manera que hoy nos preguntamos: ¿qué pasó ahí? Nosotros no estamos en la cabeza de ninguno de ellos, así que no vamos a asegurar nada, pero tampoco nos incorporaremos al coro de silencio que ha rodeado a este caso inusual. Por ello nos atreveremos a presentar posibles razones que conjeturamos para que los cuatro neoliberales decidieran no venir.

Con relación a los políticos presos, la derecha venezolana ha mostrado dos actitudes. Unos, los dolientes directos (familiares y políticos) de esos delincuentes lo toman como un asunto fundamental, como una bandera de primera línea. Otros, quienes secretamente esperan que sigan presos porque así se los quitan de encima, apenas hablan de ellos, no se asoman a los escuálidos eventos públicos de solidaridad con esos presos, no se han retratado ni de lejos con Tintori y Mitzi, las han dejado solas en sus viajes al exterior y el tema tiene en sus agendas políticas un papel claramente secundario. La confesión pública de esta conducta le costó el cargo en la MUD a quien era uno de sus voceros principales, Ramón José Medina, quien dijo en una entrevista televisiva que la Mesa no tenía ningún plan para que fuera liberado Leopoldo López y que este tuvo su propio plan para que lo metieran preso.

Estas dos actitudes responden a un asunto que en nuestra opinión incidió decisivamente en la suspensión de la visita de la «banda de los cuatro»: el hecho de que existen en Venezuela dos tácticas opositoras claramente diferenciadas, aunque sus ejecutores traten de ocultarlo al máximo para preservar la menoscabada imagen de «unidad» opositora.

Coexisten en Venezuela dos grandes toletes de la oposición. Unos son los sectores que algunos llaman «moderados» y otros «democráticos», y que nosotros preferimos calificar de «electoralistas», porque es ese adjetivo el que mejor apunta al meollo de su táctica. Por otro lado están los sectores de la ultraderecha más radical, los «violentos», entre cuyas cabezas visibles están los dos bichitos encerrados en Ramo Verde, López y Ledezma, y la malandra de rica cuna María Corina Machado. Ambos sectores comparten el mismo objetivo estratégico: acabar con la Revolución Bolivariana y restaurar el reino del neoliberalismo y la dependencia del imperialismo. Pero, como hemos dicho, difieren abiertamente en sus actuales planteamientos tácticos.

Los electoralistas creen que en la Venezuela actual no hay condiciones ni para un estallido social ni para un golpe de Estado exitoso. Opinamos que en eso llevan razón. Los estallidos sociales suelen tener dos caldos de cultivo (que casi siempre actúan juntos). Uno de ellos es una situación de hambruna, de miseria generalizada. Esto, por supuesto, no ocurre en nuestro país, como sí pasaba en la Cuarta República, lo que fue una de las causas del Caracazo. En la Venezuela revolucionaria la gente come, se viste, estudia, lee, se divierte, va de paseo a la playa. Es un pueblo alegre y que mantiene vivas sus esperanzas. No somos un país próspero, es verdad, y tenemos muchos problemas, pero nuestra gente ha superado básicamente la situación de miseria y exclusión social a la que estaba sometida la mayoría. El otro caldo de cultivo es una situación de opresión, en la que los ciudadanos no tienen manera de expresar su descontento y pierden el derecho a la protesta pacífica. En Venezuela muy pocos creen que vivimos en dictadura. La gente es libre para protestar pacíficamente si lo cree necesario y además tiene las vías democráticas abiertas. Hasta el pueblo opositor está «democratizado», la absoluta mayoría cree que el voto es un arma para apoyar o rechazar al Gobierno. Eso no ocurría en la Cuarta República, donde la mayoría pensaba que las elecciones eran una trampa para que los mismos de siempre se mantuvieran en el poder, otra de las causas del Caracazo.

Pero tienen los electoralistas otro argumento de peso: creen que de tomar el poder, solo podrían gobernar si logran algunos acuerdos con el chavismo, ya que este seguiría siendo la mayor fuerza popular organizada, con todo lo que tiene de convencida y combativa. Y esto solo tendría alguna posibilidad de darse si llegan al Gobierno en elecciones legítimas y con un resultado que sea aceptable para la dirigencia revolucionaria. De otra forma, sería imposible gobernar el país.

La ultraderecha radical piensa distinto. Para ellos, no habría forma de gobernar con el chavismo presente y activo. Para ponerle la mano a PDVSA, con el regreso de las figuras de la tecnocracia privatizadora; para secuestrar de nuevo a la Fuerza Armada y colocarla al servicio de la burguesía, con la derecha militar al comando ; para alinearse con las políticas internacionales del imperialismo; para instaurar, en fin, el proyecto restaurador neoliberal, no habría otro camino que la violencia. Tendrían que establecer un gobierno fascista que descabece al chavismo, lo persiga, lo liquide. Lo mejor para ellos sería crear una situación tal de caos y violencia que fuerce la intervención armada del imperialismo en cualquier modalidad (invasión directa, o presencia de una fuerza multinacional de intervención, o a través de la acción de paramilitares y mercenarios que ayuden a conformar un frente militar contrarrevolucionario que reciba el apoyo aéreo y/o terrestre de la fuerza armada imperial) Para esa ultraderecha la participación electoral no es sino una herramienta más para acumular fuerzas, organizarlas y prepararlas para el objetivo ulterior de conducir a Venezuela hacia una confrontación armada o hacia un régimen radicalmente represivo y dictatorial.

Ahora bien ¿cuál es la situación actual de esas dos tendencias en los escenarios nacional e internacional? ¿Y cómo vinculamos tal situación a la suspensión de la visita de la «banda de los cuatro»? ¿Tiene alguna relación? Y si la tiene ¿cuál es y qué implica?

En los dos últimos años han sido evidentes las diferencias entre los dos sectores principales de la oposición. El sector radical ha emprendido distintas acciones aventureras, todas fracasadas, las cuales no han tenido apoyo activo de los sectores electoralistas, aunque estos tampoco se han deslindado de esas acciones por razones de oportunismo y cobardía política. Piensan que un deslinde público de los radicales podría dividir definitivamente a la derecha, y sobre todo proyectar pública y definitivamente esa división (que existe más o menos solapadamente) y acabar con toda opción real de poder de la derecha por unos cuantos años.

Los apoyos del imperialismo y de la oligarquía internacional a cada uno de estos dos sectores han sido variables. Por una parte, es claro que en América Latina y el Caribe, las oligarquías gobernantes (en países, por ejemplo, como Paraguay. Perú, Colombia, Panamá, Guatemala, Costa Rica, Honduras, Dominicana, México, Jamaica y otros) se han negado a apoyar abiertamente a los radicales venezolanos y han respaldado tanto individual como colectivamente (en los organismos regionales) al gobierno de Venezuela. Otro cuento ocurre con factores de las oligarquías de la región que no detentan actualmente mando en los gobiernos y que responden a tácticas y lineamientos dictados desde la triangulación terrorista que actúa desde Miami, Madrid y Bogotá. Es el caso de los 23 ex presidentes neoliberales que firmaron un documento de defensa de los políticos presos en Venezuela, el cual se presentó con ocasión de la reciente Cumbre de las Américas.

En ese sentido, es difícil saber en detalle qué se anda pensando por los predios del imperialismo norteamericano. Es claro que el poder imperial no es homogéneo y que con respecto a América Latina, y a Venezuela en lo particular, hay distintas posiciones. Los sectores más fundamentalistas son partidarios de una línea dura sin limitaciones. Esta posición la han venido expresando voceros como Ileana Ros-Lehtinen, Marco Rubio, Bob Menéndez, Otto Reich, Roger Noriega y otros. Desde otros sectores, vinculados sobre todo a parte del Partido Demócrata y al presidente Obama, se ha venido manejando una táctica aparentemente más prudente. Son los mismos que han promovido el acercamiento con Cuba, a despecho de los más fundamentalistas. Aunque ambos sectores comparten el objetivo de la dominación y del usufructo de nuestras riquezas naturales, unos han venido usando más la mano derecha que la izquierda, y viceversa.

La orden ejecutiva de Obama contra Venezuela tuvo un resultado paradójico: en principio fue una victoria de los sectores imperiales más radicales contra nuestro país. Pero en definitiva terminó fortaleciendo la posición internacional de Venezuela y constituyendo una clara derrota de esos radicales, hasta el punto de que Thomas Shannon, un muy alto funcionario de la política exterior gringa, ha venido dos veces a nuestro país, después de esa derrota, a adelantar negociaciones con el Gobierno nacional.

Dejemos esta consideración en reserva, al uso de los y las cociner@s, y vayamos a lo que ha venido ocurriendo en nuestro patio con los dos sectores de oposición mencionados arriba. Hubo un momento en el que los radicales tomaron la iniciativa política y marcaron la agenda de la derecha criolla. Podemos ubicar ese momento en los meses de las guarimbas de 2014 que ocasionaron 43 muertos y pusieron al delincuente Leopoldo López en la cárcel. Las guarimbas significaron el primero de los varios fracasos que ha venido sufriendo la derecha más radical y que poco a poco han ido poniendo cada vez más la iniciativa opositora de parte de los electoralistas. Enumeremos esos fracasos:

1) Convocatoria a una Constituyente con recolección de firmas incluida: iniciativa fallida que de un día para el otro cayó en el olvido, sin ninguna explicación de sus promotores

2) Convocatoria a un «Acuerdo Nacional para la Transición» que no tuvo eco ni siquiera en el resto de la oposición venezolana y que, al igual que pasó con la idea de la Constituyente, pasó a «mejor vida» sin que sus promotores asumieran ninguna responsabilidad públicamente por este nuevo descalabro

3) Develación de la más reciente intentona militar en la que estaban comprometidos factores de la derecha radical

4) Repetido fracaso de las convocatorias públicas para respaldar a los políticos presos, además con las notorias ausencias en las mismas de los factores de la oposición electoralista

A esos fracasos continuos hay que sumar otros hechos que significan derrotas y aislamiento internacional para la derecha radical venezolana: la generalizada opinión de que la vía para solucionar las diferencias políticas en Venezuela no es la confrontación sino el diálogo; el respaldo internacional unánime a la posición de que las definiciones políticas en Venezuela pasan por la realización de elecciones, y particularmente las parlamentarias de este año; el rechazo generalizado a cualquier posibilidad de una «salida» inconstitucional en nuestro país; la reacción popular y continental (y también mundial) ante la orden ejecutiva de Obama.

Todos estos hechos han definido un cuadro político nacional en el que la derecha radical y las tácticas violentas están cada vez más aisladas en el país y se ha entrado de lleno y sin lugar a dudas en el camino de la contienda electoral. Los intentos para reeditar las guarimbas han venido fracasando y aunque existen planes para promover la violencia, incluso con la participación de elementos paramilitares, lo cierto es que no parecen estar dadas las condiciones ni objetivas ni subjetivas para este tipo de acciones. Esto no significa que los radicales no vayan a intentarlas, pero sus posibilidades de éxito son, por ahora, prácticamente nulas.

Todo esto ha llevado a una situación muy diferente a los días de las guarimbas, cuando los radicales marcaban la agenda de la oposición. Hoy, por el contrario, la están marcando los electoralistas y esto difícilmente cambie en el futuro cercano.

Ahora bien, sin duda en Washington, después del descalabro que significó la orden ejecutiva, han venido sacando estas cuentas. Por ello el discurso contra Venezuela desde los voceros oficiales de Obama ha bajado de tono (aunque se mantiene la ofensiva de los fundamentalistas) y por lo mismo Shannon ha venido ya dos veces a nuestro país a conversar con el Gobierno.

Nosotros nos preguntamos ¿En qué medida la situación que hemos descrito influyó en la suspensión de la visita de los cuatro ex presidentes? ¿Por qué ha decaído la alharaca que tenían montada los 23 ex presidentes neoliberales? ¿Hubo llamadas desde el Departamento de Estado a la «banda de los cuatro? ¿Otros factores de la derecha internacional partidarios del diálogo y la vía electoral en Venezuela alertaron a esos cuatro para reducir el apoyo a los radicales y permitir que cobren mayor preeminencia los electoralistas? Son interrogantes que estamos obligados a hacernos ¿Será que los asesores de González y compañía les recomendaron no retratarse con este grupete de radicales que luce cada vez más impresentable? Como dice ese jocoso personaje de la televisión venezolana, el Profesor Lupa: «misterios de la ciencia».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.