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Entrevista a César López, músico y activista colombiano

«Nuestras canciones hacen preguntas para cambiar el entorno»

Fuentes: Rebelión

Armado de piano, guitarra y percusión, el músico colombiano César López hace preguntas y genera propuestas para transformar el entorno. En «Toda bala es perdida» (2011), su canción más conocida y que también da nombre al proyecto de «intervención» en comunidades vulnerables, recoge las canciones que escuchó a los campesinos sobre desplazados, secuestrados y desaparecidos. […]

Armado de piano, guitarra y percusión, el músico colombiano César López hace preguntas y genera propuestas para transformar el entorno. En «Toda bala es perdida» (2011), su canción más conocida y que también da nombre al proyecto de «intervención» en comunidades vulnerables, recoge las canciones que escuchó a los campesinos sobre desplazados, secuestrados y desaparecidos. Otras canciones como «Seguir» rinden homenaje a las madres que siguen buscando a los hijos durante la guerra.

La «Escopetarra» (el fusil de un combatiente arrepentido, que se transformó en guitarra) es la herramienta que le acompaña por cárceles, favelas, pueblos y barrios de Colombia, Guatemala, El Salvador o Brasil. «Mensajero de la No Violencia» de Naciones Unidas y «Emisario de Conciencia» de Amnistía Internacional, esto se traduce en «hacer mi trabajo». Entre los proyectos más inmediatos destaca la creación de un banco nacional de instrumentos musicales para víctimas del conflicto. César López ha participado en los actos del décimo aniversario de la Coordinación Valenciana de Solidaridad con Colombia.

-¿Qué función desempeña el arte en el conflicto colombiano?

-Tratamos de reconstruir la memoria a través de las canciones y tender puentes entre los dos bandos, además de educar de una manera distinta a las nuevas generaciones. Colombia es un país a punto para la paz. Eso está generando una polarización, una «tensa» calma. Se exacerban las emociones por parte de los que no quieren la paz o la entienden como ganar la guerra. Me refiero a la derecha en general, que no quiere negociar.

-¿Qué es la «Escopetarra»?

-Nosotros hicimos un ejercicio que se llamó el «Batallón Artístico de Reacción Inmediata». Éramos artistas que salíamos a la calle cuando había un atentado. Tomamos un objeto como símbolo de la resistencia, un fusil AK 47 de la mano de un combatiente (convencido de abandonar la guerra) para convertirlo en un guitarra. Desde el año 2002-2003 hemos hecho 27. Están en el Museo Gandhi de Nueva Delhi, en el edificio de la UNESCO en París o el edificio de Naciones Unidas en Nueva York. Tocando a finales de 2014 en la Asamblea General de la ONU en Nueva York, se me acercó el delegado de Uganda. Me contó que hace quince años, arrodillado, le amenazaron con el fusil AK 47 apuntando en el oído. Quince años después me contó que cayó rendido escuchando la canción «Toda bala es perdida», interpretada con la «Escopetarra».

-¿En qué consiste el proyecto del que eres mentor, «Toda bala es perdida», además de tu canción más conocida?

-Implica la intervención entre los actores del conflicto. Por ejemplo tocar en una cárcel en la que sabemos que se vende droga, hay armas o bandos enfrentados. Hacemos un diálogo con los presos intercalado con canciones; también intervenimos en sanatorios, comunas, pueblos, en los barrios con pandillas y grupos armados, «barras» del fútbol y, en general, en comunidades vulnerables. Con víctimas y victimarios. Antes de venir a España, en Colombia participamos en la Cumbre de Arte y Cultura para la Paz, organizada en Bogotá. Se trata de proyectos sociales en los que participamos con diferentes artistas. «Toda bala es perdida» consiste en una estrategia pedagógica de «no violencia». Organizamos talleres y tocamos historias vinculadas precisamente a la «no violencia». Hemos actuado en ciudades como Santa Marta o Bucaramanga, con un pasado muy violento y muchos desaparecidos.

-Durante toda tu trayectoria has participado en iniciativas de estas características, por ejemplo, entre 2002 y 2006 en «Invisibles Invencibles» o en el proyecto «Resistencia»…

-Se trataba de «rescatar» a artistas que estaban tocando en la calle. Hay que entender que el músico callejero en América Latina vive en condición precaria y se encuentra subvalorado. Gracias a este proyecto escogimos a los mejores y les ayudamos a pasar a un estado artístico superior. En «Resistencia» se trataba de un recorrido por el país recogiendo testimonios de comunidades de resistencia frente a los violentos. Lo continuamos haciendo. Este año hemos ido, entre otras regiones, por el Meta y el Putumayo…  Además, cada 2 de octubre desde hace cuatro años, coincidiendo con el Día Mundial de la No Violencia, pedimos que haya 24 horas sin muertos en Colombia, donde cada año mueren 17.000 personas, la mayoría, por intolerancia en las calles.

-¿Cómo han evolucionado las letras de las canciones desde hace una década hasta tú último trabajo, ¨Ícaro», de 2014, basado en el piano?

-Al principio eran letras que contaban historias y denunciaban situaciones. En «Los Helicópteros», sobre el gasto militar y los chicos que van a la guerra. «Hombre de Luz» es la narración de situaciones de chicos armados en los barrios, que viven la violencia estructural. Hoy preferimos las canciones que generan preguntas y hacen propuestas. En una de las canciones se le pregunta al oyente que si la canción le duele, ¿qué va a hacer? Hay preguntas dentro de las letras para incitar al cambio. Preguntas en las estrofas y en el coro. Otro tema, «Canción para el perdón», aborda una cuestión muy importante actualmente en el país.

-Pero las actuaciones van un punto más allá de la música…

-Más que actuaciones musicales se trata de «intervención» en los comportamientos de un auditorio. Realizamos diálogos, talleres de «no violencia», teatro-foro… La «intervención» dura normalmente dos días y medio. El evento central es el concierto. A veces nos invitan ONG, en otras ocasiones organizaciones populares. Cambiamos de compañía según el lugar y el proyecto. A veces, participamos con colegas de la capital cualificados para la actuación, otras con gente del lugar.

-¿En qué se concreta el hecho de que Naciones Unidas te designara «Mensajero de la No Violencia»; y Amnistía Internacional «Emisario de Conciencia»?

-Esto se traduce en continuar haciendo mi trabajo. En formatos distintos. Por ejemplo, si voy a un barrio degradado me acompaño con tres chicos jóvenes que hacen Rap. Lo importante es tener un mensaje bien posicionado, adaptado a cada barrio, sea en cualquiera de los que hemos intervenido: las favelas de Río de Janeiro, Sao Paulo, Guatemala, El Salvador o el barrio de San Luis en Barranquilla (hace dos meses). Instalamos una tarima e invitamos a los muchachos pandilleros de los dos lados, que cantaron conmigo. Al líder de una de las pandillas, un chico de 14 años, lo trajo la alcaldía. En la cárcel distrital de Bogotá, hace cinco meses, nuestro mensaje consistía en cuidar la vida. Dialogando conseguimos en ese momento que los jóvenes dejaran las armas. Instalamos allí todo nuestro sistema, en el patio central, donde logramos unir a hombres y mujeres, que están siempre separados. Generamos un ambiente de confianza, también con los guardias, internos, director…

-Por último, ¿en qué proyecto trabajas actualmente?

-En el municipio de El Tigre (Putumayo). Estamos tratando de crear un banco nacional de instrumentos musicales para víctimas del conflicto. Hicimos nosotros una primera donación de guitarras. El Tigre es un lugar bastante alejado y golpeado por el conflicto, y allí llegamos con los instrumentos musicales como arma de pacificación. Desde el año 2002 actuamos con un objetivo: transcender la idea de la música como sólo espectáculo, que únicamente intente conmover. La idea es que la música mueva a transformar el entorno.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.