¿Por qué se embrocan? Me pregunté en la primera ronda de las votaciones pasadas en Argentina. En mi arrabal al que se embrocaba le hacíamos la ley del hielo hasta que aprendiera la lección, «todos para uno y uno para todos». El primer instante me enfurecí cuando vi los resultados, Scioli tuvo que haber ganado […]
¿Por qué se embrocan? Me pregunté en la primera ronda de las votaciones pasadas en Argentina. En mi arrabal al que se embrocaba le hacíamos la ley del hielo hasta que aprendiera la lección, «todos para uno y uno para todos».
El primer instante me enfurecí cuando vi los resultados, Scioli tuvo que haber ganado por gran diferencia, me decepcioné y me hirvió la sangre. ¿Por qué se embrocan, volví a preguntarme? Luego me fui calmando y las emociones se tranquilizaron y dieron paso a la razón: es la mediatización. ¿Es la mediatización? Volví a preguntarme.
Agarré mi bicicleta y pedaleé durante cinco horas perdida en el bosque, pensando, preguntándome, tratando de analizar el porqué de lo ruin de la gente que es incapaz de tener conciencia y ser agradecida.
No pertenezco a ningún grupo, colectivo, organización, ni participo en salidas a tomar café o vino con grupos de amigos con los que pueda departir, no tengo amigos en este país. Hablo de amigos propiamente, amigos del alma, hermanos, amigos del corazón, de luchas, no tengo. Mis amigos leales fueron en mis años de infancia y allá se quedaron, en mi arrabal. En mi memoria. Aquí te dicen amigo mientras tengás algo que te puedan sacar. Amigo para matar el tiempo. Para que pasen las horas. Eso no es amistad. Yo no utilizo a las personas, no le huyo al tiempo ni a la soledad, en la soledad he aprendido a conocerme y prefiero mil veces ir a pedalear en mi bicicleta, sola, que ir a reunirme en algún bar con un grupo de gente que nada que ver. ¿Solo porque sí? ¿Porque así es la vida? ¿Porque así toca? Paso.
Mis íntimos son mi bicicleta, mi cámara fotográfica y mi reserva forestal rentada. Conocidos sí tengo, pero tampoco me nace el tema del debate y esas cosas, mis conclusiones las saco sola. Yo misma formulo mis análisis y los desmenuzo. Y no, aunque pareciera no tengo comunicación alguna con gente de consulados ni esas hierbas. No me interesa. Y tampoco soy colega ni de periodistas, ni de escritores ni de poetas. Me siento aludida cuando ese gremio me llama así. Mis únicos colegas con los vendedores de mercado y los vendedores ambulantes. Le huyo a los letrados y a la gente famosa, me alejo lo más que pueda.
Todos los días recibo puños de correos electrónicos de gente que me insulta y me acusa que defiendo Suramérica porque estoy bien enganchada con gente de esos gobiernos, si pues, bien enganchada estoy, tan enganchada que me gano la vida limpiando baños. Me dicen que vivo cómoda a expensas del capitalismo y que así cualquiera escribe y es «revolucionario». No soy revolucionaria, brincos diera, apenas mi cerebro está comenzando a despertar del letargo del sistema.
No es fácil ser oveja negra. A veces pienso que debería dejar de nadar contra la corriente, de fatigarme, de poner empeño a todo lo que hago, que debería dejarme llevar, que debería aceptar que estoy en cuerpo y alma en un sistema que consume y vivir de lleno en él. Que debería olvidar, dejar de pensar y perder lo poco que me queda de mi capacidad de reacción. Que debería quedarme callada y hacer como que no escuché nada. Que debería dejar de buscar mis lecturas y concentrarme en el trabajo. Que debería pasar horas en el gimnasio fortaleciendo mis glúteos y mis pectorales y que debería subastar mi dignidad para comprarme un automóvil de último modelo y ropa de marca.
Que debería hacer lo que hace la mayoría, que debería ser parte de esa media. Y preocuparme por comprarme el iPhone reciente. Que debería engancharme un gringo, engatusarlo y casarme y darle hijos a cambio de la residencia estadounidense. Y ponerme a gatas las veces que él quiera a cambio de mejorar mi economía y mi estilo de vida. Y fanfarronear con su apellido y perder mi identidad y mi individualidad. Que debería aprender a vivir de apariencias. Que debería omitir y dejar mi cerebro dormido así viviría más feliz, esa felicidad que nos venden en la televisión.
Ya no es Estados Unidos, el sistema capitalista lo tenemos en las narices, está dentro de nuestras propias casas: con nuestros hijos metidos en sus tabletas electrónicas y en los videojuegos, que ya no disfrutan de los juegos de ronda, en la calle, en el patio. Del vuelo de los barriletes. De jugar cinco, trompo o papel y tijera. Que no saben diferenciar entre un árbol de pino y un ciprés. El consumismo nos invadió y nos está ahogando a todos. Se ha vuelto un artículo de primera necesidad un teléfono inteligente, la gente ya no comparte en la mesa.
Con sentencias de «traidora» llegan los correos y los mensajes. ¿Me vuelve traidora vivir en Estados Unidos? ¿Y qué hay de aquellos que se embrocan en sus propios países de origen y venden su patria con un voto? ¿Cuál es la obligación de un cerebro que despierta? Defender el amor. Esa es su obligación. La patria es amor. La infancia es amor. Nuestros adultos mayores son amor. Nuestra libertad es amor. Nuestra identidad es amor. Nuestros ríos y montañas son amor. Nuestros Pueblos Originarios son amor.
Las cosas se dicen como son, aunque duelan. Ironías de la vida, yo vine a despertar a Estados Unidos porque mi país de origen no me lo permitió, y aquí nació mi amor por los pueblos en desarrollo del mundo entero, aquí pude venir a ver plenamente las injusticias mundiales, aquí vine a enterarme de la historia que no está en los libros de texto. Aquí me enamoré de Las Panteras Negras. De los Pueblos Nativos de Estados Unidos. Del peronismo, del chavismo, de Cuba. Soy Cristinista. Por si no se me nota. Pro Lula, Dilma, pro unidad latinoamericana. Aquí me he enloquecido de amor por África. En Guatemala fui una negra estigmatizada y excluida. No, jamás Estados Unidos me ha discriminado por mi color como lo hizo Guatemala.
¿Acaso por vivir en Estados Unidos debería también guardar silencio como guarda la mayoría en los pueblos oprimidos? ¿Acaso no tengo derecho a defender el amor? ¿A preguntarme por qué nos embrocamos? ¿Acaso no tengo derecho de expresar? ¿A pensar? ¿A cuestionarme? ¿Cómo debería vivir entonces? ¿Cuál es la forma perfecta de vivir la vida? ¿No buscarse problemas y mejor cerrar el pico? ¿Hacer como que no se vio nada? ¿Cómo se defiende la dignidad, guardando silencio? ¿Cómo se denuncian las injusticias, omitiéndolas?
Somos tan cobardes que decimos que Estados Unidos tiene la culpa de todo, la culpa es de nosotros mismos, por mediocres y por guardar silencio. ¿Vuelvo a preguntarme, por qué nos embrocamos?
Argentina está de frente a la segunda vuelta, Macri ataca con el apoyo de la oligarquía y Estados Unidos, yo pregunto: ¿El pueblo argentino se dará por vencido? ¿Se va a embrocar ahora después de que tanto les costó a Néstor y Cristina sacar a flote el país? ¿Es así como piensan pagarle a las Abuelas de la Plaza de Mayo y a los miles de desaparecidos, torturados y masacrados? ¿Es así como piensan honrar su memoria histórica? ¿Piensan embrocarse de nuevo? ¿Es así como piensan romper con la unidad Latinoamericana? No podemos retroceder. No podemos ser tan ruines. Tenemos la obligación moral y humana de defender el amor, ¿si no lo hacemos nosotros quién lo hará? ¿Estados Unidos, el sistema?¿Quién?
Debemos defender el amor estemos donde estemos, en nuestras circunstancias, con nuestras herramientas, con nuestros alcances. Todos los aportes son importantes y necesarios. ¿No es trágico que una empleada doméstica se pueda comprar una computadora en Estados Unidos e informarse de lo que sucede en el mundo y escribir artículos de opinión y que en nuestros países de origen, las empleadas domésticas sigan siendo esclavizadas y comiendo las sobras y la comida de los perros? ¿Qué es lo que estamos haciendo mal en nuestros países de origen, eso también es culpa de Estados Unidos? ¿Acaso eso no es desamor?
En fin…, buenos días a todos.
Posdata: el domingo gana Scioli.