En las últimas semanas hemos escuchado muchas voces que están poniendo en duda la salud de la economía europea y mundial, y en especial la de las entidades financieras (más las europeas en este caso). Voces que proceden también de los medios que representan a la élite económica dominante. Existen datos que avalan esas afirmaciones, […]
En las últimas semanas hemos escuchado muchas voces que están poniendo en duda la salud de la economía europea y mundial, y en especial la de las entidades financieras (más las europeas en este caso). Voces que proceden también de los medios que representan a la élite económica dominante.
Existen datos que avalan esas afirmaciones, entre los que vamos a señalar dos:
Ha empeorado la situación económica de los denominados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). La situación no es homogénea en todos ellos, ni mucho menos. Así, el PIB de Brasil y Rusia cae (a un 1,7 y un 4% respectivamente) y el de China crece (un 6,9%, la cifra más baja de los últimos años. A ello habría que añadir el giro dado en ese país hacia la economía interna). En todo caso, se constata una ralentización o estancamiento económico en esos países que tiene ya repercusiones en el resto de economías mundiales.
Han tratado de hacernos creer que el impulso de la economía se debía limitar a una política de bajos tipos de interés, a la vez que se aplicaban las políticas de ajuste presupuestario (fundamentalmente recortando el gasto social). Esto ha llevado a que hoy en día los tipos de interés estén llegando a ser negativos, como ocurre por ejemplo con el euribor a un año (el que se toma como referencia para la renovación de los préstamos hipotecarios). Esos bajos tipos de interés no han dado como resultado esa anunciada recuperación económica. Además, los bajos tipos están contribuyendo a agravar aún más la situación de las entidades financieras, que no encuentran rentabilidad en el negocio bancario tradicional. Esto ha hecho que se siga favoreciendo la especulación, a la que no se ha puesto ninguna cortapisa, con el consiguiente riesgo cierto de que estallen nuevas burbujas. Por tanto, se constata la posibilidad de que se dé una nueva crisis bancaria y se ve que la política monetaria (bajos tipos de interés) no va a servir para impulsar la economía en Estados Unidos y en la Unión Europea.
En anteriores Análisis de Coyuntura ELA ya había señalado que las políticas europeas no tenían como objetivo el impulso económico, sino que trataban de salvar la Banca. Dos tipos de medidas han ido en esa dirección:
1. Los programas de rescate a la banca, a través del dinero público. De 2008 a 2012 (últimos datos oficiales disponibles) los gobiernos de la Unión Europea destinaron 413.196 millones de euros a recapitalizar bancos o a rescatar sus activos deteriorados. Esta cifra equivale al 5,44% del PIB de un año. A ello hay que añadir los 3,37 billones de euros (27,37% del PIB de un año) destinados a garantías y otras medidas de liquidez con las que se ha beneficiado a la banca. Ingentes cantidades de dinero que han repercutido en el mencionado recorte del gasto público en otras materias.
2. El Banco Central Europeo ofrece a la banca diversas vías de financiación a bajo coste. Las cantidades se han más que duplicado desde 2008, hasta alcanzar un saldo de casi 1,4 billones de euros en 2015.
Los gobiernos de la Unión Europea y las instituciones que la gobiernan insisten en la necesidad de seguir aplicando las políticas de ajuste y las consiguientes «reformas estructurales» (que no son otra cosa que un recorte de los derechos laborales y sociales y una intensificación de las privatizaciones y de convertir en negocio todo lo que tiene que ver con los servicios públicos).
A la vista de ello, de confirmarse los vaticinios de quienes anuncian los riesgos de una nueva recesión y una nueva crisis bancaria, sería inaceptable que las políticas que se quisiesen aplicar volviesen a ser las mismas que hemos sufrido en los últimos años: nuevos rescates bancarios con dinero público y más recortes de derechos sociales y laborales. Como ha ocurrido, de esa manera habría más paro y más pobreza, y una enorme acumulación de capital en muy pocas manos que hará crecer las desigualdades. Todo ello desde un punto de partida peor que el que existía en 2008. Sin embargo, todo hace pensar que esa sería la opción de los actuales poderes económicos, financieros y políticos.
Mikel Noval, responsable del Gabinete de Estudios del sindicato ELA
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