Traducción para Rebelión por S. Seguí
Introducción
El presidente Obama se está apurando por proclamar su legado imperial, que pasa por Rusia, Asia y América Latina.
En los últimos dos años ha acelerado el incremento de su arsenal nuclear militar en las fronteras de Rusia, y el Pentágono ha diseñado un sistema antimisil de alta tecnología destinado a debilitar las defensas rusas.
En América Latina, Obama ha abandonado su superficial pretensión de tolerar los regímenes electorales de centro-izquierda. En su lugar, se ha aliado con rabiosos neoliberales autoritarios en Argentina; se ha reunido con los jueces y políticos que están escenificando el derrocamiento del actual gobierno brasileño; y ha dado aliento a los emergentes regímenes de extrema de derecha en Perú, bajo Keiko Fujimori, y Colombia, con el gobierno de Juan Manuel Santos.
En Asia, Obama ha potenciado visiblemente su acumulación de efectivos militares, que amenazan las principales rutas marítimas de China, en el Mar del Sur de China. Asimismo, ha alentado a grupos separatistas agresivos y violentos en Hong Kong, el Tíbet, Xinjian y Taiwán, a la vez que ha invitado a multimillonarios de Beijing a transferir un billón de dólares en activos a las «lavanderías» de América del Norte, Europa y Asia. Al mismo tiempo, ha bloqueado activamente la «ruta de la seda» comercial china, planeada desde hace tiempo, a través de Myanmar y el oeste de Asia.
En Oriente Próximo, el presidente Obama se unió a Arabia Saudita en la escalada de este país en su brutal guerra y bloqueo de Yemen y condujo a Kenia y otros estados depredadores de África a atacar a Somalia. A la vez, ha seguido respaldando a los ejércitos mercenarios invasores de Siria al tiempo que colabora con el dictador turco, Erdogan, en un momento en que las tropas turcas bombardean a los combatientes kurdos, sirios e iraquíes que combaten en primera línea contra el terrorismo islamista.
El presidente Obama y sus secuaces se han humillado constantemente ante el Estado judío y su quinta columna de Estados Unidos, con un incremento masivo del tributo que paga Estados Unidos a Tel Aviv. Mientras tanto, Israel sigue apoderándose de miles de hectáreas de tierra palestina, asesinando y deteniendo a miles de palestinos, desde niños pequeños hasta abuelos de edad avanzada.
El régimen de Obama está desesperado por superar las consecuencias de sus fracasos políticos, militares y económicos de los últimos seis años y establecer a EE.UU. como la potencia económica y militar mundial indiscutible.
En esta etapa, el objetivo supremo de Obama es dejar un legado perdurable, consistente en: (1) haber rodeado y debilitado a Rusia y China; (2) haber convertido a América Latina en un patio trasero de libre comercio autoritario abierto al saqueo de EE.UU.; (3) haber hecho de Oriente Próximo y el Norte de África una sangrienta gallera en la que los dictadores árabes y judíos maltratan a naciones enteras y provocan millones de refugiados que inundan Europa y otros territorios.
Una vez establecido su legado, nuestro «histórico primer presidente negro» puede presumir de haber arrastrado a nuestra «gran nación» a más guerras durante períodos de tiempo más largos, con un costo mayor de vidas humanas y más refugiados desesperados que cualquier presidente anterior de Estados Unidos, al mismo tiempo que polarizaba y empobrecía a la gran masa de los trabajadores estadounidenses. Obama, en efecto, habrá puesto el listón muy alto a su sustituta, la señora Hillary Clinton, quien tendrá dificultades para superarlo o ampliarlo.
Para analizar la promesa de un legado de Obama y evitar juicios prematuros, lo mejor es recordar brevemente los fracasos de sus primeros seis años y reflexionar sobre su actual búsqueda de un lugar en la historia.
Miedo, asco y retirada
El descarado rescate de Wall Street que realizó Obama contrasta claramente con los deseos y sentimientos de la gran mayoría de los estadounidenses que lo eligieron. Este fue un momento histórico de miedo y asco, en el que decenas de millones de estadounidenses exigieron al gobierno federal que pusiese freno a los criminales financieros, detuviese la espiral de quiebras de particulares y las ejecuciones hipotecarias, y diese un impulso a la economía productiva de Estados Unidos. Después de una breve luna de miel tras su «histórica elección», el «histórico» presidente Obama dio la espalda a los deseos del pueblo y puso a disposición miles de millones de dólares de dinero público para el rescate de los bancos y los centros financieros de Wall Street.
No satisfecho con esta traición a los trabajadores y la clase media en apuros, Obama tampoco cumplió sus promesas de campaña de poner fin a la(s) guerra(s) en Oriente Próximo, e incrementó la presencia de tropas estadounidenses y amplió su guerra de asesinatos mediante aviones no tripulados a Afganistán, Iraq, Yemen, Libia, Somalia y Siria.
Las tropas estadounidenses volvieron a invadir Afganistán, combatieron y se retiraron derrotadas ante el avance de los talibanes. EE.UU. amplió su programa de formación del ejército títere iraquí, que se derrumbó en sus primeras escaramuzas con el Estado islámico; Washington se retiró de nuevo. El cambio de régimen en Libia, Egipto y Somalia creó unos estados mercenario-depredadores sin nada parecido a control y dominación por parte de Estados Unidos.
Obama se había convertido en un maestro de derrotas militares y de estafas financieras.
En el hemisferio occidental, un continente de gobiernos latinoamericanos independientes había surgido y desafiaba la supremacía de Estados Unidos. El «histórico presidente» Obama había quedado como un aficionadillo imperial sin ideas y sin contactos con los gobiernos al sur del Canal de Panamá. Mientras el comercio y la inversión florecían entre América Latina y Asia, Washington se quedaba atrás. Los acuerdos políticos y económicos regionales aumentaban, pero Obama se quedó sin aliados.
Los torpes intentos de Obama de lograr un «cambio de régimen» apoyado por EE.UU. en Venezuela y otros lugares fueron derrotados. Sólo el pequeño y corrupto narcoestado de Honduras cayó en la órbita de Obama, con el golpe maquinado por Hillary Clinton de su presidente electo populista-nacionalista.
China y Rusia crecían y florecían a medida que el precio de las materias primas se disparaba, la riqueza se expandía y la demanda de productos industriales chinos explotaba.
En 2013 Obama no tenía legado.
La recuperación: el legado perdido de Obama
Obama comenzó su camino hacia el establecimiento de un legado con el golpe de estado financiado por Estados Unidos en Ucrania, encabezado, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, por una milicia nazi. Después de celebrar el violento «cambio de régimen» contra el gobierno electo de Ucrania, el nuevo régimen oligarca-títere de Obama y su ejército étnico-nacionalista se revelaron como un desastre, perdiendo el control de la región industrializada de Donbás ante los rebeldes de etnia rusa y perder sin remedio la estratégica Crimea, en la que la población votó abrumadoramente a favor de volver a unirse a Rusia después de 50 años. Mientras tanto, el oligarca y presidente Poroshenko y sus compañeros de teatro de marionetas despilfarraban varios miles de millones de dólares de ayuda de la UE, todo ello en aras del legado de Obama.
Más tarde, Obama impuso sanciones económicas devastadoras contra Rusia por su papel en el referéndum de Crimea y su apoyo a los millones de personas de habla rusa en Donbás, y de paso obligó a la Unión Europea a hacer grandes sacrificios comerciales. Por su papel en la creación de un verdadero «legado estadounidense» de Obama, los alemanes, franceses y los otros veinte y ocho países han sacrificado miles de millones de euros en comercio e inversiones, alienándose a grandes sectores de su propia economía agrícola e industrial.
El régimen de Obama colocó armas nucleares en la frontera oriental de Polonia apuntando al corazón de Rusia. Estonios, lituanos y letones se unieron a los ejercicios militares de Obama, quien estacionó buques y aviones de ataque estadounidenses en el Mar Báltico, amenazando la seguridad de Rusia.
El legado de Obama en América Latina
El régimen de Obama intensificó sus esfuerzos para restablecer su supremacía, mediante la desaparición de los regímenes de centro-izquierda desde las elecciones de finales de 2013 hasta la actualidad.
El legado de Obama en América Latina se basa en el retorno al poder de las élites neoliberales en la región. Sus exitosas elecciones fueron el resultado de varios factores, entre otros: (1) el aumento del poder económico de la derecha en América Latina; (2) la decadencia y corrupción del poder político dentro de la izquierda; 3) la incapacidad de la izquierda para desarrollar sus propios medios de comunicación independientes, que desafiasen el monopolio de los medios de la derecha; y (4) el fracaso de los regímenes de centro-izquierda para diversificar su economía y desarrollar el crecimiento al margen de los límites definidos por los sectores capitalistas dominantes.
El régimen de Obama colaboró estrechamente con la élite político-empresarial, organizando sus campañas políticas y controlando las políticas económicas clave, incluso durante los gobiernos de centro-izquierda. Los regímenes de izquierda financiaron, subvencionaron y recompensaron los intereses comerciales de la derecha en las industrias agro-minerales, la banca y los medios de comunicación, así como en la fabricación y la importación.
Mientras la demanda mundial de materias primas fue fuerte, los gobiernos de centro-izquierda dispusieron de mucho margen para ajustar su gasto social destinado a los trabajadores a la vez que acomodaba los intereses empresariales. Cuando la demanda y los precios cayeron, los déficits presupuestarios obligaron al centro-izquierda a recortar el gasto social destinado a las masas, así como las subvenciones a las élites empresariales. En respuesta, el sector empresarial organizó un ataque a gran escala contra los gobiernos en defensa del poder de las élites. El centro-izquierda no pudo contrarrestar el poder y la posición crecientes de sus adversarios de las élites empresariales.
La élite empresarial puso en marcha una guerra de propaganda a gran escala por medio de sus medios de comunicación cautivos, explotando escándalos de corrupción reales o imaginarios que desacreditaban a los políticos de centro-izquierda. La izquierda carecía de unos medios de comunicación propios eficaces para responder a las acusaciones de la derecha, al no haber logrado democratizar los monopolios de los medios de comunicación corporativos.
Los partidos de centro-izquierda adoptaron la técnica de las élites de financiar las campañas políticas mediante sobornos, concesiones de contratos, patrocinios y otros arreglos con las empresas privadas y estatales. El centro-izquierda se imaginó que podría competir con la derecha capitalista en la financiación de campañas y candidatos mediante la manipulación y no por medio de la lucha de clases. Este juego nunca lo lograron dominar.
La derecha, por su parte, movilizó a sus aliados dentro de la policía, y las instituciones públicas y judiciales para perseguir y descalificar al centro-izquierda por la comisión de los mismos delitos que la derecha había eludido.
El centro-izquierda no movilizó a los trabajadores y empleados para establecer controles siquiera mínimos de las élites y asumir un poder de gestión. Pensaron que podían competir con la derecha en sus propios términos, a través de artimañas y negocios turbios.
El centro-izquierda confió en la financiación de su administración y sus políticas a lo largo del periodo de auge de las materias primas en demanda de sus recursos naturales, sin tener en cuenta la inestabilidad fundamental y la volatilidad del mercado mundial de productos básicos. Mientras que la derecha condenaba abiertamente la debilidad del centro-izquierda, en privado ha llevado a cabo políticas aún más dependientes de los especuladores y las élites internacionales.
En Argentina, a medida que la economía se contraía, la dirección de la derecha, dirigida por Mauricio Macri, lanzó una exitosa campaña presidencial con la participación de los medios de comunicación, los bancos, los votantes de clase media y las élites agro-mineras. Inmediatamente después de asumir el poder, el gobierno de Macri liquidó los servicios sociales destinados a los trabajadores y la clase media baja, reduciendo su nivel de vida y despidiendo a miles de empleados gubernamentales. Obama vio en Macri al salvador tipo de su legado y a la Argentina como el nuevo centro de poder estadounidense en América Latina, con planes para otros cambios de régimen en Brasil, Venezuela y en toda la región.
En Brasil, el partido de centro-izquierda Partido de los Trabajadores (PT) se enfrentó a un ataque masivo a su base de poder por parte de los partidos de extrema derecha. Los escándalos de corrupción sacudieron todo el espectro de la clase política, pero el PT fue el implicado más destacado en un fraude masivo en la gran empresa nacional de petróleo de Brasil, Petrobras. Los problemas del gobierno del PT se intensificaron cuando el país entró en recesión con la caída de la demanda de sus exportaciones agro-mineras. Crecientes déficits fiscales agravaron asimismo los problemas del gobierno. La derecha dura brasileña movilizó todo su aparato de la élite del poder -tribunales, jueces, policía y servicios de inteligencia- en un intento de derrocar al gobierno del PT e imponer un régimen autoritario neoliberal y apoderarse de todos los activos financieros, comerciales y productivos.
El centro-izquierda nunca fue muy de izquierda, si es que lo fue en alguna medida. Bajo los presidentes Lula y Rousseff (2003-2016), las poderosas élites mineras y agrícolas florecieron, y la banca, las inversiones y las empresas multinacionales prosperaron. El centro-izquierda hizo algunas concesiones paternalistas a las clases de ingresos más bajos, y aumentó los salarios de los trabajadores industriales y agrarios. Pero el PT relegó a la clase trabajadora a un segundo plano, mientras firmaba acuerdos comerciales y concedía ventajas fiscales al capital. No consiguió hacer participar a los trabajadores brasileños en la lucha de clases.
La derecha nunca tuvo que enfrentarse a un genuino gobierno de izquierda que presionara a los empresarios para lograr cambios estructurales. Por su parte, la derecha intentó acabar incluso con las reformas más superficiales. No aceptaría nada por debajo de un control total, consistente en: la privatización de la principal compañía petrolera nacional; la reducción de los salarios, las pensiones y los subsidios de transporte; y el recorte de los programas sociales. El golpe derechista brasileño -consistente en una destitución en falso, organizada por convictos corruptos- tiene por objeto una vasta reconcentración de la riqueza y el restablecimiento del poder empresarial, mientras hunde a millones de personas en la pobreza y reprime a los principales movimientos de masas organizados. En Brasil, los medios de comunicación controlados por las élites, los tribunales y los políticos actúan como juez, jurado y carcelero contra un régimen de centro-izquierda, que nunca llegó a tomar el control de las principales instituciones de poder de la élite.
Obama y el eje de su legado
Los derechistas políticos se unen a la policía para controlar a las multitudes y tomar el poder, restableciendo los lazos profundos entre Brasil, Argentina y Washington. A continuación, pasarán a la reconquista neoliberal de toda América Latina. Contra esta nueva ola, es preciso comprender que el legado latinoamericano de Obama es demasiado reciente, demasiado apresurado y demasiado inconexo, y que la nueva derecha presenta los mismos o incluso peores rasgos de la izquierda recientemente fallecida.
En Argentina, Macri ha solicitado un préstamo de 15.000 millones de dólares a un interés del 8%, en un momento en que la economía está fracturada, el empleo está colapsado y las exportaciones y la demanda a nivel mundial se hallan en declive. Al mismo tiempo, el gabinete del presidente Macri está plagado de grandes escándalos financieros relacionados con los papeles de Panamá y la clase obrera en su totalidad -partido político, sindicatos, clase trabajadora empleada- se halla profundamente desencantada con el gobierno minoritario de Macri.
Argentina no puede llegar a ser el perdurable «legado latinoamericano» de Obama: aunque Macri pueda abrir la puerta para un breve periodo de dominio de Washington, los resultados serán catastróficos y el futuro, dada la reciente historia argentina de levantamientos populares, parece incierto.
Asimismo, en Brasil, el proceso de destitución/golpe de Estado va a dar lugar a nuevas y más numerosas investigaciones, con juicios a políticos después de la destitución y una profunda crisis económica. El vicepresidente de Brasil, que se volvió contra Rouseff, se enfrenta ahora a cargos de corrupción, al igual que sus partidarios. La prolongada confrontación se opone a cualquier continuidad básica. La política de un gobierno de derecha consistente en el recorte de salarios, pensiones y «cestas» de pobreza detonará enfrentamientos a gran escala con una población polarizada. El legado de Obama será un breve episodio de celebración de la salida del presidente del Partido de los Trabajadores, seguido de un largo período de inestabilidad y desorden.
Los regímenes derechistas en Venezuela, Colombia y Perú serán parte del legado de Obama, pero ¿con qué fin duradero?
El congreso de la derecha venezolana -apodada MUD (Mesa para la Unidad Democrática)- pretende derrocar al presidente electo. Exige la liberación de varios asesinos de extrema derecha actualmente en prisión, la privatización de la industria petrolera y un recorte profundo en los programas sociales (salud y educación). La derecha reduciría los salarios de los empleados y eliminaría los subsidios a los alimentos. La MUD no tiene un plan competente o la capacidad para hacer crecer la economía del petróleo y superar la escasez crónica de alimentos, y no haría más que sustituir la economía subvencionada de la izquierda por un aumento masivo de precios de los productos básicos, reduciendo con ello el consumo interno a una fracción de su nivel actual. En otras palabras, la ofensiva de la derecha puede derrotar a la izquierda chavista pero no estabilizará Venezuela y no desarrollará una alternativa neoliberal viable. Cualquier nuevo régimen de derecha se deteriorará rápidamente y el problema crónico de la violencia criminal será superior a los niveles actuales. La alianza entre Washington y la extrema derecha de Venezuela difícilmente respaldará el pretendido legado histórico de Obama. Es más probable que sea otro ejemplo de gobierno de derecha fallido derecha incapaz de sustituir a un debilitado gobierno de izquierda.
En otros regímenes de derecha emergentes podemos hallar circunstancias similares.
En Colombia, el actual presidente derechista Juan Manuel Santos habla con las FARC, pero también acoge a los escuadrones de la muerte paramilitares. Sus conversaciones para el logro de acuerdos de paz y su reforma social están vinculados a la derecha genocida, dirigida por el ex presidente Álvaro Uribe. Mientras tanto, la economía se estanca con los precios del petróleo y del metal colapsados en el mercado mundial. El nivel de vida de Colombia ha declinado y la promesa de un resurgimiento de la derecha se torna débil. La alianza entre Estados Unidos y Colombia puede socavar a las FARC pero la derecha no ofrece ninguna perspectiva para la modernización de la economía o la estabilización de la sociedad.
Del mismo modo, en Perú, la derecha gana votos y abraza el libre mercado, pero el crecimiento declina, las inversiones y las ganancias se agotan y el desencanto crece entre la masa de los pobres, augurando conflictos en la calle.
El legado de Obama en América Latina ha seguido a una serie de victorias brutales que no tienen la capacidad de volver a imponer un «nuevo orden» estable de mercados libres y las elecciones libres. La primera oleada de inversiones favorables y concesiones lucrativas no logrará revivir y volver a calibrar una nueva dinámica de crecimiento.
De manera aún más inquietante, Obama utilizó el asesinato en masa para sustituir a un presidente de izquierda nacionalista elegido en Honduras e imponer un régimen de terror contra la población pobre e indígena. Mientras tanto, donativos financieros ilícitos recompensan a los especuladores en Argentina.
El legado de Obama en América Latina refleja un espectro completo que va desde golpes de estado derechistas realizados para expulsar a los gobiernos elegidos en Brasil y Venezuela, a los presidentes autoritarios elegidos en Perú y Colombia con vínculos históricos con escuadrones de la muerte y cuentas en el exterior multimillonarias en dólares.
El contemporáneo «legado latinoamericano» de Obama huele a una manipulación electoral brutal que prepara el terreno para sangrientas guerras de clase.
El legado de Obama en Ucrania, Yemen y Siria
El gobierno de Obama pensó que podía manejar los conflictos generalizados, los levantamientos y las guerras para avanzar en su supremacía global.
A tal efecto, Obama gastó miles de millones de dólares en armas y propaganda, armando a paramilitares neonazis para tomar el poder en Ucrania. Una brutal y grotesca banda de oligarcas (y fugitivos extranjeros caídos en desgracia, como el depuesto líder georgiano, Mikhail Saakashvili) sirvió a Washington en el régimen títere de Kiev. Críticos, periodistas, juristas y ciudadanos son asesinados; la economía ha colapsado; los precios se disparan; los ingresos se han reducido a la mitad; el desempleo se triplicó y millones de personas han buscado refugio en el extranjero. La guerra se propaga entre el ejércitos de ciudadanos de etnia rusa de Donbás y el régimen títere de Kiev y el pueblo de Crimea votó a favor de unirse a Rusia. Mientras tanto, las sanciones económicas contra el comercio con Rusia han exacerbado la escasez en la población ucraniana.
Bajo el tutelaje de Obama, Ucrania se convirtió en un ejemplo mundial… de estado fallido, con todo su «legado europeo». Obama puede reclamar con razón el mérito de haber impuesto un régimen absolutamente retrógrado de cleptocapitalismo sin ningún rasgo presentable.
Obama abrazó la guerra de Arabia Saudita contra Yemen que destruye la vida y las ciudades de la nación más pobre de Oriente Próximo. El legado de Obama en Yemen implica la destrucción sistemática de un pueblo soberano. El jueguecito que realiza Obama favorece a los multimillonarios déspotas saudíes mientras devasta a los inocentes. En lo que se refiere a los israelíes en Palestina y los saudíes en Yemen, Obama rinde homenaje a los criminales responsables de haber destrozado millones de vidas.
Y qué decir del legado de Obama en Siria y Libia. ¿Cuántos millones de africanos y árabes han sido asesinados o han huido en los barcos podridos de la miseria. Sólo una banda de los expertos más rancios y corruptos de los medios de comunicación de EE.UU. puede pretender que este presidente gánster no debería ser llevado ante un tribunal para responder por crímenes de guerra.
Conclusión
El régimen de Obama ha llevado a cabo guerras de destrucción, una tras otra. Ha establecido asociaciones con terroristas y escuadrones de la muerte en busca de victorias imperiales a corto plazo que han terminado en rotundos fracasos.
El legado imperial de este presidente «histórico» es un espejismo de saqueo, miseria y destrucción. El efecto de sus mentiras políticas ha comenzado a registrarse incluso aquí, entre el público estadounidense: ¿Quién confía en el Congreso de Estados Unidos y su presidente? Y en Europa, ¿quién confía en los socios europeos de Obama que con tanto entusiasmo promovieron las guerras de Oriente Próximo y el Norte de África y ahora temen y detestan a los millones de víctimas de éstas, refugiados que huyen a las ciudades de Europa, llenando sus playas de cadáveres ahogados de miembros de sus comunidades desarraigadas?
Obama «vendió» las guerras y los europeos reciben las víctimas… con miedo y asco.
Obama logra victorias provisionales, desgraciadas y reversibles.
Obama bombardeó Afganistán ayer y ahora huye ante una resistencia renovada.
Obama tiene aliados que están de nuevo saqueando América Latina, pero se enfrentan a una expulsión inminente por levantamientos populares.
Obama aterrorizó y fragmentó a Siria ayer, pero perdió las elecciones el día después.
Obama amenaza la economía de China mientras compra de productos de este país febrilmente.
El legado de Obama dio comienzo como una ofensiva militar y económica fallida, acompañante de una profunda crisis social. Durante su último año en el cargo, Obama trata de forjar alianzas con lo peor de la derecha dura para salvar su legado. Su breve avance en este sórdido mundo de neoliberales, neonazis y déspotas saudíes es un preludio de nuevas retiradas y nuevos caos.
Obama ha celebrado públicamente el giro a la derecha en Asia, América Latina, Europa y Oriente Próximo y aplaude la alineación más retrógrada de fuerzas en los tiempos modernos: saudíes e israelíes; generales egipcios y jihadistas libios; neo-otomanos turcos y gánsteres oligarcas ucranianos. Los cambios de régimen en Argentina y Brasil animan a Obama a reivindicar su legado imperial.
Su momento de la verdad imperial es breve, demasiado breve. En todas partes, somos testigos de que el rápido aumento del éxito imperial va seguido por una serie de debacles.
En toda América Latina especuladores capitalistas se sumergen en aventuras financieras salvajes, robo y caos. En Oriente Próximo, EE.UU. se yergue entre los palacios desmoronados de un régimen saudí moribundo. Los avances imperiales, tan publicitados, se basan en todas partes en grandes expolios, desde Egipto y Turquía a Ucrania.
En pocas palabras: la fórmula de Estados Unidos de un exitoso legado está fallando en el momento preciso que afirma su éxito. Obama y la derecha han creado un mundo de caos y desintegración. Obama y sus legiones, EE.UU. y Europa no tienen futuro en paz o en guerra, elecciones o derrotas.
No hay legado imperial para el «histórico» presidente Obama.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.