Hace un tiempo que algunos, entre enfrentamientos a pecho descubierto y diatribas, vienen alertando, cual en sabichoso mantra, acerca de que el próximo crack financiero será más descomunal que cualquier otro. Y van más allá. Hasta el detalle. Según Greg Hunter (USAWatchdog.com), personalidades solventes en lo profesional, tales David Stockman, director que fuera de la […]
Hace un tiempo que algunos, entre enfrentamientos a pecho descubierto y diatribas, vienen alertando, cual en sabichoso mantra, acerca de que el próximo crack financiero será más descomunal que cualquier otro. Y van más allá. Hasta el detalle.
Según Greg Hunter (USAWatchdog.com), personalidades solventes en lo profesional, tales David Stockman, director que fuera de la Oficina de Gestión y Presupuesto de la administración de Reagan -en nada sospechoso de «izquierdoso», por cierto-, advierten y consiguientemente concluyen que «los pequeños inversionistas se hunden. Los borregos están en fila y, por desgracia, están siendo llevados al matadero una vez más. Es muy duro ver cómo esta generación del ‘baby-boom’ [expresión usada para referirse a la explosión de la tasa de natalidad que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial], de la cual se jubilan 10 mil personas todos los días, pueda resistir otra devastadora crisis en su portafolio de acciones. […] Cuando la burbuja estalle, esta se derramará e inundará toda la economía del ciudadano de a pie».
Para Stockman, en la obra La gran deformación, glosada por Hunter, EE.UU. ha estado construyendo una burbuja, año por año, desde el decenio de 1990. «Las crisis previas con las que estamos familiarizados, la de los ‘punto com’ y la inmobiliaria, solo han sido correcciones temporales y no se permitió que estas siguieran su curso natural. No se eliminó de manera efectiva lo que estaba podrido en el sistema porque los bancos centrales se involucraron durante los meses que duró la corrección: redoblaron el estímulo y la liquidez en el mercado».
Apostilla el libro que no se puede fingir más: «Reiteradamente he señalado que Wall Street nos dice que el mercado no está sobrevaluado […] he afirmado que […] la rentabilidad real ha descendido 15 por ciento. El mercado está costoso, extremadamente costoso. La rentabilidad está sobrevalorada 21 veces. Por lo tanto, la visión panorámica de la burbuja con respecto a las valoraciones es terriblemente confusa. Incluso es difícil mantener la versión de rentabilidad que impera en Wall Street mientras arriba una recesión global; los inversionistas van a descubrir, de repente, que el mercado está drásticamente sobrevalorado. Estos van a querer salir y todos desearán hacerlo al mismo tiempo; ello propiciará ventas nerviosas que pueden provocar el derrumbe del mercado».
Presagioso, prosigue subrayando Hunter: «Nos acercamos al final. Creo que la economía mundial caerá en un período inédito de contracción y recesión deflacionista; por lo tanto, todos los mercados del planeta van a derrumbarse, debido a que han estado enormemente sobrevalorados como resultado de la emisión masiva de dinero y el flujo de liquidez hacia Wall Street y otros mercados financieros».
De ahí, la actual guerra sin armas mortíferas, como la llama Sergio Rodríguez Gelfeinsten, en el digital Barómetro Internacional. Guerra mundial permanente librada por los Estados Unidos contra todo aquel que se opone a sus designios. Y de más está decir que la embestida ha encontrado en Rusia y China los valladares más importantes, al pugnar por mantener equilibrios que afronten tamaña irracionalidad a partir de una lógica geopolítica diferente.
Diferente pero quizás no tanto, porque para el mencionado autor en esta lucha por establecer preceptos económicos que beneficien a unos y otros se establecen los intereses de clase que se expresan en cada país y se «expone la naturaleza transnacional imperialista, que, como se sabe, fue definida por V.I. Lenin como fase superior del capitalismo».
Peque o no de drástico en su acotación el comentador, lo cierto es que la liza se manifiesta en hechos observables actualmente, en particular la confrontación en el ámbito económico, que está alcanzando ribetes trascendentales. «Por ejemplo, las sanciones de los gobiernos europeos a Rusia se inscriben en una razón absurda, toda vez que Europa, bajo presión de Estados Unidos, le causa daños mayores a su economía y a sus propios ciudadanos que las que se le ocasionan al ‘sancionado’. Mientras tanto, Estados Unidos, cuyo comercio con Rusia es ínfimo en comparación con el que el Viejo Continente mantiene con la potencia euroasiática, no sufre afectación alguna por la aplicación de esa política de sanciones».
La Federación es la sexta economía del mundo y el tercer socio comercial de la Unión Europea (UE) -su intercambio alcanzó en 2013 unos 326 mil millones de euros-. En este sentido, los poderes fácticos que manejan los gobiernos de la UE privilegian sus relaciones con Estados Unidos por encima de las responsabilidades con sus poblaciones, apunta, juicioso, Rodríguez.
Ese mismo conforme a quien las cosas suelen presentarse en son de paradojas. Pues, de acuerdo con su leal saber y entender, en otro ámbito la política del Tío Sam encaminada a crear bloques supone un cambio respecto de la tradicional. ¿Por qué? ¿Bonhomía? Nada de eso. Simplemente, porque «con los Tratados de Libre Comercio, Estados Unidos regula el funcionamiento de la economía y la actuación comercial de sus aliados a partir de sus propios intereses o necesidades» -veremos si, a la larga, Trump favorece esta línea-. Solo que «el afianzamiento de los monopolios apunta a destruir la natural esencia del capitalismo, que es la competencia, eliminando a pequeños y medianos empresarios, restringiendo el empleo y reduciendo el poder adquisitivo de grandes masas de ciudadanos de los países periféricos que se van empobreciendo».
La batalla del dólar
Asimismo, para el articulista, el espacio de las monedas que rigen el comercio mundial y el uso que se hace de ellas escenifican una de las más actualizadas y de algún modo novedosas dimensiones del conflicto generalizado. «La imposición del dólar gracias al poder adquirido por Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial de manera victoriosa y con su territorio incólume de la devastación producida por la conflagración, le permitió penetrar los mercados globales, contando con la anuencia de Europa, que a cambio recibió la bendición para llevar adelante su proceso de integración neoliberal a partir de los años 50 del siglo pasado y consolidado en 1993, a partir del Tratado de Maastricht».
Sin embargo, estos elementos, entre otros, comienzan a generar tirantez en el sistema explayado, sobre todo por la crisis que agobia al capitalismo global. China y Rusia han entendido que deben enfrentar a sus adversarios actuando en su propio terreno y suministrándoles su propia medicina. «Después de la creación, por iniciativa de la primera, del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (BAII), el Fondo Monetario Internacional (FMI) se vio obligado a anunciar […] la incorporación […] del renmimbi o yuan a la canasta de reservas del organismo financiero internacional. Con ello, se hizo un reconocimiento a China como indudable poder económico mundial».
Este y otros «entuertos» hacen sopesar el liderazgo mundial de EE.UU. con diferente balanza. Aunque aún conserva capacidad efectiva en la palestra planetaria, para el citado Rodríguez -al que nos sumamos sin vacilación- es evidente que su poder se ha ido reduciendo, lo que contradictoriamente lo torna más peligroso. «En estas condiciones China y Rusia tienen un instrumento que no es bélico, pero resulta igualmente letal: la desdolarización de la economía. Ambos países han acordado algunas medidas en ese sentido, por ejemplo la venta de petróleo y gas ruso a China en yuanes. Lo mismo operará para el comercio chino hacia Rusia, cuyos pagos se harán en rublos. A su vez, China financiará planes de infraestructura y transporte en Rusia por valor de 150 mil millones de yuanes, en particular para desarrollar proyectos conjuntos en la Ruta de la Seda. El Grupo de Banca de Inversión Goldman Sachs calcula que la aplicación de los acuerdos energéticos entre los dos países que significan el suministro del 30 por ciento de las necesidades chinas por los próximos 30 años va a significar la salida del mercado de 900 mil millones de dólares. Un golpe mortal a la hegemonía financiera estadounidense».
Pero si la cosa quedara en ese plano… En el político y el de seguridad ambos «confabulados» se han propuesto seriamente el fortalecimiento conjunto de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), que obtuvo un contundente éxito al propiciar el acercamiento entre la India y Pakistán, antiguos enemigos, socios ambos de los Estados Unidos.
Finalmente, Rodríguez Gelfeinsten hace notar que China posee la mayor cantidad de bonos de deuda de Norteamérica, por un valor de mil 300 billones de dólares, lo que le podría permitir producir una verdadera debacle si decidiera realizar un movimiento brusco, como el que ocurrió en diciembre de 2006. «China vendió algo más de 100 mil millones de dólares de estos bonos, lo cual significa que decidió desprenderse de papeles de deuda del Gobierno estadounidense, enviando un claro mensaje a Estados Unidos ante la perspectiva de causar un grave daño a la economía dolarizada y al dólar en general…».
Todos estos factores apuntan a una grave enfermedad de la hegemonía financiera occidental -particularmente la gringa-, a la cual se presagia una larga agonía que, «sin embargo, no le permitirá salvarse. Este año 2016 será clave en este proceso que pareciera ser irreversible», afirmó en su momento nuestro articulista.
Como irreversible luce el hecho, apuntado entre alfilerazos y diatribas por ciertos lúcidos cerebros, de que el próximo crack financiero devendrá más descomunal que cualquier otro.
Dios nos sorprenda confesados, se dirán muchos.
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