Muchos argumentos justifican que los países latinoamericanos lleven a cabo políticas comerciales activas, es decir, promoción de las exportaciones y proteccionismo frente a las importaciones. Quizás el más importante es el expuesto por el alemán Friedrich List en su libro «El sistema nacional de economía política (1841)» vulgarizado en economía como el argumento de la […]
Muchos argumentos justifican que los países latinoamericanos lleven a cabo políticas comerciales activas, es decir, promoción de las exportaciones y proteccionismo frente a las importaciones. Quizás el más importante es el expuesto por el alemán Friedrich List en su libro «El sistema nacional de economía política (1841)» vulgarizado en economía como el argumento de la «industria naciente». Básicamente hace hincapié en que los países en desarrollo necesitan proteger sus industrias en las etapas iniciales, para que paulatinamente adquieran competencias y escala abasteciendo en primer lugar al mercado interno, de modo que luego puedan enfrentar con éxito la competencia de las naciones más desarrolladas. Otro de los argumentos proviene de lo que conocemos como la «enfermedad holandesa» que afecta a los países exportadores de recursos naturales. Sucede que la abundancia de dólares que traen estas exportaciones terminan apreciando el valor de la moneda doméstica, aumentando los costos de producción artificialmente (se encarece la economía frente a otros países).
Existe abundante evidencia (Chang, Balassa) que indica que ésta es la realidad que caracteriza a los países latinoamericanos. La preferencia de los gobiernos latinoamericanos por recurrir al endeudamiento externo en lugar del ahorro doméstico exacerba este problema porque este aporte de divisas termina disminuyendo aún más la competitividad del país. Ante estos casos, enfermedad holandesa o preferencia por el ahorro externo, es indispensable recurrir a políticas comerciales activas para atenuar el problema de la falta de competitividad artificial que enfrentan nuestras industrias. Un fenómeno similar ocurre en las economías dolarizadas como Ecuador. Debido a que nuestros países siempre tendrán más inflación que EEUU (por muchos motivos que no cabe detallar en este artículo), y aun cuando el diferencial de inflación con EEUU sea muy pequeño, con el tiempo el diferencial acumulado va creciendo, lo que significa encarecimiento de costos respecto a EEUU y un deterioro continuo de la competitividad que no puede corregirse con una devaluación. Nuevamente es indispensable contar con una política comercial activa para mantener el sistema monetario dolarizado, porque, en caso contrario, el déficit externo amenaza las bases de la dolarización.
Pero a esta corta lista debemos agregar un nuevo argumento. Un argumento surgido al calor del modelo de globalización neoliberal y el libre comercio global. Se trata de que los gobiernos que persiguen modelos económicos humanistas, habitualmente buscan aumentar el bienestar de sus ciudadanos, promoviendo políticas de incremento salarial, haciendo transferencias a las familias, subsidiando bienes y servicios y subiendo impuestos para financiar los gastos redistributivos y las políticas de desarrollo. Pero estas políticas implican mayores costos para las empresas, ya sean salariales o tributarios, y en consecuencia resultan desafiadas por los países que aplican políticas económicas conservadoras que buscan atraer estas empresas con el imán de los menores costos salariales y fiscales. Las empresas mudan sus actividades hacia estos países y desde esos territorios comienzan a venderle desde ahí a su país de origen. Esta es una consecuencia inevitable de la globalización neoliberal. Y no puede esperarse que los empresarios inviertan en su país, porque no lo harán, ya que si no se trasladan terminarán desapareciendo en manos de la competencia externa tarde o temprano. Existe mucha evidencia al respecto. En especial Colombia, que recibió enormes inversiones provenientes de Ecuador y Venezuela y cuyos salarios mínimos eran de 270, 375 y 706 USD (en 2013) respectivamente. También desde Colombia se contrabandearon cifras gigantescas de todo tipo de bienes venezolanos – incluido el combustible- que son fuertemente subsidiados en ese país como parte de su política redistributiva (un fenómeno denominado comercio de extracción).
En definitiva, los países con gobiernos progresistas tienen grandes dificultades, porque tienen que enfrentar las conductas parasitarias de los países que aplican a rajatabla el modelo de globalización neoliberal. Este parasitismo debe combatirse, porque es malo para la humanidad. ¿Por qué es malo, argumentará algún neoliberal desprevenido? La respuesta es sencilla. Porque si todos actuasen como parásitos, no quedaría ningún país a quien parasitar, salvo los seres humanos que vivirían cada vez peor. Esta es la consecuencia inevitable del modelo de globalización neoliberal, no es competencia leal, es puro parasitismo, una competencia para atraer capital desde los países más preocupados por el bienestar de los ciudadanos. Todo este parasitismo, tan perjudicial para la humanidad, no existiría si cambiamos el modelo neoliberal, que se basa en un principio muy sencillo, el del libre comercio, que implica el derecho a abastecer a todo el mundo desde el país que parasite mejor a sus vecinos y sus propios ciudadanos. Las consecuencias para nuestras democracias son inconmensurables. Ya no somos libres de votar y optar por una preferencia política humanista, porque si así lo hacemos comenzaremos a ser parasitados por los malos vecinos. Es por eso que es más imperativo que nunca que apliquemos políticas comerciales activas y eficaces para evitarlo. Por el bien de la humanidad, antes de que los parásitos maten al huésped, que somos nosotros.
Guillermo Oglietti, doctor en economía aplicada por la Universidad Autónoma de Barcelona, postgraduado del Instituto Torcuato Di Tella de Buenos Aires y Licenciado en Economía por la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba, Argentina) e investigador CELAG.