Recuerdos del papa Francisco y de Pablo Escobar en una tienda del barrio del fallecido narcotraficante colombiano en Medellín, el 8 de septiembre de 2017. AFP / Raul Arboleda Chaplin era un buen nombre para su negocio, pero El Patrón atrajo más clientes, dice Yamile Zapata. Y la imagen del papa, aunque popular, vende menos […]
Recuerdos del papa Francisco y de Pablo Escobar en una tienda del barrio del fallecido narcotraficante colombiano en Medellín, el 8 de septiembre de 2017. AFP / Raul Arboleda
Chaplin era un buen nombre para su negocio, pero El Patrón atrajo más clientes, dice Yamile Zapata. Y la imagen del papa, aunque popular, vende menos que la de Pablo Escobar, el abatido capo y santo patrono de una barriada católica de Medellín.
Por estos días «todo el mundo quiere un recuerdo del papa» Francisco, pero «Pablo se vende mejor».
Lo afirma Zapata, una mujer de 34 años, de figura gruesa y pelo negro recogido, que atiende una peluquería donde ofrece souvenirs sobre Escobar en el barrio que en los años 1980 levantó el líder mafioso más temido de Colombia y que hoy lleva su nombre.
¿Qué vende? Desde tazas y camisetas hasta libros alusivos al jefe del extinto cartel de Medellín, que en su lucha contra el Estado hizo estallar bombas que mataron a cientos de colombianos.
Han pasado más de dos décadas desde que Escobar fue abatido sobre un tejado de Medellín, el 2 de diciembre de 1993, y diezmados los grandes carteles que manejaban él y sus adversarios de Cali.
Y diez meses desde que Colombia firmó la paz con la guerrilla marxista más poderosa del continente, implicada en el negocio de las drogas.
Pero el país al que llegó Francisco el miércoles para promover durante cinco días la paz, el perdón y la reconciliación, sigue siendo el principal productor y exportador de cocaína del mundo, según la ONU.
El carismático jefe de los católicos, que se ha referido al narcotráfico como un cáncer que ha hecho «metástasis», incluyó en su viaje a Medellín.
Con casi dos millones de habitantes, esta ciudad moderna de profundas raíces religiosas y con el mayor número de templos en el país es recordada, muy a su pesar, como la capital mundial del narcotráfico.
Y la figura de Pablo Escobar, el «Patrón», sigue generando alrededor del mundo millones de adictos de las telenovelas, series en Netflix y libros que prometen revelar una faceta desconocida del capo más famoso.
Pero en el que fuera el feudo del capo en Medellín, «la gente lo que busca no es morbo ni nada malo, solo quieren conocer la historia de Pablo», justifica Zapata en diálogo con la AFP.
– «Nadie le gana a Pablo» –
Cuando esta mujer empezó con su peluquería decidió llamarla Chaplin, pero en febrero le cambió el nombre. Ahora al modesto local de «El Patrón» concurre el doble de clientes que antes.
AFP / Raul Arboleda. Un graffiti con el retrato del fallecido narcotraficante colombiano en su ciudad natal de Medellín, el 8 de septiembre de 2017
Aprovechando el entusiasmo que despierta Francisco, amplió la oferta de souvenirs con llaveros del papa que le trajo un expandillero.
Tras la caída de los grandes carteles, el narcotráfico en Colombia es un millonario negocio que manejan organizaciones más pequeñas y violentas. En Medellín los ‘combos’ o pandillas se disputan barrios y el microtráfico de droga.
Zapata reconoce que Escobar es un éxito en ventas, pero se aparta del fervor casi religioso que envuelven la vida y los mitos del capo.
«Yo solo (creo en) Dios, pero muestro lo bueno que (Pablo) hizo. Lo malo no se realza en este barrio porque acá todo el mundo lo quiere», afirma.
El barrio surgió a partir de 260 casas construidas hace 30 años por el narcotraficante para los pobres que vivían en el basural de Moravia. Hoy más de 6.000 viviendas se reparten entre escaleras de hormigón.
Esta favela ya es famosa además por un mural dominado por una efigie del Niño Jesús en el que se lee «Bienvenidos al barrio Pablo Escobar», con la imagen del capo y la leyenda «aquí se respira paz».
«Ningún líder religioso, ni político, le va a ganar a Pablo», sostiene Wberney Zabala, un dirigente comunal que le prende velitas al retrato del jefe mafioso que tiene en la sala de la vivienda.
«El hecho de dar un barrio es su primer milagro», afirma Zabala, un exmilitar lisiado de 45 años, quien dice haber pensado en ir a la misa de Francisco con un pendón de Pablo Escobar.
Al final desistió porque ya perdió un trabajo en una entidad oficial de deportes por hablar bien del capo en un video, y no quiere perder una nueva oportunidad en el sector público.
En el barrio les hacen corrillos a los niños para contarles quién fue Escobar, según Zabala.
«Mientras el barrio perdure, perdurará la historia».