El mercado establece el valor de cambio de un bien (sinónimo de precio de la mercancía). Un diamante de un gramo cuesta mucho más que un galón de agua. Pero existe un valor de uso que depende del contexto tiempo/espacio. Un litro de agua vale mucho más que un kilogramo de diamantes, para el viajero […]
El mercado establece el valor de cambio de un bien (sinónimo de precio de la mercancía). Un diamante de un gramo cuesta mucho más que un galón de agua. Pero existe un valor de uso que depende del contexto tiempo/espacio. Un litro de agua vale mucho más que un kilogramo de diamantes, para el viajero perdido en el desierto. Pero hay bienes de valor incalculable, sea por su potencial de bienestar futuro o por ser objetos culturales.
La siguiente noticia parece de ciencia ficción. Dos laboratorios estadounidenses se pelean por la patente (nada menos) de la «tijera» del ADN. Es decir, un instrumento que modifica el ADN. ¿Para qué sirve eso? Hace un año, una niña fue salvada de la antes incurable leucemia, gracias a una intervención experimental en su ADN. La «tijera» hará eso y mucho más, predicen los expertos. Sería una bendición para la humanidad, excepto que…
Esos dos laboratorios de investigación (según relata América Valenzuela en El Independiente) son el laboratorio interdisciplinario de la Universidad de California en Berkeley contra el Instituto Broad, vinculado a MIT. Ambos pelean por una patente en una batalla legal que ya lleva cinco años. Hasta se habla de espionaje industrial y alta traición. Con seguridad, tras estas asociaciones están grandes corporaciones que piensan sacar provecho del invento, sea explotándolo o dejando de explotarlo. ¿Dejando de explotarlo? Sí, porque si una farmacéutica X vende millones en un medicamento para aliviar la leucemia, pagará lo que sea a los que tengan la patente, para que no salga al mercado la cura de la leucemia.
Supongamos que el Instituto Broad gana la patente de la «tijera». Y que no acepta la oferta de las farmacéuticas para que no salga a la luz su invento. La «tijera» del ADN logrará curar muchas enfermedades hoy consideradas incurables. Pero los beneficiados serán solo los millonarios que puedan pagar los elevadísimos precios del nuevo tratamiento. El Instituto Broad tiene que recuperar todo lo que gastó en investigación, incluidos cinco años de batalla legal. La abrumadora mayoría de la humanidad no tendrá acceso a la «bendición».
Contrasta esto con lo sucedido hace más de 60 años, en los mismos Estados Unidos. Jonas Salk fue un médico que provenía de un hogar humilde. En 1955 presentó al mundo la vacuna contra la poliomielitis. En la primera entrevista televisada después del anuncio del invento, le preguntaron a Salk quién poseía la patente de la vacuna anti polio. Su respuesta hace ver que en todas partes y en todo tiempo hay héroes: «No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?» El bien de la humanidad debería ser el criterio rector en la concesión de patentes. El inventor debería recibir una recompensa y quienes lo auspiciaron deberían recuperar su inversión más una ganancia. Hasta la doctrina social de la Iglesia Católica coincide en que el bien común prevalece sobre el derecho de propiedad. Además, el grueso de las ganancias no va al inventor. Los que lucran son los inversionistas.
El bien común, la salud de la humanidad, debe prevalecer sobre la propiedad de papeles. Pero no solo la ciencia está contaminada por el capitalismo salvaje. También el arte. Hace pocos días se anunció la venta en subasta del cuadro de Leonardo da Vinci «Salvador del mundo». Una obra de arte poco vista del mayor genio de Italia se vende en 400 millones de dólares (450 se dijo, pero el excedente son comisiones). Y no va a un museo. Va de un coleccionista privado a otro. Y nadie protesta. Ni el gobierno de Italia que llama Da Vinci al aeropuerto de su capital ni el gobierno de Francia cuya capital es famosa por un cuadro del pintor florentino. Otra vez vemos cómo el mercado se impone al bien común. Una pintura así debería estar en un museo, nunca en una sala privada. Recuerda este caso al de los narcotraficantes que adornaban sus salas con pinturas famosas, como cierto odontólogo que exhibía hasta su último diploma. A este paso se van a privatizar las pirámides de Egipto.
Fander Falconí Benítez: economista ecológico y académico ecuatoriano. Actualmente es ministro de Educación de Ecuador.