Una de las ideas recibidas, desgraciadamente de las más tenaces, sobre Mayo del 68 en Francia, consiste en evocar las luchas estudiantiles y las huelgas obreras en términos de malentendido, o incluso de cita fallida. La tesis del imposible encuentro ha sido naturalizada: según ella, los estudiantes y los obreros estaban destinados a fracasar ya […]
Una de las ideas recibidas, desgraciadamente de las más tenaces, sobre Mayo del 68 en Francia, consiste en evocar las luchas estudiantiles y las huelgas obreras en términos de malentendido, o incluso de cita fallida. La tesis del imposible encuentro ha sido naturalizada: según ella, los estudiantes y los obreros estaban destinados a fracasar ya que los primeros querían estar (mejor) y los segundos tener (más) [1]. Esas simplificaciones cargadas de implícitos -a los estudiantes un suplemento de alma, a los obreros un complemento salarial-, han circulado de muchas maneras en las batallas interpretativas de las que todavía es objeto Mayo del 68: siendo diversas, tienen en común una mezcla de etnocentrismo erudito y de miserabilismo, que quiere ver en los obreros una clase focalizada por naturaleza en mundo material e inapta para los combates por la emancipación individual, y en los estudiantes y profesiones intelectuales un grupo social únicamente preocupado por el liberalismo cultural y la búsqueda narcisista de sí mismos. Se resumen en ciertas divisiones finalmente sumarias: reivindicaciones cuantitativas versus reivindicaciones cualitativas, crítica social versus crítica artista, crítica de la explotación versus crítica de la alienación. No es que estas designaciones no tengan ninguna pertinencia: como tipos ideales, las nociones de crítica social de la explotación y de crítica artista de la alienación reenvían, en un contexto de industrialización y de profundización de la división del trabajo, a dos registros de denuncia del capitalismo: el primero se dirige a la explotación de los trabajadores por los amos del trabajo, a la miseria social y a las desigualdades económicas; el segundo, en nombre de la libertad y la autonomía, a la dominación impersonal del mercado en tanto que somete la vida al dominio de la mercancía, a la inautenticidad y a la organización hiper-racionalizada del trabajo que transforma a los individuos en piezas anónimas e intercambiables del proceso productivo bajo la vigilancia autoritaria de los jefes [2]. Pero por pertinentes que sean, esas nociones son reductoras desde que son empleadas de forma estática y relacionadas con la naturaleza social de un grupo. Eso es precisamente lo que ocurre en las interpretaciones de Mayo del 68 que hacen de la crítica de la alienación el patrimonio exclusivo de las fracciones intelectuales del movimiento de Mayo y de la crítica de la explotación el de las fracciones trabajadoras. A lo que la mayor parte de las veces se agrega una simplificación extrema de cada una de estas dos críticas: la lucha contra la alienación se convierte en una revuelta lúdica contra la autoridad y por la liberación de las costumbres y la lucha contra la explotación en una aspiración consumista a un mayor poder de compra; renovando con la vieja oposición entre lo serio de la vida de trabajo y el juego de la vida de bohemio [3], prolongando las percepciones entonces más recientes de los obreros convertidos en reformistas y los estudiantes repletos de ilusión lírica, este esquema concluye naturalmente en el carácter no revolucionario de las luchas, tanto obreras como estudiantiles, en mayo-junio de 1968.
Esta disociación y esta reducción deben ser cuestionadas. Las críticas de la alienación y de la explotación fueron, en muchos aspectos, inseparables en mayo-junio de 1968. La puesta en cuestión de la autoridad, que es una de las facetas de la primera, se hizo casi siempre en nombre de la igualdad, que es uno de los aspectos de la segunda. Más aún, compartieron una común puesta en cuestión de la división social del trabajo. Ésta, al mismo tiempo que maquiniza a las personas y las transforma en piezas de la organización social y productiva, se acompaña de todo un conjunto de desigualdades, de jerarquías, de condiciones y de prestigio. Esta doble división -encerramiento y desigualdades, alineación y explotación- fue el objetivo de la crítica en Mayo. Y la neutralización del legado del 68 ha pasado por su disociación y su tergiversación.
La crítica de la alienación y de la explotación en el mundo del trabajo en mayo-junio de 1968
Si las huelgas sindicales clásicas, basadas en la crítica social y las reivindicaciones salariales, fueron mayoritarias en mayo-junio de 1968 [4], el panorama de las luchas fue en realidad diverso. La situación del sector del automóvil fue emblemática en este sentido [5]. En junio de 1968, las fábricas Peugeot en Sochaux, en el este de Francia, y Renault en Flins, en la región parisina, fueron el teatro de enfrentamientos particularmente violentos que acabaron con la muerte de dos obreros y un alumno de instituto. Podemos asombrarnos de esa radicalidad: los salarios en el sector del automóvil eran entonces de los más elevados en el ámbito laboral. Pero esas ventajas tenían que ver con una racionalización especialmente aguda de la organización del trabajo, la aceleración de las cadencias y la parcelización radical de las tareas. Este «compromiso fordista» -una especie de intercambio entre garantías salariales y ganancias de productividad- [6] no se llevaba bien, dado que desde los años cincuenta la descentralización industrial había transformado el reclutamiento obrero: jóvenes obreros especialistas, mujeres, inmigrantes, campesinos recientemente industrializados. Esos nuevos obreros se caracterizaban, según lógicas e historias evidentemente específicas, por una menor fabrilización [7], una menor familiaridad con la vida de fábrica o inducida por la fábrica. Fue precisamente esa resistencia al orden fabril [8] lo que explica lo que ocurrió en Peugeot-Sochaux y Renault-Flins y en otras partes, más allá de la mera voluntad de tener más: una reacción contra la alienación provocada por un universo de dominación en el que el trabajador, ya confrontado con un ambiente que no reconoce (en el sentido fuerte del término), es captado por numerosos dispositivos de control y se hace cada vez más extraño a un trabajo reducido a la repetición cadenciosa y embrutecedora de gestos mínimos.
El cine militante de mayo-junio de 1968 captó algunas de esas palabras obreras que designaban lo insoportable del orden en la fábrica. Así, La vuelta al trabajo en las fábricas Wonder, realizado en directo por dos estudiantes del Instituto de Altos Estudios Cinematográficos, filmó a una obrera anónima de un fabricante de pilas de la región parisina, que el 10 de junio de 1968 rechazó volver a su puesto de trabajo después de tres semanas de huelga. Frente a dos delegados de la CGT que intentaban convencerla de las ventajas obtenidas, ella denuncia las espantosas condiciones de trabajo y grita:
«¡No pondré más los pies en esta jaula! ¡Entrad y veréis que es un burdel! ¡Estamos sucias (…), estamos negras! (…) Somos verdaderas carboneras cuando salimos de ahí, ¡no hay ni agua para lavarse!».
La misma historia en Citroën-Nanterre, empresa conocida por su sistema represivo, ante a delegados sindicales de la CGT que se fijaban exclusivamente en las reivindicaciones materiales -«es seguro que será necesario, decían, (…) retomar (el trabajo) un día, (…) estando seguros que lo que se ganará será suficiente para comprar un coche, (…) un piso»-, dos jóvenes obreros politizados de un taller de plegado que filma Éduard Hayem en Citroën-Nanterre denunciaban la domesticación y el aburguesamiento de los obreros [9], el autoritarismo de los jefes de taller, la división de los trabajadores colocados, la segmentación y el ritmo del trabajo, la imposibilidad de hablar y conocerse, el dominio de la vida de la fábrica fuera de la fábrica, las dificultades para asociar jornada de trabajo y asistencia a los cursos de tarde, etc. En varias ocasiones mantienen tomas de posición sin ambigüedad sobre su deseo de revolución. Incluso un viejo sindicalista de la CGT de la empresa se muestra desconcertado en relación con la fragmentación de las reivindicaciones sobre cuestiones limitadas y lamenta que el sindicato este «atrapado en el sistema» y no esté «nunca dispuesto» [10]. También se encuentran esos discursos contra la alienación en el trabajo en los acontecimientos que tuvieron lugar alrededor de la fábrica Renault de Flins, filmados por Jean-Pierre Thorn en Osar luchar, osar vencer y documentados por Jean-Philippe Talbo [11]. Ahí también, la reivindicación de emancipación se expresa en primer lugar contra el autoritarismo de los controladores, reclutados especialmente entre «antiguos capitanes, coroneles o comandantes». Según una delegada sindical CFDT esa «puesta en cuestión de las relaciones de autoridad de tipo militar en la empresa», fue inseparable de una reivindicación más general de «control obrero» sobre «la organización del trabajo», sobre el reclutamiento (especialmente de los «jefes») y sobre las decisiones económicas de la empresa. Así esas exigencias de emancipación y de participación se plantearon aquí junto a las reclamaciones de igualdad y de solidaridad, como lo atestigua, entre otras, la negativa a los «aumentos jerarquizados» que desarrollarían las «divisiones entre los trabajadores, separando cada vez más las diferentes categorías», mientras que sería necesario, al contrario, «una equiparación de los bajos salarios para que haya menos diferencia ente el cuadro y el obrero especialista» y una abolición de las diferencias de condiciones y de contratos entre obreros franceses y trabajadores inmigrados. Asimismo, la temática de la reducción del tiempo de trabajo condensaba las dos críticas de la explotación y de la alineación. En efecto la misma no reenvía tanto al deseo de un tiempo liberado para el ocio o el consumo como a la de una reducción de la penosidad de las jornadas de trabajo y de un crecimiento de la capacidad de dedicarse a otras actividades, diferentes de la fábrica, en la vida familiar o en la sociedad. Problema que reviste una agudeza muy especial en las empresas de mucha proporción de mano de obra femenina, ya que las mujeres se ven obligadas a asumir de frente el trabajo en la fábrica y las obligaciones familiares que les asigna la división sexuada del trabajo doméstico. Así, en la Caja Postal -empresa de 13.000 asalariadas, mujeres en su casi totalidad, a menudo «inmigradas interiores», desenraizadas-, la reducción del tiempo de trabajo aparece como una forma reapropiarse a sí mismas: «vivir un poco mejor desde ya», «respirar un poco», escapar a las cadencias embrutecedoras, a la dominación masculina del personal directivo y al «ambiente de pánico desarrollado por la jerarquía», desprenderse de esa «nerviosismo reflejo que te hace darte prisa sin reflexionar», liberar tiempo para hablarse, conocerse [12]. La propia huelga y la ocupación, como suspensión de la rutina laboral, constituyen un «paréntesis mágico» y «alegre», un «momento genial en el que al final nos sentimos como en casa en el lugar de trabajo, nos apropiamos del espacio de nuestra explotación cotidiana»; la huelga rompe «la división, la competencia organizada de los servicios», hace tomarle «gusto a la cosa pública» -«que ya no estaba reservada a otros, a gente especial, política»- y favorece encuentros sociales inéditos -«todo el mundo se habla, burgueses, obreros, intelectuales, comerciantes, estudiantes jóvenes, viejos, franceses, inmigrados»; de forma que, a pesar de los logros conseguidos en el terreno reivindicativo, la vuelta al trabajo se vive, de forma dolorosa, como una vuelta a lo insoportable [13] .
Esas experiencias vitales, discursos y prácticas de resistencia al orden fabril, estuvieron lejos de ser marginales, especialmente en la gran industria y las fábricas estandarizadas de servicios, hasta el punto que en el post-68, tomaron la forma de una verdadera «guerrilla cotidiana en el centro de trabajo» [14] y pasaron a repertorios de protesta cada vez más radicales [15] que contribuyeron significativamente a desorganizar la producción y se inscribieron en una secuencia larga de «desobediencia obrera» [16], que solo se suavizó a finales de los años setenta.
La crítica de la alienación y de la explotación entre las categorías intelectuales en mayo-junio de 1968
La crítica de la división del trabajo que se da en el mundo laboral en mayo-junio de 1968 fue también frecuente, y a veces más explícita, en las movilizaciones de las categorías intelectuales. Se tomó prestada de la tradiciones anarquista, de los marxismos heterodoxos de los años cincuenta y sesenta, del situacionismo yd el surrealismo. Se tradujo, a la inversa del modelo leninista del partido de vanguardia revolucionario y del militante profesional, que seguía sin embargo estando presente, en una valorización de la toma de palabra espontánea y en la negativa a toda forma de delegación política. Habitada, a veces por los principios del «mundo de la inspiración» [17], hizo de la liberación de la creatividad el medio y el fin de la revolución y se opuso a una división social del trabajo que fija a los individuos en funciones, posiciones, visiones del mundo, en beneficio de la circulación permanente de los lugares y de la desterritorialización de las subjetividades [18].
Así, incluso en estas formas de crítica de la alienación más próximas al imaginario artista, la temática de la explotación y de la crítica social apenas estuvieron ausentes. Es cierto que se cuestionaron los mecanismos de alienación a escala social, pero lo fueron en tanto que formas de dominación inscritas en las relaciones de producción y los mecanismos de explotación. En ese sentido, luchar contra la alienación era luchar verdaderamente contra la explotación. Este horizonte se encuentra, por ejemplo, en los llamamientos a la abolición de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, a la superación «en la acción espontánea (de las) limitaciones» sociales que separan a los estudiantes de los trabajadores y a la permuta regular de las posiciones de enseñante y enseñado [19]. Se observó igualmente en los trabajos de los comités de acción de estudiantes-trabajadores y en los «mestizajes sociales» [20] y los «encuentros improbables» [21] que observamos en mayo-junio de 1968 entre campesinos, obreros, estudiantes e intelectuales. En fin, la articulación de la crítica de la alienación y de la crítica de la explotación estructuró las reflexiones llevadas a cabo en el seno de sectores sociales, en el ámbito de la salud o el judicial, que cuestionaron sus prácticas y sus ideologías profesionales. El caso del «Comité de acción salud» fue emblemático a este respecto. La y los jóvenes médicos que lo formaron pusieron en cuestión la división vertical del trabajo sanitario y su fundamento simbólico, la división del saber terapéutico que mantiene a las enfermeras y los otros técnicos de salud en el papel subalterno y explotado de simples auxiliares de la autoridad del «médico sabio» [22], mientras que están, más aún que los médicos, en contacto con los pacientes. Pero esos jóvenes médicos disidentes pusieron también en cuestión la medicina como mundo cerrado. Para ellos, la enfermedad no solo proviene de la biología sino que se lee también como «una reacción contra las constricciones», una forma de «cuestionamiento individual de una sociedad» no solo «inhibidora y represiva», sino también muy simplemente desigual: alojamientos insalubres, condiciones de trabajo penosas y malsanas, desigualdades en el acceso a la alimentación, etc. Por eso la medicina debe salir de sus «límites exclusivamente técnicos» y el médico de su pretendida omnisciencia; y, para ello, la medicina debe tomar en cuenta la subjetividad del paciente; y los médicos, al conjunto de quienes de una forma u otra están el corazón de las dimensiones -urbanistas, enseñantes, economistas, ingenieros, obreros, siquiatras-, a la vez sociales y de deseos, explotadas y alienadas, para las que la enfermedad expresa un estado de la sociedad.
Se podrían multiplicar los ejemplos de estas reflexiones que, en el ámbito social, tienden en un mismo movimiento a denunciar desigualdades y compartimentaciones, a remediarlas y, para ello, a habilitar algo así como un derecho de lo «profano», a hablar, a ser escuchado, a ser reconocido como sujeto, se trate del alumno, del paciente, del simple justiciable, del no creyente, del «no público» cultural, etc. [23]. Por ello, incluso en las profesiones intelectuales, la crítica de la alienación tuvo poco que ver con un individualismo de clase media centrado en su realización personal. Ante la fluidez social inédita en mayo-junio de 1968, esta solidaridad entre las reivindicaciones de igualdad, de emancipación y de mestizaje social representó sin duda lo que tiene de más amenazante y menos recuperable el movimiento crítico de Mayo. Desde ahí se comprende que su neutralización haya consistido precisamente en disociar las dos críticas de la explotación y de la alienación, y, después, en reducir el perímetro de cada una, para reafirmar la distribución anterior de los roles y las ocupaciones -es decir, in fine, «a colocar a cada una en su lugar» en la división social del trabajo- [24].
Poner a cada una en su lugar: la neutralización del legado del 68
Esa neutralización pasó, entre otras cosas, por las contra-movilizaciones, la batalla por la interpretación y las operaciones conceptuales (sería necesario agregar las inercias de la reproducción social). Queda por escribir la historia articulada de las contra-movilizaciones que siguieron a mayo-junio de 1968 [25]. Por parte del gobierno y de la patronal, el reto era el restablecimiento del orden de otra forma que sólo con la represión: dividiendo a los estudiantes y obreros, devolviendo a estos últimos a su puesto de trabajo y haciendo retroceder a las luchas contra la alienación en beneficio exclusivo de las reivindicaciones sociales, permaneciendo estas últimas compatibles con el «compromiso fordista» que, desde la postguerra, intercambiaba garantías salariales contra ganancias de productividad. Las negociaciones de Grenelle, los días 25 y 26 de mayo de 1968, se inscribieron en ese marco: fuertes aumentos salariales (pronto absorbidos por la inflación), satisfacción de algunas exigencias en materia de derecho sindical, pero ignorado las reivindicaciones que ponían en cuestión la organización del trabajo como tal. Por otra parte, la opción constante, en el post-68, de la patronal y de sus expertos fue: frente a la «crisis del trabajo» y al «desafío a la autoridad» [26], se dedican a preservar el «compromiso fordista» y responden a la crítica social con una política contractual de garantías salariales, preservando la racionalización tayloriana de la producción y la concentración del poder en el seno de la empresa de los ataques de las que son objeto por las nuevas radicalidades obreras y los rechazos a la alienación. Es solo a partir de la mitad de los años setenta, ante la incapacidad de esa política para contener la desorganización del trabajo en la empresa, cuando el valor de la autonomía se inscribe progresivamente en el centro del nuevo orden industrial. Pero, por una parte, ese proceso se cumplió en detrimento de la política salarial anterior, de forma que la autonomía no es agregada sino sustituida por la seguridad [27] y, por otra parte, las reivindicaciones de emancipación y de participación se retraducen en términos estrictamente gerenciales, de forma que, en lugar de cuestionar la jerarquía, la subordinación, la parcialización de las tareas y el ritmo embrutecedor de las cadencias, la gestión de la autonomía flexibiliza el trabajo, individualiza las condiciones y desmantela las solidaridades colectivas -contribuyendo, in fine, a liquidar las dos vertientes, igualitaria y emancipadora, de lo que constituía la radicalidad de la crítica en los años 68.
Pero si las huelgas obreras de mayo-junio de 1968 carecieron de continuidad, ello se debió también a la falta de vínculo político y sindical. Es la historia de las apropiaciones intelectuales y prácticas de Mayo del 68 que sería necesario recordar aquí; por ejemplo, las del PCF y de la CGT que, presos de las urgencias prácticas del momento en esquemas de percepción no ya incorporados sino institucionalizados, privilegiaron una lectura de las huelgas obreras de Mayo en términos de crítica social y de conflicto de clase tradicional; también las de la CFDT, que a partir de su «recentraje» en la segunda mitad de los años setenta [28], abandonó progresivamente el horizonte autogestionario de la sociedad. Todo ello permitió que se invisibilizara la insubordinación obrera. Tanto más cuando, en los años setenta, la misma no fue abordada por una sociología de la acción colectiva enfocada a identificar los «nuevos movimientos sociales». Las diversas formas simbólicas que separan «cuantitativo» y «cualitativo», valores materialistas y valores «post-materialistas», social y «societal» (neologismo utilizado en Francia para designar las relaciones sociales que no tienen carácter de clase, ndt.), tienden en efecto a asimilar el movimiento obrero exclusivamente con la crítica social y con un momento histórico superado y a inscribir las reivindicaciones de emancipación en el patrimonio único de las nuevas clases medias educadas. La crítica de la explotación se reenvió al pasado y la de la alienación fue progresivamente desgajada del mundo del trabajo en la fábrica, privada de su anclaje laboral en los combates por la emancipación obrera.
Evidentemente, esas diversas neutralizaciones del legado del 68 no habrían tenido el mismo efecto si no hubieran recibido la ayuda de un conjunto de transformaciones estructurales no solamente económicas (crisis industrial, auge del desempleo, etc.) o políticas (conversión de los socialistas al liberalismo en los años ochenta, políticas neoliberales), sino también intelectuales. Incluso sin evocar al conjunto de las corrientes ideológicas diversas que se construyeron en una oposición común a Mayo del 68 y participaron de una verdadera «restauración intelectual» en Francia [29], muchas de las formas de deshacer la radicalidad de la crítica sesentayochesca son visibles en un campo intelectual francés que se encontraba entonces en plena recomposición: Raymond Aron, fustigador de la agitación universitaria, intentó desde 1969 aislar un «núcleo liberal» en las ideas de la «Nueva Izquierda» [30]; Régis Debray, inauguró en 1978 una interpretación llamada con un gran futuro, según la cual el 68 habría permitido la modernización del capitalismo al liberar a la burguesía financiera de la vieja burguesía industrial, socialmente conservadora e incapaz de captar los nuevos mercados del hedonismo triunfante; los efectos inducidos de una «Nueva Filosofía» que desacreditaba cualquier ambición de transformación social y de horizonte igualitario, que en lo sucesivo calificados de «totalitarios», no por consecuencia sino por vocación; antiguos «líderes» de Mayo racionalizaron su reclasificación social haciendo de la generación 68 una generación en el fondo «liberal-libertaria» (según Serge July, expresándose en mayo de 1978 en la revista Esprit); los exégetas, en los años ochenta, de un movimiento de Mayo calificado de «individualista» y «hedonista» tras apariencias revolucionarias -en unos casos para alegrarse (Gilles Lipovetsky), en otros para deplorar el anti-humanismo (Alain Renaut y Luc Ferry); y todas las formas, desde finales de los años setenta hasta la actualidad, de «estabilización de la interpretación cultural» [31], que reduce los acontecimientos de mayo-junio de 1968 a un simple movimiento por la liberación de las costumbres, vaciado de su carga conflictiva salvo cuando se trata de acusar la «herencia imposible» del izquierdismo cultural (Jean-Pierre Le Goff), que convendría liquidar para acabar con el relativismo, el laxismo, la desaparición del principio de autoridad y la pérdida de valores morales.
Una de las especificidades históricas más significativas de Mayo del 68 -la crítica de la división vertical y horizontal del trabajo, la lucha por la igualación de las condiciones y la emancipación de las subjetividades-, se encontró desmantelada por múltiples procesos de contra-movilización, de lectura interesada, de ceguera intelectual o de restauración simbólica; y ellos han adoptado caminos tan frecuentemente tortuosos, asociado culturas políticas y trayectorias sociales sin embargo tan contrarias en apariencia, que constituyen, por su misma complejidad, un observatorio particularmente pertinente de la historia política e intelectual francesa de los últimos decenios y de las modalidades por las que un orden establecido sobrevivió a una sacudida radical.
Notas:
[1] R. Debray, citado por S. Audier, La pensée anti-68. Essai sur les origines d’une restauration intelectuelle, París, La Découverte, 2008, p. 99.
[2] L. Boltanski y È. Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, París, Gallimard, 1999, p. 244-249 y 501-576 (traducción al castellano, El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, 2002).
[3] Este es el sentido de la crítica que S. Haber (L’aliénation. Vie sociale et expérience de la dépossession, París, PUF, 2007, p. 263-271) dirige a la noción de «crítica artista».
[4] A. Prost, «Les grèves de mai-juin 1968», L’Histoire, 110, abril de 1988, p. 35-46.
[5] N. Hatzfeld, «Les ouvriers de l’automobile: des vitrines sociales à la condition des OS, le changement des regards», en G. Dreyfus-Armand y otros, eds., Les Années 68. Le temps de la contestation, París, Complexe/IHTP, 2000, p. 345-361 y «Peugeot-Sochaux: de l’entreprise dans la crise à la crise dans l’entreprise», en R. Mouriaux y otros, 1968. Exploration deu Mai français, T. I. Terrain, París, L’Harmattan, 1992, p. 51-72.
[6] W. Renault, «Du fordisme au post-fordisme; dépassement ou retour de l’aliénation?», Actuel Marx, 39, Les nouvelles aliénations,2006/1, p. 89-105.
[7] P. Bourdieu, «La grève et l’action politique», Questions de sociologie, París, Minuit, 1984, p. 253. Designa con el término «usinisation» (fabrilización), sobre el modelo de asilización de Erving Goffman, «el proceso por el que los trabajadores se apropian de su empresa y son apropiados por ella, se apropian de su instrumento de trabajo y son apropiados por él, se apropian sus tradiciones obreras y son apropiados por ellas, se apropian de su sindicato y son apropiados por él, etc.».
[8] X. Vigna, L’insubordination ouvrière dans les années 68. Essai d’histoire politique des usines, Rennes, Presses universitaires de Rennes, 2007, p. 37-41.
[9] «En ese momento el trabajador se aburguesa (…). se le empuja a aburguesarse. Se compra (un apartamento), se echa 20 años de deudas a la espalda y después ya no dice nada (…), el tipo coge aires de romper todo». (Citroën-Nanterre)
[10] «Hay una cosa que no funciona ahí porque en (19)36 no se estaba dispuesto, en 45 no estabamos dispuestos porque había americanos en el lugar, en 58 se seguía sin estar dispuestos porque no era necesario desconectar, no se sabía adonde iba la OAS (siglas de la Organización del Ejército Secreto, organización de extrema derecha surgida en 1961, para combatir mediante atentados la independencia de Argelia acordada por el general De Gaulle, ndt) que y todo el asunto, en 68 tampoco se está dispuesto porque el ejército, porque eso, la relación de fuerzas y aquello otro. El sindicato empieza a ser un poco demasiado viejo, ya no está a la altura. O está demasiado cogido en el sistema y ya no puede desembarazarse del mismo.» (Ibid.)
[11] Las citas que siguen está extraídas de La grève à Flins, documentos y testimonios reunidos por J.-P. Talbo, París, Maspero, 1968, p. 11-25 y 88-89. Sobre Reanult-Flins, ver X. Vigna, «La figure ouvrière à Flins (1968-1973)», en Les Années 68, obra citada, p. 329-344.
[12] Véanse los testimonios de Gisèle Moulier, antigua empleada en la Caja Postal y militante CFDT, «Le mois de Mai 68 aux Chèques postaux…» y «…syndicalisme au féminin: l’enjeu de la réduction du temps de traval», Critique comuniste, 186, marzo de 2008, p. 51-55 y 56-63.
[13] Entrevista con G. Moulier, 20 de noviembre de 2009 y manuscrito inédito de G. Moulier sobre su experiencia de Mayo del 68.
[14] L. Boltanski y E. Chiapello, Le nouvel esprit du capitalisme, obra citada, p. 250.
[15] En los 123 conflictos de trabajo de 1971 estudiados por C. Durand y P. Dubois (La grève. Enquête sociologique, París, FNSP-Armand Colin, 1975), un tercio de los trabajadores participó en una acción ilegal.
[16] X. Vigna, L’insubordination ouvrière dans les années 68, obra citada, p. 319-328.
[17] L. Boltanski y L. Thévenot, De la justification. Les économies de la grandeur, París, Gallimard, 1991, p. 107-115, 200-206, 291-296.
[18] B. Gobille, «La créativité comme arme révolutionaire? L’emergence d’un cadrage artiste de la révolution en Mai 68», en J. Balasinski y L. Mathieu eds., Art et contestation, Rennes, Presses universitaires de Rennes, 2006, p. 153-168.
[19] Ver por ejemplo, «Déclaration des droits des travailleurs» de la comisión «Nous sommes en marche», del comité de acción de Censier, citada en P. Vidal-Naquet y A. Schnapp, Journal de la Commune étudiante. Textes et documents. Novembre 1967-juin 1968, París, Seuil (L’Univers historique), 1988, p. 626-637.
[20] B. Pudal, J.-N. Retière, «Les grèves ouvrières de 68, un mouvement social sans lendemain mémoriel», en D. Damamme y otros, eds., Mai-juin 68, París, Éditions de l’Atelier, p. 207-221.
[21] X. Vigna y M. Zancarini-Fournel, «Les rencontres improbables dans les ‘années 68’ «, Vingtième siècle, 101, enero-marzo 2009, p. 163-177.
[22] Ver la octavilla del Centro nacional de los médicos jovenes, «Médecine et répression», citado por P. Vidal-Naquet y A. Schnapp, obra citada, p. 827-829 y comité de acción salud, Medecine, París, Maspero, 1968.
[23] Para una síntesis, B. Gobille, Mai 68, París, La Découverte (Repères), 2009, p. 60-80.
[24] J. Rancière, La Mésentente. Politique et philosofie, París, Galilée, 1995, p. 43-67.
[25] Para un ejemplo en el campo médico, M.-Déplaude, «Une mobilisation contre-révolutionnaire: la refondation du syndicat autonome des enseignants de médecine en mai 1968 et sa lutte pour la ‘selection’ «, Sociétés contemporaines, 73, 2009/1, p. 21-45.
[26] Conseil national du patronat français, Le problème des OS, París, CNPF, 1971 y OCDE, Les nouvels attitudes et motivations des travailleurs, París, Direction de la main-d’oeuvre et des affaires sociales, 1971.
[27] L. Boltanski y E. Chiapello, obra citada, p. 266-280.
[28] F. Georgi, «Vivre demian dans nos luttes d’aujourd’hui. Le syndicat, la grève et l’autogestion en France (1968-1988)», en G. Dreyfus-Armand y otros, ed., Les Années 68, obra citada, p. 399-413.
[29] S. Audier, La pensée anti-68, obra citada.
[30] Ibid., p. 62-63.
[31] M. Zancarini-Fournel, Le Moment 68, Une histoire contestée, París, Seuil, 2008, p. 79-94.
Boris Gobille, profesor de Ciencia Política en la Escuela Nacional Superior de Letras y Ciencias Humanas de Lyon y autor de varias obras y artículos sobre Mayo 68. http://books.openedition.org/enseditions/5371?lang=fr
Fuente: http://www.vientosur.info/spip.php?article13490