Hoy es noticia en diversos medios de comunicación (siendo Expansión mi fuente principal) un debate en el Parlamento europeo a propuesta de la Comisión europea, con la aquiescencia del Banco Central Europeo, para que se apruebe a nivel europeo una herramienta legal que permita a las autoridades supervisoras y de resolución aplicar corralitos temporales a […]
Hoy es noticia en diversos medios de comunicación (siendo Expansión mi fuente principal) un debate en el Parlamento europeo a propuesta de la Comisión europea, con la aquiescencia del Banco Central Europeo, para que se apruebe a nivel europeo una herramienta legal que permita a las autoridades supervisoras y de resolución aplicar corralitos temporales a los depósitos (que incluiría a los depósitos garantizados y otros pasivos) de las entidades financieras que tengan problemas para atender sus compromisos. La conveniencia se ejemplifica con la premura que hubo de actuarse en la crisis del Banco Popular (entregado al Banco de Santander), ante la imposibilidad de atender sus obligaciones, y se añade, como suele hacerse en los asuntos relacionados con la UE, la conveniencia de armonizar, puesto que Alemania dispone de ese mecanismo (del que no recuerdo yo que hiciera uso al inicio de la crisis de las subprimes, cuando sus bancos tuvieron serios problemas), lo que más que armonizar sería adaptarnos todos a Alemania una vez más (que es como ir imponiendo a todos, usando de la UE como instrumento, los modos y maneras institucionales alemanas, plato que confieso no es de mi gusto).
No me duelen prendas en estar de acuerdo con la banca en su apreciación de los peligros que supondría poner en manos de los supervisores de un instrumento como es «crear» un «corralito» según aprecien estos su conveniencia. Soplarán vientos de pánico al primer rumor y la gente correrá a sacar el dinero, tanto si hay razones justificadas como si es un bulo. Es malo para los ciudadanos, que moriremos de «stress», es malo para los bancos, que pueden ser atacados por bulos, y sólo ganan los burócratas de Bruselas, con un paso más para adueñarse de la organización económica y social de los países miembros.
Algunos quieren que afecte incluso a los depósitos garantizados, con lo cual consiguen que la devolución de los saldos pueda aplazarse; lo que es una forma de ponerse tangencialmente a la garantía otorgada por los Fondos de Garantía de Depósitos. Bajo apariencia de ser conveniente para solventar problemas bancarios, los ciudadanos quedarían sin poder utilizar sus ahorros el tiempo que se fije en el «corralito». Y obliga a los ciudadanos a conocer una norma más, en lugar de que los Bancos Centrales asuman la responsabilidad consecuente al poder de supervisión que se les ha otorgado.
Ya es grave que hayamos atravesado una crisis financiera en la que, dado el marco de responsabilidades que tiene cada institución en una economía como la de los países enriquecidos (USA, Japón, UE, etc.), los Bancos centrales han incumplido sus deberes de supervisión y no se les ha exigido nada a sus directivos, para que ahora puedan acabar por establecer aquello que antes se consideraba como muy malo y con ello se nos asustaba: el «corralito», y ahora se pretenda su virtud, fruto de una norma que lo acote. Si todo el entramado de supervisión que ha creado la UE a lo largo de la crisis, revisado incluso después, no es suficiente, tal vez debamos pensar que los reguladores carecen de la calidad necesaria para esa tarea, pues a la banca le ha generado un montón de costes y burocracia, que a los ciudadanos no les protege de otra crisis, máxime si se van trasladando las masas de deuda que originaron la crisis, de unos a otros; así inicialmente en el sector privado, ahora en el sector público de los países como deuda pública, con el agravante de que sean los bancos quienes la hayan adquirido.
Ítem más: El riesgo de fuga de los depósitos bancarios, no entre bancos, sino a otros países no sometidos a lo que sería la nueva norma europea; o, más atrevido, pero que empieza a estar de moda, el decantarse en favor de alguna de las «criptomonedas» que van apareciendo por circuitos al margen del control de los Bancos centrales, ¿o acaso es eso lo que se desea mediante la amenaza de crear «corralitos», el que los ciudadanos utilicen «monedas» de circuitos privados que alejen la responsabilidad de los poderes públicos y allá se las compongan los ciudadanos si se producen crisis financieras con ellas? Duró poco la tranquilidad. Vuelvo a temer por mis ahorros depositados en los bancos.
Fernando G. Jaén. Doctor en Economía. Profesor Titular del Departamento de Economía y Empresa de la UVIC-UCC.
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