Habitamos una época de división política aguda. Nadie puede objetar seriamente esta condición contemporánea. Es difícil encontrar puntos de consenso o convergencia, incluso dentro de los círculos de confianza, los amigos o la familia. Los instrumentos de comunicación no ayudan a sortear el divisionismo. Por el contrario, las fuentes de información provocan-potencian el desconcierto, produciendo […]
Por ejemplo, nadie contradice la idea de que el único ejemplar animal que consigue sobrevivir a cualquier clima, circunstancia, ecosistema o superficie es la «blattodea», conocida popularmente como «cucaracha». De hecho, hasta ahora no se ha descubierto ningún antídoto altamente eficaz para el control de población de esa plaga.
Se sabe, además -y para asombro de no pocos-, que la cucaracha puede sobrevivir a una disección de cabeza por un largo período de tiempo. No es accidental que la cucaracha común tenga una cabeza pequeña -prescindible- y largas patas espinosas. Irónicamente, este insecto tiene alas, pero no puede volar, salvo en casos extraordinarios.
Los «blatodeos», o «baratas» como las conocen en Brasil, resisten volúmenes formidables de radioactividad. De allí proviene la leyenda urbana de que resistirían los efectos de una guerra nuclear.
Aunque aptas para soportar altas dosis de radiación, estos insectos carecen de un mecanismo regulador de temperatura. Esto ocasiona que, en un entorno de calor hostil, caigan fácilmente en desesperación, y no pocas veces mueran boca arriba.
Por cierto, esta posición «patas arriba» también es un recurso de simulación al que acuden como mecanismo de defensa, para eludir, por la táctica del disimulo, los riesgos que entraña el mundo exterior.
Curiosamente -y talvez esto no lo saben todos-, las cucarachas tienen antenas porque son ciegas, y eso explica que su actividad se desarrolle primordialmente en la noche, mientras otros duermen, y que acostumbren vivir atrincheradas en alguna grieta, esperando el momento oportuno para irrumpir en domicilios extraños, asaltar contenedores de basura y atormentar a incautas doncellas.
También, es de dominio común que este insecto no provee ningún beneficio a la comunidad humana, y que su infestación se explica por el error -humano- de ignorar las consecuencias de los actos: por ejemplo, la formación de irreflexivas sociedades de consumo que propician altos contenidos de residuos antihigiénicos o llanamente tóxicos.
Pero no sólo no proporcionan ningún beneficio a la comunidad humana. Estudios recientes, señalan que las secreciones que producen las cucarachas contienen alérgenos que provocan trastornos en las personas. Peor aún: los científicos consideran que esta población de insectos es uno de los principales vectores de transmisión de enfermedades en los seres humanos.
Los especialistas advierten que las cucarachas han cambiado poco o nada desde su aparición en el Carbonífero, hace 300 millones de años. Esto sugiere que se trata de una especie que nunca evoluciona, pero tampoco se extingue.
Y aun cuando se trata de insectos perjudiciales para la salud pública, llama la atención que, en casos de sobrepoblación, la gente llega a acostumbrarse a su presencia. En Estados Unidos, por ejemplo, sólo un 10% de los hogares encuestados admitió que las cucarachas representan una amenaza para la salud familiar. Es como si, a base de comparecencia cotidiana, su presencia se naturalizara.
En Brasil, 20% de los adultos en edad de votar piensan que las cucarachas deben gobernar.
La historia de las cucarachas podría resumirse con un adagio popular: lo que no mata fortalece.
Tengo el recuerdo de un viejo amigo que, en su insondable soledad, acostumbraba ponerle nombre y apellido a las cucarachas que visitaban su casa. Yo, en mi feroz desconsuelo, decidí hacer lo mismo. Elegí, para las primeras cinco inquilinas, los siguientes nombres: Michel Temer, Eduardo Cunha, Sergio Moro, Rodrigo Maia y Jair Bolsonaro.
Fuente: http://www.jornadaveracruz.com.mx/Post.aspx?id=180406_115722_010