Con Lula preso y la izquierda de rehén
«¿Qué esperanza podemos tener? Ninguna. No hay nada en el horizonte que permita pensar que a corto o mediano plazo surja algo que ofrezca alguna perspectiva de cambio», dice a Brecha desde Porto Alegre Jair Krischke. El veterano luchador, presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil (MJDH), piensa que del actual estado de cosas en su país la principal responsabilidad recae en el Partido de los Trabajadores (PT). «De la derecha se sabe lo que se puede esperar. Nada bueno, obvio. Pero el PT había llegado al gobierno ofreciendo otra cosa, y cuando se puso a gobernar terminó cayendo en las mismas prácticas que denunciaba. Las componendas, la compra de votos, los favores a las empresas. Desde el ‘mensalão‘ hasta ahora. Mató la esperanza de la gente, y eso es lo peor. Y terminó generando esa imagen de que todos los políticos son la misma mierda.» Hoy la sociedad brasileña, dice Krischke, está más despolitizada que nunca, la gente no se moviliza por nada. La política no le interesa, una paradoja en un país en el que hay 35 partidos políticos. «Una fantochada, porque en muchísimos casos se trata de partidos creados para obtener prebendas, que no tienen existencia real, y es también responsabilidad del PT no haber cambiado nada de ese sistema durante los largos años en que gobernó.» Krischke descree que haya habido una conspiración contra el PT. «¿Para qué, si hacía la misma política de sus supuestos adversarios?»
– ¿La misma política?
– A grandes rasgos sí. Los ricos nunca ganaron tanto como bajo los gobiernos del PT. Y el juez Sergio Moro, el que llevó a Lula a la cárcel, no existía cuando quedó al descubierto el [escándalo de corrupción llamado] mensalão. Se puede decir todo lo que se quiera sobre Moro, su encarnizamiento con Lula, pero no es invento la trama de corrupción.
A Krischke no le preocupa tanto que no surja un candidato a presidente «potable». En octubre próximo, recuerda, se elige también un parlamento, «algo mucho más importante». Si el actual Congreso es «de los más impresentables que ha habido en la historia brasileña, poblado de corruptos que se permiten destituir a una presidenta a la que no se le probó delito grave alguno, de gente reaccionaria», es muy probable que el próximo sea aun peor. Krischke le augura una nueva caída al PT, y no cree que los partidos a su izquierda estén en condiciones de recuperar el grueso del antiguo electorado petista. El presidente del MJDH desconfía de los sondeos que le atribuyen al ultraderechista Jair Bolsonaro una votación cercana al 20 por ciento. Cuando Lula estaba en carrera, dice, Bolsonaro aparecía como «el tipo carismático que se le oponía frontalmente. Con Lula fuera de competencia, no es tan seguro que conserve esos votos, y quienes más se encargarán de perjudicarlo serán sus supuestos amigos. En los ochenta, en plena dictadura, cuando Bolsonaro era capitán en Curitiba, reclamó un aumento de salarios para la tropa y amenazó con poner bombas en cuarteles. Tuvo que pedir la baja. Es probable que cuando se oficialicen todas las candidaturas, los propios militares saquen los trapitos al sol de Bolsonaro y éste se desinfle». Aun así, Krischke no descarta que se concrete el escenario que más prevén las encuestadoras: un balotaje entre Bolsonaro y Ciro Gomes, ex ministro de Lula y aliado del PT en el estado de Ceará. Tránsfuga del Psdb, del Pmdb, del Partido Socialista y actual candidato del pequeño Partido Democrático Laborista, fundado por Leonel Brizzola, Gomes, un moderado entre los moderados, podría captar buena parte del electorado huérfano de Lula. Mucho más que Geraldo Alckmin, ex gobernador de San Pablo y dirigente del Psdb de Fernando Henrique Cardoso, o que cualquier referente del Pmdb. Tampoco sería descabellado pensar en una alianza entre el Psdb y el Pmdb para enfrentar a Bolsonaro en una segunda vuelta. «Son todos escenarios posibles», dice Krischke. De todos ellos la izquierda está ausente. Y lo que más preocupa es el ascenso de la derecha social, esa que se inclina por Bolsonaro pero que también se encarna en grupos violentos como el Movimiento Brasil Libre, una organización «liberal» creada en 2014 que recibe «fuertes ayudas del exterior, en particular desde Estados Unidos, y que está implantada en todo Brasil», o por los evangélicos, que tienen una creciente presencia parlamentaria (87 diputados federales y tres senadores) y en gobiernos municipales.
Esther Solano es una investigadora en ciencias sociales española que reside desde hace años en Sao Paulo. El panorama político y social brasileño actual le parece tan nebuloso y poco alentador para la izquierda como a Jair Krischke. Coincide igualmente con el militante humanitario en que el PT es responsable de su caída, en que no fue capaz de construir una verdadera alternativa a la derecha y en que fue víctima de sus relaciones íntimas con sectores del empresariado y del poder económico. En conversación con Brecha remarca también que, como otros gobiernos «progresistas» de la región que optaron por alianzas similares, los del PT incurrieron en prácticas que llegada la hora de los ajustes de cuentas por parte de sus adversarios iban a ser fácilmente «judicializables». Pero Solano afirma al mismo tiempo que «el adversario ha jugado, y mucho», y que la acción de los jueces del Lava Jato, en particular Sérgio Moro, «no es inocente ni mucho menos. Nada hay de independiente en el poder judicial brasileño. Es un poder profundamente clasista y profundamente politizado. Se embanderó en la lucha contra la corrupción, pero de manera muy equívoca, a partir de sistemas tan poco transparentes como la delación premiada». A Solano no le consta («no hay prueba alguna, se estaría entrando en la especulación», piensa) que Moro haya actuado digitado desde el exterior, léase desde Estados Unidos. Washington bien puede haber encontrado en el «combate a la corrupción» una veta para deshacerse de gobiernos incómodos como el brasileño, que había desafiado a la superpotencia sobre todo en el plano internacional, con su promoción de las alianzas Sur-Sur, la apuesta a los BRICS, la resistencia a los golpes de nuevo tipo en Honduras, en Paraguay, la defensa de Chávez en Venezuela o la promoción de organismos autónomos como la Unasur, pero Moro no tiene por qué haber sido una correa de trasmisión. «Es cierto que Moro siguió cursos sobre lavado de activos promovidos por el Departamento de Estado, pero en realidad lo que lo mueve es la megalomanía, un deseo mesiánico de pararse como salvador del país. Lo inspiran sobre todo sus colegas de la operación Manos Limpias italiana.» Aquellos jueces de la península que la emprendieron contra dirigentes políticos de todos los sectores terminaron formando sus propios partidos, y «su operación de limpieza acabó librándole el camino a un Silvio Berlusconi. En Brasil, el más favorecido podría ser un personaje nefasto como Bolsonaro, que se presenta como el único político ajeno a las tramas de corrupción».
Tan clara ha quedado la naturaleza política de la operación Lava Jato y la persecución a Lula -afirma Solano-, que gente de izquierda muy crítica del PT ha defendido al ex presidente y ha aparecido junto a él en los días previos a su encarcelamiento. En ese sentido, el PT hasta podría sacar partido de esta ofensiva, tendiendo puentes a su izquierda. «Fue muy inteligente Lula cuando en su último discurso público levantó las figuras jóvenes de Guilherme Boulos, probable candidato a la presidencia por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), y Manuela d’ Ávila, del Partido Comunista do Brasil, por encima de las de aspirantes de su propio partido, como el ex alcalde de Sao Paulo Fernando Haddad.»
Solano cree que «objetivamente» habría hoy condiciones para que en Brasil se formara una especie de frente amplio que uniera a distintos sectores de izquierda o progresistas, con un PT a la baja, muy cuestionado, y sin figura de recambio para Lula. Pero lejos estaría esa alianza de ser sólida, porque las diferencias programáticas entre los distintos partidos, por ejemplo entre el Psol y el PT, son muy profundas y el PT sigue siendo, a pesar de todo, una máquina trituradora. «Demasiadas asimetrías», dice. Y la credibilidad de un Lula o un PT que se presenten como articuladores de una unión de las izquierdas es al menos cuestionable. Ni uno ni otro se han hecho autocrítica alguna, y sin una reformulación que plantee claramente el tema del vínculo entre ética y política, el PT seguirá previsiblemente por los mismos carriles, sugiere Solano.
«Lo que es también evidente es que desde que gobierna Michel Temer Brasil es un país aún más desigual. Lula había logrado sacar a decenas de millones de personas de la pobreza. De manera no muy sólida, es cierto, pero lo hizo. En el Brasil actual, la que ha logrado la hegemonía no es cualquier derecha: es la más rancia, la más atrasada, esclavista, ligada al poder financiero, a los capitales extranjeros. Esa es la que promueve las privatizaciones, la salida del país de la escena internacional, el recorte del gasto público, las reformas laboral y de la previsión social.» Solano piensa que «construir una democracia en Brasil sin un combate radical a la desigualdad» es una quimera, «más aun cuando el sistema político ha sido totalmente capturado por el poder económico». Una «reforma antisistema» sería la única salida, pero no hay hoy nadie que la proponga o que tenga la suficiente fuerza para hacerla.