El conflicto desatado estos días entre taxistas y las empresas de Vehículos de Transporte con Conductor -VTC- como Uber o Cabify es una manifestación más de una de las nuevas tensiones que recorren el mundo desarrollado: proteccionismo versus cosmopolitismo. La misma que podemos encontrar en el comportamiento electoral de muchos norteamericanos que apoyaron a Trump […]
El conflicto desatado estos días entre taxistas y las empresas de Vehículos de Transporte con Conductor -VTC- como Uber o Cabify es una manifestación más de una de las nuevas tensiones que recorren el mundo desarrollado: proteccionismo versus cosmopolitismo. La misma que podemos encontrar en el comportamiento electoral de muchos norteamericanos que apoyaron a Trump al sentirse amenazados por una globalización despiadada. Intentaré explicarme.
La revolución tecnológica, cada vez más disruptiva en nuestras vidas, ha hecho posible que surjan nuevos modelos de negocio que cambian radicalmente el mercado en múltiples sectores. La empresa con más apartamentos de alquiler, Airbnb, no tiene una sola habitación; el mayor centro comercial del mundo, Amazon, no dispone de tiendas físicas; las principales centrales de reservas hoteleras no son dueñas de ningún hotel; y las cada vez más boyantes empresas VTC no han adquirido un solo coche para hacer sus trayectos. La red y sus derivadas tecnológicas han hecho que surja un considerable nicho de negocio en poner en relación a los demandantes de un bien o servicio con sus proveedores , siendo el valor que agregan estas empresas, exactamente ese, la gestión de las relaciones.
Todo esto hace que el discurso, el tono y el enfoque de estas nuevas empresas esté haciendo todos los esfuerzos por distinguirse de los sectores tradicionales. En la web de estas plataformas VTC puede leerse un relato construido para el cliente joven o de edad mediana, que vive en ciudades grandes o medianas, permanentemente conectado vía móvil, que maneja las app como si fueran parte de su cuerpo, que no acostumbra a llevar efectivo y pagará a fin de mes en un cargo directo en la cuenta corriente, y que quiere elegir qué música o qué emisora de radio escuchar durante el trayecto. Además, al terminar el recorrido, podrá entrar en la aplicación y valorar la calidad del servicio. Es el mismo tipo de discurso que llevó a Cabify , hace seis meses, a poner en marcha una campaña de comunicación que llamaba al diálogo al sector del taxi y a las administraciones, y cuyo estilo utilizó también en la carta abierta que dirigió a los dirigentes de Podemos cuando éstos criticaron su modelo de negocio.
Frente a este posicionamiento de imagen y discurso que hace las delicias de cualquier experto en comunicación y marketing , el sector del taxi es percibido como algo tradicional, que lucha por mantener viejos privilegios, ligado a antiguas licencias con las que unos y otros han especulado , en el que la calidad del servicio y la satisfacción del cliente siguen siendo algo secundario, y que no acaba de asumir los cambios sociales, como muestra el hecho de que sólo recientemente y en una proporción bajísima encontramos mujeres al volante. Es obvio que esta percepción no puede extenderse a la totalidad de los taxistas, pero eso no quiere decir que no exista. De hecho, se aterraron al ver cómo las aplicaciones de Uber y Cabify fueron las más descargadas durante la semana en que la huelga dejó a ciudades enteras sin servicios -a veces, sin servicios mínimos siquiera- y bloqueadas, algo que, por cierto, difícilmente se le permitiría a otros colectivos.
Si profundizamos un poco más, veremos cómo ambos modelos son víctimas de las mismas lacras, algunos de cuyos ejemplos cuenta Ángel Munárriz en este artículo : especulación con las licencias, gente que vive de comprarlas y venderlas, o de contar después con varios falsos autónomos que conducen los vehículos, horarios eternos, y un largo etcétera de miseria que parecen que olvidaron quienes se pusieron en huelga la semana pasada. No así los que secundaron el cierre patronal, que de todo hubo. Una vez más, la lucha por las migajas enfrenta a víctimas de uno y otro lado.
En el corto plazo las administraciones tendrán que regular la situación sin olvidar que en un caso tan peculiar como este hay que conciliar la calidad del empleo con la del servicio público, con lo que eso supone. Pero el debate de fondo es otro: es el de un modelo de negocio, el del taxi, que ya ha saltado por los aires con la aparición de nuevas iniciativas basadas en la tecnología, lo que le llevará a refundarse como han hecho ya otros sectores . Si no, que se lo pregunten a los directivos de este medio digital.
Estas tensiones están apareciendo en un contexto de globalización y tras una crisis económica que ha dinamitado la idea de equidad. No es de extrañar que quienes se sienten amenazados por la irrupción de nuevas tecnologías que no dominan o nuevos negocios que no acaban de entender reaccionen con el arma del proteccionismo frente a lo que consideran un cosmopolitismo pijo y esnob . No, la cosa no va de proteger vía decreto, sino de defender vía innovación y calidad. Aunque lo más curioso de todo es que esta defensa de la protección regulatoria en régimen de oligopolio la estén haciendo muchos de los que, cuando entras en su coche, tienen a bien amargarte el desayuno con las proclamas ultraneoliberales de sus locutores de radio favoritos.