El Líder Supremo iraní Ali Khamenei presenta su aprobación oficial a Hassan Rohaní, quien fue reelegido en las elecciones presidenciales de mayo de 2017, durante una ceremonia en Teherán, Irán, el 3 de agosto de 2017 [Oficina de Prensa del Líder iraní / Agencia Anadolu] Quienes siguen la política estadounidense saben que varios intereses corporativos, […]
El Líder Supremo iraní Ali Khamenei presenta su aprobación oficial a Hassan Rohaní, quien fue reelegido en las elecciones presidenciales de mayo de 2017, durante una ceremonia en Teherán, Irán, el 3 de agosto de 2017 [Oficina de Prensa del Líder iraní / Agencia Anadolu]
Quienes siguen la política estadounidense saben que varios intereses corporativos, lobbies políticos y agentes de poder son los responsables de generar las líneas rojas o verdes de la política presidencial.
Dicho de otra forma, el poder de la influencia radica en las grandes empresas, bancos, redes mediáticas y miembros ricos y bien relacionados políticamente de los lobbies , por no mencionar las poderosas firmas extranjeras.
Esto significa que el poder económico y militar de Estados Unidos ha sido utilizado contra Irán en nombre de intereses creados más que por la decisión personal del presidente. Hay fuerzas mayores trabajando en empujar al régimen iraní a una trampa para ratones de la que no pueda escapar, en un juego letal que determinará su capacidad de mantener su poder y sobrevivir. Esto también amenaza las ambiciones coloniales de Irán en la región árabe.
Bajo Jomeini y su sucesor, Jameneí, la influencia iraní ha aumentado. El país ha expandido su influencia hasta zonas donde las superpotencias cuentan con intereses vitales. Han cruzado una línea roja para una nación del tercer mundo, una para la que ni siquiera el nuevo imperio persa habría tenido el atrevimiento de cruzar.
Cuando el ex presidente de los EEUU Barack Obama aceptó la propuesta de un acuerdo nuclear con Irán, bastante defectuoso, le dio miedo tomar acciones firmes contra el régimen iraní. Por lo tanto, decidió escurrir el bulto, dejando cualquier enfrentamiento en manos de su sucesor. Esto dejó al presidente Donald Trump con dos opciones: o aceptar la agenda del régimen iraní, incluido su expansionismo regional y las amenazas a los intereses estadounidenses, permitiendo al país moverse libremente por la región, o revertir el rumbo de Obama y adoptar una postura política, militar y económica mucho más dura.
Trump, junto a los principales agentes de poder de Estados Unidos, se propuso restaurar el prestigio de su país y demostrar al mundo que los intereses y posturas estadounidenses sobre varios temas han dado un giro de 180 grados respecto a los de su predecesor.
Su decisión de retirarse del acuerdo nuclear e imponer nuevas sanciones sobre Irán es parte de una serie de medidas estadounidenses cuyo objetivo es igualar o superar los puntos políticos frente a varios países. Este enfrentamiento actual con Irán es una de las batallas existenciales en las que se espera que Trump juegue personalmente un papel protagonista.
Aparentemente, el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jameneí, y sus ayudantes no pueden o no quieren aceptar este gran cambio y revés para su suerte. Tras acostumbrarse a la idea de ejercer un poder político masivo regional y globalmente durante el gobierno de Obama, el régimen se aferra a la ilusión de que aún conserva este estatus tremendamente poderoso e influyente, no sólo nacional sino también regionalmente. El sentimiento enraizado del régimen de triunfalismo supremacista, sectario y profundamente racista por encima de los pueblos árabes «inferiores» es tan absorbente que es incapaz de rectificar este rumbo y aceptar cualquier regreso a su estatus de paria previo.
A pesar de contar con una amplia gama de misiles, milicias, reactores nucleares y científicos, Irán todavía es una nación del tercer mundo y, como tal, no tendrá permitido controlar o dominar la región, ni tampoco cruzar las líneas rojas delimitadas por las grandes potencias.
Irán copia los drones estadounidenses Caricatura. [Sarwar Ahmed/MiddleEastMonitor]
Actualmente, Irán gasta tres cuartos de la riqueza del pueblo iraní en sus activos militares y guerras regionales, incluyendo su objetivo de poseer armas nucleares y misiles balísticos intercontinentales, así como milicias, partidos y organizaciones trabajando para Irán en Irak, Siria, Líbano, Yemen y otros países remotos. Para el pueblo iraní, ya no existe ninguna explicación aceptable o racional para el generoso gasto del líder supremo en guerras, expansiones, intervenciones y conflictos con Estados de la región, mientras que el pueblo iraní es aplastado por una oleada de crisis, pobreza y desempleo masivos.
Nos basta con recordar la lección que señaló Robert McNamara, ministro de Defensa de EE.UU. con el presidente John F. Kennedy, cuando explicó que, aunque la Unión Soviética fuese un fuerte armado, no tenían ni mantequilla.
De hecho, Estados Unidos y sus fuerzas europeas aliadas obligaron a la Unión Soviética a participar en una carrera armamentística convencional y nuclear muy costosa, además de empujarla a guerras calientes y frías en varias regiones, lo que obligo a la URSS a gastar gran parte de su riqueza en arsenal militar y en mantener su estatus como una potencia nuclear global. Sin embargo, los niveles de vida de los ciudadanos de la URSS decayeron, hasta que la Unión Soviética acabó derrumbándose con Mikhail Gorbachov, desmoronándose desde dentro, bajo la carga de las guerras en el extranjero. Hoy en día, el régimen iraní está atrapado en la misma trampa.
Consideremos las opciones que tiene el régimen iraní frente a los desafíos del castigo económico por parte de EEUU y los conflictos bélicos en Siria, Irak y Yemen.
Después de que Trump amenazara al régimen iraní con consecuencias desastrosas en caso de que se violara el histórico tratado de 2015, el presidente de Irán, Hassan Ruhaní, se dirigió a sus compatriotas y dijo: «Seguiremos enriqueciéndonos, y continuaremos nuestra investigación nuclear, pero en el momento adecuado, después de negociar con nuestros socios.»
Esta cita refleja la trampa que ha puesto Trump para el sistema del Wilayat-e Faqih -por el que se rige la República Islámica de Irán-; a pesar de los alardeos del régimen sobre misiles capaces de alcanzar a buques de guerra americanos y de amenazar los intereses de EE.UU. en la región, en especial en el Golfo Pérsico, el Mar Rojo y los Estrechos, las palabras de Irán son vacías.
Quienes escucharon el duro discurso del secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, seguro que recordaron otro discurso de James Baker, quien ejerció el mismo cargo con George W. Bush, que advirtió al ministro de Exteriores de Saddam Husein, Tariq Aziz, que Estados Unidos «devolvería a Irak a la Edad de Piedra» si no se retiraba de Kuwait inmediatamente.
Del mismo modo, las demandas de Pompeo al régimen también lo obligan a decidir entre el suicidio económico o militar. Bien el régimen iraní se adhiera a su posición o, por el contrario, ceda, sus perspectivas de futuro son oscuras de todas formas.
Las exigencias de Pompeo de que el régimen detenga su trabajo para desarrollar un arma nuclear, permita a inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica entrar en todas sus instalaciones nucleares, detenga la producción de misiles con capacidad nuclear y divulgue los esfuerzos previos por construir un arma nuclear se presentan por una razón; para justificar una nueva guerra contra el régimen en caso de que no cumpla con las condiciones. Incluso si el régimen iraní acepta estas demandas bajo coacción, simplemente para evitar una guerra con Estados Unidos, el dominio de unas sanciones cada vez más restrictivas supone que el colapso económico sea un peligro real.
Incluso si Irán accede a la mayoría de las demandas, nadie espera que acepte otras; los gobernantes de Irán nunca aceptarán retirar el apoyo a Hezbolá o a las milicias chiíes de la región, detener la ayuda a los hutíes, retirar sus fuerzas de Siria o detener su apoyo a los grupos que apoya en Afganistán, ni tampoco dejarán de albergar a los líderes de Al-Qaeda que les resulten útiles políticamente. Si el régimen aceptara estas demandas incondicionalmente, estaría renunciando a sus propias armas y a su influencia nacional y regional. Sin duda, esto llevaría a un recrudecimiento de la oposición interna y regional, que se uniría rápidamente para expulsar al régimen, que ahora es considerado como un opresor y enemigo no sólo por los disidentes de Irán, sino por pueblos y Estados de toda la región, sobre todo por su participación en la guerra de Siria. Este esfuerzo unificado podría derrocar al régimen en semanas, particularmente en su estado actual de debilidad, obligando a los líderes iraníes a enfrentarse al mismo amargo destino que su antigua némesis y archienemigo, Saddam Hussein.
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Fuente: https://www.monitordeoriente.com/20180919-iran-entre-la-espada-militar-y-la-pared-economica/