Poco antes de las ocho de las once de la noche, el pasado domigno 7, el resultado estaba claro: Jair Bolsonaro y Fernando Haddad disputarían la presidencia de la República en el segundo turno dentro de tres semanas, el domingo 28 de octubre.
Los mercados habían reaccionado con entusiasmo al inicio de la tarde. Había esperanza de que el candidato del Partido Social Liberal (PSL) pudiera triunfar el el primer turno, para lo que se necesitaba más de 50% de los votos. En los primeros conteos Bolsonaro arañaba ese porcentaje, confirmando la tendencia revelada ya en la última semana de campaña, en la que no paró de crecer. Si el fin de semana anterior aparecía con alrededor de 33% y Haddad tenía 24%, en los días siguientes todas las encuestas mostraban un crecimiento diario y constante de su candidatura. Hasta este domingo 7, cuando los casi 148 millones de electores brasileños debían acudir a la encuesta final.
El resultado para la elección presidencial confirmó el crecimiento de Bolsonaro. Con el 99,7% escrutado las cifras eran las siguientes: Jair Bolsonaro (PSL) 49.222.616 votos (46,1%); Fernando Haddad (PT) 31.172.767 votos (29,2%). De lejos, Ciro Gomes, del PDT, un candidato de centro-izquierda, se quedaba con poco más de 13,3 millones de votos, lo que representaba un 12,5%. Otros diez candidatos se repartían el 13% de la votación restante.
El «mercado» se desinfló un poco ante esta noticia. En realidad, las expectativas de un triunfo en el primer turno, que se habían adueñado también de los partidarios del excapitán Bolsonaro, no se confirmaron. Poco a poco su porcentaje fue bajando, en la medida en que, terminados de contar los votos del sur del país, su zona más rica y más desarrollada, empezaron a entrar los datos del nordeste más pobre. Mientras Bolsonaro bajaba de 49% a 46%, Haddad veía subir su votación, de un 25% a un 29% final.
Segundo turno
Estaba servida la mesa para el segundo turno y todas las especulaciones de los analistas brasileños se concentraban en desentrañar el significado de estas cifras y las perspectivas del resultado final.
Para Nelson Barbosa, exministro de Hacienda en el gobierno de Dilma Rousseff, la reacción del mercado anticipaba los efectos de un gobierno ultraliberal, en el que los derechos laborales serán reducidos y los salarios crecerán menos que la productividad.
En todo caso, un comentario extendido de los analistas que trataban de vislumbrar las características de la campaña que se inicia esta semana era de que hasta ahora el tema económico había estado prácticamente ausente.
Concentrada en los temas «identitarios», como lo llaman en Brasil, o valóricos, o de derechos humanos, como los llaman en Costa Rica, la campaña fue absorbida por declaraciones inconcebibles del candidato del PSL, como el elogio explícito y público de la tortura, de la escalada de la represión para enfrentar la ola de delincuencia que vive el país, la defensa del régimen militar que se implantó en 1964, su desprecio por las mujeres, sus amenazas a los homosexuales y las declaraciones racistas de su candidato a vicepresidente, el general Hamilton Mourão, un partidario del «blanqueamiento de la raza», en un país mestizo como Brasil.
Resultado de esa campaña, el sábado 29 de septiembre se realizó en todo el país manifestaciones convocadas por grupo de mujeres con el lema de «Él ¡NO!» Manifestaciones enormes, a la que una prensa generalmente conservadora dio poco destaque. Pero fue entonces cuando la candidatura de Bolsonaro empezó a ganar vuelo, siendo particularmente popular entre la juventud. Como ocurrió en Costa Rica, puestos sobre la mesa los temas de «valores», la campaña se radicalizó y despertó manifestaciones de quienes rechazan las propuestas sobre el aborto, o sobre el matrimonio gay, temas a los que se opone más del 60% de los consultados, en encuestas difundidas en Brasil.
Será difícil repetir el mismo estilo de campaña en estas tres semanas que siguen, en la que los dos candidatos se enfrentarán en debates públicos, algo que Bolsonaro evitó durante esta primera parte de la campaña, alegando, sobre todo, problemas de salud, consecuencia del atentado que sufrió cuando un individuo lo atacó con un cuchillo en una manifestación pública, obligándolo a internarse y recibir tratamiento de emergencia en un hospital.
Ahora habrá que hablar de programas de gobierno, de reformas de la seguridad social, de una legislación que regule la edad para pensionarse, de reforma política y de reforma económica.
Brasil atraviesa lo que los economistas califican de «la más profunda recesión» sufrida por su economía en los últimos cien años.
Entre 2015 y 2016 (los dos últimos años del gobierno de Dilma Rousseff) el Producto Interno Bruto cayó 7,2%, elevando la tasa de desempleo a un 13%. La deuda externa del país aumentó un 14,3% el año pasado, cuando cerró en 317 mil millones de dólares, según cifras del Banco Central. En julio de este año se había reducido algo, siendo ligeramente inferior a los 309 mil millones de dólares. La mayor parte de esa deuda corresponde a la emisión de títulos públicos para capitalizar el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) para financiar proyectos de infraestructura en el país.
Bolsonaro propone acelerar la privatización de empresas estatales, una medida que, de acuerdo con el economista Paulo Guedes, su asesor económico de reconocida filiación neoliberal, contribuiría a reducir gastos y el peso de la deuda externa.
Una medida rechazada por el equipo económico de Haddad. En un breve discurso en la noche del domingo, el candidato del PT llamó a «unir a los demócratas de Brasil» en un amplio proyecto político, cuya base es el rescate de «la soberanía nacional y la soberanía popular». «Me siento desafiado, la democracia en Brasil corre riesgos», señaló.
Bolsonaro evitó una comparecencia pública y prefirió hablar en un mensaje difundido por internet, al lado de Guedes. Sugirió que un fraude electoral lo había privado del triunfo en la primera vuelta y acusó a Haddad de querer transformar Brasil en otra Venezuela, coqueteando con el comunismo y el socialismo.
Un país dividido
El resultado electoral provocó análisis diversos, entre ellos el señalamiento de que sale el país de esos comicios dividido entre dos posiciones distantes y contrarias, como no se había dado en elecciones anteriores.
Dividido entre las propuestas políticas, pero dividido también por la visión de los problemas de los valores y por una división geográfica, con el nordeste mayoritariamente petista y el sur mayoritariamente partidario de Bolsonaro, que ganó por mayorías superiores a 50% tanto en Rio de Janeiro como en São Paulo.
Pero inclusive en medios que se pueden considerar cercanos a las posiciones de Bolsonaro o, en todo caso, profundamente anti PT, las previsiones son que de el segundo turno será una disputa «cerrada». Las encuestas previas le daban a Bolsonaro una ventaja de cerca de 4% en una eventual disputa contra Hadad. Pero todos coinciden en que el segundo turno es «otra elección». Y que el objetivo de cada candidato será reforzar la cuota de rechazo que su rival enfrenta entre el electorado. La de Bolsonaro, de un 44%, es ligeramente superior a la de Haddad. En todo caso, parece difícil simplemente tratar de calcular como se comportarán los electores de los candidatos que quedaron descartados, aunque la alta votación de Bolsonaro lo pone en condición de favorito al arrancar la nueva campaña.
Otros resultados
El resultado de la campaña presidencial atraía la atención de los medios, sobre todo los internacionales. Pero en Brasil se votó también en cada uno de los estados, para conformar el congreso y el senado federal, los gobiernos y los congresos de cada estado.
La derrota de la expresidente Dilma Rousseff en el estado de Minas Gerais, donde era candidata a senadora, fue una de las grandes sorpresas. Líder en todas las encuestas hasta tan solo algunos días, Rousseff quedó en cuarto lugar en la disputa para elegir a los dos senadores que corresponden a cada estado.
En posición debilitada quedó también el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), el del expresidente Fernando Henrique Cardoso. Su candidato presidencial, Geraldo Alkmin, quedó en cuarto lugar, con apenas 4,7% de los votos, con poco más de cinco millones de votos. Pero el partido perdió también representación en el resto del país.
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