Alain Bihr es un sociólogo con una importante obra sobre la historia del movimiento obrero y también de la extrema derecha. Se considera un comunista libertario. Sus últimos trabajos abordan la cuestión del capitalismo desde un ángulo socio-histórico con fuerte inspiración marxista. Le hemos entrevistado con ocasión de la aparición del primer tomo de […]
Alain Bihr es un sociólogo con una importante obra sobre la historia del movimiento obrero y también de la extrema derecha. Se considera un comunista libertario. Sus últimos trabajos abordan la cuestión del capitalismo desde un ángulo socio-histórico con fuerte inspiración marxista. Le hemos entrevistado con ocasión de la aparición del primer tomo de su gigantesca historia del nacimiento del capitalismo titulada La primera edad del capitalismo (1415-1763), Tomo 1: La expansión europea, coeditada por ediciones Syllepse y ediciones Page 2.
Le Comptoir: ¿Por qué has escogido esas fechas, 1415 y 1763, para iniciar y acabar tu Primera edad del capitalismo?
Alain Bihr: La elección de fechas para acotar períodos históricos largos tiene siempre algo de arbitrario. Sólo se puede justificar como motivo de ilustración de opciones teóricas más profundas. En este caso, la de 1415 tiene relación con la tesis central de la obra: la expansión de Europa occidental que comenzó a apoderarse de los continentes americano, africano y asiático, lo que permitió culminar las relaciones capitalistas de producción, marcando la primera edad del capitalismo. En 1415 los portugueses fueron los primeros en lanzarse a esta aventura, apoderándose de Ceuta: iniciaron así su lento descenso a lo largo de las costas occidentales de África, que les permitió, a finales del siglo XV, tras haber doblado el cabo de Buena Esperanza, llegar al océano Índico, donde conquistarían rápidamente un inmenso imperio comercial, desplazando por la fuerza a los mercaderes-navegantes árabes, indios y malayos que hasta entonces ocupaban una posición predominante. Se puede considerar por tanto esta fecha como la inauguración de la expansión europea de ultramar.
La elección de una fecha de fin del período es más delicada. Se apoya en otra tesis central de mi obra: el punto culminante del proceso de conclusión de las relaciones capitalistas de producción se encuentra en la lucha entablada entre las principales potencias europeas por el predominio en Europa occidental que es el centro del primer mundo capitalista. En 1763 terminó la guerra de los Siete Años, en la cual Gran Bretaña confirmó su constante superioridad naval y a cuyo término inflingió una gran derrota a Francia, haciéndole perder su colonia de Quebec y reduciendo a casi nada su implantación en las Indias. Tras el doble fracaso de Luis XIV en las guerras de la Liga de Augsburg (1688-1697) y de Sucesión de España (1701-1713), fracasos en los que Gran Bretaña tuvo una participación decisiva, esta nueva victoria confirmó la posición hegemónica adquirida en Europa y que mantuvo durante más de siglo y medio, sobre todo frente a las empresas napoleónicas.
Hay muchos debates sobre el nacimiento del capitalismo. Braudel lo hace remontar a la Edad Media en la que ve un inicio de capitalismo comercial, mientras su discípulo Le Goff explica que no se puede hablar de capitalismo durante toda la Edad Media por algunas limitaciones impuestas por la Iglesia católica y la ausencia real de dinero. ¿Cuál es tu opinión sobre este tema?
Mi opinión es que ni Braudel ni Le Goff saben de lo que se trata cuando hablan de capitalismo. Tampoco son los únicos: la inmensa mayoría de quienes emplean este término no comprende verdaderamente su sentido, al no haber leído o comprendido a Marx. Para éste, el capitalismo es un modo de producción, esto es un tipo de sociedad global, de totalidad social, que se desarrolla sobre la base de relaciones de producción determinadas, haciendo surgir formas de sociedad civil e instituciones jurídicas, administrativas, políticas, así como formas de consciencia (morales, religiosas, filosóficas) originales porque son apropiadas a estas relaciones de producción. Por consiguiente, hablar de capitalismo comercial, o financiero o industrial no tiene sentido: el capital puede descomponerse en fracciones industrial, comercial y financiero pero no desde luego el capitalismo. Y preguntarse si se puede o no hablar de capitalismo en pleno corazón de una Edad Media europea feudal es igual de absurdo.
Lo que se puede encontrar es un capital mercantil (comercial y usurero) ya poderoso, apoyado en ciudades y en redes de ciudades (el ejemplo tipo es la Liga Hanseática), que se revaloriza y acumula con el control del comercio lejano, en el continente europeo y entre Europa y Oriente (próximo o lejano) pero que domina también los intercambios cercanos (entre ciudades y campos) y que comienza, en este marco, a desbordar del proceso de circulación hacia el proceso de producción en forma de trabajo en comandita, instrumentalizando el trabajo a domicilio de campesinos (por ejemplo, en el hilado y el tejido) o de artesanos que escapan a las reglamentaciones corporativas (por ejemplo en las minas y la metalurgia rural). Y sobre esta base se asiste a la formación de una proto-burguesía mercantil que mantiene relaciones complejas con los señores feudales, laicos o religiosos, que forman el orden dominante, relaciones de alianzas y de compromisos, según circunstancias, rivalidades y conflictos. En pocas palabras, archipiélagos capitalistas en un océano feudal.
Dices que la mundialización no es la culminación del capitalismo sino su origen. ¿Puedes explicarnos esta idea?
Por partir de la metáfora que acabo de emplear, la cuestión es cómo estos archipiélagos capitalistas llegan a apoderarse del océano feudal, desplazando a los propietarios territoriales feudales de su posición dominante y transformándolo de arriba abajo para convertirlo en su propio ámbito y hacer nacer un mundo capitalista, en una palabra: el modo capitalista de producción. Es la vieja cuestión del paso del feudalismo al capitalismo que tanta tinta ha hecho correr. Mi hipótesis directriz en esta obra es que hizo falta el rodeo de la expansión europea, llevada a cabo por capitalistas comerciantes con el apoyo de aparatos de Estado, para que esta transición pudiera realizarse. En este sentido, sostengo que la mundialización (la integración tendencial del planeta y de la humanidad en una misma red de relaciones económicas y políticas) permitió que naciese el capitalismo. Un proceso que no está acabado y continúa todavía en nuestros días. En suma, la historia del capitalismo se confunde en un sentido con el del proceso que de dio origen y que no ha cejado desde entonces de proseguir, ampliándolo y profundizándolo.
Un paradigma actual, en torno a las global histories, dice que la mundialización no es de ayer. Aunque estés de acuerdo con eso, insistes sin embargo en señalar la especificidad de la mundialización tal como se produjo en Europa/Occidente. ¿Cuál es esta especificidad y qué la distingue de otros períodos y contextos históricos que han conocido la presencia o incluso el crecimiento de intercambios internacionales?
Al igual que con el término capitalismo, reina una gran confusión en torno al de mundialización, que los estudios que se reclaman de la global history , a su vez muy diferentes entre sí, no permiten disipar sino todo lo contrario.
Los modos de producción precapitalistas han podido hacer nacer mundos, en el sentido de espacios más o menos vastos, comprendiendo formaciones sociales diversas, integrando intercambios mercantiles, la subordinación (en grados diversos y bajo múltiples formas) a un mismo poder político y ósmosis culturales. En este sentido, el Imperio romano constituyó un mundo centrado en el Mediterráneo, lo mismo que el Imperio chino desde los Han y más aún a partir de los Tang. Pero ninguno de estos mundos tuvo una dimensión planetaria, ni actual ni potencial. Mientras que la expansión comercial y colonial europea a partir del siglo XV inaugura y esboza un proceso que, a través de la interconexión de los continentes europeo, americano, africano y asiático y la división del trabajo esbozada desde entonces entre ellos, va a hacer nacer finalmente un único y mismo mundo de dimensión planetaria centrado en Europa. Es algo que nunca antes se había producido y que supone franquear un umbral irreversible en la historia de la humanidad.
Un concepto clave de tu obra es el «devenir-mundo del capitalismo». ¿Qué significa?
Utilizo esta expresión, de apariencia pedante y poco elegante, para evitar precisamente las confusiones ligadas al término mundialización. Designa el proceso histórico (plurisecular) por el que el capitalismo invade y somete a la humanidad y al planeta enteros, incluyéndolos en un mismo mundo y, por el mismo movimiento, constituyéndolo como tal, es decir como un modo de producción específico. De hecho, como lo indico en la introducción general de la obra en la que he iniciado su análisis ( La prehistoria del capital , Édicións Page 2, Lausanne, 2006, obra disponible en la web Les classiques des sciences sociales de l’UQAC, Universidad de Quebec), el devenir-mundo del capitalismo es una de las dos dimensiones fundamentales de la formación del modo de producción capitalista, siendo el otro el devenir-capitalismo del mundo: el proceso no menos histórico por el cual las relaciones capitalistas de producción someten todos los ámbitos y niveles de la actividad social (todas las relaciones sociales y todas la prácticas sociales), trastornando (destruyendo, marginando, integrando y transformando) todo el legado histórico anterior haciendo emerger así realidades sociales originales, desconocidas hasta entonces por la humanidad. En suma, el proceso por el que las relaciones capitalistas de producción se apropian de toda la extensión y la profundidad de la existencia humana para configurar un mundo específico, el del modo de producción capitalista. Aunque este último resulta a la vez de un devenir-mundo del capitalismo y de un devenir-capitalismo del mundo.
Por qué intentar explicar la evolución del capitalismo poniendo el foco en criterios «socio-geo-políticos» (expansiones coloniales y comerciales, relaciones entre centro, semi-periferia y periferia, etc.), y no, por ejemplo, en la evolución de la técnica y de la ciencia, sin la cual no habría habido capitalismo ni siquiera colonización? Por ejemplo, según Edward P. Thompson, el nacimiento del capitalismo ha sido en gran parte posible por la invención del reloj y la racionalización del tiempo que ello ha permitido y que influye en relación al trabajo.
Aunque, como toda práctica social, la técnica dispone de una autonomía relativa, creo que es un error hacer de ella un deus ex machina y el motor de la historia, como durante mucho tiempo lo ha hecho un cierto marxismo que parece prolongar Thompson. Si hay que conceder primacía a un factor explicativo, debería serlo a las relaciones de producción en su conjunto y no a la técnica, que en el mejor de los casos no es más que un elemento de ellas: estas relaciones son las que explican por qué y cómo se desarrollan las técnicas. Dices que, según Thompson, la invención del reloj hizo posible la racionalización del tiempo y de esta forma permitió la formación de las relaciones capitalistas de producción. Pero antes de preguntarse qué hizo posible la racionalización del tiempo, habría que preguntarse qué la hizo necesaria. ¿Por qué medir el tiempo y hacer de esta medida una dimensión clave del proceso social de trabajo? Porque el capital es un «valor en proceso», como dijo también Marx: un valor (bajo la forma autonomizada de moneda) que quiere valorizarse (conservando su cualidad y aumentando su cantidad) haciendo producir y circular mercancías; y el valor no es en sí mismo más que la forma fetichista que toma el trabajo social en las condiciones de su división mercantil impuesta por las relaciones capitalistas de producción; una determinada cantidad de valor sólo mide una determinada cantidad de trabajo (abstracto), cuyos diferentes factores son el número de trabajadores, la duración de su trabajo, la intensidad de éste, etc. Dicho de otra forma, es imperativo medir el tiempo porque las relaciones capitalistas de producción hacen de la duración del trabajo uno de los factores clave de la valorización del capital. Y este imperativo explica las investigaciones emprendidas para constituir aparatos capaces de medir lo más exactamente posible el tiempo: los relojes.
Si el progreso técnico pudiese explicar el nacimiento del capitalismo, entonces éste no debiera haber aparecido en Europa occidental sino en China y mucho tiempo antes. Porque China fue la sede de la invención y difusión de instrumentos y procedimientos técnicos que precedieron en siglos, y en algunos casos en dos milenios, a su reinvención o difusión en Europa occidental, como lo ha puesto en evidencia la monumental obra emprendida por el historiador británico Joseph Needham. Pero no ocurrió así. Lo cual sigue planteando problemas a todos aquellos, que siguen siendo muchos, que razonan en esos términos – cf. el último intento llevado a cabo por Kenneth Pomeranz (autor de Una gran divergencia: China, Europa y la construcción de la economía mundial, 2010). Mientras que dando la primacía a las relaciones sociales de producción, se abre una perspectiva muy fecunda, como he intentado hacerlo en el capítulo consagrado a China en el tercer tomo de mi obra.
¿Qué diferencia tu enorme trabajo de investigación de otros intentos por analizar el desarrollo del capitalismo en el mundo y en el largo plazo (Wallerstein, Braudel…)?
Yo me he esforzado sobre todo en tratar la materia histórica a partir de algunos conceptos claramente definidos y conocidos. Comenzando por los de capital, relaciones capitalistas de producción, reproducción de las relaciones capitalistas de producción, relaciones de clases, diferencia entre estructuras de orden y estructura de clases, Estado y bloque en el poder, sistema de Estados, etc. Lo que reprocho a Wallerstein, y más aún a Braudel, es su debilidad conceptual: la pobreza y fragilidad de su aparataje conceptual. En particular, ni uno ni otro dominan no sólo el concepto de capitalismo sino ni siquiera el de capital; no comprenden la diferencia entre capital mercantil y capital industrial, ni el salto cualitativo que se opera en la dinámica capitalista cuando se pasa de un capital que se valoriza exclusivamente por el juego de los intercambios de mercancías y de dinero a un capital que se valoriza haciéndose cargo del proceso de producción, con todas sus implicaciones geográficas, sociales, políticas, culturales, etc. Por eso, ellos mismos esterilizan a menudo algunas de sus ideas-fuerza; por ejemplo, en Wallerstein, el despiece del mundo capitalista entre un centro, semi-periferias y periferias, etc.
¿Qué resistencias hubo durante estos tres siglos al desarrollo de lo que denominas «protocapitalismo»?
Me es difícil responder brevemente a esta cuestión. En la medida en que esta primera edad del capitalismo (para la que empleo el término protocapitalismo) señala la última fase de la transición del feudalismo al capitalismo en Europa occidental, se puede decir que todo lo correspondiente al feudalismo constituyen factores de resistencia. Los factores objetivos de resistencia son así innumerables: está en juego todo el espesor de las estructuras feudales y hará falta cambiarlas para que pueda llegar el capitalismo. En cuanto a los factores subjetivos, lo representan los grupos sociales que tienen las de perder con este cambio. Se encuentran entre «los de arriba»: la parte de la nobleza que no puede o no quiere transformar sus modos de explotación y de dominación del campesinado para adaptarlos al desarrollo de la economía mercantil y monetaria dominada por el capital mercantil. Pero también entre «los de abajo»: una gran parte del campesino amenazado de expropriación de sus posesiones para unirse a las filas del protoproletariado en formación.
La situación en las formaciones centrales (oeste europeo) es de hecho más compleja. Ya que entre aquellos que tienen interés en completar las relaciones capitalistas de producción y que constituyen su punta de lanza, no es raro encontrar a quienes, simultánea y contradictoriamente, temiendo tener que pagar las consecuencias del proceso, intentan frenarlo o llevarlo por desvíos y caminos alternativos. Esto se puede ver en episodios de revolución burguesa producidos durante este período (en los antiguos Países Bajos en rebelión contra la corona española, en la Inglaterra de los Estuardo, cuando la Fronda en Francia) donde una parte de la burguesía mercantil acaba por adoptar posiciones contrarrevolucionarias porque sus intereses inmediatos (comerciales, financieros, institucionales, etc.) la hacen ser solidarios del Estado monárquico que debe ser derribado.
En cuanto a lo que ocurre en las periferias coloniales y comerciales de Europa occidental, las principales resistencias proceden de las poblaciones indígenas que son las víctimas señaladas y de los poderes políticos preexistente que no quieren dejarse destruir o instrumentalizar por los europeos.
¿Qué papel ha jugado el Estado moderno en estas premisas del capitalismo?
Como todo el período protocapitalista, el naciente Estado moderno es una especie de Jano. Como este dios romano, posee una doble cara, una está vuelta hacia el pasado feudal que contribuye a conservar, la otra mira hacia el futuro capitalista cuyo advenimiento favorece. De hecho, la importancia relativa de sus dos caras dependerá de las relaciones de fuerza entre la nobleza (más exactamente, su capa superior, la aristocracia nobiliaria) y la burguesía (más exactamente la gran burguesía mercantil) que institucionaliza. Allí donde la primera es ampliamente predominante, el Estado (todavía feudal-monárquico) está por completo al servicio de sus intereses territoriales y de sus privilegios jurídicos y fiscales tradicionales, frenando el desarrollo de la burguesía protonacional, hasta el punto de esterilizar todos los factores potenciales de culminación de las relaciones capitalistas de producción que puedan surgir: la España de los Austrias es el ejemplo típico en los siglos XVI y XVII, incapaz de sacar beneficio de las inmensas riquezas extraídas de sus colonias americanas y filipinas para promover un desarrollo protocapitalista autocentrado. Allí donde, por el contrario, triunfa la burguesía mercantil, por lo general tras una ruptura revolucionaria más o menos importante con el antiguo orden feudal, hay un Estado que, por sus políticas fiscales, comerciales, diplomáticas y militares, se pone enteramente a su servicio: el principal ejemplo es el de las Provincias Unidas nacidas de la revuelta de los antiguos Países Bajos contra la España de los Austrias, cuyo régimen republicano dominó el siglo XVII europeo. Entre estos dos polos extremos hay toda una gradación de posiciones, ocupadas por Estados monárquicos que tienden al absolutismo, precisamente por el hecho de estar presos de los conflictos y a la vez de los compromisos entre la aristocracia nobiliaria y la gran burguesía mercantil. La Inglaterra de los Tudor y después de los Estuardo, así como la Francia de los últimos Valois y después de los Borbones, son buenos ejemplos. La evolución de las relaciones de fuerza entre estos dos grupos explica en definitiva tanto su respectiva historia política como el rumbo que toma la lucha entre ellas a partir de finales del siglo XVII por el predominio en Europa.