El crecimiento económico es una niebla que oculta la realidad social y ambiental; por eso, la economía tradicional no puede hacer predicciones sin enfrentar equivocaciones. En las crisis del capitalismo, hasta suele observarse un mayor crecimiento en vísperas de la crisis. En el plano ambiental, se puede crecer a costa de liquidar el patrimonio natural. […]
El crecimiento económico es una niebla que oculta la realidad social y ambiental; por eso, la economía tradicional no puede hacer predicciones sin enfrentar equivocaciones. En las crisis del capitalismo, hasta suele observarse un mayor crecimiento en vísperas de la crisis. En el plano ambiental, se puede crecer a costa de liquidar el patrimonio natural. El crecimiento es una serpiente que se come la cola.
Se usa el PIB como indicador del bienestar, a pesar de que ya se ha comprobado que no sirve, por varios motivos. Primero, por comodidad, pues es más fácil utilizar un método generalizado, en vez de buscar nuevas opciones. Segundo, por intereses, al usar al PIB como indicador de bienestar, se ocultan las desigualdades sociales y ambientales. Tercero, por simplismo: se reduce un conjunto de variables a un solo indicador, que no es la síntesis de todas las variables. En cuarto y último lugar, porque la economía ha colonizado al resto de disciplinas y saberes. Ampliemos este comentario.
La economía tradicional no se conformó con ser la disciplina científica de las relaciones económicas. La economía observa la realidad y ve economía en todo, hasta se inmiscuye en los valores humanos. Su forma rara de razonar sería inadmisible en otras disciplinas o ciencias.
El Producto Interno Bruto (PIB) de un país suele usarse para medir su bienestar. Es un error, porque el PIB no toma en cuenta los valores que no son monetarios, como el trabajo no remunerado, es decir, el de las mujeres en casa. Tampoco mide los perjuicios ambientales ni la salud infantil ni la calidad de la educación. Ni siquiera el PIB per cápita describe la situación real del sector más empobrecido de un país. Eso en cuestiones de bienestar material.
Si hablamos del bienestar en general, el PIB hasta oculta la realidad. Por ejemplo, un obrero en Estados Unidos tiene más ingresos que un obrero en América Latina. Además, productos de alta tecnología como los televisores inteligentes son más baratos en Estados Unidos. Ambos hechos son medibles en valores monetarios. Sin embargo, necesitamos conocer si los dos obreros tienen un seguro médico gratuito o suficientes días de descanso. Nada de eso se sabe solo viendo el PIB.
Al iniciar un cálculo, un pequeño error se multiplica durante todo el procedimiento. Esto distorsiona el resultado. Si queremos medir el bienestar de un país y empezamos con el PIB, partimos de una premisa errónea.
La nueva métrica no puede ser demasiado simple, porque va a medir una realidad con alta complejidad. Lo que sí se espera de esta nueva métrica es que agrupe los principales componentes de la realidad. Desde mucho tiempo atrás, hemos abogado por una nueva métrica para medir el bienestar o el buen vivir de un país, evaluando cada uno de los elementos que hacen feliz al ser humano y restando puntos en las áreas con notoria desigualdad. Una rápida evaluación nos dice que se han desarrollado índices multidimensionales (índice de desarrollo humano, índice de bienestar económico y sustentable, la huella ecológica, etc.) y una variedad de indicadores sociales, ambientales y culturales.
Sin embargo, en las decisiones concretas de política pública se ignoran todos esos nuevos adelantos. La asignación presupuestaria se realiza tomando en cuenta indicadores monetarios convencionales. Casi ningún mandatario del mundo pone en sus informes anuales datos de deforestación o pérdida de servicios y funciones ambientales claves para la vida. Tampoco usan en forma sistemática los indicadores de desigualdad para valorar logros o retrocesos de un país.
Un país debe cubrir necesidades esenciales de la población (nutrición y atención médica, educación, aseo y saneamiento, seguridad social). En el aspecto educativo, debe haber acceso al conocimiento básico, a la información, a las comunicaciones. Un país debe respetar los derechos de la naturaleza y mantener una política ambiental coherente en sus leyes. Y lo más urgente: dar oportunidades a todas las personas para alcanzar los logros que le corresponden a su potencial, con máxima inclusión. Todo esto debe considerarse para formular una métrica distinta.
Calificar el bienestar de un país por su PIB es como si juzgáramos la calidad de los nutrientes de las frutas por su tamaño. También en la práctica, el PIB oculta las desigualdades. El PIB es un indicador limitado. No puede evaluarse por el PIB un tema tan complejo como el bienestar que, además, contiene elementos subjetivos divergentes.
Fander Falconí Benítez: economista ecológico y académico ecuatoriano. Actualmente es ministro de Educación de Ecuador.
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