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¿Qué hacer con los plutócratas?

Fuentes: WSWS

Traducción del francés Susana Merino

Un informe del Institute for Policy Studies publicado el martes [30 de octubre de 2018] destaca el papel de la riqueza heredada en el aumento de las desigualdades en los Estados Unidos. El informe titulado «Billionaire Bonanza: Inherited Wealth Dynasties in the 21st Century United States» [La bonanza de los millonarios: las dinastías de la riqueza heredada en los Estados Unidos del siglo XXI] analiza la lista de las 400 personas más ricas de los Estados Unidos publicada por la revista Forbes y revela que un tercio heredó su fortuna de sus padres o de una generación anterior de superricos.  

La riqueza de las tres mayores dinastías, los Walton, los hermanos Koch y la familia Mars, aumentó cerca del 6.000 % desde 1982, mientras que la de los hogares medios estadounidenses disminuyó levemente. Estas tres familias, cuya actividad se ubica respectivamente en la venta minorista, el petróleo y la alimentación, disponían de un patrimonio de 5.840 millones de dólares en 1982, pero de más de 348.700 millones en 2018.

Además de los siete Walton, los dos Koch y los seis Mars, hay otros nueve herederos Cargill en la lista Forbes 400, cinco Johnson (Fidelity Investments) nueve Pritzker (Hyatt Hotels), cinco herederos de Cox Media, cuatro de la fortuna petrolera Duncan, cuatro Lauder (perfumes) cinco multimillonarios del imperio Johnson & Johnson, cuatro hermanos Bass (petróleo), tres Stryker (equipamiento médico), etc. Las 15 dinastías más grandes de multimillonarios reunían una riqueza conjunta de 618.000 millones de dólares.

Durante el siglo transcurrido desde la primera «Golden Age» (Época Dorada) en los Estados Unidos la riqueza de las dinastías originales de los Rockefeller, de los Mellon, de los Carnegie y de los Dupont se había dispersado entre numerosos descendientes y diluido a causa del incremento de los impuestos (antes de 1980). Pocos herederos de los «barones ladrones» del siglo XIX permanecen aún en la lista Forbes 400. Pero según el informe, «una segunda Época Dorada dura ya varias décadas y las ricas familias dinásticas reaparecen con ímpetu en la lista Forbes 400. Y como en las dinastías precedentes, algunas de estas familias utilizan su riqueza y su considerable poder para cambiar las reglas de la economía con el objeto de proteger y acrecentar su riqueza y su poder».

Estas dinastías han impuesto importantes modificaciones en materia impositiva y sucesoria, lo que les permitirá transmitir su patrimonio a la generación siguiente prácticamente sin obstáculo alguno. Y una nueva generación de superricos, personificada por el trío que conforman Jeff Bezos, Warren Buffett y Bill Gates, cuya riqueza combinada es mayor que la de la mitad más pobre de la población estadounidense, también se beneficiará de esas modificaciones legales.

Pero su impacto sobre la vida social y política va mucho más allá de la acumulación y de la preservación inmediata de las fortunas familiares. El informe comienza citando una advertencia de Paul Volcker (el expresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, el banco central estadounidense, que por lo tanto conocía perfectamente la psicología política y social de los superricos) sobre los peligros que plantea la dominación de la sociedad por parte de una pequeña élite fabulosamente rica.

«El problema principal es que nos estamos convirtiendo en una plutocracia», dice Volker. «Tenemos una gran cantidad de personas extremadamente ricas que están convencidas de que son ricas porque son inteligentes y laboriosas. No les gusta el Estado y no quieren pagar impuestos». De ahí el programa de reducción y desregulación de los impuestos que llevan a cabo las administraciones tanto demócratas como republicanas.

Los últimos 40 años han visto consolidarse una élite plutocrática que ha subordinado toda la sociedad estadounidense a un único objetivo: acumular fortunas personales cada vez más colosales. El 1% de los más ricos ha acumulado la totalidad del aumento de la renta nacional durante los dos últimos decenios y toda la de la riqueza nacional luego del crack de 2008.

Esta es la razón de clase fundamental del espectacular viraje hacia la derecha en la política estadounidense de este período. Los empleos bien remunerados, la seguridad del empleo, unas escuelas públicas decentes, los transportes, la atención sanitaria, la vivienda e incluso la provisión de agua y de alcantarillado todo se ha sacrificado al enriquecimiento maniático de los plutócratas.

La patronal y los políticos capitalistas de los partidos demócrata y republicano declaran invariablemente que «no hay dinero» para justificar la destrucción de empleos, del nivel de vida y de los servicios sociales. Este mantra se repite aun cuando la fortuna de los superricos alcanza dimensiones nunca antes imaginadas. De hecho, lo que significa es que «no hay dinero para vosotros porque nosotros lo queremos todo». Los plutócratas son a la sociedad moderna lo que un tumor canceroso al cuerpo humano.

El Institute for Policy Studies presta un gran servicio publicando esas cifras que se corresponden con las conclusiones de economistas como Emmanuel Saenz, Thomas Piketty y Gabriel Zucman. Pero las medidas propuestas por el IPP, unas tibias reformas liberales como el restablecimiento del impuesto a la herencia y un impuesto anual sobre las fortunas del 1 %, no tienen la menor posibilidad de ser promulgadas en el actual orden social. Se proponen para fortalecer las ilusiones respecto al Partido demócrata y especialmente por políticos como Bernie Sanders.

En realidad, el Partido demócrata esta tan en deuda con los millonarios y tan comprometido con la defensa del capitalismo como el Partido Republicano. La aristocracia financiera no permitirá la adopción de tales medidas por medio de los mecanismos del Congreso y de la presidencia, a la que controla totalmente. Por el contrario, el viraje autoritario asumido por los dos partidos patronales demuestra de manera convincente que las desigualdades sociales a la escala que existe actualmente en los Estados Unidos son incompatibles con la democracia.

La única alternativa realista a la dictadura de los multimillonarios es la movilización política independiente de la clase obrera sobre la base de un programa socialista. La bandera de la clase obrera no puede ser «restablecer un modesto régimen impositivo para los superricos», sino que debe ser «expropiar a los superricos». La clase obrera debe fijarse como objetivo la confiscación de las riquezas de los multimillonarios, que han sido producidas en su origen por los trabajadores, para proveer a la sociedad los recursos que necesita. Esta sería la primera y más decisiva etapa de la reorganización socialista de la vida económica puesta al servicio de las necesidades humanas y no del beneficio privado.

Fuente: https://www.wsws.org/fr/articles/2018/11/03/pers-n03.html