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Saramago, Galeano y Fidel Castro

Fuentes: Rebelión

Pocos días después de la ruptura pública del premio Nóbel de literatura, José Saramago, con la revolución cubana, a raíz del fusilamiento de tres secuestradores de un ferry y de drásticas penas carcelarias de «periodistas disidentes», Eduardo Galeano se deslinda en el artículo «Cuba duele», de un «modelo de poder» que está «en decadencia» y […]

Pocos días después de la ruptura pública del premio Nóbel de literatura, José Saramago, con la revolución cubana, a raíz del fusilamiento de tres secuestradores de un ferry y de drásticas penas carcelarias de «periodistas disidentes», Eduardo Galeano se deslinda en el artículo «Cuba duele», de un «modelo de poder» que está «en decadencia» y que «convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan…desde las cumbres».

Galeano dice que nunca creyó en la «democracia del partido único», ni en la omnipotencia del Estado como «respuesta a la omnipotencia del mercado»; que la revolución ha ido perdiendo el «viento de espontaneidad y de frescura que desde el principio lo empujó»; que hay «un desastre de los estados comunistas convertidos en estados policiales», lo que es una «traición al socialismo» y que el gobierno cubano trató a los grupos que colaboran con el Jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos, James Cason, «como si fueran una grave amenaza».

El escritor sí cree en el «sagrado derecho a la autodeterminación de los pueblos»; que la «apertura democrática» en Cuba es, «más que nunca, imprescindible»; que han de ser los cubanos, «sin que nadie venga a meter mano desde afuera, quienes abran nuevos espacios democráticos, y conquisten las libertades que faltan» y que Rosa Luxemburg tenía razón frente a Lenin, cuando decía que «libertad es siempre la libertad de quien piensa diferente»: Freiheit ist immer die Freiheit des Andersdenkenden.

Si Rosa Luxemburg tenía razón frente a Lenin o no, es un largo debate. Lo que no requiere debate es el status lógico de su célebre afirmación sobre la libertad del otro. Al igual que el congénito aforismo de Voltaire sobre la libertad, 150 años antes, y el imperativo categórico de Immanuel Kant, se trata de enunciados prescriptivos abstractos y generales que no sirven para resolver una dificultad concreta. Para actuar ante un problema concreto, se requiere de una ética material, es decir, una ética de contenidos, no de una axiología formal-abstracta.

En el ámbito de las verdades abstractas existe, sin duda, una gran armonía cósmica sobre el derecho a la disidencia, a la libertad de opinión y a la democracia. Richard Nixon, Ronald Reagan, George Bush, Tony Blair y Ariel Sharon actúan justo en nombre de estos valores, cuando queman a Vietnamitas con napalm, despedazan con bombas de racimo a niños en Palestina o pulverizan a afganos con bombas de combustión.

No, la verdad es concreta y si se afirma que la «libertad es siempre la libertad del otro», hay que decir, si este axioma vale cuando el otro se llama Adolf Hitler, o Ariel Sharon, o George Bush y sus ejecutores subalternos.

Esta es la esencia de la discusión sobre los fusilamientos en Cuba, porque es el quid de la praxis. Saramago se ha quedado en el reino de la axiología abstracta, fiel a sus verdades absolutas, no carcomidas por las incertidumbres, contradicciones y tragedias de la vida real. «Hasta aquí he llegado», dice, en una reminiscencia del consummatum est del nazareno: «Cuba seguirá su camino, yo me quedo».

Es el evangelio según Jesús; pero no desde el lugar de la víctima, que sostiene su credo con absolutismo inquebrantable durante toda la via crucis de su praxis de transformación social, hasta llegar a su Gólgota; sino desde la posición del intelectual principista parapetado en la fortaleza de las verdades metafísicas abstractas.

La posición del novelista lusitano es un reducto intelectual de lujo, casi escolástico, podría decirse, pero consistente. La del escritor uruguayo es un falso compromiso entre el diagnóstico de la realidad, y la terapia: es inconsistente. Dónde tiene que dar respuestas concretas para el problema cubano, se refugia en desiderata generales, es decir, combina afirmaciones críticas con aspiraciones utópicas, que están fuera de la realidad del problema. Si Saramago es un monasterio en la colina, Galeano es un castillo en el aire.

Galeano dice que no cree en la «democracia del partido único». El partido único en Cuba no nace, como él sabe, del Leninismo, sino de la comprensión de José Martí, de que cualquier división política de Cuba termina en el colonialismo.

Abstrayendo de esto: si el autor no cree en la «democracia del partido único», ¿ en qué superestructura política para Cuba cree? ¿En la democracia del multipartidismo? ¿No, tampoco? Entonces, ¿con qué va a sustituir a la superestructura política actual de Cuba?

Eduardo Galeano afirma que han de ser los cubanos, «quienes abran nuevos espacios democráticos, y conquisten las libertades que faltan», «sin que nadie venga a meter mano desde afuera». ¡Qué bello!

George Bush, quien acaba de meter, no las manos, sino 270 mil agresores armados con tanques y bombarderos estratégicos a Irak, quien acaba de confirmar en una fábrica de cazas F-18, que Washington debe mantener todas las ventajas «que tiene en armas, tecnologías y espionaje», respetará sin duda este deseo del autor de Las venas abiertas de América Latina, de que los cubanos puedan construir su democracia sin injerencia «desde afuera».

Cita afirmativamente a la revolucionaria Rosa Luxemburg —quien fue asesinada a culatazos en enero de 1919 por las hordas del gran capital alemán y tirada al Canal Landwehr en Berlín, como si fuera un animal— cuando dice que «sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y una libertad de reunión ilimitadas, la vida vegeta…en todas las instituciones públicas».

¿Florecería la vida en las instituciones públicas cubanas si tuvieran elecciones generales, libertad de prensa y de reunión ilimitada, a unas cuantas millas de Miami y de Washington, donde los Bush se robaron las elecciones y desde donde han concebido más de 600 intentos de asesinato contra el presidente cubano, Fidel Castro?

En uno de sus textos, Galeano dice que no pretende ser objetivo, es decir, se reserva el derecho de ser subjetivo o, lo que es lo mismo, no científico. Por eso, probablemente, no ve ningún problema en plantear «la apertura democrática» en Cuba que sustituiría a la superestructura política cubana con la «democracia nostra» del Tercer Mundo que empiezan a disfrutar los iraquíes.

Claro, todavía no saben manejar la nueva democracia y el derecho a la disidencia responsablemente, pero la pedagogía de los marines cambiará esto rápidamente. Hace algunos días, los marines fusilaron a veinte civiles en Irak en una manifestación pacífica, sin leerles sus derechos, sin respetar su «libertad de reunión ilimitada» y sin juicio alguno, ni siquiera sumario.

Frente a la cómoda posición principista de Saramago y la patética posición subjetivista de Galeano, existe una tercera posición frente a los fusilamientos: disentir con la pena de muerte y ser solidario con los heroicos esfuerzos del proyecto cubano, de no caer como «fruta madura en el seno de Estados Unidos», como predijeron los incubadores de la doctrina Monroe hace 200 años.

El futuro de Cuba no está en la podrida institucionalidad de la civilización burguesa, ni en el control de sus corruptas elites. Su futuro está en la apertura hacia la democracia participativa postcapitalista y de esta no hablan Galeano y Saramago.

Como diría Lenin: «Un paso adelante, dos atrás.»