A Carlos Morillo y la Unión Latinoamericana por la Democracia Participativa Dentro del mercado de esotérica pseudocientífica, donde suele hacer su shopping ideológico la actual izquierda, Antonio Negri es una de las mercancías más sobrevaluadas. Esto explica probablemente, porque fue invitado a una sesión plenaria del Foro Social Europeo (FSE), en noviembre del 2003, en […]
A Carlos Morillo y la Unión Latinoamericana por la Democracia Participativa
Dentro del mercado de esotérica pseudocientífica, donde suele hacer su shopping ideológico la actual izquierda, Antonio Negri es una de las mercancías más sobrevaluadas. Esto explica probablemente, porque fue invitado a una sesión plenaria del Foro Social Europeo (FSE), en noviembre del 2003, en Paris.
Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, el discurso del «filósofo» italiano ofrece in nuce la posibilidad, de entender la terrible confusión de su pensamiento, sin tener que pasar por las indigeribles cuatrocientos cincuenta páginas de su Empire, que escribió junto con el estadounidense Michael Hardt.
Negri inició su discurso en el FSE con un lamento sobre los soldados italianos muertos en Irak. «Quisiera comenzar recordando con mucha piedad, con muchísima piedad… a los muertos de mi país en Irak», decía, para después declamar patéticamente, como si estuviera en una opera de Giuseppe Verdi, «¡Malditos! ¡ Malditos! ¡Malditos!», refiriéndose a aquellos que mandaron «a esos hombres a morir en Irak».
Si bien es lamentable toda vida que se pierda en la guerra de Irak, no hay que olvidar que el contingente italiano es parte de una fuerza de agresión militar al servicio de la primera guerra del gran capital imperialista, del siglo XXI, que evoca el derecho a la legítima autodefensa nacional. Es revelador, que Negri lamente las bajas en las fuerzas imperialistas, sin decir una sola palabra sobre los iraquíes muertos.
La guerra determina una «terrible ruptura» entre las fuerzas de paz y todos aquellos que en Italia la apoyaron, que incluye «buena parte de la izquierda». ¿Qué sentido tiene, calificar a los oportunistas socialdemócratas, los sectaristas y los liberales notoriamente invertebrados, de «izquierda italiana»? ¿Qué tiene de izquierda esa fauna política que cubre el globo desde Argentina hasta Alemania, y desde Brasil hasta España?
Después, Negri nos alecciona que la guerra es «constituyente», lo que significa que la «forma de la guerra ya no es simplemente la legitimación del poder». Aquí, nuestro filósofo tiene las cosas al revés. Es, por lo general, el poder que legitima a la guerra, no viceversa, porque ante la carnicería mercantilista, las elites dominantes que mandan a la grex a morir, requieren de apologías para las víctimas.
De esta manera aparece el iustum bellum, la guerra justa, en la cual mueren las víctimas por los fetiches construidos por los intelectuales del poder: los cruzados cristianos ad maiorem Dei gloriam; los musulmanes por la jihad; los estadounidenses por «la democracia»; los sionistas por el Yitzak Israel y los nazis por la liberación del pueblo alemán, de la tiranía del «capital financiero judío».
La guerra «quería presentarse» no ya como «guerra entre los estados, sino contra un enemigo público, contra una realidad interna». ¿Los líderes de los Estados en guerra no se convierten, automáticamente en el enemigo público número uno del Estado contrincante? ¿Puede hacerse la guerra de agresión, sin demonizar al otro?
Es más: ¿Ha habido en la historia de las guerras de agresión alguna elite que no haya aprovechado el supuesto peligro de una quinta columna interna? ¿Que no haya explotado la reducción militar de los derechos democráticos para reprimir a sectores de la población —socialistas, cristianos de base, nacionalistas independientes, trabajadores, intelectuales críticos— que definía como peligro para el status quo ?
Después viene el obligatorio sometimiento al poder —«Todo lo que Ignacio Ramonet decía en un principio acerca de la sobreposición de guerra económica, social y militar es perfectamente correcto»— que introduce el salto mortale hacia la capitulación ideológica total.
«Veis que ya no se trata de la guerra imperialista que va a expandir los poderes de las naciones singulares; se hace en nombre del capital global.» ¡Muy profundo! Lastima, que no tiene nada que ver con la realidad.
Alguien debería regalar a Negri para el año nuevo una suscripción del The Washington Post y del The New York Times, para que se entere de la «expansión de los poderes de las naciones singulares». Cuando sucedieron los atentados del 11 de septiembre, la responsable del Consejo de Seguridad Nacional, Condoleeza Rize, convocó a su equipo y les dijo que resolvieran la siguiente tarea: «¿ Cómo se capitalizan esas oportunidades para una potencia mundial? … Creo que este periodo es análogo al de 1945 a 1947… Las placas tectónicas de la política internacional están reacomodándose y es importante tratar de aprovechar esto y posicionar los intereses e instituciones estadounidenses… antes de que las placas vuelvan a inmovilizarse.»
George W. Bush y Colin Powell, presidente y secretario de Estado de la Unión Americana, concordaban plenamente, como reportó el The Washington Post en enero del 2002, afirmando que Bush y Powell vieron a los ataques como «una oportunidad para reconfigurar las relaciones mundiales» (reshape relationships throughout the world).
Mientras Bush y Blair procuraban ocultar la «reconfiguración de las relaciones del mundo» mediante delirantes discursos de democracia, paz y desarme, los planificadores del sionismo revelaban sin rubor la esencia de la Operación Irak: «Tenemos un gran interés en estructurar el Medio Oriente el día después de la guerra», afirmó antes de la guerra el Ministro de Defensa israelí, Shaul Mofaz y agregó, que después de haber derrotado a Irak, Washington debería «generar presión política, económica y diplomática sobre Irán».
El asesor de seguridad nacional del Primer Ministro Ariel Sharon, y exjefe del servicio secreto Mossad, Efraim Halevy, dijo que Israel esperaba de un Bagdad post- Saddam «profundos efectos en Teheran, Damasco y Ramallah», es decir, «una mayor estabilidad y confianza, desde el Golfo Pérsico hasta las costas atlánticas de Marruecos». En la misma tónica, el ex Primer Ministro israelí Ehud Barak afirmó que «el camino a la paz en Palestina pasa por Bagdad».
Se trata, en pocas palabras, de un megaproyecto de modernización-destrucción capitalista estadounidense-sionista, inspirado en el Zeitgeist (la lógica) de Hitler, del cual Bush y su camarilla no se han apartado ni un ápice, como Negri se puede informar en el diario del Gran Capital liberal estadounidense, The New York Times (NYT), de ayer, leyendo el artículo de Colin Powell: «What we will do in 2004«.
Otro vocero del sionismo israelí y del gobierno de Bush, el columnista del NYT , William Safire, comentando «la capitulación preventiva» de Gaddafi en abrir sus instalaciones nucleares a Washington y atraer de nuevo a las transnacionales petroleras estadounidenses, afirma que la política exterior post-9/11 de Bush está teniendo éxito y que los dominós están cayendo; cayendo, se entiende, hacia donde Washington los hace caer.
Los nuevos dominós son Siria, que tendrá que salir de Líbano para entregárselo a Washington-Tel Aviv a fin de ser convertido en otro protectorado de sus voraces transnacionales, e Irán. Y las grandes ganancias del negocio imperial serán para los súbditos y vasallos de Washington. Alemania, Francia y Rusia están excluidos de los 18 mil millones de dólares de reconstrucción de Irak. Será, ¿que no forman parte del «capital global», en nombre del cual, según nuestro filósofo, se realiza la barbarie bélica en Medio Oriente?
En otra de sus mistificaciones de la agresión bélica, Negri afirma que se trata de una guerra «que se mueve como el capital global». La dinámica del movimiento del capital global, tanto en la esfera de la acumulación como de la circulación, y ejecutada esencialmente por entes privados dentro de vías institucionales no- violentas, es determinada por la interminable búsqueda de las mejores tasas de ganancia, en torno al planeta entero.
La guerra en Irak, en cambio, es el uso concentrado de las fuerzas de destrucción físicas de los Estados de las elites anglo-sajonas al servicio de esos intereses capitalistas. El supuesto paralelismo entre la dinámica de ambos fenómenos, que son, cada uno, de naturaleza sui generis, sólo existe en la cabeza de Negri.
No podía faltar la negación abstracta del nacionalismo. «Estos valores de patria, nación, nunca han estado en la verdadera tradición comunista y hoy ya no lo estarán más, no lo estarán nunca», dice Negri. Al igual que el grupo «Crisis» de Robert Kurz en Alemania, que proclama que la ruptura con la «nacionalidad» y con «la jaula de la identidad nacional» (Kurz) es la «pregunta decisiva» para la izquierda, Negri es incapaz de diferenciar entre la función del nacionalismo en el polo dominador del sistema y el polo dominado.
En su escandalosa ignorancia de la epistemología científica, se le ha pasado por alto que Albert Einstein y Werner Heisenberg descubrieron hace mucho tiempo lo que podría denominarse, la verdad relacional. O, si su alma mater, la filosofía se le hace más congénita, pudiese consultar con el gran Georg W.F. Hegel el tema de la verdad dialéctica.
En la negación abstracta del nacionalismo y de la Patria, la «izquierda» eurocentrista se encuentra en perfecta sintonía con los señorítos intelectuales neoliberales latinoamericanos y los intereses transnacionales, a que sirven. La guerra cultural de los neoliberales contra la educación pública, la pequeña y mediana empresa, los indígenas y todo vestigio de la herencia nacional, tiene como blanco principal destruir a la identidad nacional, es decir, la defensa del patrimonio cultural y material de la Patria Grande que es, hoy día, junto con la cuestión social, el último dique ante el colapso total de las sociedades latinoamericanas.
«El problema fundamental de la reconstrucción de la izquierda» es, que sepa proponer «lo común a todos» y que sepa «ser pacífica». Bravo Maistro. «Lo común a todos» se propuso de manera pacífica justo en la fase prebélica de Irak, cuando las abrumadoras mayorías de España e Italia se manifestaron contra la agresión planeada por Bush, Blair, Aznar y Berlusconi. Lastimosamente, ninguno de los cuatro Presidentes demócratas, ni los diputados y senadores respectivos, escucharon la plegaria de la vox populi. ¿Considera Usted posible, Maistro, que le falte algún ingrediente en su plan maestro para llegar a un mundo mejor?
«Hoy, el desarrollo capitalista usa la guerra para organizar el mundo», afirma Negri, en otra de sus burdas falsificaciones de la historia. Procediendo de tierras del Imperium Romanum, ¿cómo se le puede olvidar al filósofo, que todos los imperios, desde el romano hasta el estadounidense, siempre han utilizado la violencia militar como medio de apropiación del plusproducto de otros pueblos?
Pero, si la premisa de Negri es fatal, la inferencia está peor. El supuesto hecho, de que «hoy, el desarrollo capitalista usa la guerra para organizar el mundo», dice Negri, obliga a la izquierda a «transformar también nuestra lucha por la paz en lucha social», siempre que sepa «ser pacífica».
En primer lugar, la transformación de la guerra en «lucha social» es un proceso objetivo, como muestran interminables ejemplos históricos, entre ellos la Comuna de Paris, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, y la Revolución Alemana de 1918. Como tal tiene, en palabras de uno de los últimos filósofos que merecían este calificativo, Immanuel Kant, su «condición de la posibilidad», es decir, su causalidad.
La causalidad que transforma una guerra en «lucha social», hasta el extremo de la guerra civil, es de triple naturaleza. En lo objetivo, el factor constituyente es el sufrimiento de las masas, tanto en el frente como en la retaguardia. Dado que las masas en Italia, ni en ninguna otra parte del Primer Mundo, no sufren por la guerra en Irak, no existen las condiciones objetivas para convertir el bandidaje imperialista en revolución social. Una vez más, una frase vacía de Negri, sin sentido alguno dentro de las condiciones objetivas.
En lo subjetivo, todo sujeto social tiene que resolver el aspecto material ( materialiter) y el aspecto formal (formaliter) de su postura, ante la guerra. Materialmente, es decir, en términos de contenido, la pregunta es, ¿qué Proyecto Histórico puede concretizar la oportunidad de transformación social que ofrece una guerra imperialista? Siendo los holocaustos bélicos congénitos al sistema capitalista, la respuesta es obvia. El proyecto solo puede ser no-capitalista.
De ese contenido antisistémico, il condottieri italiano no dijo nada en el magnífico Foro Social Europeo de Paris, donde tenía la posibilidad de concientizar a decenas de miles de jóvenes europeos que estaban literalmente sedientos de verdad teórica y alternativas prácticas. En lugar de aprovechar el Foro, confundió la teoría material sobre el fenómeno —el Nuevo Proyecto Histórico anticapitalista— con su dimensión formal, es decir, sus formas de lucha, y pontificó que el sendero luminoso de los oprimidos es el saber «ser pacífico». Nietzsche ha de reírse en la tumba, ante esta magnífica ilustración de la «moral esclava cristiana».
No tiene nada de malo que Toni Negri quiera andar como Francisco de Asís o la Madre Teresa, mendigando urbi et orbi por la paz y un mundo mejor. Al fin y al cabo, toda su estructura mental es teológica. Se trata de un mundo mental en el cual los hechos (factum) y los estándares básicos de la intelección científica, no tienen cabida.
Tampoco hay problema de que se llame filósofo. En vista de la miseria de la filosofía actual, cuyos protagonistas son esencialmente empleados directos del Estado en las facultades de filosofía, es decir, burócratas; o coolíes de pluma freelance de las élites económicas, se trata, de hecho, de una descripción bastante exacta de la docta ignorancia, que caracteriza a los «amantes de la sabiduría» contemporáneos. Con contadas excepciones, han regresado al oscurantismo escolástico que les da venia legendi (licencia) para fantasear sobre lo que les dé la gana.
Lo que sí preocupa, es el estado de la clase política e intelectual europea que permite, como en el caso de Italia, que un piccolo duce conduzca la política nacional de una de las potencias imperialistas más importantes del presente, y un Rásputin teórico figure como líder ideológico, a quien se invita a foros europeos alternativos.
Peor aun es que alguien en América Latina les haga caso. Cada hora que pierda un estudiante latinoamericano leyendo las tonterías de Toni Negri o la propaganda barata de Samuel Huntington, es una hora perdida para la transformación real de nuestra realidad.
Pero, carentes de conocimientos de la metodología científica y de nociones básicas de las ciencias económicas, como «costos de oportunidad» y «economía de tiempo», profesores mediocres, oportunistas e inescrupulosos, gastan el tiempo de nuestra juventud en la chatarra ideológica del Primer Mundo.
Negri, que viene de las ilusiones anarquoides de Autonomía Operaia italiana, es un farsante del Capital. Como lo es también, el flamante promotor del megaproyecto hitleriano en Medio Oriente, Daniel, «el rojo» Cohn-Bendit, quien viene del grupo Revolutionaerer Kampf (Lucha Revolucionaria), de Frankfurt, Alemania.
Solo los tontos y los pillos pueden hacerle caso a esas figuras patéticas de la opera buffa del Gran Capital.