Durante años hemos pensado que el férreo control de la información por parte de los poderosos impedía que los ciudadanos conocieran la verdad sobre los asuntos más controvertidos y, de ese modo, la sociedad no se rebelara. La falta de datos y el desconocimiento, con la inestimable colaboración de los grandes medios, les aseguraba una […]
Durante años hemos pensado que el férreo control de la información por parte de los poderosos impedía que los ciudadanos conocieran la verdad sobre los asuntos más controvertidos y, de ese modo, la sociedad no se rebelara. La falta de datos y el desconocimiento, con la inestimable colaboración de los grandes medios, les aseguraba una opinión pública acrítica y sumisa, que vivía en el engaño. Era lo que Ignacio Ramonet llamaba el pensamiento único, la existencia de una sociedad bombardeada y dominada por una sola línea de pensamiento que no ponía en tela de juicio las «verdades» del poder.
Frente a esa situación, hemos sido muchos los que apostábamos por dedicarnos a buscar la información necesaria y las vías de difusión que pudieran llevar esa necesaria verdad a la mayor gente posible, convencidos de que, por esa vía, sentábamos los principios para la consolidación y formación de una oposición mayoritaria a las tesis y sectores dominantes. Hemos de reconocer que siempre era una batalla perdida en términos de mayoría, nunca lográbamos que nuestras tesis ni nuestras informaciones fueran las mayoritarias entre la población. Era por ello que considerábamos que lograban mantener el orden y la situación vigente, lo que no nos disuadía de continuar trabajando en la búsqueda y difusión de la información crítica y alternativa como nuestra aportación a esa causa común de un orden social más justo y libre.
Sin embargo, creo que asistimos a un momento inédito en la historia reciente. Nunca hasta ahora, una verdad, crítica y contraria a la tesis de los poderosos, estaba tan clamorosamente instalada en la sociedad. Me refiero a la inexistencia de armas de destrucción masiva en Iraq, la ausencia de relaciones de Sadam Hussein con Al Qaeda y el reconocimiento público de las verdaderas razones de la guerra e invasión, la apropiación del petróleo iraquí. Considero evidente, a estas alturas, que la gran mayoría de la sociedad está convencida de que las razones esgrimidas por el trío de las Azores fueron una clamorosa mentira. Así lo percibe, no una elite intelectual crítica y politizada, sino la gran mayoría de la opinión pública, incluidos los sectores sociales que nunca mantuvieron un especial interés por estar informados ni adoptaron posiciones críticas contra el sistema imperante. Por otro lado, no es tema baladí, se trata de una cuestión por la cual han muerto miles de personas, se ha dinamitado el derecho internacional y se continúa enviando tropas propias a Iraq que siguen provocando muertes, propias y ajenas, incluidos civiles, mujeres y niños.
Se podría decir, por tanto, que esa histórica cruzada que teníamos algunos por el descubrimiento de la verdad y por hacerla llegar a toda la ciudadanía ha logrado un éxito sin precedentes. Nunca antes habían quedado tan en evidencia las mentiras y engaños de unos gobernantes. Sin embargo, y he aquí la gran frustración y angustia de muchos de nosotros, en nada parece que vaya a afectar a la situación actual el evidente conocimiento de la verdad entre toda la sociedad. Hemos conseguido ganar la batalla de la verdad y hemos descubierto con tristeza y angustia que nada importa ni en nada afecta. Es como si el nivel de las conciencias y de la dignidad de las personas estuviese tan bajo que ni la muerte ni la verdad logra despertarles de la sumisión y el sometimiento. Quizás esto ayuda a entender aquellos momentos de complicidad de la humanidad con tantas tragedias de la historia. No aprendemos.