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El ejército de Venezuela se vuelca en el desarrollo del país

La revolución bolivariana llega a los cuarteles

Fuentes: Rebelión

Las Fuerzas Armadas en América Latina cuentan con una triste y sangrienta trayectoria de crímenes y abusos de derechos humanos. Sin embargo, algo está cambiando en algunos de estos países y, mucho más, en el interior de sus ejércitos. Es el caso de Venezuela, donde la revolución bolivariana ha demostrado el gran papel social que […]

Las Fuerzas Armadas en América Latina cuentan con una triste y sangrienta trayectoria de crímenes y abusos de derechos humanos. Sin embargo, algo está cambiando en algunos de estos países y, mucho más, en el interior de sus ejércitos. Es el caso de Venezuela, donde la revolución bolivariana ha demostrado el gran papel social que pueden jugar los militares dando un giro de 180 grados a las funciones a las que hasta hace poco se les reservaba.

El 16 de abril no es un viernes cualquiera en la parroquia San Agustín de Caracas, un barrio populoso en el que la autoorganización comunitaria está logrando milagros. Por ejemplo, tener a una decena de adolescentes que hasta hace poco eran pasto de la exclusión social y la delincuencia, jugando amigablemente un partido de baloncesto a ritmo de rap, mientras sus convecinos observan divertidos y los más pequeños se entretienen saltando en un castillo inflable. Hasta aquí, conquistas notables de integración y mejora de la convivencia en un barrio donde el alto índice de desocupación, la miseria y la falta de oportunidades han contribuido a una enorme desestructuración social y empujado a la marginalidad a muchos jóvenes. La parte milagrosa se percibe al reparar en los corpulentos agentes de policía que, con gafas de sol y uniformes completamente negros observan, organizan y custodian la actividad.

Son miembros de la, hasta hace poco, temida y detestada DISIP (Dirección de Inteligencia, Seguridad y Prevención), cuyas siglas están grabadas en la memoria del pueblo por ser sinónimo de represión y abusos contra la población en los tiempos oscuros de la IV República.

Frescos están, por ejemplo, los recuerdos del llamado «Caracazo» en 1989, una revuelta popular de los sectores más humildes de la ciudad que se saldó con miles de muertos (el número es incierto ya que nunca se siguió una investigación). Muchos vecinos fueron ejecutados en sus casas, extrajudicialmente, y las versiones coinciden en la atribución de responsabilidades a la DISIP. Ahora, los agentes de ese departamento de inteligencia militar preparan canchas de baloncesto en los barrios humildes de Caracas. Allí están, pintando en el asfalto las líneas de la cancha y fijando una canasta al suelo.

En el contexto del proceso revolucionario bolivariano es sabido que la cooperación entre las Fuerzas Armadas y las organizaciones populares está siendo clave en tareas como la remodelación y construcción de viviendas, el abastecimiento de los mercales con alimentos subvencionados para los sectores más humildes, las labores de identificación de miles de venezolanos que hasta el momento no estaban inscritos como ciudadanos en ningún registro, etc. Pero conseguir revertir el papel de la DISIP parecía algo más difícil, al tratarse de un cuerpo especializado en la represión y acostumbrado a la arbitrariedad contra los civiles.

El agente encargado de desvelar este misterioso proceso de reencuentro entre este cuerpo policial y la población de los barrios es un hombre joven y robusto, con la cabeza rasurada y gafas negras. David García es el Jefe de la División de Bienestar Social de la DISIP. «De profesión, trabajador social», afirma como paradoja inicial.

Él nos explica que la de hoy es la décima acción cívica que realizan, en un programa que se viene desarrollando desde el 2001 y cuyo objetivo es fortalecer las organizaciones comunitarias. «Lo que queremos es que mañana se hagan actividades como ésta, pero sin que sea necesaria la presencia de la DISIP. No queremos quedarnos en un trabajo paliativo, por lo que invitamos a la participación popular bajo la condición previa de que sea la propia comunidad la que se organice y manifieste sus necesidades».

En esta acción, que se prolongará durante toda la jornada, llevan trabajando tres meses, y han desplegado a un numeroso grupo de efectivos, que atienden solícitos las demandas de los ciudadanos. Algunos inquieren acalorados su intervención en las incidencias que van surgiendo, y no se advierte ningún rastro de miedo en su actitud. Tampoco de complacencia. Una de las grandes virtudes de los vecinos de Caracas es su capacidad de apropiarse de los elementos del aparato estatal, y exigir que funcionen como si lo hubieran hecho siempre.

David García explica que cuando los cuerpos represivos trabajan en conjunto con la comunidad, fortaleciendo los valores sociales y la integración, lo que consiguen es «construir una sensación de seguridad ciudadana», que es el objetivo final de la Policía. Él mismo reconoce que las actividades de la DISIP estaban «desvirtuadas» y que desde el año 2000 el cuerpo ha vivido un «cambio de misión». Además del nuevo enfoque, García cuenta que los organismos disciplinarios son más estrictos ahora con los funcionarios que practican la violencia abusivamente, y que se ha producido en las filas de la DISIP un doble proceso paralelo: «Por una parte, se ha llevado a cabo una depuración de personal. Se explicó el nuevo enfoque y quienes no estaban de acuerdo tuvieron la oportunidad de retirarse del cuerpo. Por otra parte, se lleva a cabo un proceso de formación en valores sociales, y un 80% de los funcionarios del cuerpo realizan en este momento estudios universitarios gracias a las facilidades y programas desarrollados por el Gobierno, que tiene convenios con las universidades nacionales para facilitar la incorporación de los funcionarios en sus áreas de estudio».

Al constatar el intenso cambio de imagen de la DISIP ante la sociedad venezolana, García reconoce que «eso revaloriza nuestra autoestima como funcionarios».

Las acciones cívicas de la DISIP suelen ser jornadas que se organizan en los distintos barrios de la ciudad, y llevan detrás un proceso lento de preparación, que implica un enlace previo de la dirección de personal con las comunidades, a partir del cual se provee a los vecinos de técnicas básicas de planificación, de asesoría jurídica, etc para que sea la propia comunidad la que defina sus necesidades y le dé forma al proyecto. Los recursos son estatales, provenientes de los distintos Ministerios (Salud y Desarrollo Social, fundamentalmente). Hasta el momento la DISIP ha organizado operativos oftalmológicos, de alcance masivo, con la entrega de mil lentes correctivos, así como jornadas pediátricas y actividades de promoción de cooperativas y asociaciones civiles.

David García habla también del programa de los «mercales», como se conoce a los mercados populares organizados por las propias comunidades en los que se adquieren productos básicos a precios subvencionados. «El objetivo es llevar a las comunidades empobrecidas productos que normalmente no tienen, como hortalizas o carne fresca, ya que en los mercales se distribuyen principalmente alimentos secos». Gracias a los militares, productos agrícolas y ganaderos procedentes de las zonas rurales son distribuidos a bajo precio en los suburbios de las grandes ciudades.

«En todos los casos», recalca David García, «lo prioritario es la organización de la comunidad». Mientras mira encestar a los chavales a través de sus lentes negros, con gesto satisfecho, este agente de la DISIP define lo que acontece en San Agustín como un ejemplo de la «sinergia» alcanzada entre la policía y la comunidad organizada. Después de todas las explicaciones, a nosotros nos parece más bien un prodigio, una paradoja más de este proceso dinámico, participativo y creativo que sacude hasta las más férreas estructuras de la sociedad.

Paseando por los barrios de Caracas uno puede encontrar un puente militar de guerra convertido en templete para una fiesta vecinal. Material de muerte al servicio de la paz y la convivencia.

Del mismo modo, los hospitales militares, antes reservados exclusivamente al personal castrense, ahora están al servicio de todos los ciudadanos. Un avance que ni siquiera en países como España se ha logrado.

Quizás uno de los detalles que más simboliza la cesión de recursos de la guerra hacia la paz es el nuevo destino del edificio de la DISIP, el popularmente denominado «helicoide» por su estructura. Iniciado en los años cincuenta por la dictadura de Pérez Jiménez con el objetivo de convertirse en el mayor centro comercial de América Latina, su construcción quedó interrumpida hasta que en 1998 se instaló allí este servicio de inteligencia. El gobierno de Hugo Chávez lo ha convertido en la nueva sede de la Universidad Bolivariana de Venezuela.

El ejército también participa en los proyectos sociales que siembran los populosos barrios de Venezuela. Uno de ellos, es la puesta en marcha de unidades móviles de cedulación. En ellas, más de doscientas personas diarias son registradas para dejar de ser anónimas y convertirse en ciudadanos de pleno derecho. Algo que requería antes un año y ahora se hace en el mismo día.

Todo ello ha permitido que los ciudadanos cambien la imagen que siempre tuvieron de las Fuerzas Armadas venezolanas. Los uniformados han pasado de ser temidos y odiados ha ser considerados parte del pueblo. Viendo desde fuera ese nuevo papel, uno no puede dejar de pensar los colosales recursos humanos y materiales que los gobiernos desaprovechan y que, como en el caso de Venezuela, pueden estar al servicio del desarrollo de un país. Son muchos los cambios revolucionarios que se están sucediendo en la patria de Bolivar, pero quizás la nueva misión de los militares sean uno de los que más pueden envidiar los ciudadanos de cualquier país de América Latina.