El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, cumplió un año y medio comandando el país. Para celebrar, reunió a comienzos de julio a su equipo económico y anunció haber sobrepasado con creces las metas del superávit primario. A mediados de ese mismo mes, consiguió el apoyo irrestricto de los países de habla portuguesa a […]
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, cumplió un año y medio comandando el país. Para celebrar, reunió a comienzos de julio a su equipo económico y anunció haber sobrepasado con creces las metas del superávit primario. A mediados de ese mismo mes, consiguió el apoyo irrestricto de los países de habla portuguesa a su aspiración de integrar de forma permanente el Consejo de Seguridad de la ONU. Ahora, el 18 de agosto, dará el puntapié inicial en el partido de fútbol entre Brasil y Haití, y se prepara para en octubre subir a las tribunas a arengar a los candidatos aliados en las elecciones legislativas.
El superávit primario alcanzó los 15,4 mil millones de dólares, hazaña conseguida con un feroz ajuste en los gastos públicos a nivel nacional, con vistas a cubrir los pagos de los intereses de la deuda pública, y sobrepasó las demandas impuestas por el Fondo Monetario Internacional, lo que le hizo ganar el respeto de los banqueros e inversionistas del país y el mundo entero. Como resultado, Lula no asusta más: respeta la doctrina financiera establecida por el FMI.
Pero, el «logro», fue duramente criticado por la Iglesia católica. El principal representante de la iglesia brasileña y presidente de la Confederación Nacional de los Obispos, cardenal Geraldo Majella Agnelo, afirmó que el superávit se había conseguido a expensas de «un enorme costo social, y no refleja ningún beneficio para el pueblo».
Los números le dan la razón al cardenal: los principales programas sociales del gobierno Lula, en su política de restricciones, aplicaron menos del 10% del dinero asignado en el presupuesto. El Ministerio de Transportes, por ejemplo, clave para el crecimiento económico, no usó más que el 0,85% de sus recursos en el período; el de Salud empleó sólo el 6% del dinero asignado. Así mismo, el proyecto consagrado para iniciar a los jóvenes de bajos ingresos en su primer empleo aplicó sólo el 0,2% de los recursos destinados por el Congreso, donde el gobierno tiene la mayoría para aprobar sus programas.
El prelado, en su crítica, cuestionó que el gobierno «recaude dinero de cualquier forma» para cumplir con los compromisos asumidos con el FMI y otros acreedores, y le puso como ejemplo la administración argentina: «Vean el caso de Argentina -dijo-. El gobierno y el pueblo argentino hablaron más alto y consiguieron reducir la deuda. ¿Por qué Brasil no puede hablar alto también?, inquirió. El gobierno no respondió.
Avanzando, el mes de julio no trajo sólo el balance financiero. Lula viajó a Bolivia a consolidar acuerdos energéticos con ese país, lo que le garantizará abastecimiento de gas natural a bajo costo. Además, condonó una deuda bilateral por 52 millones de dólares y le otorgó respaldo político al presidente Carlos Mesa, gesto que recibió fuertes críticas de sindicalistas campesinos, sindicatos y organizaciones cívicas bolivianas y opositores brasileños: un paso más hacia el neoliberalismo, dicen.
Ese mismo mes, el presidente Lula da Silva viajó a África a la Cumbre de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) en Santo Tomé y Príncipe. También visitó Gabón, con quien prometió renegociar una deuda de 36 millones de dólares, y a Cabo Verde, a quien le perdonó un remanente de 2,7 millones de dólares de una deuda pasada. En su gira africana, firmó acuerdos comerciales para que esos países obtengan preferencias arancelarias dentro del Mercosur; distribuyó computadoras para la inclusión digital y donó remedios para prevenir y tratar a los enfermos de Sida.
Esas manifestaciones benevolentes fueron reconocidas y agradecidas con una declaración unánime de los países integrantes de la CPLP que manifestaron todo su apoyo para que Brasil tenga un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Lula aboga para una reforma de la ONU para proteger a los países subdesarrollados del proteccionismo del mundo industrializado, luchar por acciones efectivas contra el hambre y la pobreza en el mundo, y una mayor cooperación Sur-Sur. En esa campaña, el presidente brasileño viaja a Chile el 23 de agosto en busca del apoyo del presidente Lagos, y un voto más para su asiento en la ONU.
Pero antes, el 18 de agosto, Lula cumplirá un deseo personal: dar el primer chute a la pelota en el partido de fútbol entre Brasil y Haití en Puerto Príncipe. Ese gesto, según el mandatario, es para conquistar aún más la confianza del pueblo haitiano y ser mejor aceptados como fuerza intervencionista. El Ejercito brasileño mantiene 1.500 soldados en el país caribeño, en el comando de una Fuerza de Paz que integran también Perú, Paraguay e Argentina.
La actitud brasileña de haber mandado tropas a Haití, a pedido de Estados Unidos, es criticada por intelectuales y políticos aliados a Lula, que sostienen que Brasil se estaría transformando en el rostro visible de una ingerencia ilegal extranjera comandada por los EEUU. La razón para muchos, es que Lula estaría alineándose con la política externa de Washington para ser admitido con mayor facilidad en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Intelectuales, en un primer momento aliados de Lula, temen que Brasil se preste para intervenir en otros países, donde Estados Unidos considera que hay desvío de la democracia, como es el caso de Venezuela donde el presidente Chávez desagrada profundamente a la administración norteamericana.
Con todo, y a pesar de que el camino del presidente Lula, desde la campaña presidencial, hasta ahora se ha torcido cada vez más hacia la derecha, el mandatario mantiene un alto índice popular de aceptación en su país. Que sumado al apoyo de las clases altas, lo mantienen tranquilo sobre sus decisiones administrativas internas y externas.
El próximo mes de octubre habrá elecciones legislativas en todo el país, y según analistas, no ocurrirán grandes cambios con el resultado de las urnas. El presidente tendrá dos opciones, dicen los observadores: Si gana su partido (el Partido de los Trabajadores, PT) y sus aliados, seguirá hacia el neoliberalismo. Y si pierden frente a la oposición, avanzará igual.
Para los especialistas, si el PT es derrotado, Lula podría asustarse con el repudio del pueblo y partiría para acelerar las reformas neoliberales. Pero si gana, principalmente en la Ciudad de San Pablo, el reducto más importante de ese partido, Lula podrá interpretar el resultado como aprobación de su política económica y, por consiguiente, será tentado a profundizarla rápidamente con la finalidad de atraer capitales extranjeros para disputar la reelección en 2006 en un clima de impulso económico.