Entrevista con el economista chileno Roberto Pizarro, ex-ministro de Planificación del gobierno de la Concertación, sobre el modelo económico implementado en su país (heredado de Pinochet, apenas retocado en los años ’90 y presentado por el imperialismo como ‘ejemplo’ para América Latina) y su análisis de los factores condicionantes para un proyecto alternativo.
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La cuna del hombre la mecen con cuentos, y uno de los cuentos preferidos del establishment oriental lo constituye su versión del «exitoso» modelo chileno. Para conocer otra versión, BRECHA dialogó con el economista Roberto Pizarro, un socialista que supo ser ministro de Planificación (1996-98), renunciar por discrepancias con las políticas sociales emprendidas, y que actualmente se desempeña como asesor de la dirección económica de la cancillería. |
-En Uruguay Chile se presenta como el modelo a imitar. ¿Cuáles son sus rasgos fundamentales? -El modelo chileno se conforma durante el régimen dictatorial y en sus principales rasgos desempeñaron un papel fundamental técnicos formados en la Universidad de Chicago e inspirados en el neoliberalismo. Estos rasgos son un Estado mínimo y un mercado que decide la asignación de recursos. Consecuentemente viene un proceso privatizador en el ámbito productivo y en los servicios públicos que prosigue con la intervención empresarial en el ámbito social, es decir en las escuelas, universidades, salud y la previsión social. El segundo componente neoliberal es la apertura, porque la idea es que la asignación de recursos se realiza a nivel internacional. Se abre la economía y la competencia obliga al empresario nacional a ser eficiente. En esta lógica hay que darle el mismo tratamiento al capital extranjero que al nacional. No interesa que el capitalista nacional se desarrolle y que el Estado oriente sino que es el mercado quien determinará hacia dónde va el capital. La neutralidad se completa con un sistema impositivo basado en el IVA y, por lo tanto, tremendamente regresivo. -¿Todos estos rasgos se han mantenido con los gobiernos de la Concertación? -La diferencia es de matices. En lo que se refiere a la apertura no hay matices, se ha profundizado. Con los tratados internacionales hay una vuelta de mano porque se negocia la apertura, aunque otro tema es la evaluación de la negociación. Respecto del Estado hay algunos matices, aunque las privatizaciones continuaron. Incluso ha habido presiones para que se privatizara el cobre pero no ha sido posible porque ha habido una reacción social y sindical muy fuerte. En los gobiernos de la Concertación el Estado ha tenido preocupación por lo social y ha desarrollado acciones guiadas en el concepto de focalización, que también es un concepto neoliberal. Estas intervenciones sobre sectores desfavorecidos han tenido éxito. Primero, como consecuencia del crecimiento extraordinariamente dinámico de la economía chilena (7 por ciento entre 1990 y 1997, y ha funcionado el famoso «derrame»). Cuando se crece tan vigorosamente el desempleo es muy bajo y los pequeños empresarios se acoplan a los grandes. Y cuando hay empleo baja la pobreza. Hubo operaciones de focalización, que en el marco del crecimiento vigoroso tuvieron relativo éxito, y la pobreza bajó desde un 40 hasta un 21 por ciento. Pero este proceso se dio junto con inmensas desigualdades. El crecimiento se lo llevaron grupos económicos que antes no existían en Chile. Cinco grupos (Luksic, Angelini, Matte, Sahié y Claro, ligados a la banca y a actividades productivo-exportadoras) aparecen en las revistas Forbes y Fortune. Ellos se llevaron la mayor parte de la plata. Disminuyó la pobreza, prácticamente no hubo desempleo hasta 1997, pero esto se dio en el marco de un alto grado de concentración que comienza durante la dictadura y se profundiza entre 1990 y hoy. La pobreza se ha reducido pero el punto es que la desigualdad aumentó. Esto está generando un fenómeno de rechazo, de resentimiento, la delincuencia aumentó vigorosamente. Hay un choque entre los ricos y la gente que no tiene oportunidades en la vida. -¿Cómo ha evolucionado la economía en los últimos años? -En 1998 terminó el ciclo de crecimiento. Fue un ciclo basado en determinadas actividades y que no se logró sobre la base del libre mercado sino con políticas de subsidio y fomento que se desmantelaron con la Concertación y a partir de los compromisos asumidos en la OMC y en los tratados firmados. Desde 1998 a 2003 la tasa de crecimiento fue de apenas 2,6 por ciento, se ha reducido prácticamente a la tercera parte. El gobierno le echa la culpa a la situación internacional. La derecha y los empresarios dicen que «Chile se maneja muy bien macroeconómicamente, pero faltan algunas reformas micro» que, por supuesto, son bajar los impuestos -que ya son muy bajos para los empresarios- y más flexibilidad laboral, o sea que prefieren bajar los salarios. Y ni el gobierno ni la derecha se dan cuenta de que se agotó el ciclo de inversión, el ciclo de crecimiento en que se fundó todo este período de auge. Y, ¿por qué se agotó? Porque Chile ingresa al mercado internacional de manera muy temprana, en los setenta, en los ochenta, cuando empieza a vender vinos, frutas, productos forestales, cuando los otros países no se habían «globalizado» aún. Además, esto se logra a través de instrumentos de apoyo y de subsidio. Y ¿ahora qué? El gobierno dice que el impulso se va a retomar con los acuerdos internacionales. O sea que el mercado va a demandar los productos chilenos. Ahora, ¿cómo se va a crear la producción? Todo se basa en la pura lógica liberal, porque se supone que el propio mercado va a generar la producción. Pero las cosas no son así. Lo que necesita el país es plantear qué se va a hacer ahora y conversarlo con los empresarios. Las tasas de ganancia se han reducido mucho. En la actividad productiva, los márgenes de rentabilidad, el ciclo inversionista exitoso que tuvo Chile entre 1984 y 1997 está agotado, y por lo tanto hay que apostar a nuevas actividades exportadoras. Y allí es donde está la debilidad de Chile en función de los compromisos asumidos y de las políticas macroeconómicas de superávit estructural que impiden apoyos fiscales. Más aun, la tasa de interés es muy baja, los grandes grupos acceden a tasas del 3 por ciento. Además, estos cinco grupos emiten bonos en Wall Street porque la tasa de riesgo país es también baja. Entonces estos señores, no Chile, tienen muy buen financiamiento, pero al pequeño empresario endeudarse le cuesta una tasa de interés del 30 por ciento. El pequeño empresario, cuando no crece la economía al 7 por ciento, está jodido, las iniciativas que puede tener no las puede materializar porque no hay financiamiento, no hay apoyo del Estado, ese mismo apoyo que tuvieron los sectores que se enriquecieron y se llevaron toda la plata. Los gobiernos de la Concertación se hicieron una zancadilla. -En Uruguay gran parte de la izquierda tiene un discurso en el que se subraya la ausencia de conflictos, tanto con los sectores privilegiados nacionales como con el propio FMI. ¿Es tan fácil hacer las reformas? -Hacer reformas de verdad no es fácil, se enfrentan poderes de una dimensión inmensa. En primer lugar, al capital trasnacional, que se localiza en nuestros países buscando ganancia y tiene una perspectiva mundial para sus operaciones. ¿Esto significa que es imposible? No, significa que es muy duro. El gobierno tiene que tener mucha fuerza, basarse en un movimiento popular poderoso, la sociedad civil tiene que tener fuerza, algunos empresarios deben aliarse con el gobierno. Me imagino, por ejemplo, que si el candidato de izquierda llega al gobierno y redefine el sistema impositivo, esto inmediatamente provocará rechazo. Si introduce algún mecanismo que no sea del agrado del orden financiero vigente, por ejemplo un sistema de regulaciones de los capitales de corto plazo, va a tener problemas con la banca internacional y con el FMI. En ese sentido los límites son más estrechos que en el pasado. Hoy en día se da por sentado que hay que tener apertura en la cuenta capital de la balanza de pagos. Y si se introducen medidas en contra de esta apertura, entonces estás fuera de la lógica del sistema trasnacional. Si el capital viene a hacer inversiones pero al gobierno le interesa que invierta de tal y cual manera, esto es imposible porque se estaría discriminando a la inversión extranjera. Ahora, los márgenes, ¿se pueden ampliar? Creo que sí. Primero, si se tiene la firme convicción de transformar; en segundo lugar si esa firme convicción está apoyada en una base material, o sea en un movimiento popular. En tercer lugar, para países pequeños como Chile y Uruguay es muy importante la solidaridad y la coordinación con países poderosos que hoy en día están en posturas progresistas, como Brasil y Argentina. Desde este punto de vista la integración no es sólo importante para el desarrollo productivo sino también para tener posiciones comunes frente a los organismos multilaterales, las trasnacionales, los países industriales. -Volviendo a la izquierda, otro sector hace propuestas del tipo «romper con el FMI», «romper con el modelo». ¿Es posible? -Efectivamente, hay una izquierda que dice «hay que liquidar al modelo mundial», y esto no es así. En la época de la industrialización que vivimos los países de América Latina, desde fines de los treinta hasta fines de los setenta, hubo un modelo, el de industrialización, que permitió distintos tipos de gobierno. En Chile, por ejemplo, hubo gobiernos de derecha, de izquierda, de centro, todo en el marco del modelo de industrialización y a ninguno se le ocurrió privatizar nada o bajar los aranceles. Hoy día el modelo no es para América Latina, es mundial y exige privatizaciones, que el Estado no se meta en actividades productivas, que regule pero hasta por ahí nomás. Justamente en el grado de regulación hay márgenes de maniobra. Pero, ¿te imaginarías un gobierno que reestatice? ¿Se podría revertir totalmente la apertura? Es imposible, y en ese sentido el discurso de la extrema izquierda es irreal. El modelo mundial te fija límites dentro de los cuales uno se puede mover, pero soy un convencido de que uno se puede mover más hacia la izquierda. -Recientemente el economista Alan Freeman decía en estas mismas páginas que «no hay espacio para más Coreas». -Eso es un drama, aunque tengo una pequeña duda. Creo que lo más grave es lo que sucedió en la ronda de Uruguay del GATT, previo a la creación de la OMC. Habría que volver atrás en materia de propiedad intelectual. Porque significó un inmenso costo para avanzar en determinadas líneas de desarrollo productivo, en fin, para hacer política industrial. Porque, ¿cómo se desarrolló Corea? Copiando tecnología, educando a su gente de manera potente, dentro del país pero sobre todo en el exterior, y en tercer lugar, con un Estado tremendamente interventor, que se alía con los empresarios y protege determinadas industrias clave. Efectivamente es un problema muy serio, y lo que dice este economista británico está dentro de las preocupaciones. Es muy difícil que podamos tener una nueva Corea, pero tengo dudas. Observo que Brasil, unido a la India, tuvo buen éxito en la última reunión de la OMC en Ginebra, en la que le dobló la mano a los países industrializados para disminuir los aranceles en el sector agrícola. Quizás la fuerza de Brasil e India pueda revertir esos acuerdos que son tan terribles en materia de propiedad industrial. Una concesión en materia de la producción de medicamentos a partir de genéricos se hizo en Doha, pero hay que ir mucho más allá. -En Uruguay siempre estamos muy atentos a lo que pasa en la región, y lo que sucede parece desconcertante en varios sentidos. Mientras el gobierno de Kirchner se enfrenta duramente al FMI, el de Lula, basándose en una rigurosa política fiscal, parece tener una luna de miel con este organismo. -El gobierno argentino, metido en la crisis brutal en la que Menem embarcó al país y que no fue capaz de enfrentar De la Rúa, comienza un proceso de defensa y recuperación muy difícil con Duhalde y que Kirchner continúa. Hay que valorar el esfuerzo inmenso y meritorio del ministro de Economía Roberto Lavagna, un sacrificio desde el punto de vista político y técnico muy grande y que lleva mucho tiempo. Creo que los argentinos se dieron cuenta de que tienen un gran poder negociador, que tener una inmensa deuda permite decirle al FMI «mire, yo no tengo cómo pagarle y si no llega a un acuerdo conmigo no le pago». Esto es muy grave para el FMI: tanto los deudores como los prestatarios están en condiciones difíciles. Lavagna utiliza esa capacidad de negociación, y lo hace de buena manera. Por otro lado Brasil no tiene, ni quiere tener, el problema financiero de Argentina. En realidad, Lula opta en su primer año por desarrollar una política internacional integradora y de jugar un papel en el mundo. Ha privilegiado esto por sobre las políticas internas, y como líder político no se puede meter en varios problemas al mismo tiempo. Lula y el canciller Amorim están fundamentalmente tratando de reposicionarse en la escena internacional, con iniciativas en el Mercosur, están formando el bloque sudamericano. Se juegan a un liderazgo a nivel internacional en el que le han ganado a Estados Unidos en el planteamiento respecto del ALCA. Al final Washington se ha tenido que tragar la tesis de «ALCA light o ningún ALCA». Se han tenido que tragar al Grupo de los 20 y también la magnífica transa que Brasil, aliado a India, hizo para reabrir las negociaciones comerciales y obligó a los países industrializados a bajar sus aranceles, eliminar subsidios a la agricultura. Pero no imagino a Lula y a Amorim metidos en dos temas al mismo tiempo, por una parte negociando con el FMI, no cumpliendo las exigencias de superávit primario y, simultáneamente, haciendo un planteo tan fuerte en la política internacional. Creo que es una manera inteligente de ir separando las cosas y que ha dado inmensos frutos, aunque con un costo en materia de políticas internas. -En relación con los empresarios, la izquierda ha tenido gran dificultad para integrar a este sector que, en un sistema capitalista, es un actor económico y político fundamental. -Es un tema bastante difícil para la izquierda, pero hay que asumirlo. En el pasado pensábamos que el Estado resolvía todo y que, sobre la base de la estatización de los medios de producción, iba a poder impulsar el crecimiento y, simultáneamente, favorecer a los trabajadores. Pero hoy es inevitable reconocer que la iniciativa privada es importante, es un mundo que crea, que inventa. El punto es encontrar la manera de regular la actividad empresarial para que no signifique sólo enriquecimiento personal sino para favorecer el desarrollo empresarial. Y, simultáneamente, que ese desarrollo empresarial favorezca a los sectores asalariados, que son los que trabajan junto a los empresarios para crear los bienes. Esa capacidad empresarial es la que actualmente encuentra contradicciones con el gran capital trasnacional y nacional. Porque la iniciativa creadora de nuestros países no tiene ninguna posibilidad de desarrollarse al enfrentarse a ese capital tan poderoso en una economía tan abierta en materia de bienes, servicios y capitales financieros. Es allí donde el Estado debe jugar un papel compensador, porque es mentira que la economía de mercado, de manera neutral, potencia las oportunidades de todos. Así como hay que favorecer con una beca al niño de origen modesto para que pueda educarse en las mismas condiciones que los de una familia rica, en el mundo de los empresarios al pequeño hay que apoyarlo de manera que no sea doblegado por el gran capital. El mercado no ofrece oportunidades a todos, la posibilidad de «votar» en el mercado se diferencia a partir del dinero que se tiene. La izquierda debe asumir esto como una realidad. Lo malo es la concentración del poder, que algunos se la llevan toda. Eso genera posiciones monopólicas, arbitrariedad en los precios y, al final, tiene incidencia política porque debilita el sistema político y lo corrompe a través de los lobbistas y del dinero que pasan los grandes empresarios a los políticos. En tiempos en los cuales los actores en retirada reclaman «políticas de Estado» que permitan la continuidad de lo esencial de las que llevaron al país a la actual situación, conviene repasar las políticas (y los resultados) que tantos estados aplicaron durante los últimos años en América Latina. Las «políticas de Estado» neoliberales radicaron en la apertura comercial y financiera unilateral y (casi) irrestricta, la desregulación de los mercados, las privatizaciones, la estabilización vía apreciación cambiaria y la ausencia de verdaderas políticas industriales y tecnológicas. La supuesta búsqueda de políticas fiscales de equilibrio se basó en estructuras tributarias tan neutras como regresivas, y el peso creciente del servicio de la deuda en el presupuesto público desplazó gradualmente el financiamiento de las políticas sociales universales, dando paso a estrategias de combate a la pobreza «focalizadas» en determinados sectores y problemáticas específicas. El cuerpo social y económico se adaptó a las nuevas reglas de juego y es así como la estructura de incentivos derivada de estas políticas implicó un sesgo antiproducción de bienes y servicios transables, el abaratamiento relativo del capital, el estímulo al endeudamiento externo, la precarización del empleo, la generación de rentas extraordinariamente altas en algunos sectores y elevada incertidumbre. Se produjo entonces una tendencia a la especialización en actividades vinculadas a los recursos naturales y con escaso encadenamiento productivo, lo que llevó a decir que el continente tiene las ventajas ubicadas en los lugares equivocados. Algunas «islas» de elevada productividad se vinculan con los mercados externos y/o con las trasnacionales de origen, articulándose apenas con el resto del sistema productivo interno. En este sentido, las coyunturas de precios internacionales favorables para los productos primarios -como la que se vive actualmente- se transforman en verdaderas «trampas» que acentúan la «commoditización» de la economía e incentivan el desarrollo de una competitividad basada en precios que, en ausencia de políticas públicas, inhibe la generación de ventajas competitivas permanentes por la vía de la innovación de productos y procesos, la calidad y diferenciación de productos. El cambio tecnológico fue, en un continente pletórico de mano de obra, ahorrador de mano de obra. La incorporación de tecnología se produjo esencialmente a través de la importación de equipos, minimizando la generación de capacidades en el ámbito empresarial y local. A nivel microeconómico, la modernización fue heterogénea y se mantuvieron las estrategias rentísticas en las empresas. A nivel global, los países crecieron bajo una dinámica del tipo «stop and go» y en ningún caso se verificó la modesta utopía cepalina de «crecer con equidad». La desigualdad en la distribución del ingreso, aun en los países presentados como exitosos, aumentó convirtiendo a América Latina en el continente con peor performance en materia de distribución del ingreso. El bajo nivel de la inversión en ciencia y la desarticulación de los sistemas de innovación agrandan la brecha con los países desarrollados y fragilizan las bases sobre las cuales asentar procesos de competitividad sistémica. Si dejamos de lado las aproximaciones apolíticas, acientíficas y ahistóricas (maldita triple A), podemos definir como «políticas de Estado» a aquellas que los actores políticos más relevantes, en particular los que se imponen en la correlación de fuerzas, definen como tales. En la región, la pesada herencia de restricciones económicas y culturales dificulta la emergencia de las nuevas «políticas de Estado» que la nueva correlación de fuerzas parece señalar. |