Marcela Serrano, una de las escritoras más exitosas y a la vez rechazada por la crítica en Chile, irrumpe una vez más en los primeros lugares de venta en el mundo de habla hispana con «Hasta siempre, mujercitas», su última novela. El libro es a fin de cuentas, como lo «confiesa» su título, una suerte […]
Marcela Serrano, una de las escritoras más exitosas y a la vez rechazada por la crítica en Chile, irrumpe una vez más en los primeros lugares de venta en el mundo de habla hispana con «Hasta siempre, mujercitas», su última novela.
El libro es a fin de cuentas, como lo «confiesa» su título, una suerte de parodia del clásico «Mujercitas», escrito en 1869 por la estadounidense Louisa May Alcott, o si se quiere una versión adaptada al siglo XX en el Chile desgarrado por el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
Como en la matriz de Alcott, esta última obra de Serrano tiene como protagonistas a cuatro niñas -Nieves, Ada, Lola y Luz- que a su vez remiten a otras cuatro mujeres, adultas, que fueron los personajes de «Nosotras, que nos queremos tanto», la primera novela que la escritora chilena publicó en 1991.
«La motivación de mi primer libro no me cabe duda de que estaba relacionada con las mujercitas de Alcott. Lo que pasa es que yo no lo enfrentaba directamente», comentó Serrano en una entrevista publicada el domingo 5 en el diario La Nación, de Santiago.
Las cuatro protagonistas de «Nosotras que nos queremos tanto», sin embargo, «venían de mundos muy distintos», para encontrarse en la adultez por razones laborales.
En cambio en su última obra, Serrano va en busca de «la novela primigenia». «Quería el tronco común, quería el lazo sanguíneo, quería la infancia compartida», dijo.
Claro que después las cuatro hermanas, ya adultas, toman rumbos distintos y adoptan diferentes conductas a partir del golpe de Estado del general Augusto Pinochet (1973-1990) contra el presidente socialista Salvador Allende, con el trasfondo del exilio, recurrente en la narrativa chilena de los últimos 30 años.
Nacida en 1951, Serrano ingresó en la «madurez de los 40» a la galería de la fama literaria para compartir honores con Isabel Allende, la autora de «La casa de los espíritus», como representante internacional de la narrativa femenina chilena.
Su bibliografía registra títulos de alta venta, como «Para que no me olvides», «El albergue de las mujeres tristes», «Un mundo raro», «Nuestra señora de la soledad» y «Lo que está en mi corazón», novela esta última que alcanzó el segundo lugar en el Premio Planeta 2001.
Consecuente con su discurso feminista, Serrano donó los 120.000 dólares que obtuvo en ese concurso para la construcción de un albergue de acogida de mujeres maltratadas.
Fiel también a definición de izquierda, insiste en reivindicar esa opción política.
«Soy socialista y sigo siendo de izquierda digan lo que me digan. Para mí ser de izquierda implica tener una sensibilidad determinada y hoy aspiramos a una sociedad más ligada a la equidad que a la igualdad», dijo a La Nación.
«No necesito de la guerra fría para saber dónde están los buenos y los malos», agregó, puntualizando que para ella ser de izquierda representa «una postura asociada con la vida» y con «todo lo que tenga que ver con un humanismo que nos haga más felices».
Hija del escritor y ensayista Horacio Serrano y de la escritora Elisa Pérez, que con el seudónimo de Elisa Serrana fue una de las primeras narradoras feministas, Marcela forma parte de un grupo de cuatro hermanas, al igual que las heroínas de «Mujercitas» y de «Hasta siempre, mujercitas».
Casada a los 22 años, partió con su marido al exilio en Italia tras el golpe de Estado de 1973. Se separó y regresó a Chile donde contrajo matrimonio por segunda vez. Nuevamente separada, se unió con el abogado y dirigente político Luis Maira. Tiene dos hijas.
Sus éxitos de venta, al igual que en el caso de Isabel Allende, la han hecho sospechosas a algunos críticos, que observan superficialidad en sus argumentos y una suerte de apuesta constante en que mezcla, como fórmula segura, historias románticas con trasfondos del golpe en Chile, la revolución sandinista de Nicaragua y otros procesos políticos.
«Ya no me importa. Creo que ha cambiado mi actitud, no el entorno», señala la escritora a propósito de las críticas negativas a sus narraciones.
«Miro (las críticas) con un poco de benevolencia y me digo ¡Por Dios qué es difícil para las mujeres hacer las cosas! ¡Qué salvaje! O sea, ni siquiera tienes derecho a tener lectores, porque si los tienes quiere decir que los lectores son idiotas, que las escritoras son idiotas», reflexionó