En lo que va del año se ha encontrado ejecutadas a 62 personas en Ciudad Juárez. Ya ni Tijuana alcanza esa cifra. Lo peor es que la moda ejecutora se ha desbordado ya a las principales poblaciones de Chihuahua. No es raro desayunarse con la noticia de que desde una Navigator o una Avalanche los […]
En lo que va del año se ha encontrado ejecutadas a 62 personas en Ciudad Juárez. Ya ni Tijuana alcanza esa cifra. Lo peor es que la moda ejecutora se ha desbordado ya a las principales poblaciones de Chihuahua. No es raro desayunarse con la noticia de que desde una Navigator o una Avalanche los sicarios rafaguearon a una, dos, tres personas en la capital del estado, en Cuauhtémoc, o en Parral.
El macabro dato viene a sumarse al de los asesinatos de mujeres en la frontera, y ahora también en la ciudad de Chihuahua. El feminicidio: mujeres ultimadas y ultrajadas por el solo hecho de serlo. A pesar de llegar a casi 400 muertas, el mal sigue prácticamente impune, sin visos de que se destierre.
Por otro lado, la violencia intrafamiliar se torna más común y letal. Notas rojas, como la que acaba de aparecer, que narran cómo un albañil mata a golpes a su mujer de 21 años y a su niña de tres «porque lo iban a abandonar», se van presentando con espantosa frecuencia.
En el Chihuahua urbano se han multiplicado los ámbitos sociales de vulnerabilidad. Si ya de por sí era peligroso para las muchachas jóvenes, de origen popular, transitar por las calles juarenses, ahora ese peligro se ha multiplicado. Cualquier hijo de vecino, hombre o mujer, rico o pobre, puede ser alcanzado por una bala perdida durante una narcoejecución. O en el interior de cualquier familia, aparentemente unida y feliz, pueden suscitarse hechos fatales de violencia.
Las autoridades dan palos de ciego. No aciertan a coordinarse y en sus planes de combate a la delincuencia no superan las estrategias meramente policiacas.
La Federación, el gobierno del estado y los municipios se hacen bolas por atacar las manifestaciones y los efectos de esta violencia multiforme. Pero no aciertan a ubicar sus causas, mucho menos a combatirlas.
El análisis de la violencia que se vive en esta entidad fronteriza ha de preceder a toda estrategia de combate a la misma. Porque la violencia no aparece por generación espontánea. Ni es ajena al modelo de crecimiento económico impuesto a esta frontera, a este país, por las necesidades de la acumulación capitalista a escala planetaria.
Este modelo que aquí en la frontera se conoce como maquilero ha sido eficaz para promover el crecimiento de la economía de la región, ciertamente. Pero al lado de los empleos provoca la desagregación de la sociedad. Destruye las comunidades de los que migran para buscar un empleo. Divide a las familias de éstos. Genera espacios urbanos, núcleos de pernoctadores, pero sin principio de unión ni bases para el colectivo. Impide activamente la construcción de solidaridades en el centro de trabajo, de sindicatos, de coaliciones, de mutuales. Escinde la propia identidad de las y los trabajadores: productores en serie a la vez que consumidores de los productos de la cultura de masas: música grupera, vestidos de moda, discos y antros. Del trabajo sin realización al reventón sin placer.
No se ha acabado de entender la enorme violencia desagregadora del modelo económico. No se entiende el círculo de violencia que configuran la delincuencia organizada, la corrupción policiaca, la impunidad y la colusión de las autoridades. Círculo que es más pertinaz y difícil de romper entre más alejado está del control de la sociedad civil. Mucho menos se entienden las violencias que se generan como respuesta: la violencia reactiva contra la exclusión y segmentación social: las bandas, la irritación cotidiana en calles y barrios, los ataques sexuales en las propias familias.
Crece la economía. Crece más la vulnerabilidad de las personas, de los grupos y de las comunidades. Ese es el balance de un modelo económico impuesto desde hace ya más de dos décadas y sobre el que los gobiernos siguen insistiendo. Y es en los eslabones más débiles, tal vez no en las entidades más pobres, sino en las que se han entregado con menos defensas tradicionales a la mundialización impuesta, como Chihuahua, donde los estragos son más evidentes. Aquí ni más gasto en policías ni más inversión en infraestructura urbana ni nuevos y aparatosos parques industriales van a venir a terminar con la violencia de los de arriba ni con la violencia de los de abajo. Sólo hay una solución posible, una radical: replantearse gobierno y sociedad este modelo de crecimiento y buscar, inventar, ir creando uno nuevo que haga renacer la vida de las personas, de las familias, de las comunidades.