El director armenio Robert Guédiguian hace a uno de los personajes de su película recitar en francés al poeta turco Nazim Hikmet -«Amor es ver, pensar y entender»-. Una actriz china lleva a la pantalla la novela de un escritor austriaco que se ha suicidado en Brasil, ambientándola en el Pekín de los 40. Dos […]
El director armenio Robert Guédiguian hace a uno de los personajes de su película recitar en francés al poeta turco Nazim Hikmet -«Amor es ver, pensar y entender»-. Una actriz china lleva a la pantalla la novela de un escritor austriaco que se ha suicidado en Brasil, ambientándola en el Pekín de los 40. Dos voces de mujeres ausentes cuentan en off dos de las historias mejor construidas de este Festival.
‘Carta de una desconocida’ es un exquisito ensayo estético sobre la obra homónima de Stefan Zweig, que Xu Jingley, una audaz cineasta de 30 años, ha adaptado para el cine.
Sin temer las inevitables comparaciones con la mítica cinta de Max Ophüls de 1948, ni el riesgo de trasladar la acción a la China prerrevolucionaria y ‘occidental’ de las dos décadas que preceden a 1949, Xu Jingley ha rodado una obra que destaca por su integridad narrativa y su perfección visual. «No es un relato social, sino una historia entre personas», afirma la directora.
Un día un escritor recibe por correo la confesión de una mujer que él cree no conocer. Pero ella le ha convertido a él en protagonista de toda su vida y único testigo de su muerte… Fiel a esta trama original, Xu Jingley, que también interpreta el papel principal, ha conseguido reemplazar Mozart por la Ópera de Pekín, sin desvirtuar en absoluto el amor «manso y servil» del texto de Zweig.
Imagen de ‘Mi padre es ingeniero’. |
No hay en la atenta y delicada ‘Carta de una desconocida’ china nada de excesivo: ni las palabras, ni los gestos, ni la escenografía. Respaldada por profesionales de la clase del director de fotografía Mark Lee Ping Bin –el mismo de ‘Deseando amar’ de Wong Kar-wai-, su autora ha realizado una obra que no sólo merece, sino exige un homenaje.
‘Dios no se da, hay que merecerle’
Entre el Evangelio y el noticiario televisivo, las reflexiones sobre las peripecias de la «clase obrera» y los sueños de la «pequeña burguesía», en un barrio multirracial de Marsella transcurre otra historia de amor, ‘Mi padre es ingeniero’.
El irónico y algo anárquico filme de Robert Guédiguian (Palma de Oro en 2002 por su ‘Mari-Jo y sus dos amores’, protagonizada por la misma actriz, Ariane Ascaride) es una magistral demostración de eclecticismo impresionista -imprevisible, etéreo y poético-. «Un sueño de reconciliación», según el director, que trasciende los hechos concretos de la película y se extiende a la humanidad.
‘Mi padre es ingeniero’ es una frase de manual de ruso, que por primera vez reúne a los dos personajes centrales. Muchos años más tarde, de la misma frase parte su reencuentro, basado en recuerdos de dos pasados separados y visiones de una vida en común.