Unos 45 mil millones de kilogramos de comida se desperdician en Estados Unidos cada año. Bastaría uno de cada 25 kilogramos desechados para alimentar a los hambrientos en ese país, según la organización no gubernamental Alimentos, no Bombas.
Nueva York: «¿Quiere éstas? Son muy frescas», dice Catherine, de 21 años, mientras sostiene un racimo de uvas que acaba de sacar de una de las bolsas de basura amontonadas en la acera. «Tome esto. También es bueno», asegura su amigo Morlan, de 19, mientras ofrece una rebanada de pan.
Ambos están felices de haber encontrado su cena, pero se preguntan por qué alimentos en buen estado terminan en la basura de Nueva York.
«Sólo venden esto a los ricos», comenta Catherine, mientras señala a la tienda de comestibles de primera calidad de donde proceden las bolsas de basura.
Dentro de esa tienda, el encargado está visiblemente enojado con Catherine y otros jóvenes que sacan frutos y vegetales de las bolsas para llenar sus mochilas. «Recogen basura. No sé por qué diablos lo hacen», comenta.
«En este momento no tengo un centavo, ni dónde quedarme. ¿Qué quieren que haga?», alega Morlan.
Escenas así son cada vez más frecuentes en las calles de las grandes ciudades del país más rico del mundo.
Cada año se producen en Estados Unidos unos 160 mil millones de kilogramos de comestibles, de los cuales unos 45 mil millones, incluyendo vegetales y frutos frescos, leche y productos elaborados con granos, son desperdiciados por intermediarios, restaurantes y consumidores, según datos oficiales.
Por otra parte, en Estados Unidos padecen hambre más de 30 millones de personas, y para satisfacer sus necesidades anuales bastarían unos mil 800 millones de kilogramos de alimentos, o sea sólo uno de cada 25 kilogramos desperdiciados, según la organización no gubernamental Food Not Bombs (Alimentos, no Bombas).
Además, «el gobierno estadounidense dispone de miles de millones de dólares que podrían dedicarse a eliminar la pobreza, en el país o en el mundo», comentó a Tierramérica la activista Samana Siddiqui, de la Sound Vision Foundation, con sede en la ciudad nororiental de Chicago.
La novelista Joyce Glenn, de 60 años de edad, vive cerca de la tienda de alimentos cuya basura alimenta a Catherine y Morlan, y piensa que «los estadounidenses consumen cuanto pueden para lograr un falso sentimiento de satisfacción».
Glenn suele invitar a su casa a personas sin hogar que ve en las calles.
Las organizaciones defensoras del derecho a la alimentación destacan que la producción de comida ha aumentado más que la población, en Estados Unidos y en el resto del planeta.
Sin embargo, alegan, es probable que el número de hambrientos del mundo se incremente mientras las grandes industrias agropecuarias sean impulsadas por el afán de lucro.
«Las decisiones sobre cómo producir y distribuir alimentos no se adoptan en forma democrática. En nuestra sociedad es aceptable lucrar con el sufrimiento y la miseria de otras personas», sostiene Food Not Bombs.
Esa organización considera muy negativo que cada vez más estadounidenses ricos e incluso de clase media sean empujados hacia un estilo de vida con base en el consumo excesivo, como lo muestra el informe «Estado del Mundo 2004», del no gubernamental World Watch Institute, con sede en Washington.
«El estilo estadounidense de consumo no sólo se ha extendido a otras naciones industrializadas» sino que «también ha penetrado en gran parte del mundo en desarrollo», y millones de personas de clase media han adoptado dietas, sistemas de transporte y otras costumbres con origen en Estados Unidos, según los autores de ese estudio.
En cierta medida, «el aumento del consumo ayudó a satisfacer necesidades básicas» de la población mundial, pero «este apetito sin precedentes de los consumidores socava los sistemas naturales de los que todos dependemos, y aumenta las dificultades de los pobres del mundo para satisfacer sus necesidades básicas», opinó el presidente de World Watch, Christopher Flavin.
Según el informe de esa organización, los estadounidenses y europeos suman alrededor de 12 por ciento de la población del planeta, y son responsables de 60 por ciento del consumo doméstico mundial de bienes y servicios.
Los latinoamericanos y caribeños son nueve por ciento de la población del mundo, y responsables de cerca de siete por ciento de ese consumo. El tercio de la población planetaria residente en África subsahariana y Asia meridional sólo es responsable de 3,2 por ciento.
«Las políticas agrícolas, de libre comercio y de propiedad intelectual se han vuelto las puntas de lanza de las empresas estadounidenses en el intento de dominar económicamente al mundo», dijo a Tierramérica Kathy McAfee, directora ejecutiva del no gubernamental Instituto de Políticas de Alimentación y Desarrollo, con sede en San Francisco y más conocido como Food First (Alimentos Primero).
«Pero al mismo tiempo, agricultores y ecologistas han logrado aumentar en forma impresionante la producción sustentable de alimentos» y «cientos de miles de pequeños agricultores se movilizan para defender sus derechos, desde México y Brasil hasta India, Tailandia y Filipinas», apuntó.