Parece difícil entender que de pronto la democracia norteamericana presente rasgos profundos de involución política hacia formas de violencia y mentira que se imponen por la fuerza en el panorama internacional. Pero los antecedentes inmediatos de esa forma de actuar se gestaron ya en el momento de finalizar la segunda guerra mundial. La Liga anticomunista […]
Parece difícil entender que de pronto la democracia norteamericana presente rasgos profundos de involución política hacia formas de violencia y mentira que se imponen por la fuerza en el panorama internacional. Pero los antecedentes inmediatos de esa forma de actuar se gestaron ya en el momento de finalizar la segunda guerra mundial.
La Liga anticomunista mundial fue una internacional del crimen fundada en Taiwan por Chiang Kai-chek, el reverendo Moon y criminales de guerra nazis y japoneses. Operó impunemente en el sudeste de Asia y en Latinoamérica; participaron en sus trabajos de entonces siete jefes de Estado y durante la guerra fría esa liga se convirtió en un instrumento conjunto del complejo militar e industrial de Estados Unidos y de la CIA. Llevó a cabo asesinatos políticos y se encargó de organizar las contra-guerrillas en todas las zonas conflictivas, incluido Afganistán, donde estaba representada por Osama Bin Laden. A través suyo pervivieron formas de hacer y de pensar propias del fascismo.
De manera silenciosa y encubierta, creó redes y centros de influencia que están en la raíz de fenómenos y actitudes actuales que nos sorprenden, pues tendemos a considerar que constituyen un renacimiento excepcional de la mentira y la violencia descaradas en el campo de la política. Es necesario entender cómo la mentira y la violencia entrelazadas, en su capacidad de generar terror, vienen desarrollándose desde el mismo momento en que la segunda guerra mundial terminaba con uno de los intentos más explícitos de expandir internacionalmente la fuerza militar como medio principal para imponer un dominio hegemónico.
En ese pasado inmediato existieron también, por supuesto, múltiples ángulos oscuros en la izquierda comunista que generaron líneas de actuación antidemocrática. Pero en absoluto es aceptable exculpar unos crímenes por otros, como si fueran males intercambiables que se justifican o neutralizan entre sí. Esta es una habitual trampa en el razonamiento que intenta inhibir o paralizar el juicio moral y político sobre métodos y prácticas que se han extendido por el mundo durante muchos años y que hoy encontramos generalizados en el capitalismo.
Ignorar el pasado comporta indefinición del futuro e incertidumbre sobre el presente. De ahí que sea importante recordar los antecedentes de una internacional del crimen que pervive en nuestro presente. En definitiva, hemos de entender que se trata de un proceso de «ascenso resistible» de fuerzas e ideas profundamente reaccionarias al servicio de la distribución y gestión del terror como método idóneo para destruir la democracia o reducir su funcionamiento según las restricciones impuestas por los particulares intereses y privilegios de una minoría dominante. La democracia quedaría así como mera fachada, (mera apariencia) que encierra un espacio donde no se garantizan plenos derechos de libertad e igualdad. Conviene, pues, contribuir al conocimiento de algunas de las raíces de procesos y fenómenos actuales de «desposesión» política, de desposesión democrática, de desposesión de la capacidad de saber.
En los precedentes de la actual situación de restricción de libertades e involución democrática destacan las operaciones de injerencia sindical en Europa por parte de la CIA, por intermediación de la organización AFL-CIO, que desembocaron en la división de los sindicatos europeos y que posteriormente se extendieron a África y Asia. Esta cuestión estaba clara para algunos desde el principio. En 1947, Friedrich Hayek ya dijo que «Si pretendemos conservar la mínima esperanza de retornar a una economía de libertad, la restricción del poder sindical es una de las cuestiones más importantes» (citado por Le Monde Diplomatique, junio de 2004, pág. 9). Y ésa fue una operación dirigida por Irving Brown, principal responsable de la red stay-behind en Europa, red, por cierto, claramente implicada en los años de plomo de los atentados fascistas en Italia. La continuidad de organizaciones y protagonistas con posterioridad a 1987, cuando la Liga anticomunista mundial se da por disuelta, quedó asegurada mediante formas de intervención organizativamente más encubiertas, a la vez que la ideología, en cambio, se hacía cada vez más descarada y adoptaba tintes de desfachatez.
Tres ejemplos nos pueden servir de guía para orientarnos en la actual maraña del espectáculo político que paulatinamente va erosionando el propio concepto de democracia: algunas cosas evocadas con ocasión de la muerte del ex presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan; algunas implicaciones organizativas de actuales protagonistas similares a las características de quienes constituyeron y desarrollaron la Liga anticomunista mundial, y finalmente las funciones ideológicas y políticas que desempeñan hoy organizaciones como la Heritage Foundation y el Centro para la política de seguridad (Center for Security Policy: CSP), «tanque de pensamiento» que determina la política exterior norteamericana de la actual administración Bush.
La biografía de Reagan es verdaderamente paradigmática. Durante los ocho años que este antiguo colaborador de MacCarthy estuvo en el poder se agudizaron los rasgos agresivos de la política exterior de Estados Unidos inicialmente orientada a la destrucción del «imperio del mal», según su peculiar eslogan que hoy se ha convertido en la «guerra contra el eje del mal». El mismo día de su elección, Ronald Reagan se fotografió con un ejemplar de News World, publicación del reverendo Moon, y a lo largo de su mandato declaró repetidamente que su periódico preferido era el Washington Times, publicación de la secta Moon. En 1984 creó la National Endowement for Democracy (NED), importante instrumento para las actividades de injerencia política y sindical de la CIA cuando la Liga Anticomunista resultaba ya demasiado conocida y estaba desacreditada para ciertas operaciones secretas. Entre todas sus maquinaciones y operaciones en la sombra, destaca la conocida operación Irangate que cierra el período de existencia de esa liga. Ahí conviene destacar que John Negroponte (el cual es ahora el nuevo embajador de Estados Unidos en Bagdad después de haberlo sido en la ONU) fue quien dirigió la guerra de «baja intensidad» en Honduras y que fueron precisamente esas actividades las que se hicieron extensivas a Nicaragua. La comisión de investigación que el Congreso norteamericano creó para aclarar el tema no consiguió conocer el asunto en todo su alcance. Esa comisión fue presidida por John Kerry, y lo único que quedó claro es que los nombres de los responsables se relacionaban con el Consejo de seguridad nacional, presidido por John Poindexter. En realidad, las «armas de destrucción masiva» que no han aparecido en Irak proceden de ahí: Reagan envió a uno de los dueños de la industria farmacéutica, Donald Rumsfeld, a vender armas químicas a Sadam Hussein violando así las Convenciones internacionales. En resumen: George W. Bush continúa, con experiencia acumulada y con perfeccionados medios de ocultación, una historia que viene de lejos.
En realidad descubrir, en parte, cuáles son hoy las organizaciones operativas en la «gran empresa» mundial de instaurar un nuevo imperio resulta relativamente fácil si se elabora un censo de la maraña de instituciones y fundaciones a las que pertenecen los protagonistas del extenso equipo aglutinado en torno a la administración Bush. Un par de ejemplos que quizá no sean precisamente los más destacados. Daniel Pipes es miembro de US Institute of Peace, director de Middle East Forum y fundador de Campus Watch, dedicada esta última a difundir la visión neoconservadora sobre Oriente Medio entre las universidades de Estados Unidos. Richard Perle, al que llaman «el príncipe de las tinieblas», es investigador de la American Entreprise Institute (AEI), analista del Institute for Advanced Strategic and Political Studies (IASPS), administrador del Center for Security Policy (CSP, centro del que más adelante daremos algunos detalles por ser central en la continuidad del stay-behind) de la Foundation for the Defense of Democraties. También está asociado al Jewish Institute for National Security Affairs (JINSA) del Hudson Institute y al Washington Institute for Near East Policy (WINEP). Es jefe de redacción del Jerusalem Post y presidente del Consejo consultivo de la política de defensa (Pentágono).
Quizá merezca un breve comentario una organización extendida en todo el mundo, la Heritage Foundation, que a veces se confunde con un think tank; propiamente no es un «tanque de pensamiento», no es un laboratorio de ideas, pues no elabora ideas nuevas ni propuestas alternativas para los problemas. Esta fundación se dedica hoy a difundir ideas conservadoras preconcebidas. Confecciona extensos «argumentarios», listas de argumentos, para uso de parlamentarios y periodistas sobre temas de actualidad. En menos de veinticuatro horas, sus especialistas distribuyen por fax breves frases y argumentos favorables a las posturas neoconservadoras en cuestiones económicas y de política internacional controvertidas. Su actuación no se limita a Estados Unidos; adaptan sus listas de argumentos a las necesidades y a la mentalidad de otros países (principalmente, Gran Bretaña y Francia). Bush, Colin Powell y Dick Cheney han pronunciado algunos de sus más importantes discursos en las veladas que organiza esta fundación. Para dar una idea de su potente red de «capital social» o relaciones de influencia social, recordemos que sus expertos participaron en 1100 emisiones de televisión, 1418 emisiones de radio y publicaron 907 artículos, durante el año 2003. Su presupuesto asciende a unos treinta y cinco millones de dólares anuales y cuenta con doscientos mil donantes. Diariamente publica síntesis de argumentos que envía a los parlamentarios norteamericanos y luego se reelaboran en forma de publicaciones para el gran público. Es una gigantesca empresa de propaganda política especializada en la industria de la retórica.
Finalmente, es obligada la referencia al Center for Security Policy (CSP) cuyo actual presidente es Frank J. Gaffney hijo y que es verdaderamente un think tank destinado a fijar la política exterior norteamericana. La estrecha vinculación de este centro con el núcleo duro del gobierno Bush queda patente en las siguientes palabras de Donald Rumsfeld, pronunciadas el 5 de septiembre de 2002 en sus locales: «Si alguien alberga la menor duda sobre el poder de vuestras ideas, basta con ver la cantidad de asociados del Centro que hoy forman parte de la administración, y particularmente del Departamento de Defensa, para disiparla». Efectivamente, el poder de las ideas elaboradas por el CSP está claro en sus informes: constituyen la doctrina que aplica el actual gobierno norteamericano. Entre tantos otros asuntos, sus informes han sustanciado previamente decisiones tales como el aumento de más del 40% del presupuesto militar, el embrión de armamento espacial, la imposición de la Patriot Act, la creación del Consejo nacional de seguridad interior, el abandono unilateral del tratado ABM, la interrupción del proceso de paz de Oslo para Oriente Medio, la invasión de Irak. Aunque si pretendemos identificar el principal instrumento organizativo que continúa la labor de la liga anticomunista mundial en la actualidad, hay que referirse a la Fundación nacional para la democracia (National Endowement for Democraty, NED) que controla y subvenciona una extensa red mundial de organizaciones directamente implicadas en la injerencia política.
Siempre el poder establecido resulta enorme frente a las fuerzas que se le oponen. Y sin embargo, hasta hoy las presiones desde abajo han conseguido verdaderamente cambiar las asimetrías en derechos y libertad. Por otra parte, cada vez resulta más evidente que éste es un mundo imposible de soportar. Conocer en sus detalles por qué es así es un primer paso para no equivocarse en los temores y las esperanzas que delimitan un camino transitado por quienes se niegan a aceptar la mentira y la violencia del pasado y del presente.