Traducido para Rebelión por María Poumier
Cuando el poder se vuelve abiertamente criminal, se le hace urgente acallar a la gente. Y bien parece que ha llegado el momento, en todo el imperio. La libertad de expresión está cada día más amenazada, tanto en los Estados Unidos como en la «vieja Europa», aunque los ataques llegan a partir de distintos ángulos.
En Estados Unidos, el asalto lo encabezan fanáticos de la extrema derecha como David Horowitz, quien incita a los estudiantes a denunciar a los profesores que se atreven a enseñarles cosas de las que no pensaban estar enterados ya, en realidad. El objetivo evidente es erradicar la crítica a la política belicista de Estados Unidos.
En la vieja Europa, el asalto es más sutil, y probablemente menos lúcido en cuanto a sus metas. Lo llevan adelante personas que se consideran a sí mismas como de izquierda y autosuficientes, que por lo visto no se dan cuenta del peligro que entraña limitar la libertad de expresión.
En Alemania, hace tiempo que es ilegal negar que el Holocausto haya tenido lugar [sic, ndt]: el agravio llamado «la mentira de Auschwitz» puede ser castigado con tres años de cárcel. La televisión alemana insiste incansablemente sobre Hitler y sus crímenes, como si todavía estuviese acechando cerca. Lo cual, por supuesto, no ha servido de nada para impedir el auge de los grupos neonazis. Incluso parecería que les dio impulso, según el fenómeno comprobado en la Unión Soviética, de que cuando se establece una «verdad oficial» -incluso si es verídica- puede ser la mejor forma de llevar a la gente a creer la versión opuesta.
Más que esto, parece que la extrema derecha en Alemania está ganando terreno como resultado del desengaño general, especialmente en Alemania Oriental, donde las políticas económicas neoliberal que debían llevar la prosperidad han traído un desempleo y una pobreza en aumento
En todo caso, el gobierno de centro izquierda de los socialdemócratas y los Verdes se ha dedicado a combatir las manifestaciones derechistas, extendiendo la aplicación de la ley contra el «Volksverhetzung» (concepto que se puede traducir como «incitación de las masas», o «envenenamiento de la mente colectiva»). En el futuro, debería resultar insuficiente para perseguir a personas que «aprueben, justifiquen, nieguen o subestimen el genocidio de judíos y gitanos» en forma tal que pueda «turbar la paz pública» (noción bastante indefinida). La nueva ley equivaldría a declarar igualmente criminal hablar en alguno de estos modos acerca de cualquier caso de «genocidio» condenado por cualquier corte internacional cuya jurisdicción haya sido reconocida por el gobierno de la República Federal de Alemania.
Ahora bien, la historia judicial señala casos famosos de veredictos injustos revisados después de largos esfuerzos para reparar errores. Por ejemplo la ley germánica podría calificar como crimen el discutir la validez del Tribunal Internacional acerca de Yugoslavia, armado por los poderes de la OTAN para controlar y manipular el conflicto político en los Balcanes, cuando acusa oficialmente a los Serbios de «genocidio». Cualquiera que llame la atención sobre el hecho de que la definición del «genocidio» ha sido manipulada con objetivos políticos, y que esto afecta descaradamente sus procedimientos, corre el riesgo de ser detenido.
Si hay necesidad de ponerle límites a la libertad de expresión, esto debería estar directamente relacionado con una acción precisa. Así, si un dirigente político llama a una asamblea de seguidores suyos a salir a organizar un pogromo, esto se puede considerar acto criminal con toda legitimidad. Pero el proyecto es ampliar la criminalización de la palabra mucho más allá de semejantes llamamientos, hasta abarcar la expresión de opiniones, incluyendo opiniones sobre el pasado, sobre hechos que por su mera naturaleza, se prestan a ser objeto de debate, pero no pueden modificarse.
En Francia, la restricción a la libertad de expresión también empezó con la criminalización de «la mentira de Auschwitz». Y lo mismo que en Alemania, la cosa no para ahí. La incitación al odio racial o a la discriminación ya es perseguida en Francia desde 1972. En julio de 1990, la Asamblea Nacional francesa adoptó una enmienda que extiende la aplicación de la ley de 1972 a personas que discuten acerca de la existencia de crímenes contra la humanidad, tal como los define el tribunal de Nuremberg y que «hayan sido cometidos bien por miembros de una organización declarada criminal […] o por una persona declarada culpable de semejantes crímenes por una jurisdicción francesa o internacional». El objetivo de dicha ley era muy claro: castigar los planteamientos que nieguen la realidad del genocidio nazi contra los judíos. Sin embargo, la referencia no específica a «jurisdicciones internacionales» puede haber abierto involuntariamente el camino a la persecución de personas que cuestionen las sentencias de otros tribunales internacionales muy diferentes, tales como el tribunal de La Haya, estrechamente vinculado a la OTAN.
La enmienda de 1990, conocida como «Ley Gayssot» la presentó un miembro comunista de la Asamblea. Parece que la izquierda francesa, especialmente el partido comunista, en su deseo lógico de preservar el legado de la resistencia francesa durante la segunda guerra mundial, no vio ningún peligro al instaurar un precedente para la represión de la palabra al mismo nivel que los actos.
En los últimos años, el contexto ha cambiado profundamente. Frente a las protestas mundiales por el trato a los palestinos, se han multiplicado los esfuerzos para extender la definición del antisemitismo de manera tal que abarque la crítica a Israel. Al insistir en el hecho de que no puede haber distinción entre judíos y estado judío (propuesta rechazada con fuerza por muchos, si no la mayoría, de los judíos franceses), y por tanto al identificar la crítica de Israel con el antisemitismo, los ultra-sionistas parecen estar provocando el antisemitismo que denuncian. Se puede discutir si esto obedece a un proyecto deliberado o no: Francia tiene la mayor población judía en Europa, una población asimilada y altamente cualificada a la que Ariel Sharon trata abiertamente de llevar a Israel proclamando que los judíos no están a salvo en ningún otro lugar, y especialmente en Francia por culpa del supuesto antisemitismo.
Una vez que se identifica la crítica de Israel con el antisemitismo, se convierte implícitamente en tema tabú por la asociación del antisemitismo con la negación del holocausto. Un gran adicto a la práctica de esta intimidación moral es Roger Cukierman, sionista de extrema derecha quien dirige el «Consejo representativo de organizaciones judías de Francia» (CRIF). En abril 2002, Cukierman celebró el buen resultado electoral de Le Pen (en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, donde su partido alcanzó el segundo lugar) en términos de «aleccionamiento a los árabes». Seguramente Cukierman no representa a los innumerables ciudadanos franceses de origen judío que no son miembros de organizaciones judías. No obstante, la cena anual del CRIF se ha convertido en algo imprescindible para los dirigentes políticos franceses, que asisten devotamente, cada año, los reproches de Cukierman por no hacer lo suficiente para reprimir el antisemitismo (la excepción fue, dos años atrás, la vez que un Verde se marchó, después que Cukierman identificara a Verdes y Rojos con Pardos fascistas, en cuanto a su apoyo a los palestinos). Este año, diez y seis ministros han bajado la cerviz mientras Cukierman atacaba la política exterior del presidente Chirac. La condena se refería a la oposición de Chirac a la guerra contra Irak, y su tentativa de mantener una política equilibrada hacia el Oriente Medio
Esto ilustra el hecho de que la «lucha contra el antisemitismo» es un tema que se viene inyectando cada vez más en el debate geopolítico, como pretexto para estigmatizar la oposición creciente a la política tanto de Israel como de Estados Unidos.
Esta estigmatización ha alcanzado un nuevo nivel con la campaña actual para silenciar, legal o ilegalmente al cómico francés Dieudonné. La campaña comenzó en diciembre de 2003 tras un breve sketch televisivo en el cual Dieudonné, vestido como colono de uniforme israelí en los territorios palestinos ocupados, llamó a la gente joven a «unirse al eje americano sionista del bien». Esto fue subrayado con un sonado ¡Heil Israel! Se armó la grande. Las organizaciones judías lograron en buena medida obligar a varios teatros a cancelar los espectáculos de Deiudonné, a veces por la amenaza de disturbios violentos. No obstante, los tribunales fallaron a favor de Dieudonné en cada uno de los juicios que le formaron. Cuando logró encontrar un teatro [de 5000 localidades, ndt] para recibirlo, la asistencia le ovacionó, y el teatro estaba lleno.
Dieudonné M’Bala M’Bala es hijo de una madre bretona y un padre camerunés. Como sucede a menudo, su educación en escuelas católicas convirtió a este «Diosdado» (sentido exacto de su nombre de pila) en un libre pensador agudamente crítico de todas las religiones. En sus one-man shows, suele parodiar todas las religiones sin excepción, incluyendo el animismo de sus antepasados africanos. La irreverencia es una constante del humor francés, que suele ridiculizar el catolicismo y el Islam en los términos más ofensivos.
Insistiendo en su defensa de la igualdad y de valores humanos universales, Dieudonné se ha negado a renegar de sus dichos como lo piden sus críticos. Han quedado a la espera. En una conferencia de prensa en Argel el mes pasado, citó la expresión «pornografía memorial» acuñada por una historiadora israelí, Edith Zerkal, para referirse a ciertas conmemoraciones del Holocausto. Por lo visto, esta expresión no pareció digna de ser referida por ninguno de los periodistas argelinos presentes, lo cual le confiere el estatuto de simple expresión privada. No obstante, un sitio web sionista [basado en Israel, ndt], www.proche.orient.info , la retomó, con lo cual logró regar la voz de que Dieudonné había evocado el holocausto como «pornografía memorial».
Se disparó un nuevo y más violento «affaire Dieudonné». Los cómicos suelen explotar las canteras comerciales del exceso y el mal gusto. En ambos aspectos, Dieudonné es más bien suave. Su estilo es de buenos quilates, y no tiene nada que ver con el veneno que caracteriza ciertas prestaciones en los talk shows estadounidenses. De vuelta en París, Dieudonné dijo a la prensa que se habían distorsionado sus palabras; él nunca había mencionado la shoah en sí, y no dejó de insistir en el respeto que siente por las víctimas de esta tragedia, tragedia para la humanidad entera.
Pero esto no bastaba para corregir la tergiversación… Brincando por encima de las palabras exactas, los reporteros hostiles exigieron saber: «¿Pero qué es lo que usted quiso decir? La criminalización de palabras habladas lleva casi inevitablemente a la tentativa de criminalizar los pensamientos no hablados. Explicando su perspectiva política Dieudonné aclaró que su batalla contra el racismo le lleva a oponerse al «exacerbado comunitarismo» que levanta a una comunidad religiosa contra otra. Pero ¿cómo se explica que no haya memorial alguno para las víctimas del tráfico esclavista? ¿Cómo es que aparecieron subvenciones para 150 filmes franceses sobre el Holocausto, mientras que no encuentra ningún respaldo oficial para financiar una película sobre el Código Negro, [que estipulaba los derechos de vida y muerte de los amos sobre sus esclavos], base legal para el comercio negrero francés? Estos planteamientos no sirvieron absolutamente de nada para callar a los críticos de Dieudonné, y el coro de los ataques mediáticos en los días siguientes se hizo más virulento. Bernard-Henry Levy ya había puesto el grito en el cielo calificando [en días anteriores] a Dieudonné como «hijo de Le Pen» no obstante el hecho -de todos conocido- de que en su ciudad de Dreux, Dieudonné ha sido un activista político en la oposición al Frente Nacional de Le Pen. Llueven sobre el cómico las amenazas de muerte y cancelaciones de contratos.
Incluso si gana en los tribunales, como ha venido ganando hasta ahora, los medios han demostrado estar dispuestos a destrozarlo. El significado de esta campaña va mucho más allá de los efectos que tenga sobre la carrera de un joven artista talentoso, con hijos pequeños que mantener. Hay dos efectos generales adicionales que deben señalarse.
En primer lugar, la campaña contra Dieudonné es un intento para silenciar una voz poderosa del universalismo laico, con gran arraigo entre la gente joven de todas las comunidades en Francia, especialmente -pero de ninguna forma exclusivamente- entre los hijos de inmigrantes de los países africanos y árabes. Muchos, a diferencia de él, son creyentes. Pero si las muchachas musulmanas que llevan el velo pueden reírse compartiendo la sátira de los extremistas musulmanes, ¿por qué una sátira semejante a los colonos sionistas ortodoxos no está permitida? ¿Por qué tiene el CRIF mayor influencia que ninguna organización representativa de la mucho más numerosa comunidad musulmana? ¿Acaso no es el universalismo laico de Dieudonné una respuesta saludable al peligro de conflicto entre comunidades religiosas?
En segundo lugar, y esto tal vez tenga una significación mayor, la campaña contra el cómico francés no es más que una pequeña parte un una tendencia amplia a usar la acusación de antisemitismo para silenciar la crítica de la política estadounidense en el Oriente Medio, incluyendo la conquista de Irak. Esto se hace a veces a las claras y otras veces con sutileza. La expresión «pornografía memorial» carece sin duda tanto de precisión como de buen gusto. Pero refleja cierto cansancio, no menor entre un buen número de estudiantes judíos, con la constante conmemoración de una tragedia terrible del pasado, con exclusión de otras (por ejemplo, el bombardeo atómico de Hiroshima). Hay una sospecha creciente de que esta repetición no sirve de nada para impedir «que jamás vuelva a ocurrir». Por el contrario, resalta la explotación del tema a fines de silenciar la oposición a la política militar de Estados Unidos y su socio principal en el Oriente Medio. Dicha oposición era, a fin de cuentas, lo que expresaba la parodia de Dieudonné acerca del «eje del mal», apuntando al presente y al futuro inmediato, y sin asomo de denegación del pasado.
En el plano ideológico, la referencia constante al Holocausto, con la sugerencia de que una nueva persecución a los judíos europeos puede estallar el día de mañana crea una división sutil pero profunda entre los Estados Unidos y la «vieja Europa». En el caso de Alemania, obviamente, pero también -sin la menor justificación, pero con igual insistencia de parte de los críticos americanos- para Francia, la referencia al Holocausto despierta un sentido de culpa sin fin, que descalifica a los poderes europeos que pretendan jugar un rol geopolítico futuro.
Para los Estados Unidos, por el contrario, el Holocausto se ha convertido en el instrumento clave de la justificación ideológica a las intervenciones militares estadounidenses con vistas a «salvar víctimas» en el mundo entero. Esto se basa en la noción mítica (que ignora, entre otras cosas, el papel decisivo del Ejército rojo en la derrota del Tercer Reich), según el cual son los Estados Unidos los que al fin y al cabo vinieron a salvar a las víctimas del Holocausto. La implicación de este mito, que descansa en la enorme exageración de «la vuelta del antisemitismo» en Francia, es que los europeos, si se les deja actuar por sí mismos, empezarán probablemente a perseguir a los judíos una vez más, de modo que sólo los Estados Unidos son capaces de detener el proceso.
De modo que el mito de la benévola intervención militar estadounidense se encuentra reforzado por la explotación ideológica del Holocausto, en la misma medida en que a la «vieja Europa» se le resta poder a través del mismo. Este es uno de los motivos por los que tanto los políticos como los medias europeos -por supuesto no todos ellos judíos- que quieren que su país respalde a Washington, encuentran políticamente útil seguir machacando el tema del Holocausto.
No se trata de respeto hacia las víctimas sino de explotación de las mismas. Por medio de un chantaje constante aunque implícito, los políticos y los medios favorables a la OTAN ayudan a mantener a Europa moralmente discapacitada, descalificada para oponerse a las guerras dirigidas por los Estados Unidos para remodelar el Medio Oriente.
Bien parece que ha habido una indignación mayor en los medios franceses por algunos informes confusos acerca de unas pocas palabras de Dieudonné que no acerca de la destrucción total de la ciudad iraquí de Faluya. En semejante mundo, ¿acaso les corresponde algún lugar a los humoristas?
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Diana Johnstone es autora de Fools’ Crusade: Yugoslavia, Nato, and Western Delusions publicado por Monthly Review Press.