Traducido para Rebelión por Aldo de Vos
La prisión del futbolista argentino Leandro Desábato [por un insulto racista a un adversario] fue un acto de exagerado patriotismo del Secretario de Seguridad Pública de San Pablo. La injuria contra el jugador brasileño Grafite podría y debería haber sido resuelta por la Justicia Deportiva. Las autoridades del mundo del fútbol ya relegaron al jugador de la Copa Libertadores de América.
Actos de racismo ocurren por montones en el país. Buena parte de ellos practicados por las autoridades policiales. Negro y pobres son normalmente discriminados y sometidos a vejámenes humillantes.
El preconcepto trasciende la cuestión del color de la piel y se vuelve contra los negros, amarillos, palestinos en la región de Foz de Iguaçu, pobres, favelados, mujeres, homosexuales, desempleados, sin techo, sin tierra, todo el conjunto de las llamadas minorías del espectro social. Otra sandez: «minorías».
La propia prisión del delantero Desábato fue una forma de racismo: el preconcepto contra los argentinos, presente y vivo en el fútbol. El Secretario de Seguridad de San Pablo debe ser hincha del tricolor [club San Pablo], sólo puede ser eso. O entonces, se está candidateando a diputado para el próximo año. Y como eslogan va a decir: «Yo detuve a un jugador argentino».
EL MUNDO DE LA IMAGEN
Páginas y páginas de diarios para retratar -desde la prisión y los actos posteriores- la repercusión en Argentina, las declaraciones de Grafite y los análisis de especialistas. En cambio, no se informa por ejemplo, algo mucho más grave: los sindicalistas rurales (asociación de hacendados) en Paraná y los policías militares de alta patente que eliminan trabajadores rurales sin tierra.
Si tuvieran los diarios brasileños la misma persistencia y dedicación en investigar hechos importantes, estarían en Pará investigando y denunciando crímenes de latifundistas contra trabajadores rurales, estafa con tierras gubernamentales, y la permanente y vieja colaboración de la Policía Militar con los bandidos.
La muerte de la misionaria norteamericana Dorothy Stang fue el ápice para descubrir organizaciones criminales en ese Estado. Una comisión del Senado Federal indicó en su informe sobre la materia el poco empeño de las policías civil y militar para proteger a los trabajadores, policías que en muchos casos están en complicidad con los hacendados.
No silenciarían sobre los efectos nocivos de los transgénicos -la verdadera cara de la Monsanto en el gobierno Lula-, me refiero al ministro Roberto Rodríguez y el desastre de la agricultura brasileña a medio y largo plazo.
Como Brasil y Argentina deben enfrentarse el próximo mes por las eliminatorias de la Copa del Mundo y fútbol es cuestión de vida o muerte, y como se dice «la patria de botines», es más fácil y rinde mayores dividendos tomar preso a un delantero.
Desábato cometió de hecho un crimen de injuria calificada. O sea: atentó contra la persona, no contra la raza. Pero sería y debería haber sido una cuestión limitada a una cancha de fútbol.
Entretanto, los crímenes de los trabajadores rurales sin tierra; los constantes y humillantes cateos a negros, pobres, mujeres faveladas y homosexuales; el protocolo que abre la región de la Tríplice Frontera a los agentes norteamericanos para buscar terroristas hasta debajo de las camas; las chacinas periódicas contra poblaciones indefensas, todo eso termina en el alcantarillado de la violencia fútil y parte del cotidiano de un pueblo burlado y engañado por sus gobiernos desde tiempos inmemoriales.
Importante es la imagen, como fue desde el lunes cuando comenzó algo «capital» para Brasil: la elección del nuevo Papa. O el análisis del pedido de perdón de Lula a los africanos por la esclavitud.
O como la escena de los senos de Jinete Jackson en el Superbowl de 2004 que se diseminó por todo el mundo de la comunicación.
Están en todas partes, inclusive en la histeria de la prensa contra Leandro «Desahogo».
O debe ser en conmemoración de los cincuenta años de la red Mcdonalds.