Unos lo hacen equivalente a inversión extranjera y esta inversión a empleos masivos. Otros miden la miseria para atribuírsela al TLC. Otros se fijan en el aumento de las exportaciones en rubros como el textil-maquila, donde el 85% del valor exportado es insumo importado, para relacionarlo al TLC. Se habla de reformas judiciales, laborales, electorales, […]
Unos lo hacen equivalente a inversión extranjera y esta inversión a empleos masivos. Otros miden la miseria para atribuírsela al TLC. Otros se fijan en el aumento de las exportaciones en rubros como el textil-maquila, donde el 85% del valor exportado es insumo importado, para relacionarlo al TLC. Se habla de reformas judiciales, laborales, electorales, forestales… Serían reformas a las reformas porque el TLC requiere «leyes modernas» para atraer la inversión extranjera.
El estribillo de la élite político-económica regional es: El TLC sacará a Centroamérica de la pobreza, la liberará de los caudillos y la colocará en el tren del progreso y de la democracia. El discurso de Estados Unidos hacia Centroamérica es: «Si no aceptas estas reglas, ¡China te acabará! El tiburón se comerá al pescado».
Hay verdades en todo esto y debemos reconocer que Centroamérica no tiene ni capital ni modelo de acumulación, que no le es permitido participar en la competencia internacional, que no dispone de propuestas para hacer pequeñas aperturas ni soluciones parciales que generen capital a partir de sus exportaciones regionales. Debemos admitir que Centroamérica está muy lejos de un modelo viable.
¿Qué es el TLC? ¿Cuál es su valor agregado? La respuesta no está en la letra firmada. Se encuentra en el «marco»que encuadra la «pintura». El TLC es la legalización de un proceso iniciado en los años 80 con las políticas neoliberales y los ajustes estructurales parciales -liberalización, comercial, reducción del Estado, privatización-, que facilitaron que la riqueza se concentrara en el sector social que gira en torno al comercio y las finanzas, que la pobreza se hiciera mayoritaria, y que los Estados se transformaran en instituciones instrumentales de la economía transnacional. Hoy, esa legalización que es en la práctica el TLC tiene ya rango constitucional en Centroamérica, aunque en el Congreso de Estados Unidos será un acuerdo revisable.
El cinismo de Estados Unidos
El TLC es también un acuerdo de neo-proteccionismo. En el TLC, el gobierno de Estados Unidos liberalizó las medidas en los productos y sectores donde es competitivo o en los que están muy subsidiados, y protegió con cuotas, leyes anti-dumping con escasa credibilidad internacional, aranceles y medidas no arancelarias a todos sus productos y sectores que han perdido competitividad.
En Centroamérica, los productores de maíz o de lácteos, que pueden considerarse sectores competitivos ante los farmers de Estados Unidos encuentran únicamente en el TLC la institucionalización de muros históricos: los subsidios y las barreras no arancelarias.
Gran paradoja en estos tiempos de «libre» comercio: los productores de maíz de Centroamérica quieren comercio libre para competir con los productores de maíz de Estados Unidos, pero los gobiernos y las transnacionales -que concentran la distribución del maíz americano- se lo impiden.
Desde hace décadas les han bloqueado esa competencia, aunque no dejan de predicar libertad y reformas a la institucionalidad formal. ¿Cómo pasó esto? Desde hace años, los gobiernos de Centroamérica evitan resistir a las políticas neo-proteccionistas porque reciben «granos donados». Y el gobierno de Estados Unidos justifica precisamente con estas «donaciones» su política de dumping por mercado y subsidio. Este cinismo estadounidense ha sido ya superado con el TLC. Porque ahora ya fue consagrado como política oficial por los gobiernos de Centroamérica.
Los caudillos serán transnacionales
El TLC no es comercio libre. Es un esquema de libre inversión extranjera. La misma élite colonial, incrustada aún en los Estados centroamericanos, ha profundizado su voracidad en las últimas dos décadas, rompiendo además las fronteras nacionales.
Además de la desregulación que incluye el TLC, ahora los Estados deben proveer subsidios y seguridad a las transnacionales vía exoneración fiscal, inversión en infraestructura. Deben brindarles también facilidades jurídicas para evitarles, por ejemplo, demandas laborales, todo ello aumentándole impuestos mayormente a los sectores más pobres de la región y ofertarles servicios públicos -como el agua potable, la seguridad social, la educación, el correo, los museos- a las transnacionales, que estarán desde ahora encargadas de «velar por el bienestar de la sociedad». Históricamente, los Estados en Centroamérica han obstaculizado cada paso de los pequeños y medianos empresarios rurales y urbanos a tal grado que el líder campesino Wilson Campos gritaba «¡No nos dejan ser campesinos!», mientras subsidiaban a las transnacionales con los impuestos que le cobraban a los sectores rurales y urbanos nacionales. Ahora todo esto se profundizará. Ahora, ya no habrá caudillos nacionales, los caudillos serán transnacionales.
En el fondo, el TLC es sólo la legalización y profundización de un proceso de décadas y siglos. Los movimientos a favor y en contra del TLC no tienen en cuenta esto y generan un discurso que desempodera al pueblo dejándolo como «gallinas maniadas».
Presentan al TLC como una consecuencia de la globalización y presentan la globalización con la imagen de un hombre dinámico, triunfador y decidido y a la sociedad centroamericana como una mujer, indígena, víctima pasiva y estática, a quien sólo le queda atraer a ese hombre y rendirse ante a él. Con estos lentes distorsionados ven a las comunidades rurales como espacios congelados en el tiempo que sólo cambiarán con la llegada de McDonalds. Con este imaginario, mientras las élites ríen, se pone en boca de los pobres el grito ¡No al comercio libre!.
Al perder la perspectiva de que el TLC culmina un prolongado proceso histórico, se cae en la aparente perspectiva territorial del TLC. Los ministros hablan de las ventajas conseguidas para «nuestro país», y los movimientos en contra del TLC denuncian que la «soberanía» está amenazada. Pero son las élites escondidas en nuestros Estados nacionales -ahora en alianza con las transnacionales- las que utilizan esos discursos y a esos Estados. ¿A quienes se está perjudicando o beneficiando cuando se adora o se combate el TLC?
Hay que recordar también que el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) nació de los más profundos intereses de los Estados Unidos, quienes nunca han negociado asuntos estratégicos para las mayorías pobres de América Latina. Nunca han tocado los subsidios al sector agropecuario y la protección de sus mercados laborales y nunca han atendido a la migración latina ni los salarios bajos del empleo ilegal.
En América Latina, la lógica de Estados Unidos halla eco en pequeños segmentos del sector privado con mucha influencia en los gobiernos, de ahí su anuencia a los TLC y al ALCA. Esos segmentos son los de la maquila extranjera y los importadores. Son los llamados «empresarios modernos pro-ALCA». Representan al capital comercial de importación y al capital latinoamericano que se ha asociado con los consorcios trasnacionales de servicios, de maquila o directamente con las corporaciones transnacionales.
¿Qué llave buscamos?
Cuentan que una señora se acercó a un borracho que bajo un poste de luz buscaba algo. «¿Ha perdido alguna cosa, señor?», le dijo. «Sí -le respondió el borracho-, he perdido mi llave». «Pero, ¿está seguro que la perdió aquí?» Y el borracho le contestó: «Estoy seguro que la perdí allá, pero allá no hay luz y aquí sí».
¿Qué llave es la que buscamos? Si de lo que se trata es de combatir la pobreza, la medida más eficaz en todo el mundo es eliminar los subsidios agrícolas en los Estados Unidos, Japón y Europa, donde los mercados agropecuarios son los menos libres, los más protegidos y los más subvencionados del planeta.
Cada año se gastan 370 mil millones de dólares en subsidiar a ese sector. Y es por eso que los cortadores de caña en Nicaragua y Bolivia ven bajar sus salarios, desaparecen los algodonales en Centroamérica y Paraguay, se desploman los precios del arroz, entran en crisis el maíz y el frijol y se estanca el precio de la carne en Centroamérica. Sin estos subsidios, los países del Sur aumentarían sus ventas y su productividad agrícola, se intensificaría la justa presión por la reforma agraria y, como consecuencia, se reduciría enormemente la pobreza en todo el mundo. También el sector energético está preso de la misma lógica de los subsidios y los subsidios directos al crudo superan los subsidios alimentarios.
Los impuestos y los subsidios
En la lucha de los pobres y por los pobres los temas centrales actualmente son dos: los impuestos y los subsidios.
El movimiento contra los subsidios ya ha empezado. Pero los movimientos a favor de modelos tributarios progresistas en nuestros países han sido opacados por las protestas contra el neoliberalismo y contra los TLC. Y realmente, sin cambios radicales, tanto en los subsidios como en los impuestos, es mejor no protestar porque no hay alternativa.
Ni la agricultura de Estados Unidos ni la de Japón ni la de la Unión Europea es viable porque no es rentable sin subsidios. Es una agricultura ecológicamente nociva y altamente dependiente del petróleo, tanto en la producción como en el transporte. Los subsidios están cancelando la inversión en la producción en manos de microempresas y en la energía limpia. La lógica que sostiene todo esto es perversa: el 25% del consumo de los sectores sociales que acaparan el 87% del ingreso mundial gira alrededor del automóvil. Y ciertamente, al suprimirse los subsidios, la economía mundial, tal como está montada, puede derrumbarse de un golpe.
Las consecuencias de eliminar los subsidios alimentarios son más positivos para los pobres y no son tan dramáticas como las que tendría la eliminación de los subsidios energéticos. La eliminación de los subsidios alimentarios quebraría a las transnacionales de «agrobusiness», produciendo una recesión mundial. Ante esta realidad, precisamos de propuestas inteligentes sobre los subsidios, basadas en una eliminación gradual y nunca indiscriminada.
Construir un horizonte de 30 años
Aunque los reclamos que se hacen contra el TLC o que exigen un TLC diferente son correctos en términos de ética y eficiencia, colocan a Centroamérica y a América Latina esperando por un cambio en los Estados Unidos. Desde ese ángulo, asumir el TLC, rechazarlo o formular otro TLC es caer en la fetichización del TLC y actuar como el borracho de la historia. Más que reaccionar como una ONG tradicional que actúa con rol de bombero en las coyunturas, para encontrar «la llave» debemos construir un horizonte de treinta años para entender el presente y trabajar por construir alternativas que nos conduzcan a ese horizonte.
Para llegar a ese horizonte necesitamos aprender de otras experiencias en el mundo, ubicarnos en el contexto de la globalización e identificar nuestro propio modo de acumulación.
El mundo ha experimentado diversos tipos de ajuste estructural. Los más exitosos se han dado en Europa, en China y en la India. Todos tienen en común que aglutinan una gran diversidad de naciones y de grupos étnicos. India se compone de 28 Estados y de 7 Territorios de Unión con autonomías regionales muy fuertes. En la India se hablan 14 lenguas oficiales. Sólo el 30% puede hablar el hindi, la lengua más común. En cada Estado se hablan cuatro lenguas: inglés, hindi, la lengua estatal y las lenguas locales de castas.
China tiene 11 grupos étnicos en 5 regiones autónomas, con diferencias mucho más profundas que las de las naciones latinoamericanas. La Unión Europea aglutina a 25 países y evoluciona hoy hacia 40 países, donde la diversidad de grupos étnicos es enorme.
La experiencia en estos países muestra que a más contactos -alianzas-, más autonomía y más identidad. Y en consecuencia, más dignidad. Los resultados de estos bloques de naciones han sido crecimiento y desarrollo económico sostenidos durante décadas. ¿Por qué América Latina y Centroamérica no pueden evolucionar así? Porque nuestras élites temen la diversidad y porque la fragmentación de América Latina juega a favor de sus intereses personales y de sus alianzas con empresas trasnacionales.
El ALCA y la Unión Europe: diferencias
Es interesante observar los efectos positivos que tuvieron los tratados de libre comercio en las fases preparatorias a la integración de la Unión Europea, y particularmente, las mejorías sociales y los «milagros» económicos que vivieron algunos países pequeños de Europa como Portugal o Irlanda. Un tipo de «tratados de libre comercio plus» como los europeos sería bienvenida en América Latina, en tanto la integración comercial se fundamente en la propia identidad y en los propios recursos. La subestimación de esta experiencia explica el debilitamiento de los bloques sub-regionales (MERCOSUR, CARICOM y MCCA), que nacieron dependientes de una alternativa no intentada seriamente.
¿En qué es diferente el ALCA a la integración europea? En Europa el proceso fue gradual, extendiéndose durante un lapso de 40 años. Estados Unidos empuja el ALCA a un ritmo tan veloz, que el Congreso mexicano firmó el TLC de América del Norte sin haber leído la versión final del texto. Igualmente, el proceso del TLC en Centroamérica se vivió a un ritmo inaceptable. En cambio, Chile adoptó el TLC después de 12 años. Brasil va con lentitud en su alianza en el llamado G4 (China, India, Sudáfrica y Brasil) y en su liderazgo del G29 (29 países del Sur).
Hay más diferencias. En Europa las negociaciones incluyeron la ayuda oficial a los países más atrasados y acuerdos sobre migración, política social, laboral y ambiental, mientras que la definición del proceso del ALCA es la subordinación de los temas laborales, sociales y ambientales a la lógica dominante de la inversión, el comercio y la privatización de los servicios públicos. Por eso, el ALCA no tiene nada de integración económica.
Otra diferencia. En Europa se dio una unificación real para lograr la libre inversión, con cierto control sobre ella, mientras que en el TLC no existe ningún control.
No hay camino fuera del sueño bolivariano
Una diferencia crucial es que el proceso europeo tuvo como meta una unión política, mientras que el TLC y el ALCA ni siquiera tienen en cuenta este objetivo.
Este objetivo debiera ser una meta latinoamericana. La consigna no debería ser el NO al comercio libre sino el SÍ a una América Latina unificada políticamente y estructurada desde los intereses de las mayorías. Esta unificación no es un sueño imposible. Es más fácil que la unificación de China, la de la India y la de Europa. Y si nuestras élites desean mantener la diferenciación y la fragmentación, las mayorías campesinas y las de nuestros barrios urbanos están listas para esa unificación. En tiempos de globalización no hay camino fuera del sueño bolivariano.
El sueño posible de la integración latinoamericana debe registrar que la creciente dependencia de Estados Unidos explica el fracaso de los procesos de negociación, de solidaridad y de cooperación en el MERCOSUR, el MCCA, el CARICOM y el Pacto Andino.
Con facilidad criticamos a Estados Unidos por no apoyar la reducción de las crecientes desigualdades en el hemisferio. Debemos reconocer que las élites de Guatemala, Costa Rica y El Salvador nunca cedieron sus intereses para sacar adelante a Nicaragua y a Honduras, los dos países de la región con menor grado de desarrollo. Tampoco Brasil hizo esto con Paraguay en el MERCOSUR. Y es hasta ahora que el Presidente Lula está ofreciendo algo nuevo en ese sentido, mientras en México López Obrador se perfila como otro Lula. Es el comportamiento de nuestras élites y el creciente neoconservadurismo de nuestras izquierdas y de nuestras sociedades civiles lo que ha facilitado la imposición del «capitalismo salvaje». Al menos hasta ahora, cuando, por fín, la izquierda empieza a revitalizarse.
Unidad, la clave
Las élites de Centroamérica y las transnacionales nos han impuesto una interpretación de la realidad, la suya: «Sólo se puede buscar en esta dirección, en donde está la luz». El problema es que donde hay luz no está la llave, y donde está la llave no hay luz.
La experiencia de Europa, India y China nos revelan que la clave es la unidad en la diversidad, un estribillo que debemos reconceptualizar. Los centenares de diferentes grupos étnicos en China, India y Europa no han sido un obstáculo sino un factor de avance para que esos gigantes «despertaran» sosteniblemente. Hablar de Guatemala como Guatemala, de Nicaragua como Nicaragua o de Brasil como Brasil es cada vez más ilusorio. Solo tendrá sentido en el marco de una unión latinoamericana basada en los puntos comunes de una hermosa diversidad. Si comparamos la topografía de dos comunidades rurales, veremos que en cada metro de su geografía son diferentes. Necesitamos de la contra-topografía que une las diversidades para identificar la «llave». Es ahí donde está el fundamento de la integración -no hemisférica- latinoamericana.
La globalización nos indica que debemos trabajar esa contra-topografía en torno a determinados sectores sociales. Hoy, es la élite transnacional de cada uno de nuestros países la que utiliza al Estado y lo instrumentaliza más allá de cada frontera, mientras mantiene el discurso de «país». Los territorios -que incluyen la noción de «soberanía»-han sido definidos por las élites, que son los «perros bravos» que cuidan la propiedad de sus amos. Las élites de una comunidad, las de un municipio o las de un país confunden la búsqueda de la «llave» conduciéndonos hacia un lugar erróneo.
La globalización ha significado una interconexión societal, política y económica que rompe las fronteras nacionales. El capital ya no es internacional, es global. EL ALCA necesita ser entendido desde esta perspectiva. Igualmente, la noción de territorio debe ser reconceptualizada a partir de las coaliciones humanas de los sectores sociales que rompen las fronteras de cualquier espacio físico, incluyendo la dual frontera Norte-Sur. La unión latinoamericana debe entenderse inserta en la economía global y conectada a esos sectores sociales. Parafraseando la famosa expresión de Pedro Arrupe: «No sabemos a dónde vamos, pero sí estamos convencidos de con quiénes debemos ir». Debemos ir con todos los sectores excluidos y contados los que estén dispuestos a romper los «muros» definidos por los «perros bravos».
La unión latinoamericana debe hacerse desde una perspectiva de sectores sociales y teniendo como punto de partida el desarrollo de las mercancías, la acumulación para el crecimiento económico a través de tecnología y mercados, y en alianzas de mutua fecundidad entre diferentes empresas.
Pongamos un ejemplo. Los productores de café orgánico de la Cooperativa «La Voz» de Atitlán-Guatemala venden café a Elain Organic de los Estados Unidos. Ese café es orgánico, indígena (tzutujil) y de un grupo organizado.
Eso significa que tiene identidad étnica, ambiental y social, mientras que el café de la mayoría de los productores que media la gran Nestlé no tiene ninguna identidad. Esta cooperativa ha logrado mejorar sus niveles de vida y el de su comunidad. Esa mercancía específica, que revela a una diversidad de familias, tiene sentido y tiene vida.
Este ejemplo expresa cómo una mercancía, un producto agrícola, expresa algo intangible con marca propia. Igualmente pasaría trabajando en la acumulación del saber, en lugar de haciendo consultorías. Es urgente trabajar con sectores sociales específicos con rostros humanos concretos, en lugar de «emborracharnos» con el activismo político y creer estar buscando la llave del desarrollo bajo el poste del ALCA o del TLC.
Estas reflexiones no deben conducir a la perplejidad y a la impotencia del «no hay nada que hacer». Las estructuras, en tanto resultado social, limitan y también posibilitan las acciones humanas. La clave de la contra-topografía está en captar todas las trayectorias múltiples donde se revela el capital desmovilizado, la exclusión del potencial reprimido de la población y la diversidad nacional para la unión latinoamericana. Allí está la llave. Hay que buscarla.