Un día, hace ya bastantes años, un ingenioso hombre inventó la rueda. Con las prisas cometió, sin embargo, un grave error en su diseño: la hizo cuadrada. Y así fue que, cuando pretendió que su cuadrada rueda rodara por la pendiente donde demostraría las ventajas de su invención, aquel cuadrado artilugio se desplomó al primer […]
Un día, hace ya bastantes años, un ingenioso hombre inventó la rueda. Con las prisas cometió, sin embargo, un grave error en su diseño: la hizo cuadrada. Y así fue que, cuando pretendió que su cuadrada rueda rodara por la pendiente donde demostraría las ventajas de su invención, aquel cuadrado artilugio se desplomó al primer empellón entre las carcajadas de los decepcionados asistentes. Pero de aquel fallido intento ninguna seria consecuencia se derivó para el ingenioso inventor, excepto su descrédito. No se dio por vencido y tiempo después, luego de hacer los obligados cambios en su diseño, descubrió que si le daba a aquel artefacto una forma curva, podría rodar. Y así lo hizo y, también, lo expuso, esta vez con notable éxito. Desde entonces, los seres humanos han contado con la rueda. Han pasado los años y, tras la rueda, hemos seguido inventando toda clase de objetos, útiles e inútiles, necesarios y absurdos. La diferencia es que la tecnología que utilizamos en nuestros días no admite, como el frustrado invento de la rueda cuadrada, fallo alguno. Los prácticos aerosoles que, supuestamente, simplificaban tantas labores, fueron descubiertos años más tarde como los responsables, entre otros agentes, de la disminución de la capa de ozono. La energía nuclear, tan festejada en sus inicios, pronto demostró los riesgos que implicaba cobrándose miles de vidas. Experimentos fallidos, fuera de control, que pudieron haberse propuesto cuando se concibieron inocuas y mercuriales intenciones, dieron paso a epidemias de las que no se conoce su final. Y asistimos, mientras se suceden los inventos, al calentamiento del planeta, a la desaparición de los ríos y los bosques, al envenenamiento del agua y del aire, a la degradación de los seres humanos. Lo peor, sin embargo, es que no hay respuesta. Los mismos intereses que han propiciado este paulatino desastre, pretenden erigirse en los protagonistas de la solución, en los reponsables de enmendar la historia. Para preservar el aire, por ejemplo, se han establecido cuotas de mierda que ningún país puede sobrepasar, pero los países que todavía tienen cuota por polucionar pueden alquilarla a precios asequibles a los países que ya tienen su cuota de mierda cubierta. Elocuente operación que nos demuestra lo que puede hacer nuestro patético modo de vida para enfrentar los problemas que su ambición desata. Así nos va.