Está empezando a hacer olas en EE.UU. el memorándum de una reunión de alto nivel que tuvo lugar en Downing Street 10, sede del primer ministro Tony Blair, el 23 de julio del 2002, ocho meses antes de la invasión a Irak y mientras W. Bush proclamaba públicamente que el ataque era apenas una opción […]
Está empezando a hacer olas en EE.UU. el memorándum de una reunión de alto nivel que tuvo lugar en Downing Street 10, sede del primer ministro Tony Blair, el 23 de julio del 2002, ocho meses antes de la invasión a Irak y mientras W. Bush proclamaba públicamente que el ataque era apenas una opción entre otras. Lo publicó The Sunday Times el 1° de mayo pasado, los principales medios norteamericanos no le dieron importancia, pero viene golpeando las puertas del Congreso. Michael Smith, el periodista que lo dio a conocer en el diario londinense, lo fotocopió y devolvió el original a la fuente para protegerla. Ninguna autoridad del Reino Unido o de EE.UU. cuestionó la autenticidad de ese documento secreto.
La minuta, «sólo para ojos británicos», sintetiza, entre otras, la exposición del jefe del servicio nacional de espionaje (el novelísticamente famoso M16) Richard Dearlove a su regreso de un viaje a Washington: «Se percibe (allí) -dijo- un cambio de actitud. La acción militar (contra Irak) se considera inevitable. Bush quiere derrocar a Saddam mediante una acción militar justificada por la conjunción de terrorismo y (posesión de) armas de destrucción masiva (ADM). Pero los datos de inteligencia y los hechos están siendo manipulados en función de la política». Jack Straw, secretario del Foreign Office, manifestó que analizaría el tema con Colin Powell y añadió: «Parece claro que Bush ha resuelto emprender una acción militar, aunque no ha decidido cuándo. La justificación, sin embargo, es débil. Saddam no está amenazando a sus vecinos y la capacidad de sus ADM es menor que la de Libia, Corea del Norte o Irán». Dicho de otra manera, el mandatario norteamericano y sus acólitos mentían sobre la existencia de ADM iraquíes y cocinaban a su gusto las presuntas evidencias. La imperturbabilidad británica no salió lastimada por eso: la primera conclusión del cónclave fue que Londres «debe trabajar partiendo de la hipótesis de que el Reino Unido participará en cualquier acción militar». Así fue.
La Casa Blanca nunca respondió una carta del representante demócrata John Conyers que, con otros 89 colegas, solicitaba una explicación acerca de las revelaciones contenidas en la minuta británica. Conyers lanzó una campaña de firmas y al 13 de junio había reunido más de 540.000 al pie de un petitorio que demanda esa explicación a W. Bush (www.bradlog.com/archives/00001436.htm). El jueves 16 de junio pasado, los representantes demócratas realizaron una audiencia pública para analizar el documento. No transcurrió sin sobresaltos: preguntado por el representante Jim Moran por qué EE.UU. había derrocado a Saddam Hussein si éste no tenía ADM, ni vínculos con Al Qaida, ni algo que ver con el 11/9, el testimoniante Ray McGovern «declaró que EE.UU. fue a la guerra con Irak por petróleo, por Israel y por la instalación de bases militares, ardientemente anhelada por los ‘neoconservadores’ del gobierno para que ‘EE.UU. e Israel puedan dominar esa parte del mundo’. Dijo que no se debía considerar a Israel un aliado y que Bush servía la voluntad del primer ministro israelí Ariel Sharon» (The Washington Post, 17-6-05). Mc Govern es un ex analista de la CIA.
El 12 de junio último, The Sunday Times publicó el texto de otro documento secreto preparado por altos funcionarios del gobierno Blair. Da cuenta de una reunión sostenida el 21 de julio del 2002 -dos días antes de la anterior- en la que, con cierta ansiedad, los británicos señalan que la futura intervención militar norteamericana «carece de marco político» y analizan cómo justificar la guerra contra Irak. En esta minuta se registra que ya en el mes de abril de ese año Tony Blair había prometido a W. Bush, en el encuentro que con él mantuvo en su rancho de Crawford, Texas, «que el Reino Unido apoyaría una acción militar para cambiar el régimen» iraquí, pero a la vez se señala que «un cambio de régimen no es per se, en el derecho internacional, una fundamentación suficiente para una acciónmilitar». Mientras los especialistas de marras buceaban en «la necesidad de crear condiciones que permitan (a Gran Bretaña) apoyar legalmente una acción militar (de EE.UU.)», la fuerza aérea de los dos países bombardeaba territorio iraquí buscando una respuesta militar a la provocación: 10 toneladas de bombas en julio, 54,6 toneladas en septiembre. En vano. Saddam Hussein no reaccionó y hasta permitió que los inspectores de la ONU destruyeran sus misiles Al Samoud, cuyo alcance superaba el límite permitido por las resoluciones del organismo internacional.
Entre los ocho memorándum secretos del gobierno británico que se filtraron a la prensa -36 páginas de argumentación sobre las opciones militares y legales en Irak (AP, 18-6-05)- se destaca el fechado el 22 de marzo de 2002, un año antes de la invasión. Fue preparado por Peter Ricketts, director de política de Tony Blair, y subraya algunas cosas: «La verdad es que lo que cambió no ha sido el ritmo de los programas de ADM de Hussein, sino nuestra tolerancia después del 11 de septiembre… la investigación más prolija de los programas iraquíes de ADM mostrará que en los últimos años no hubo grandes avances en los frentes nuclear, misilístico o de guerra química y biológica». Además: «El embrollo estadounidense para establecer un vínculo entre Irak y Al Qaida es hasta ahora francamente inconvincente». Sólo después de la actuación de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en febrero del 2003, cuando el entonces secretario de Estado norteamericano vociferó pruebas falsas de las presuntas ADM de Hussein, la Casa Blanca invadió Irak y concretó la meta ya fijada un año atrás.
El «embrollo» viene costando la muerte de más de 100.000 civiles iraquíes y de casi 1600 efectivos norteamericanos, para no hablar de las decenas de miles de heridos y del aumento notorio de las actividades terroristas. Y tal vez los grandes medios de EE.UU. poca atención prestaron al memorándum del Reino Unido porque sólo certifica -claro que desde un nivel de gobierno inusitado- una verdad más que sabida a estas alturas: los «halcones-gallina» mintieron alevosamente al pueblo norteamericano y al mundo. Habrá que admitir en adelante que hay gallináceos que mienten.