La información la ofrece The New York Times. En la destruida ciudad vuelve a hacerse fuerte la resistencia. Recupera rápidamente su capacidad operativa. De golpear al invasor. Las tropas yanquis arrasaron casi toda Faluya. Miles murieron y decenas de miles más lo perdieron todo. Cantaron victoria los ocupantes. Aplicaron el modelo israelí en Palestina. Dividieron […]
La información la ofrece The New York Times. En la destruida ciudad vuelve a hacerse fuerte la resistencia. Recupera rápidamente su capacidad operativa. De golpear al invasor.
Las tropas yanquis arrasaron casi toda Faluya. Miles murieron y decenas de miles más lo perdieron todo. Cantaron victoria los ocupantes. Aplicaron el modelo israelí en Palestina.
Dividieron la ciudad en sectores. Impusieron controles férreos. Ningún iraquí puede pasar de un sector a otro sin ser identificado, registrado, revisado. Extranjeros en su propia casa.
Pese al enorme despliegue militar, la guerrilla vuelve. EEUU pierde el dominio de Faluya.
Dice el diario neoyorquino que la gente detesta al invasor. Se siente humillada, injuriada, atropellada. Es fácil entender por qué lo odian. Por qué prefiere y apoya a la resistencia.
Temen los militares estadounidenses que, con el retorno masivo de refugiados, la situación empeore aún más. Para los iraquíes y árabes Faluya es un símbolo. Quieren reconquistarla.
Colapsa EEUU en Iraq. Para disimular la debacle, se ha puesto en manos del gran ayatolá Alí al Sistani, chiíta y antiguo asilado en Irán. Aliado de Irán, la bestia negra de EEUU.
Aquel juego infantil. Si se corre lo tiran. Si se para, lo matan. Faluya da medida del fracaso.