Todos los acontecimientos que desarrollamos sobre las camas tienen consciente o inconscientemente por vocación el futuro. Nadie se acuesta en la misma cama dos veces. Las camas son cenotes sagrados donde guardamos prendas extraordinarias cuya importancia y significación pesan enfáticamente sobre la existencia. De los individuos a la especie. En la cama refugiamos y potenciamos […]
Todos los acontecimientos que desarrollamos sobre las camas tienen consciente o inconscientemente por vocación el futuro. Nadie se acuesta en la misma cama dos veces. Las camas son cenotes sagrados donde guardamos prendas extraordinarias cuya importancia y significación pesan enfáticamente sobre la existencia. De los individuos a la especie. En la cama refugiamos y potenciamos las sustancias indispensables del porvenir para la muerte o para la vida. Son teatros privados donde se escenifica agonía y éxtasis del drama cotidiano para la regeneración de todas las fuerzas. Biológicas, anímicas y oníricas.
Vamos a la cama llevados por inercias indesobedecibles. Pasamos obligatoriamente en la cama por esa puerta que desemboca donde mantenemos a buen recaudo las claves secretas del reabastecimiento energético indispensable para continuar la vida. Teatros de resurrección donde damos rienda suelta a todos los misterios particulares o colectivos como coartada doblemente compleja que hace realidad nuestros sueños. De la fantasía, la calamidad y/o el amor.
Sanos, enfermos o agonizantes, exponemos sobre la cama el repertorio de las verdades más pasmosamente reveladoras de lo que realmente somos. Vestidos o desnudos, dormidos o despiertos en la cama nos afloran consciencias y subconsciencias que nos delatan estremecedoramente. Efectivamente las camas nos hacen transparentes.
Las camas acompañaron la evolución de la especie humana para enterarse de todas las intimidades y recovecos sociales, políticos, económicos o estéticos que signaron paso a paso nuestra identidad. Por eso en la cama reproducimos la estructura ideológica de la sociedad, sus vicios o virtudes sus intolerancias y «desvelos». Por eso sobre las camas gestamos la construcción del futuro mediato e inmediato que son materia de todas nuestras preocupaciones más profundas. Y por eso ir a la cama es rito de verdades ante las que nos es imposible mentir sin riesgo a pagar precios muy altos. De lo poético a lo neurótico.
En la cama se verifica la lucha de clases y la libertad de expresión, el autoritarismo machista (de hombres o mujeres) y las autocomplacencias dietéticas, etílicas, intelectuales o de cualquier orden. Se ponen en evidencia los aciertos o desaciertos educativos, nacionales o caseros y se sabe sin equívocos quien tiró la piedra y escondió la mano. No falla. Las camas son cómplices mudos y delatores irreductibles. De la fatiga a la intriga.
Uno nunca sabe la cama que tiene hasta que la ve perdida. Es un integrante de nuestra existencia que se nos encarna entrañablemente en lo ocasional como en lo institucional. Participa con nosotros en la apuesta del devenir que pretendemos al antojo de caprichos y circunstancias muy diversas. Una cama es cofradía de resurrecciones en la que es imposible dar marcha atrás porque pusimos como prenda el cuerpo. Biológico, psicológico y espiritual.
Eso que significa el depositar el cuerpo sobre una superficie para que se repongan todas las fuerzas indispensables en el discurrir de la existencia, eso que implica actos de abandono, entrega y rendición se logra de una manera muy particular y exclusiva sobre la cama. No importan los materiales. La cultura de la cama evolucionó acicateada por descubrimientos, accidentes y placeres muy selectivos. De uno a otro extremo el repertorio de las soluciones diseños y cualidades con que construimos las camas es anecdótico y paradigmatico simultáneamente. Lo esencial y con él su carácter ritual y misterio se entreveran jugetonamente, envuelven con mantos históricos e histriónicos que habilitamos constantemente la reactivación de nuestra salida o emergencia a cotidiana desde esos nichos sintetizadores empeñados en no desperdiciar elemento alguno. Las camas son receptáculo y catapulta, guarnición y vidriera, realidad y surealidad forjadas al ritmo de las ciclicidades universales donde se gastan y reponen todas las potencias. Dormir sobre la tierra o dormir sobre un colchón son circunstancias relatoras del tiempo que no omiten en su hecho los designios del lecho.
El papel de la cama en la transformación del mono en hombre cumple sobre los escenarios existenciales un protagonismo escalofriante que tiene impresos indeleblemente los rasgos primordiales y los augurales. Como en un teatro donde el drama se escribe con símbolos, se danza la coreografía diurna o nocturna de lo onírico y se cantan odas estremecedoras al devenir. De los hoteles a los hospitales, del ataúd a las literas. La cama nos ayudó a erguirnos, completo la apropiación de la horizontalidad complementaria de la verticalidad. Abrió opciones de actualización cíclica poniéndose como desembocadura y vertedero, para la transición dialéctica de todo nuestro ser hacia el tiempo venidero. Dispuso todo lo patente y latentemente necesario para cobijar encuentros de cuerpos, almas e imágenes. Se apropió de las fronteras entre el yo interno profundo y el yo colectivo abierto. Reprodujo los terrenos de cultivo, las maravillas de la siembra y cosecha, la sacralidad de los cenotes rituales para las ofrendas vitales, la atmósfera placertaria de la madre, el misterio de la regeneración, el encuentro con lo invisible, la multiplicación de los cuerpos, el transubstanciación de tiempos y espacios, el abandono la entrega y la resurrección. Todo en un mismo acto, objeto y misterio que se verifica cotidianamente delante (¿o detrás?) de nuestros ojos.
Vamos a la cama atraídos por los mandatos de circunstancias deseadas o indeseables
pero siempre entregados a un epifenómeno espiralíneo que avanza incesantemente sobre sus designios exclusivos para regalarnos en conciencia en inconsciencia componentes renovados par a la estructura total de nuestro ser. Vamos a la cama empujados por razones y por sin razones. Las compramos compulsiva e instintivamente, las metemos a nuestras casas las adornamos y adoramos al arbitrio de consideraciones estéticas disimbolas y les entregamos nuestros cuerpos para que cumplan el designio inefable que les corresponde histórica y culturalmente sabedores de que de un u otra manera nos devolverán a la vida y nos devolverán la vida para que se cumpla el misterio. Basta con ir a la cama y acostarse.