Desde hace casi un siglo Irlanda comenzó una lucha por su independencia. En 1920 Gran Bretaña le concedió la emancipación a su turbulenta colonia, tras una larga lucha armada, pero seis condados del Ulster escogieron permanecer unidos a la corona británica. En 1948 el Estado Libre de Irlanda se convirtió en República. En 1955 el […]
Desde hace casi un siglo Irlanda comenzó una lucha por su independencia. En 1920 Gran Bretaña le concedió la emancipación a su turbulenta colonia, tras una larga lucha armada, pero seis condados del Ulster escogieron permanecer unidos a la corona británica. En 1948 el Estado Libre de Irlanda se convirtió en República. En 1955 el Ejército Republicano Irlandés, conocido por sus siglas IRA, comenzó una campaña terrorista para lograr la unificación de las dos Irlandas. Los atentados se recrudecieron a partir de 1972 y el «domingo sangriento» en Londonderry. Una de las víctimas más prominentes fue Lord Mountbatten, primo de la Reina Isabel, ex virrey de la India y jefe de los comandos durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, hace apenas unas horas, el grupo ha ordenado a sus militantes deponer las armas y finalizar la lucha. ¿Qué ha sucedido?
El triple conflicto irlandés supone una confrontación religiosa entre católicos y protestantes, una emancipación colonial y un choque de culturas. Han existido negociaciones de paz, desde hace más de un decenio, y sucesivas treguas en la lucha armada en un complejo proceso de armonizaciones y colisiones continuadas, de otorgamiento de prerrogativas -duramente arrancadas–, incumplimientos y reanudación de la actividad bélica.
El pasado 28 de abril, en un comunicado sin precedentes, el IRA anunció el fin de más de 30 años de lucha armada y el comienzo de una nueva era guiada por métodos exclusivamente democráticos y pacíficos. Así el IRA abandonará sus métodos terroristas y comenzará una era de combate político.
El terrorismo es políticamente injustificable, humanamente repulsivo y casi siempre obtiene resultados opuestos a los que pretende porque atrae más rechazo que respaldo hacia la causa que lo emplea. Los negros, los indios, los desheredados y desvalidos del mundo, las vastas masas empobrecidas del Oriente, los indígenas, los repudiados, los despreciados, los míseros no ven un término a sus tribulaciones. Algunos, entre ellos, recurren a la violencia, acuden a una feroz agresividad como medio de expresión de su inconformidad.
Tras el atentado a las Torres Gemelas se lanzó una cruzada verbal contra el terrorismo para justificar la depredación imperialista estadounidense. Bush lo menciona en cada uno de sus discursos como uno de los objetivos centrales de Estados Unidos. La lucha por la «libertad» y la «democracia» no deja de ser aludida en cada alocución del mandatario. El llamado antiterrorismo de Bush no es más que un pretexto para encubrir ambiciones imperiales.
El gobierno de Estados Unido ha sido uno de los promotores principales del terrorismo en el mundo y ha reforzado aún más estas actividades criminales en la era de Bush. Han sido los inventores de muchos procedimientos delictivos en las luchas políticas, como los magnicidios y los secuestros de aviones, que luego se volvieron contra ellos. Frente a Cuba hace decenios que se viene empleando todo tipo de operaciones destructivas en una guerra no declarada que ha costado miles de víctimas al pueblo cubano y daños a su economía por miles de millones de dólares.
El neofascista gobierno de Bush ha aprovechado la excusa de una guerra contra el terrorismo para emprender una vasta campaña de dominio mundial, para agredir a los movimientos populares, para difamar a todos aquellos que luchan por la soberanía patria, como es el caso de la resistencia iraquí o los atentados de los extremistas palestinos, que pretenden reivindicar la integridad de su patria ocupada por el expansionismo sionista.
La creciente polarización de la miseria y la opulencia es uno de los móviles de esta desestabilización creciente. Hasta ahora solamente la carne de los parias parecía perecible. Ahora los opulentos se han percatado que la violencia puede alcanzarlos. Han advertido que son vulnerables.
Robespierre instituyó el Comité de Salud Pública para intimidar a los moderados. La guillotina abrió ríos de sangre, pero no evitó que los Girondinos tomaran el poder. El asesinato de Alejandro II, por los nihilistas rusos, no impidió el creciente endurecimiento de la autocracia zarista. El magnicidio contra los Archiduques de Austria, en Sarajevo, no logró la independencia de Bosnia sino que propició el estallido de la Primera Guerra Mundial. ETA no ha logrado incrementar el apoyo popular a la independencia vasca. Las religiones mesiánicas, las utopistas, las milenaristas apocalípticas, pierden base de sustentación. El terrorismo es un pobre propagador de ideología, no contribuye, como pretende, al despertar popular, no tiene valor demostrativo alguno y no sirve para desmoralizar a su enemigo.
La agresividad de los desventurados continuará mientras persistan las desigualdades porque la llamada democracia occidental no garantiza la justicia social. Ello ha otorgado a nuestra época un carácter de umbral de cambios revolucionarios similares o de mayor trascendencia y amplitud a los que tuvimos en el último siglo.