La exclusión social es una expresión acuñada en Francia en 1974 para personas con discapacidad física y mental, padres solteros, toxicómanos, los no protegidos por la seguridad social. En síntesis la Nueva Pobreza. En Europa la exclusión la sufre un tercio de la sociedad, en tanto dos tercios viven con los mejores estándares del planeta. […]
La exclusión social es una expresión acuñada en Francia en 1974 para personas con discapacidad física y mental, padres solteros, toxicómanos, los no protegidos por la seguridad social. En síntesis la Nueva Pobreza. En Europa la exclusión la sufre un tercio de la sociedad, en tanto dos tercios viven con los mejores estándares del planeta.
En América Latina la realidad es al revés: dos tercios de la sociedad sufren la exclusión y sólo un tercio participa de adecuadas condiciones de vida. Por cierto que en este último tercio se dan abismales diferencias de ingresos y de despilfarro de recursos.
Una proyección imprescindible. Si todos los grupos raciales excluidos tuvieran ingresos parecidos al de los blancos, los beneficios económicos aumentarían para el conjunto de la sociedad, señalan cálculos matemáticos realizados en varios países de América Latina al comprobar que la exclusión social se agudiza cada vez más en un marco de mayor pobreza.
Ese infierno tan temido de la exclusión, analizado en la XV Cumbre Iberoamericana, persiste por la creciente desigualdad, que es una conjunción de factores educativos, ocupaciones, patrimoniales y demográficos. Actualmente, en la Región Latinoamericana los niveles de desigualdad son inferiores a los de hace treinta años, y entre 1990 y 2000 los pobres aumentaron do 200 a 240 millones.
El desafío para gobiernos y pueblos enteros es transformar la inclusión en una prioridad central en la política de desarrollo nacional y en las asignaciones de los presupuestos. Sólo es factible reducir la pobreza estructural y la desigualdad, acelerando el crecimiento y fortaleciendo el funcionamiento de las sociedades democráticas. La reciente Cumbre Iberoamericana se ha propuesto impulsar planes para que en el 2015 el analfabetismo sea erradicado.
Pese al dramático panorama, los cálculos macroeconómicos son esperanzadores para América Latina si la inclusión social se asume como ventaja para todos. Si se ataca de verdad la exclusión social las economías nacionales comenzarían a crecer en proporciones nunca vistas. Por ejemplo Bolivia aumentaría anualmente en 13%, Guatemala 14% y Perú 4%. El escaso beneficio inicial en el Perú se debería a la altísima marginación social y bajísima participación económica de los grupos aborígenes y la población campesina. El empleo marginal arroja una cifra fantasmal: Siete de cada 10 son empleos informales.
Se hace imprescindible la colaboración del sector privado, combinar la capacitación con el empleo, con énfasis en la población femenina.
Los promotores más entusiastas de la inclusión social buscan el aprendizaje mutuo en Europa y América Latina, porque advierten que la ausencia de cohesión social no sólo es un desafío entre países sino también dentro de cada país.
En Europa no todos aceptan que la política social es un factor productivo que facilita el cambio y el progreso, más no es una carga sobre la economía o un obstáculo para el crecimiento. La desigualdad lleva a perdidas en la producción nacional, en los ingresos y la creación de riqueza. La exclusión contiene elementos moralmente inaceptables en el proceso de desarrollo.