Hoy es la llamada globalización neoliberal la que se manifiesta en un específico ámbito de representación del modo de producción capitalista.
A través de la división internacional del trabajo, o sea la distribución de la fase de la cadena de la producción en distintos países, los flujos de intercambio, la financiación de la economía y la llamada interdependencia entre los distintos países, que por otra parte, no es otra cosa que un nuevo modelo y proceso también de competencia entre ellos. La evolución internacional de los mercados es evidente en la difusión de los productos en cuanto, aparte del circuito de los consumos locales, no se distingue más entre productos nacionales e internacionales. Pero la llamada globalización neoliberal es un intento del capital de resolver la crisis de acumulación que se presenta con toda su fuerza ya desde los años ¹70.
La globalización neoliberal llevó a un cambio también en el modo de presentarse del imperialismo. Los países imperialistas se encuentran teniendo que responder todavía más a las dinámicas del capital financiero internacional que más que ayer es medio para manifestar el carácter mundial del capitalismo con su búsqueda de la sobreexplotación. El fenómeno de la globalización neoliberal ha asumido su especificidad en la escala mundial, esto se ha dado con la disponibilidad de nuevos medios de comunicación siempre más eficaces y de una relación siempre más estructurada de los sistemas informativos. Las posibilidades que la informática ofrece, disponibles a costos mínimos y por lo tanto practicables en todos los ambientes, ha creado un conjunto de «caminos virtuales» accesibles en tiempo real en todo el mundo, superando las distancias físicas; todo esto ha permitido una ampliación enorme de la movilidad del capital, del volumen y de la complejidad de las transacciones financieras. Las nuevas teconologías de la comunicación hacen perder a las organizaciones individuales de la producción una parte de su especificdad y las relaciones ya no intervienen entre los Estados individuales sino entre las áreas geoeconómicas.
Esto va siempre determinando cada vez más una fuerte caracterización del nomadismo localizativo internacional de las empresas, que provoca desde formas de ocupación a bajo salario y bases normativas y garantías, a precariedad y siempre mayor diferencia de salario y rédito entre los mismos trabajadores (especializados y no especializados) más allá de la desocupación estructural. La transferencia de los segmentos productivos fundamentales a zonas que tienen bajos costos de trabajo, ha hecho que el salario se haya hecho cada vez más flexible y siempre más dependiente de la marcha del mercado. Los empresarios, de hecho, en nombre de la «globalización» buscan convencer a los trabajadores de que no exijan demasiado ya que se puede dar el mismo trabajo a otros con un salario reducido y en peores condiciones. Es así que hemos asistido en sustancia a una devaluación del valor de la fuerza-trabajo, con una consecuente transformación del mercado de trabajo. Más allá, por ejemplo, la introducción de la microelectrónica en los procesos de producción, ha producido una pérdida de muchos puestos de trabajo en cuanto que las nuevas teconologías han sustituido a la mano de obra sin constituir nuevos sectores productivos, no pudiendo aumentar, por esta razón , la masa del plusvalor mediante el crecimiento del número de los trabajadores ocupados, mira por ejemplo, en los Estados Unidos la actual… Para poder aumentar el plusvalor, por lo tanto, los empresarios han hecho recurso al alargamiento de la jornada de trabajo y al aumento de la explotación de la fuerza-trabajo, a la intensificación de los ritmos, al recurso de todas las distintas formas de flexibilidad y de precarización del trabajo, abatiendo la garantías y los costos del trabajo, dentro del llamado paradigma de la acumulación flexible. La revolución informática y la difusión de nuevas formas de organización del trabajo no derivan de una situación de salud del capitalismo sino de su crisis: es un modo de relanzar el ensayo de una ganancia con un incremento de productividad del trabajo y la creación de nuevos mercados.
Pero en la situación actual, la revolución informática no ha contribuido a la salida de la crisis, sino, se puede decir que en algunos casos han contribuido a empeorarla (baste mirar la crisis de la «new economy» en los Estados Unidos). Mientras hasta los años ¹70 Keynes y la planificación económica influyeron en la economía, desde los años ¹80 y ¹90 el monetarismo ha dominado y con éste «el mercado sin vínculos». La acumulación flexible (así llamada por David Harvey) se confronta directamente con las rigideces del fordismo; se trata de la flexibilidad de los procesos productivos, de los mercados de trabajo, de los productos y de los modelos de consumo; determina unos cambios en el proceso desigual de desarrollo, entre sectores y entre regiones geográficas, con un aumento vertiginoso en el sector de los servicios y el nacimiento de industrias en regiones subdesarrolladas.
La acumulación flexible provoca niveles altos de desocupación «estructural» , a través de una «destrucción veloz y reconstrucción de las capacidades trabajadoras, con casi del todo inexistentes aumentos del salario real. El pasaje del fordismo a la acumulación flexible ha creado dificultades a los keynesianos, a los monetaristas y a los teóricos del equilibrio parcial neoclásico. La primer dificultad está dada por el buscar circunscribir la naturaleza de los cambios. Esto porque el problema de la reducción de la mano de obra empleada ha causado una disminución de la demanda global en muchos sectores estratégicos y ha determinado serios problemas de mercado a los grandes productores; de hecho desde el momento en el cual se restringen los mercados individuales nacionales, se hace fundamental la conquista del internacional. El aumento de la competencia, de la automatización, el crecimiento del capital constante y la disminución de la variable hace que la contradicción que alimenta la caída del ensayo de la ganancia tienda a reproponerse en la escala ensanchada y las presiones a la mundialización se hacen más potentes. A esto le sigue que siempre la masa del capital resulta ser que no encuentra suficiente remuneración en los procesos productivos normales y se mueve hacia la especulación financiera. Las condiciones que definen, según Lenin, al imperialismo no parecen, por lo tanto, absolutamente superadas. Las repetidas crisis financieras que han caracterizado estos últimos 20 años (crisis asiática, la crisis de los países sudamericanos, etc.) han revelado cuan vulnerable es el mercado de los capitales que se ha acentuado aún más por la unificación internacional.
En la década entre el 1980 y el 1990 se verificó un aumento intenso de las transacciones internacionales; la mengua económica debida a la sobreproducción, y por lo tanto al bajo consumo, han provocado una explotación menor de las capacidades productivas y una disminución de los útiles de las empresas que han comenzado a trasladar los propios capitales al exterior, en particular hacia la especulación financiera internacional. En el mercado financiero, en cambio, la globalización realizada en estos años ha sido más impresionante y es seguramente en este sentido, que se ha evidenciado mejor y realizado una de las condiciones explicitadas por Lenin en la definición del imperialismo. Ya desde 1986, fecha en que las comisiones fijas sobre el mercado accionario se abolieron y se cancelaron los límites para las transacciones, se verificó un gran cambio del flujo de los capitales más explicitado a partir de los procesos de desregulación. La diferencia entre el aumento de las exportaciones de mercado y el crecimiento de la movilización de capitales ha sido sorprendente: baste pensar que desde 1964 hasta 1992, la producción en los países de «capitalismo avanzado» ha crecido un 9%, las exportaciones un 12% mientras que los préstamos internacionales crecieron un 23%.
En los años ¹80 se tuvo un crecimiento de un nivel medio anual de casi un 30% del stock mundial de inversiones de capital dirigidas al exterior; marcando que más allá de la mitad de estas inversiones se debe atribuir a los servicios financieros. Cada día se llevan más de 1500 miles de millones de dólares de un punto a otro del planeta por medio de las especulaciones financieras. Las grandes empresas industriales que hasta hace pocos años atrás estaban entre las primeras diez empresas del mundo, hoy han sido sustituidas por las empresas financieras (como por ejemplo los grandes fondos de pensión de Estados Unidos y de Japón). Y los capitales se mueven sobre todo entre Europa, Estados Unidos y Japón, mientras que sólo el 15% de las transferencias se produce en los mercados emergentes. Los valores son hoy el objeto de las especulaciones financieras y ya no lo son, en cambio, como sucedía en los años ¹80 las oscilaciones de los precios de las mercaderías; sólo en 1999 el valor total de todas las actividades financieras de los principales países capitalistas ha sido estimado alrededor del 360% del producto interno lordo del área.
El control de los valores y del capital financiero permite determinar las cotizaciones de los cambios y por lo tanto acumular ganancias siempre más altas; esto, sin embargo, provoca sólo un movimiento del plusvalor ficticio entre capitales y no real, o sea, determinado por las mercancías. La globalización neoliberal, por lo tanto, tiene que ver sobre todo con la economía financiera y no con la producción real. Los instrumentos de la política keynesiana y postkeynesiana, en este contexto, se convierten en ineficaces, desde el momento en que falta el espacio económico cerrado que tiene la posibilidad de controlar los movimientos de las mercancías y de la moneda a las fronteras. Se obra así un traspaso de una parte de la soberanía nacional a organismos mundiales como el NAFTA, Mercosur, la ASEAN, ALCA, WTO y el Fondo Monetario Internacional; y es también por esto que nace la Unión Europea y se presiona hacia un fortalecimiento no sólo en calidad de área económico-comercial sino de verdadera y propia área valutaria. El Estado nacional, es siempre menos regulador y promotor del desarrollo; y se lleva a cabo así una pérdida de soberanía de los Estados nacionales de origen fordista que veía en ellos el polo central de la organización económica. El Estado se encuentra hoy debiendo responder a las fuerzas de la economía mundializada que vienen de afuera y a la descentralización de poderes en el interior. Los organismos nacionales como el WTO, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, controlados por los países más potentes del planeta, y los reguladores de la mundialización capitalista, de un modo de actuar de la llamada globalización neoliberal siempre más de carácter competitivo, y más flexible. La lógica de un mercado mundializado que más allá de no tener ningún cuidado en los derechos humanos, el ambiente y la calidad de vida, flexibiliza y precariza el vivir social, ensancha las masas de pobreza extrema y de nuevos miserables, pero al mismo tiempo acentúa, y no reagudiza los términos del conflicto interimperialista. Las potencias imperialistas como Francia, Inglaterra, USA han sustituido el dominio político por el dominio económico basado en las nuevas relaciones comerciales y financieras de dependencia.
El capitalismo necesita de este neocolonialismo; las potencias occidentales tienen de hecho, aceptada la descolonización política del Tercer mundo en los años ¹50 ¹70, sólo porque estaban seguras de poder mantener la propia hegemonía económica en los mercados internacionales. Desde un punto de vista político, en los años ochenta y en parte de los noventa, se produjo el despegue industrial de muchos países asiáticos; después de Japón, Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur, asistimos a una ola de «tigres» emergentes: Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas. En estos países, el Estado ha tenido una función fuertemente intervencionista y dirigista, y ha seguido políticas de proteccionismo de sus mercados internos con el despegue de las exportaciones de bienes industriales, sobre todo de consumo. El éxito de estas técnicas ha sido favorecido por las imponentes inversiones japonesas y surcoreanas, por las ventajas garantizadas por un costo del trabajo muy inferior respecto al de los países occidentales y por la creciente integración de los mercados asiáticos. Luego de esto, llegó el gran desarrollo económico de China, destinada a convertirse en un gigante económico mundial en el cual el rol del Estado y la misma forma-Estado han jugado un papel fundamental.
Finalizando los años ¹90, el crecimiento de los países asiáticos, también por las grandes dificultades económicas de Japón, que está atravesando una larga crisis económica y financiera, se interrumpió. Desde la caída del muro de Berlín se ha tenido la siempre mayor hegemonía de Estados Unidos hasta la mitad de los años ¹90, cerrando después una fase de extrapoder que con modalidades distintas, desde el punto de vista militar y económico, había marcado un verdadero dominio por años en el panorama mundial explicitado en los últimos 25 años del siglo pasado a través de la llamada globalización. La globalización neoliberal, o sea la internacionalización de la economía, condiciona el mercado financiero, productivo y monetario, asumiendo ya así las características de la competencia global. La crisis de superproducción de capitales y mercaderías, la financiarización de la economía, el abatimiento de todo lo que se opone a la máxima circulación primero de los capitales y después de las inversiones y, por lo tanto, en conjunto al aprovechamiento de los mercados a través del refuerzo de los monopolios y la concentración del capital, constituyen el retrato de la actual fase del imperialismo.
Es así que la competencia global representa un nuevo sistema de explotación tecnológica, científica, económica y social a escala mundial, que demuestra el modo actual de presentarse la división internacional del trabajo y las desigualdades entre las clases, en un ámbito de conflictos interimperialistas económico-financieros, comerciales y combatidos. El proceso de globalización neoliberal transfiere los poderes del Estado nacional a las instituciones supranacionales, hacia las comunidades locales, y a la autorregulación del mercado transnacional, pero esto no comporta el desmantelamiento de los mismos Estados nacionales, con sus poderes y sus contradicciones internas y sobre todo externas hacia los organismos supranacionales y las entidades polares de naturaleza geoeconómica y geopolítica. La construcción de una Europa económica ha puesto serios problemas a EEUU que se encontraron teniendo que afrontar un nuevo y bien constituido polo con fuertes connotaciones imperialistas a pesar de que la falta de una construcción política completa y de una específica y articulada fuerza militar central la ha debilitado, dicho de alguna manera. EEUU teme cada vez más el desarrollo económico de Europa porque siente que podría cercenar la supremacía militar, económica, valutaria e ideológica americana en todo el Occidente. Hoy, de hecho, Europa no es más una área dependiente; la nueva sitación económica del Europa del Este por un lado y la crisis asiática por el otro, ha reforzado el polo económico europeo; tambièn la construcción de la Europa de Maastricht representa un intento de crear una nueva hegemonía europea en sectores estratégicos como las nuevas tecnologías, las telecomunicaciones, bancos y aseguradoras.
La nueva posición europea en la iniciativa bélica (basta con mirar la posición de Francia y Alemania en la guerra de Irak) se debe considerar como un intento de parte del polo europeo de reequilibrar con el propio ascenso económico la hegemonía militar estadounidense y de limitar el predominio de EEUU en todas las distintas configuraciones expansionistas y de hegemonía unilateral. En este cuadro se inserta luego el imperialismo británico que se pone en el centro de los dos polos aprovechando sus contradicciones para reforzar la propia posición. El polo imperialista europeo tiene todavía fuertes limitaciones debidas sobre todo al hecho de que hasta ahora ha habido una centralización económica pero ha seguido adelante más lentamente la política, pero sobre todo sobre el terreno militar. Las tensiones entre Europa y Estados Unidos sobre la relación de cambio entre el dólar y el euro, y en la fase actual sobre la estrategia a seguir en la guerra contra Irak, muestran como siempre es más urgente la competición entre los dos polos.
Si con la guerra contra Irak se manifiesta en toda su totalidad el conflicto interimperialista EEUU-UE, esto ya había estallado con la llegada del euro, quitando el monopolio al dólar en las relaciones internacionales, con una fuerte capacidad atractiva de los capitales internacionales y con el englobamiento de los mercados del este europeo y tendencialmente con la fuerte ambición expansionista en la Eurasia ensanchada. Es entonces que entre los dos polos imperialistas se ha desencadenado la «guerra» para controlar los Balcanes, Europa del Este, Eurasia, comprendidos el Medio Oriente y Asia central, territorios fundamentales para los nuevos equilibrios internacionales y para constrastar una crisis económica de acumulación y superproducción cada vez más de carácter estructural. He aquí que se realiza la condición fundamental puesta por Lenin, de la cual se hablaba precedentemente: hoy el imperialismo se explicita cumplidamente a través del dominio del mundo por parte de los diferentes polos, de las distintas áreas de valores, hincadas entre ellas. Podemos imaginar un escenario del siglo XXI en el cual por un lado están Estados Unidos y Japón (que está obligado a seguir a EEUU por la propia debilidad económica que perdura ya desde hace años) y por otro Europa seguida por los países del este comprendida Rusia y gran parte de Eurasia. Es ésta la Europa que se inserta en el cuadro del nuevo imperialismo en el cual siempre se van reforzando cada vez más los sectores estratégicos de la economía, y se va caracterizando autónomamente a través de las dinámicas del capital financiero y de los grandes monopolios. Este rol de Europa puede emerger en tiempos muy rápidos también porque desde hace años ha habido allí un fuerte desequilibrio en la economía americana entre el compromiso militar y el gasto económico; mientras que los otros polos geoeconómicos representados por Japón, o mejor por la variable asiática y de la UE han privilegiado, de hecho, un progreso en el campo económico.
EEUU en cambio está cada vez más sometido a presiones debidas a las elecciones de inversiones militares que llevan a hacer crecer siempre más la relación entre gasto militar y PBI, porque sólo a través de una economía de guerra esperan salir de una crisis de acumulación sin precedentes. Y se llega entonces a una guerra de hegemonía interimperialista; en una fase abierta de la competencia global entre los polos imperialistas; y entonces para intentar mantener una situación de dominio absoluto , EEUU debe saber relanzar no sólo una halagüeña situación económica y financiera en el plano interno como también locomotiva en el plano internacional, pero al mismo tiempo deben saber combinar la dimensión geopolítica y militar con la geoeconómica. En 1999, por ejemplo, el balance militar de EEUU representaba el 37% del mundial y este porcentaje llega a más del 60% si también se considera el de los otros países de la OTAN. Los gastos militares de EEUU ascienden hoy a cerca de 400 mil millones de dólares, o sea más de todos los otros países principales y más del triple de los gastos militares de toda la UE (115 mil millones de dólares). Una disminución de los gastos militares en EEUU comportaría hoy una profunda crisis de todo el sistema económico y agravaría la ya fuerte crisis económica llegando a niveles tal vez peores de la del ¹29 (crisis resuelta también entonces con el crecimiento de los armamentos en el curso de la segunda guerra mundial y también luego).
El modo principal de mantener la hegemonía para EEUU es el del instrumento militar. Pero la economía de guerra y la hipótesis forzada del keynesianismo militar ¿están hoy en grado de resolver la profunda crisis económica de EEUU, que se asocia a su vez a una crisis de hegemonía política, cultural y de civilización? La crisis ¿es sólo americana o estamos en presencia de una crisis de tipo estructural del capitalismo en los procesos de acumulación internacional y en las modalidades cuantitativas de crecimiento del modo de producción capitalista así como hoy se presenta en sus distintas formas de expresión? En este contexto se abre una guerra de hegemonía interimperialista; y para poder mantener una situación de absoluto dominio, Estados Unidos tiene que ser capaz de relanzar no sólo una halagüeña situación económica y financiera en el ámbito interno y como locomotiva en el ámbito internacional, sino al mismo tiempo tiene que ser capaz de combinar la dimensión geopolítica y militar con aquella geoeconómica. El camino de salida para la gestión de la crisis es el de avanzar según los parámetros del apoyo a la demanda y del dominio capitalista a través de una especie de «macartismo globalizado» y de una nueva fase keynesiana; es decir regresar a un keynesismo militar como intento de resolver, o por lo menos gestionar, la crisis y para esto la economía de guerra tendrá que tener un carácter estructural, es decir de amplio respiro y de larga duración (con los cortes al sistema de jubilación, a la salud y al Estado Social).
Una economía de guerra para arruinar las tendencias en acto de una fuerte crisis de acumulación y con un carácter ya ampliamente recesivo. Por lo tanto relanzamiento de la demanda y de las inversiones, pero de carácter directa e indirectamente militar (inteligencia, seguridad etc.). Si de todos modos el relanzamiento de la demanda a través del keynesismo de guerra tuviera que aumentar los precios y entonces llevar a un contexto inflacionario, la única solución para contener los precios será la de desarrollar la capacidad productiva inutilizada, por lo tanto aumentos de la productividad del trabajo, aumentar la flexibilidad y la precariedad de la ocupación y de los salarios y reducir los costos, en primer lugar el costo del trabajo. Se lanza el Warfare para abatir el Welfare. Todavía se trata de la guerra, esta vez postglobal, como instrumento fundamental en la lucha entre polos para el dominio geopolítico y geoeconómico, la guerra para el control de los recursos energéticos y de las fuerzas productivas, para el dominio de los cuerpos sociales y del vivir social total.
Un keynesimo militar, por lo tanto, que crea conflictos y guerra, destruyendo hombres y cosas, para permitir la salida de la crisis al capitalismo y para reafirmar las miras hegemónicas en el ámbito de los conflictos interimperialistas. La guerra posglobal permanente para reafirmar el liderazgo político-militar y para relanzar los mercados, primero entre éstos los bursátiles a los cuales se confía el rol de megáfono propagandista del crecimiento de la economía, del desarrollo en etapas forzadas y por lo tanto, así como impuesto según el modo de producción del desarrollo capitalista. Entonces es claro que desde siempre para evitar los riesgos de una recesión o para salir de ella cuando el capitalismo está en fase de crisis, el instrumento capaz de resolver los problemas es la guerra, que permite a los gobiernos relanzar la producción, gastar para producciones bélicas de masa y aumentar la intervención pública para las producciones de masa (armas y producciones vinculadas a las mismas)[2] , relanzando así a fuertes ritmos los procesos de acumulación. Hoy se asiste a lo que siempre se ha visto durante la historia del capitalismo y del imperialismo, es decir la elección de la guerra y de la economía de guerra para salir de la recesión, para salir de la crisis de liderazgo de los países imperialistas guías.
Notas
[1] Profesor en la Facultad de Ciencias Estadísticas, Universidad «La Sapienza», Director Científico del Centro EstudioCESTES (Centro Studi Trasformazioni Economico Sociali ) y de la revista PROTEO (rivista scientifica a cura del CESTES e delle Rappresentanze Sindacali di Base RdB) .
[2] Basta pensar que la guerra del Golfo tuvo un costo de más de 60 mil millones de dólares y también si hoy con la guerra contra Afganistán EEUU debiera gastar en igual medida este importe representaría sólo el 20% del balance de la Defensa de EEUU, que a su vez representa sólo el 3% del PBI.