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Artaud y sus persistencias tarahumaras. Hay que verlo.

Pedro Tzontémoc

Fuentes: Rebelión

Pero sé que llegado allá arriba y dominando kilómetros casi infinitos de paisaje, he sentido removerse en mí con fuerza, reminiscencias e imágenes insólitas que nada me hubiese hecho sospechar cuando partí» Antonin Artaud Un buen día Pedro Tzontémoc, cámara y oficio en ristre, echó a andar hacia la Sierra Tarahumara. Iba tras los pasos […]

Pero sé que llegado allá arriba y dominando kilómetros casi infinitos de paisaje,
he sentido removerse en mí con fuerza,
reminiscencias e imágenes insólitas
que nada me hubiese hecho sospechar cuando partí»
Antonin Artaud

Un buen día Pedro Tzontémoc, cámara y oficio en ristre, echó a andar hacia la Sierra Tarahumara. Iba tras los pasos de Antonin Artaud, tras las huellas de su mirada que, seguro, impregnada de tanta montaña se quedó tatuada en el paisaje. Pedro fue a indagar, con su olfato fotosensible, qué reflejos y clarividencias, canto de sirena, atrajeron el andar del loco rebelde iniciado virulento en el arte de ciertas verdades. Fue a ver, lo más de cerca posible, qué buscaba el loco hastiado de razón europea. El loco rebelde y contradictorio buscador de esas medicinas enigmáticas que guardan sus secretos en la Tarahumara ayudadas por muchos habitantes. Pedro se fue a rastrear a ojo de fotosíntesis ese sedimento, casi imperceptible, que flota en el aire de la historia, especie de quintaesencia que persiguió Artaud enredado en sus preguntas y certezas. Pedro volvió de es viaje cargado con regalos que le cambiaron la vida para siempre. Algunos lo vimos.

Si la fotografía es arte o no importa poco en manos de Pedro Tzontémoc1. » No me considero un artista, ahora los artistas están más preocupados por vender o aparecer en los periódicos que en buscarse a sí mismos« Lo que importa es esa inteligencia visual que nos provee instrumentos no para que el fotógrafo, el fotografiado o lo fotografiado se «expresen» sino para que surja un conjuro triádico pronunciado para intervenir en la vida. Tzontémoc con su fotografía activa un campo magnético y lúdico de miradas activas2. Hay que verlo.

Hay desde luego una filosofía implícita de la imagen y con la imagen. Lo importante es el dominio de las máquinas desinteresado por lo virtuoso y las técnicas subordinadas a conseguir que una fotografía sea acto de relación humana, tejido colectivo, una encarnadura de luz en la niña vitria, el iris acuoso y el humor imago. Cueste lo que cueste.

No se trata de un don especial, se trata de una convicción y una lucha. Refriega del sentido sobre la mesa de un taller mental donde se escudriña hasta la más sutil estratagema de la luz. El primer objeto de estudio es el fotógrafo. Pedro Tzontémoc es minucioso e impaciente, debió hacer cine (le insistimos muchos) también, lo tendríamos ya en un retablo mexicano al lado de los más conocidos. Pero su fuerza de luz ancló en otra vocación de movimiento que se ha negado a obviarse para ponernos a la vista un desafió más complejo que hace de las suyas con el espacio, con el tiempo y con los ritmos. Si uno se queda quieto frente a una fotografía de Pedro Tzontémoc, si lo logra, si se concentra de verdad, si se guarda silencio durante un rato suficiente se escucharán, muy claramente, todos esos sonidos cómplices que quedaron impresos en los vértices y las periferias de la luz y que en complicidad con el papel le juegan chanzas a la cámara fotográfica y al ojo de uno. No se necesita alucinógenos ni estimulantes extraterrenos. «El secreto de la felicidad no es fotografiar siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se fotografía» Pedro Tzontémoc

 Aquí se ponen en evidencia las virtudes de trabajar mucho sin ser esclavo, con la confianza pertinente en que la calidad no es casualidad. Cada foto de Pedro Tzontémoc camina rápido a la memoria, parece incluso que vienen de ahí, como un lenguaje general y fotográfico destilado entre recuerdos. Hay un impacto visual cuya estrategia es lo sutil. La realidad no se refugia entre convenios estéticos. Se las ingenia para doler de una manera nada simple y poco familiar, es un dolor nuevo que duele entre espasmos convicción honda. Como un manifiesto. Pero eso no es su mérito, su mérito es poner en una misma sincronía la escafandra y el águila. Corta el aire, exige respirar hondo, problematiza el mirar y lo hace responsable de sus actos. Nadie se puede escapar con reticencias de editorialista de la conciencia. No quita la mirada de encima.

Es una fotografía guerrera a su modo que anda por el mundo con vocación de totalizante. Nada pertenece a un lugar exacto aunque exhiba credenciales de identidad provisional. Eso que fotografía Pedro Tzontémoc tiene halitos de orbe y en cualquier descuido se vuelve apuesta categorial de ciertas emociones que viven en las periferias de las palabras. Sin compasión la fotografía de Tzontémoc es fotografía de sujetos en acción teñida de conflicto temporal. Son cuerpos que acarrean historia y dramas, hormiguean emociones a lomos de su ir y venir febril, del recuerdo al futuro, de lo visto a lo revelado en una suerte de dejavú luminoso que se sale de los marcos y se completa en los contextos.

Cada fotografía es una memorando fértil que por razones diversas, políticas y poéticas encuentra, en esta época, prueba inmediata de su magia de imágenes… y eso se trasluce: « la fotografía no es un fin en sí misma, es tan sólo el medio que me permite ir de una experiencia a otra… La fotografía es mi sexto sentido… La cámara es tan solo una herramienta que a manera de prótesis agudiza mi atención… la realidad nos ofrece más de lo que la imaginación pueda elaborar… Creo que la vocación del fotógrafo es la de ser un captador de presentes… un modo de tomar conciencia de la realidad a partir del presupuesto básico de vivirla. Mi fotografía no esta hecha para colgarse en las paredes o para publicarse, ni siquiera para ser revelada… A forma de resumen, recuerdo a Kati Horna, con quien tuve el privilegio de compartir largas pláticas, cuando decía que se hizo fotógrafa porque su verdadera vocación era ser vagabunda, esa fue su mejor enseñanza. 3 »

El eje de su búsqueda ayuda a luchar contra cierta ceguera actual. Es creencia no dogmatizada en la magia de la vida y descontento con esa insensibilidad que deja su descuido sobre la cotidianidad para convertirla en vida utilitaria, rutinaria enemiga de la imaginación. La imaginación de Pedro Tzontémoc no admite límites porque se afirma en la realidad para entregarse a ese tiempo interior que da vuelta a la humanidad hoy, también, con destino fotográfico de luz. Es un encuentro con esa imaginación de la libertad que no se sujeta a otro condicionamiento que las necesidades de imagen colectivas.

No hay panorama interior que no sea tributario indisoluble de la realidad concreta. Todo enmarca a todo y cada acontecimiento es antes y después de una dialéctica voraz que sólo la fotografía puede escudriñar cuadro por cuadro. Así comienza la mirada en la obra de Pedro Tzontémoc como una etapa marcada con los fluidos de años mensurables por su lucha de sentido y su semiótica de convulsiones a tiempo de razón que establece ciertos cortes de luz a la maraña de lo real. Aquí nada se queda quieto. «En la montaña tarahumara todo habla de lo esencial; es decir, de los principios según los cuales se ha formado la naturaleza. Y todo vive por obra de estos principios: el hombre, las tempestades, el viento, los silencios, el sol» Antonin Artaud

Pedro Tzontémoc se trepó a un barco sin retorno donde se maduran y fraguan los poemas visuales más profundos y verosímiles. Eso es un augurio extraordinario que viene cumpliéndose puntualmente para delicia nuestra. Volvió siendo otro y mejor. Pedro se trepó a un barco volador y estanciero que no se detuvo a la hora misma en que los fantasmas hicieron pie bajo las aguas agitadas de la realidad y se dejaron ver sonrientes y curados. Hay que ver las fotos. Están ahí bien claritos. Alguien le contó a Pedro que conoció a Artaud y que le preparó curanderías y salvoconductos metafísicos. Alguien le contó a Pedro que le escribió a Artaud una canción y que lo devolvieron bastante sanado.

Una alianza entre la fotografía y la vida, en mimesis de luz, amplía la obra de Pedro Tzontémoc para dar lugar a una especie de punto que hace evidente su espíritu y sus dudas. Eso a ratos exaspera porque nos deja inermes, por fortuna. Se puede esperar que provoque impactos profundos en nuestras ideas y que, a través sus alegrías, este fotógrafo nos haga quedar con sus fotos tatuadas para siempre en el corazón. Se puede tomar la aventura de viajar con él mirando como él mira a la hora de mirar que es lo que la humanidad deberá hacer para poseerse a sí misma y dejar de andar inconsciente de sus fuerzas. Nadie se puede bañar dos veces en esa la luz de memoria impresa provisionalmente en papel y en el corazón. Esas fotos se mueven. Se nos van hacia una especie de regreso… como si su dialéctica fuese más bien la nuestra. Como si su movimiento se impulsara con el nuestro y viceversa. Como si las fotos fuesen nuestras… pues.

Después de todo no hay mejor lugar que los sístoles y diástoles para poner las fotos de Pedro Tzontémoc, tan parecidas a la vida, tan cercanas a ciertas revelaciones que Artaud se llevó para sí y para siempre y tan capaces de convertir el tictac del corazón en un click de la cámara. Pedro sabe de eso. Hay que verlo.

«En 1936, el escritor francés Antonin Artaud llega a la Sierra Tarahumara en donde habría de encontrarse en su propia búsqueda. Consciente de que cada una de las experiencias modifica nuestras vidas, me parecía fascinante acercarme a esta en particular, que había sido capaz de transformar radicalmente la vida de un hombre y de la cual, además, tenía un maravilloso testimonio como referencia: la obra del mismo Artaud, particularmente la compilada en el libro «Los Tarahumaras» o «México y Viaje al País de los Tarahumaras» en su edición mexicana. Guiado por Artaud, realicé cuatro viajes a la Sierra Tarahumara entre 1988 y 1993. En el segundo de ellos (mayo-junio de 1992) recorrí a pie los aproximadamente 150 kilómetros de la casi invisible ruta trazada circunstancialmente hace más de cincuenta años. Así, el resultado de la experiencia, se tradujo en imágenes visuales, pero también en la imagen misma de un modo de ver, de un modo de tomar conciencia de la realidad a partir del presupuesto básico de ir allí para vivirla. Esta experiencia, como cada una en su medida transformó mi forma de percibir el mundo y modificó mi relación con la fotografía». Pedro Tzontémoc4, Tiempo Suspendido


1 http://www.pedrotzontemoc.com/

2 Ha publicado cuatro libros de autor: Pasaporte, editado por Luz portátil ED. México, 2004 Tiempo Suspendido, con textos de Louis Panabière, Luis Mario Schneider y Georges Lavaudant entre otros, editado por Casa de las Imágenes y el Centro de Estudios Mexicanos y Centro Americanos de la Embajada de Francia en México, 1995. Contactos de Arena y Piel, libro-objeto con textos de Omar Gasca, 1993. Cincuenta Impulsos, con poesías de Verónica Basáñez; Ediciones Integrarte, 1992.

3 http://www.pedrotzontemoc.com/

4 Pedro Tzontémoc: Nació en México D.F. en 1964. Inició estudios de fotografía 1981. Su experiencia profesional comienza en 1983 como fotógrafo del Instituto Nacional Indigenista, México. Ha realizado viajes de trabajo a Honduras, El Salvador, Guatemala, Cuba, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, Polonia, España, Francia, Italia, Portugal, Egipto, Jordania, Israel, Palestina, Panamá y México.

Ha participado en más de cincuenta exposiciones colectivas en México y el extranjero.